viernes, 3 de marzo de 2023

Genaro González Licea: diciembre tres, ceniza e infinito. A la memoria de Enrique González Rojo Arthur

 

Enrique González Rojo Arthur
Fotografía sin datar


DICIEMBRE TRES, CENIZA E INFINITO

 

Todo barco,

para que lo sea,

tiene que conocer,

vivir,

saborear

una tempestad.

 

Enrique González Rojo Arthur

Al pie de tu mirada o ganados por el día

 

 Diciembre tres, poeta, será un día de silencio y canto. Desde ese día, Enrique, estarás en un lugar florido, verde y apacible como un lirio sonriendo debajo de una piedra.

Respirarás, ahora, la humedad de tus palabras, el musgo nacido de las piedras, el aire amoroso de tu voz, la libertad de tu ser unido al infinito. Serás, por siempre, el poeta de la esperanza, la dignidad y la resistencia cotidiana, polvo que vuelve al polvo, raíz y humedad de barro, viento de huesos flotando entre las hojas.

Hablarás con la soledad del viento, como lo hacen dos viejos amigos de la infancia. Se abrazarán como tantas veces y juntos andarán sin un centavo de tristeza recorriendo los recuerdos, las luces oscuras escondidas en los charcos dejados por la luna, el vacío de su vacío que en la nada habita y deletrea el infinito.

La soledad será tu eterna compañía, el silencio abrazando tu ceniza, el sol lejano tocándote los pasos, la sombra desnuda mirando el reposo silente de tus ojos. Soledad dolorosa que endulza tu tristeza desde niño, compañera amorosa de agua y de neblina, de vientre ausente que nunca te ha dejado, y no te dejará en este tu nuevo alumbramiento, quizá, el último de todos. Y digo quizá, porque ella, igual que nosotros, es “necesidad —nunca satisfecha— del otro”, es indigencia, como indigente es el tiempo y el infinito mismo.

El polvo se abraza con el polvo, con la luz que resucita en la neblina, con la sombra que duerme en el silencio como un niño, como un suspiro olvidado al mirar su sepultura.

Todo el infinito es hoy poesía, Enrique, oh poesía, dirías tú, “microscopio que descubre la ilusión de lo invisible, sacas de su madriguera lo extraviado y nos dibujas en las pupilas los contornos insospechados del vacío”. Todo es voz en liberad escuchando en silencio su vacío, rostro de esperanza en la conciencia de un capullo, polvo encallado en la pureza más pura de la nada, nada íntegra, virgen, cristalina, “con nada de impureza”, como bien tú lo dirías.

La tierra alimentará tu hambre, la lluvia tu sed de mediodía, el viento te verá caminar como entre espinas, y las piedras serán la casa donde habite el verdor de tu palabra.

Seguramente desde hoy escucharás por la mañana el olor de las flores, y más tarde al horizonte leyéndote un poema. Seguramente, también, el silencio de la luna platicará contigo hasta sentir el alba, y en el rocío descansará el humo de tus huesos recordando la luz de los luceros, de los seres queridos que, igual que tú ahora, son aire vacío unido al viento.

El polvo unido al polvo, a la libre sombra que fluye en la llanura, luz ciega que mira el firmamento, raíz poética de ver profundo, origen del origen, voz del silencio, canto del canto fecundado. Serás, eres ya a partir de ahora, un todo unido con la nada, una metamorfosis de luz y sombra, una tierra indigente como el agua, un frío migrante como el polen, un canto y alarido buscando, siempre buscando, la identidad del ser, el misterio de luz dispersa en un abismo ennegrecido.

Escuchemos el silencio, la sabiduría que habla en el silencio, tu silencio, alma volátil que languidece con la luz y se une al silencio de la nada, nuestro silencio también ahora. “Dejemos los prejuicios encima del ropero”, bien decías, y “seamos todo oídos: sepamos del mandamiento inexorable de que nunca se debe “mencionar el nombre de la nada en vano””.

La nada, el viento, el silencio. La luz de la orfandad unida al firmamento, el abandono de tu alma encerrada entre tu puño. Las grietas de tu andar sobre la tierra y el buscar con tu dolor el rostro de tu rostro abandonado, son parte del polvo y del silencio ahora, del “alfabeto de la soledad”, como solías llamarlo. En realidad, siempre lo han sido, mas nuestros oídos son ciegos para ver el caminar del alma.

