DICIEMBRE TRES, CENIZA E INFINITO
Todo
barco,
para
que lo sea,
tiene
que conocer,
vivir,
saborear
una
tempestad.
Enrique
González Rojo Arthur
Al pie
de tu mirada o ganados por el día
Diciembre tres, poeta, será un día de silencio y canto. Desde ese día, Enrique, estarás en un lugar florido, verde y apacible como un lirio sonriendo debajo de una piedra.
Respirarás, ahora, la humedad de
tus palabras, el musgo nacido de las piedras, el aire amoroso de tu voz, la
libertad de tu ser unido al infinito. Serás, por siempre, el poeta de la esperanza,
la dignidad y la resistencia cotidiana, polvo que vuelve al polvo, raíz y
humedad de barro, viento de huesos flotando entre las hojas.
Hablarás con la soledad del viento,
como lo hacen dos viejos amigos de la infancia. Se abrazarán como tantas veces
y juntos andarán sin un centavo de tristeza recorriendo los recuerdos, las luces
oscuras escondidas en los charcos dejados por la luna, el vacío de su vacío que
en la nada habita y deletrea el infinito.
La soledad será tu eterna
compañía, el silencio abrazando tu ceniza, el sol lejano tocándote los pasos,
la sombra desnuda mirando el reposo silente de tus ojos. Soledad dolorosa que endulza
tu tristeza desde niño, compañera amorosa de agua y de neblina, de vientre
ausente que nunca te ha dejado, y no te dejará en este tu nuevo alumbramiento,
quizá, el último de todos. Y digo quizá, porque ella, igual que nosotros, es
“necesidad —nunca satisfecha— del otro”, es indigencia, como indigente es el
tiempo y el infinito mismo.
El polvo se abraza con el polvo,
con la luz que resucita en la neblina, con la sombra que duerme en el silencio
como un niño, como un suspiro olvidado al mirar su sepultura.
Todo el infinito es hoy poesía, Enrique,
oh poesía, dirías tú, “microscopio que descubre la ilusión de lo invisible, sacas
de su madriguera lo extraviado y nos dibujas en las pupilas los contornos
insospechados del vacío”. Todo es voz en liberad escuchando en silencio su
vacío, rostro de esperanza en la conciencia de un capullo, polvo encallado en
la pureza más pura de la nada, nada íntegra, virgen, cristalina, “con nada de
impureza”, como bien tú lo dirías.
La tierra alimentará tu hambre,
la lluvia tu sed de mediodía, el viento te verá caminar como entre espinas, y
las piedras serán la casa donde habite el verdor de tu palabra.
Seguramente desde hoy escucharás
por la mañana el olor de las flores, y más tarde al horizonte leyéndote un
poema. Seguramente, también, el silencio de la luna platicará contigo hasta sentir
el alba, y en el rocío descansará el humo de tus huesos recordando la luz de los
luceros, de los seres queridos que, igual que tú ahora, son aire vacío unido al
viento.
El polvo unido al polvo, a la
libre sombra que fluye en la llanura, luz ciega que mira el firmamento, raíz
poética de ver profundo, origen del origen, voz del silencio, canto del canto
fecundado. Serás, eres ya a partir de ahora, un todo unido con la nada, una
metamorfosis de luz y sombra, una tierra indigente como el agua, un frío
migrante como el polen, un canto y alarido buscando, siempre buscando, la
identidad del ser, el misterio de luz dispersa en un abismo ennegrecido.
Escuchemos el silencio, la
sabiduría que habla en el silencio, tu silencio, alma volátil que languidece
con la luz y se une al silencio de la nada, nuestro silencio también ahora. “Dejemos
los prejuicios encima del ropero”, bien decías, y “seamos todo oídos: sepamos
del mandamiento inexorable de que nunca se debe “mencionar el nombre de la nada
en vano””.
La nada, el viento, el silencio.
La luz de la orfandad unida al firmamento, el abandono de tu alma encerrada
entre tu puño. Las grietas de tu andar sobre la tierra y el buscar con tu dolor
el rostro de tu rostro abandonado, son parte del polvo y del silencio ahora, del
“alfabeto de la soledad”, como solías llamarlo. En realidad, siempre lo han
sido, mas nuestros oídos son ciegos para ver el caminar del alma.
