Fotografía de Ingrid L. González Díaz
busca su yo degollado en su tormento.
Es alguien que sucumbió en la sequedad del agua,
en su boca sedienta zurcida con sus penas,
astillas de coral,
aullido de fantasmas colgados en la lengua,
espinas donde cuelga una triste confesión espantada al escucharnos.
Un hombre envuelto en su alarido,
bebe su miedo atado en las entrañas,
y camina, incompleto de sí, en el insomnio más puro de sus sueños,
en la pureza de la luz más negra que le mira.
Encadenado en su propio yo,
una voz se pierde en el eco sombrío de su aliento.
La tarde duerme sobre el aire lastimado.
La barranca lame la cicatriz del tiempo.
La noche respira sin sus manos al ver la sombra
de un hombre que busca su rostro degollado.
Del libro:
El
silencio y la sombra de
Genaro González Licea
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