El desamparo y el abandono de entonces, son tan grandes como los de ahora, en ambos estuviste y estás tú y nadie más, mirando el ser a solas con tus ojos. El silencio entonces, el silencio ahora. La vida y la muerte en movimiento, viento y ceniza mirando el firmamento.

El alma entera fue siempre tu palabra. Letras construidas con una gramática muy tuya y un sinfín de tristezas, dolores, alegrías y silencios. Misterios e interrogantes del hombre en su andar sobre la tierra. Hay deseos y vivencias, sueños y realidades, como bien lo dices citando a Sigmund Freud, que el hombre abriga y “no quisiera comunicar a los demás ni aun siguiera confesarse a sí mismo”, y eso se entiende y se respeta.

Por todas estas cosas y muchas más, mirar ahora tus cenizas hablar con una piedra, revive el pensamiento y purifica el alma. Saber que estás sin estar ahí, acompañado del silencio, la soledad y quizá tu inseparable migraña, tu “cáncer de la guarda”, compañera con la cual, según aseguraste, compartirías “el mismo epitafio o el paladar de idénticos gusanos”, anima a no claudicar en estos caminos llenos de piedras y egoísmo.

Ver la vivacidad de tu obra (literaria, filosófica, académica y política) es palpar un ojo de agua dejado en el desierto. Tu obra sigue en las aulas, en los estudiantes, en las personas de a pie, en los mercados y en los andamios, en los socavones de las minas y en los surcos resecos del campo abandonado, sigue, según percibo, propiciando conciencia ciudadana. Habrá, seguramente, homenajes de templete y estatuas de cristal, hecho lógico en una obra de la magnitud como la tuya. Sin embargo, tu obra está por encima de todos esos avatares, siempre al margen del poder y al lado de los más necesitados.

Aunque me muera de ganas, nos dices, “no puedo de un brinco /hallarme en la copa de un árbol /para intercambiar palabras /con mi estrella favorita”, y agregas:

 

Pero sí que puedo,

ahora a mis 90 años,

ayudar a una anciana de 100

y pasar la calle.

Sí que me es posible

rechazar un homenaje que,

en un descuido,

la mafia del poder

quisiera organizarme creyendo que,

en la epidemia de olvidos que padezco,

se halla el no y su militancia

de siempre.

 

No al poder, sí a la solidaridad, a la militancia ciudadana solidaria. El poder, ese instrumento fagocita que se traga conciencias y libertades, continúo con tus palabras, “doblega arbitrios, /cercena ademanes/ si y sólo sí el súbdito /impedido por un corazón agusanado/ tiende a arrastrarse por la tierra”. Tu postura distante y crítica al poder y más si este es absoluto.

Hay sin embargo un poder distinto que puede contrarrestar este poder, hay un contrapoder muy presente en ti y en tu palabra, el poder autogestionario que cada quien tiene en sus entrañas, poder nada divino, por el contrario, plenamente terrenal y de gente solidaria, gente de a pie, de overol y andamio, mineros de cobre y de carbón, campesinos de maíz y voz de barro.

Fomentar y defender tu obra es una responsabilidad cultural de todos, incluso, por supuesto, de las propias instituciones del Estado. Seguramente se intentará santificar tu imagen, sacralizar tu puño en oro, desnaturalizar la fuerza de tu voz, pero nada lograrán, tu obra es de raíces muy profundas que traspasan la tierra y los océanos, es palabra colectiva, voz subterránea nacida del dolor de la injusticia y la pobreza, es la esperanza y libertad de un hombre emancipado, un hombre de conciencia.

De ahí tu canto a mis herederos, a tus seres queridos, a tus hijos, a la humanidad entera. A todos, y cada uno lo tome a su manera, nos dejaste, tu “rechinar de dientes” y una digna actitud frente a la vida y al poder: “deseo que odien el poder hasta más no poder. /Que no den nunca /el brazo de su rectitud /a torcer”, y agregas: “mis hijos saben /que todo esto /tiene que ver con el amor”. La dignidad, el poeta de la dignidad está presente.