El desamparo y el abandono de
entonces, son tan grandes como los de ahora, en ambos estuviste y estás tú y
nadie más, mirando el ser a solas con tus ojos. El silencio entonces, el silencio
ahora. La vida y la muerte en movimiento, viento y ceniza mirando el firmamento.
El alma entera fue siempre tu
palabra. Letras construidas con una gramática muy tuya y un sinfín de tristezas,
dolores, alegrías y silencios. Misterios e interrogantes del hombre en su andar
sobre la tierra. Hay deseos y vivencias, sueños y realidades, como bien lo
dices citando a Sigmund Freud, que el hombre abriga y “no quisiera comunicar a
los demás ni aun siguiera confesarse a sí mismo”, y eso se entiende y se
respeta.
Por todas estas cosas y muchas
más, mirar ahora tus cenizas hablar con una piedra, revive el pensamiento y purifica
el alma. Saber que estás sin estar ahí, acompañado del silencio, la soledad y
quizá tu inseparable migraña, tu “cáncer de la guarda”, compañera con la cual,
según aseguraste, compartirías “el mismo epitafio o el paladar de idénticos
gusanos”, anima a no claudicar en estos caminos llenos de piedras y egoísmo.
Ver la vivacidad de tu obra
(literaria, filosófica, académica y política) es palpar un ojo de agua dejado en
el desierto. Tu obra sigue en las aulas, en los estudiantes, en las personas de
a pie, en los mercados y en los andamios, en los socavones de las minas y en
los surcos resecos del campo abandonado, sigue, según percibo, propiciando
conciencia ciudadana. Habrá, seguramente, homenajes de templete y estatuas de
cristal, hecho lógico en una obra de la magnitud como la tuya. Sin embargo, tu
obra está por encima de todos esos avatares, siempre al margen del poder y al
lado de los más necesitados.
Aunque me muera de ganas, nos
dices, “no puedo de un brinco /hallarme en la copa de un árbol /para
intercambiar palabras /con mi estrella favorita”, y agregas:
Pero sí que puedo,
ahora a mis 90 años,
ayudar a una anciana de 100
y pasar la calle.
Sí que me es posible
rechazar un homenaje que,
en un descuido,
la mafia del poder
quisiera organizarme creyendo que,
en la epidemia de olvidos que padezco,
se halla el no y su militancia
de siempre.
No al poder, sí a la solidaridad,
a la militancia ciudadana solidaria. El poder, ese instrumento fagocita que se
traga conciencias y libertades, continúo con tus palabras, “doblega arbitrios,
/cercena ademanes/ si y sólo sí el súbdito /impedido por un corazón agusanado/
tiende a arrastrarse por la tierra”. Tu postura distante y crítica al poder y
más si este es absoluto.
Hay sin embargo un poder distinto
que puede contrarrestar este poder, hay un contrapoder muy presente en ti y en
tu palabra, el poder autogestionario que cada quien tiene en sus entrañas, poder
nada divino, por el contrario, plenamente terrenal y de gente solidaria, gente de
a pie, de overol y andamio, mineros de cobre y de carbón, campesinos de maíz y
voz de barro.
Fomentar y defender tu obra es
una responsabilidad cultural de todos, incluso, por supuesto, de las propias
instituciones del Estado. Seguramente se intentará santificar tu imagen,
sacralizar tu puño en oro, desnaturalizar la fuerza de tu voz, pero nada
lograrán, tu obra es de raíces muy profundas que traspasan la tierra y los
océanos, es palabra colectiva, voz subterránea nacida del dolor de la injusticia
y la pobreza, es la esperanza y libertad de un hombre emancipado, un hombre de conciencia.
De ahí tu canto a mis
herederos, a tus seres queridos, a tus hijos, a la humanidad
entera. A todos, y cada uno lo tome a su manera, nos dejaste, tu “rechinar de
dientes” y una digna actitud frente a la vida y al poder: “deseo que odien el
poder hasta más no poder. /Que no den nunca /el brazo de su rectitud /a torcer”,
y agregas: “mis hijos saben /que todo esto /tiene que ver con el amor”. La
dignidad, el poeta de la dignidad está presente.
Tu obra nació y creció al ras del piso, sigue y
seguirá de pie, sembrando conciencia, hablando de la médula de la reproducción
del capital, de la plusvalía, de la explotación del trabajo asalariado y de la
libertad del ser humano. No se perderá en los espejismos de la piel, en el humo
del discurso y, mucho menos, en el olvido.
Lo cual se traduce, por una parte, en no confundir
los distintos y los contrarios: “la luna y el perro son distintos. /El día y la
noche, contrarios. /Un seno y el otro, distintos. /La poesía y el orden
existente, contrarios”, y por otra, en que, llegado el caso, quedará siempre el
recurso vivo de la clandestinidad, experiencia que relatas de la siguiente
manera: “a fin de protegerle /de la fumigación ideológica, /en los libros, /en
los sotabancos, /en los sótanos /o entre los entretelares de la discreción. /La
hicimos pasar a la clandestinidad. /Le ceñimos una máscara de letras, /un
pasamontaña hecho /con trozos de noche /que, voraz, /desdibujó sus huellas
dactilares /y convirtió la pila bautismal en pieza de museo”.
Tu obra sigue y seguirá de pie,
Enrique, y no me refiero solamente a la ya clásica Para deletrear el
infinito, parte importante del todo, más no el todo, sino a toda tu obra en
el sentido pleno y amplio de la palabra. Es cierto que mencionaste que, al concluir
Al
pie de tu mirada o ganados por el día, concluías, a la vez, el
proyecto poético de convertir, en libro, cada uno de los cantos que integran Para
deletrear el infinito. El proyecto sí, el proyecto, porque, en realidad, en
cuestiones de poesía, palabra y canto, el trabajo es un cuento de “nunca
acabar”.
Recuerdo aquí tu poema obsesión. En él
asomas el trabajo del escritor, la artesanía de construir el contenido y
significado de la palabra. Una idea admite mil maneras de ser dicha, comprende realidades
de múltiples colores, encarna historicidad y alma en sus entrañas. De ahí tu
expresión en el poema recién citado: “deletrear la
mayor de las palabras /no es el menor de los suplicios: /cuando estoy a punto
de decir todas sus letras /se viene abajo la última sílaba /y tengo que
volver a empezar”.
En efecto, hay otros suplicios que te aquejan,
uno de ellos, enlazado con lo anterior, es el mito de Sísifo, el cual
comprende, entre otros temas, el dolor, el suicidio (tema filosófico por
cualquier lado que se le vea), el amor a la vida, el absurdo, la muerte en
vida, la culpa, la renuncia a la libertad, el encadenamiento a algo o a uno
mismo, el masoquismo, el destino, el poder como necesidad, la repetición de una
y otra vez lo mismo, comer y levantarse por los siglos de los siglos.
Sin embargo, es común que poco o nada de esto
se perciba, y entonces, Enrique, se entiende por qué “deletrear la mayor de las
palabras no es el menor de los suplicios” y menos todavía cuando estás a punto
de decir todas sus letras y “se viene abajo la última sílaba” y hay que volver
a empezar. No, este “no es el menor de los suplicios”, sino “el adelgazamiento,
/la vulgarización del mito de Sísifo: /aparece como el tronco /que en las
ferias de los pueblos /yergue la forma /austera, /ridícula, /innoble /y
ensebada /que asume lo imposible”.
Razonamiento que, muy tu forma de ser,
concluyes, e inicias, con una interrogante, filosófica por excelencia:
¿No
será que en el fondo
querría
yo ubicarme
no en
sitio del ser
que,
mordiéndose las uñas, deletrea
su
pobre finitud en lo infinito,
sino
allá en el lugar donde pervive,
gozando
de las mieles que produce
un
panal de relojes descompuestos,
la
eternidad que arroja a la basura
la
completa redada de sepulcros?
Por
eso, en veces,
querría
yo encontrarme
no del
lado de aquel que deletrea,
sino
del ser que se halla deletreando.
Más
que remedio.