Tu obra nació y creció al ras del piso, sigue y seguirá de pie, sembrando conciencia, hablando de la médula de la reproducción del capital, de la plusvalía, de la explotación del trabajo asalariado y de la libertad del ser humano. No se perderá en los espejismos de la piel, en el humo del discurso y, mucho menos, en el olvido.

Lo cual se traduce, por una parte, en no confundir los distintos y los contrarios: “la luna y el perro son distintos. /El día y la noche, contrarios. /Un seno y el otro, distintos. /La poesía y el orden existente, contrarios”, y por otra, en que, llegado el caso, quedará siempre el recurso vivo de la clandestinidad, experiencia que relatas de la siguiente manera: “a fin de protegerle /de la fumigación ideológica, /en los libros, /en los sotabancos, /en los sótanos /o entre los entretelares de la discreción. /La hicimos pasar a la clandestinidad. /Le ceñimos una máscara de letras, /un pasamontaña hecho /con trozos de noche /que, voraz, /desdibujó sus huellas dactilares /y convirtió la pila bautismal en pieza de museo”.

Tu obra sigue y seguirá de pie, Enrique, y no me refiero solamente a la ya clásica Para deletrear el infinito, parte importante del todo, más no el todo, sino a toda tu obra en el sentido pleno y amplio de la palabra. Es cierto que mencionaste que, al concluir Al pie de tu mirada o ganados por el día, concluías, a la vez, el proyecto poético de convertir, en libro, cada uno de los cantos que integran Para deletrear el infinito. El proyecto sí, el proyecto, porque, en realidad, en cuestiones de poesía, palabra y canto, el trabajo es un cuento de “nunca acabar”.

Recuerdo aquí tu poema obsesión. En él asomas el trabajo del escritor, la artesanía de construir el contenido y significado de la palabra. Una idea admite mil maneras de ser dicha, comprende realidades de múltiples colores, encarna historicidad y alma en sus entrañas. De ahí tu expresión en el poema recién citado: “deletrear la mayor de las palabras /no es el menor de los suplicios: /cuando estoy a punto de decir todas sus letras /se viene abajo la última sílaba /y tengo que volver a empezar”.

En efecto, hay otros suplicios que te aquejan, uno de ellos, enlazado con lo anterior, es el mito de Sísifo, el cual comprende, entre otros temas, el dolor, el suicidio (tema filosófico por cualquier lado que se le vea), el amor a la vida, el absurdo, la muerte en vida, la culpa, la renuncia a la libertad, el encadenamiento a algo o a uno mismo, el masoquismo, el destino, el poder como necesidad, la repetición de una y otra vez lo mismo, comer y levantarse por los siglos de los siglos.

Sin embargo, es común que poco o nada de esto se perciba, y entonces, Enrique, se entiende por qué “deletrear la mayor de las palabras no es el menor de los suplicios” y menos todavía cuando estás a punto de decir todas sus letras y “se viene abajo la última sílaba” y hay que volver a empezar. No, este “no es el menor de los suplicios”, sino “el adelgazamiento, /la vulgarización del mito de Sísifo: /aparece como el tronco /que en las ferias de los pueblos /yergue la forma /austera, /ridícula, /innoble /y ensebada /que asume lo imposible”.

Razonamiento que, muy tu forma de ser, concluyes, e inicias, con una interrogante, filosófica por excelencia:

 

¿No será que en el fondo

querría yo ubicarme

no en sitio del ser

que, mordiéndose las uñas, deletrea

su pobre finitud en lo infinito,

sino allá en el lugar donde pervive,

gozando de las mieles que produce

un panal de relojes descompuestos,

la eternidad que arroja a la basura

la completa redada de sepulcros?

Por eso, en veces,

querría yo encontrarme

no del lado de aquel que deletrea,

sino del ser que se halla deletreando.

Más que remedio.

Como debo de ponerme

la camisa de fuerza del ni modo.

No tengo más opción que conformarme.

Aullar mi puño.

Morderme un sueño.

 

         Tu enseñanza es más que duradera, no solo la que se refiere a la congruencia entre el decir y el actuar, sino también la que comprende tu calidad humana, tu obra filosófica, política, literaria, poética y, en particular, la que se refiere a tu gran respeto y humildad al acercarte a la naturaleza del fluir del ser, de las cosas y de los fenómenos sociales: “las cosas son como son. /El ser que las amasa, las contamina. /Ellas no tienen la más mínima posibilidad /de incomodar al destino / y desoír su mandato”.

         A las anteriores agregaría una más, y es precisamente la que se refiere a la práctica, te encuentres donde te encuentres, de siempre estar atentos y vigilantes a los comportamientos del poder, por ejemplo, al comportamiento de los himnos nacionales, más de aquellos cantos que surgen en su contra, cito unos versos del poema nota a nota:

 

Contra los himnos nacionales,

surgió un día,

destruyendo fronteras,

arrinconando límites,

desactivando idiomas,

un canto con pretensiones ecuménicas.

Pero poco a poco

la gente fue advirtiendo

que ese cántico era

un himno nacional enmascarado.

Un himno patrio simulador

que buscaba

el holocausto de todos los himnos nacionales

para quedar dueño de la escena

y tomar a saco

el don de la ubicuidad.

 

         No obstante, la realidad es un todo complejo compuesto de mil voces, voces que están ahí, que siempre han estado ahí “gritando a voz en patria” su esperanza. Cito nuevamente un fragmento del poema referido:

 

Algunos himnos

gritando a voz en patria,

no tenían las lenguas enlodadas

por el narcicismo

de su diversidad,

e iban por el mundo

cargando en realidad la cruz

de sus fronteras.

Por eso no hay qué entregarse,

atados de pies y manos,

a la desesperanza.

Llegará un día,

a la vuelta del futuro,

en que tengamos frente a nosotros:

la batuta,

y su trazo de jeroglíficos

en el aire,

las cuerdas,

los metales

y los cornos

consabidos.

 

         Inconforme con lo dicho, nos muestras en seguida los efectos, lo que en todo acto siempre hay que tener presente para evitar culpas y golpes de pecho:

 

Y de ahí brotará,

en clave de utopía,

de meta,

de deseo,

no los himnos fratricidas y antropófagos:

los himnos de rapiña.

Ni las internacionales

embaucadoras,

manantial de melodías

envenenadas,

sino un nuevo,

auténtico,

veras

canto de hermanos.

         Cerraré este mi reconocimiento a la obra de Enrique González Rojo Arthur, mi maestro de toda la vida, sugiriendo la lectura del poema oda a nuestra embarcación, del cual uno de sus versos es el epígrafe en este escrito, aunque todo él es la enseñanza de alguien que murió un cinco de marzo como hoy, a la edad de noventa y tres años, en tanto que su obra nace día a día.

         Durante este tiempo, nuestro poeta, supo que significa caminar en esta tierra de espinas encontradas, caer y levantase, vivir a solas su propia soledad y no claudicar nunca. Supo, por tanto, que, cito un verso de oda a nuestra embarcación: “todo barco, /para que lo sea, /tiene en veces /que hallarse a la deriva /o a la mala de Dios. /Bogar roto, /destartalado, /huérfano de astilleros, /harapiento de velas, /pordiosero de segundos más de vida”. Ante tal situación, le dice al marinero, al capitán, a ti y a mí juntos, lo importante y necesario que es “remar con la meta anticipada”.

         Diciembre tres, la ceniza de tu ceniza estará contigo y a la vez sin ti. Serán huesos regados con la música del agua, pesares dejados en el viento, lágrimas dulces y saladas mirando tu silencio cuando llueve.

         Serán piedras y puños de esperanza, tierra encendida buscando la mañana, sombras de luna y sol de medio día, horizonte escondido custodiando la luz de tu camino.

         Desde este día, poeta, tu sueño será un suspiro colgado en el silencio, un calor acurrucado en alguien que se fue, un árbol liberado de su sombra, de su deseo permanente de encontrar un calor lleno de espigas, de amor paterno y maternal, de amor de “canguridad” emocional, como decías.

         Diciembre tres, Enrique, piedra y ceniza serán la voz de tu silencio. Deletrearás por siempre el infinito, la naturaleza del ser y el “antiguo relato del verso de nunca acabar”.

 

Genaro González Licea

Caloclica, CDMX, marzo 5 de 2023

 

Genaro González Licea 

Fotografía sin datar