Como
debo de ponerme
la
camisa de fuerza del ni modo.
No
tengo más opción que conformarme.
Aullar
mi puño.
Morderme
un sueño.
Tu enseñanza es más que duradera, no
solo la que se refiere a la congruencia entre el decir y el actuar, sino
también la que comprende tu calidad humana, tu obra filosófica, política,
literaria, poética y, en particular, la que se refiere a tu gran respeto y
humildad al acercarte a la naturaleza del fluir del ser, de las cosas y de los
fenómenos sociales: “las cosas son como son. /El ser que las amasa, las
contamina. /Ellas no tienen la más mínima posibilidad /de incomodar al destino /
y desoír su mandato”.
A las anteriores agregaría una más, y
es precisamente la que se refiere a la práctica, te encuentres donde te
encuentres, de siempre estar atentos y vigilantes a los comportamientos del
poder, por ejemplo, al comportamiento de los himnos nacionales, más de aquellos
cantos que surgen en su contra, cito unos versos del poema nota a nota:
Contra
los himnos nacionales,
surgió
un día,
destruyendo
fronteras,
arrinconando
límites,
desactivando
idiomas,
un
canto con pretensiones ecuménicas.
Pero
poco a poco
la
gente fue advirtiendo
que
ese cántico era
un
himno nacional enmascarado.
Un
himno patrio simulador
que
buscaba
el holocausto
de todos los himnos nacionales
para
quedar dueño de la escena
y
tomar a saco
el don
de la ubicuidad.
No obstante, la realidad es un todo
complejo compuesto de mil voces, voces que están ahí, que siempre han estado ahí
“gritando a voz en patria” su esperanza. Cito nuevamente un fragmento del poema
referido:
Algunos
himnos
gritando
a voz en patria,
no
tenían las lenguas enlodadas
por el
narcicismo
de su
diversidad,
e iban
por el mundo
cargando
en realidad la cruz
de sus
fronteras.
Por
eso no hay qué entregarse,
atados
de pies y manos,
a la
desesperanza.
Llegará
un día,
a la
vuelta del futuro,
en que
tengamos frente a nosotros:
la
batuta,
y su
trazo de jeroglíficos
en el
aire,
las
cuerdas,
los
metales
y los
cornos
consabidos.
Inconforme con lo dicho, nos muestras
en seguida los efectos, lo que en todo acto siempre hay que tener presente para
evitar culpas y golpes de pecho:
Y de
ahí brotará,
en
clave de utopía,
de
meta,
de
deseo,
no los
himnos fratricidas y antropófagos:
los
himnos de rapiña.
Ni las
internacionales
embaucadoras,
manantial
de melodías
envenenadas,
sino
un nuevo,
auténtico,
veras
canto
de hermanos.
Cerraré este mi reconocimiento a la
obra de Enrique González Rojo Arthur, mi maestro de toda la vida, sugiriendo la
lectura del poema oda a nuestra embarcación, del cual uno de sus versos
es el epígrafe en este escrito, aunque todo él es la enseñanza de alguien que murió
un cinco de marzo como hoy, a la edad de noventa y tres años, en tanto que su
obra nace día a día.
Durante este tiempo, nuestro poeta,
supo que significa caminar en esta tierra de espinas encontradas, caer y
levantase, vivir a solas su propia soledad y no claudicar nunca. Supo, por
tanto, que, cito un verso de oda a nuestra embarcación: “todo barco, /para
que lo sea, /tiene en veces /que hallarse a la deriva /o a la mala de Dios. /Bogar
roto, /destartalado, /huérfano de astilleros, /harapiento de velas, /pordiosero
de segundos más de vida”. Ante tal situación, le dice al marinero, al capitán, a
ti y a mí juntos, lo importante y necesario que es “remar con la meta
anticipada”.
Diciembre tres, la ceniza de tu ceniza estará
contigo y a la vez sin ti. Serán huesos regados con la música del agua, pesares
dejados en el viento, lágrimas dulces y saladas mirando tu silencio cuando
llueve.
Serán piedras y puños de esperanza,
tierra encendida buscando la mañana, sombras de luna y sol de medio día,
horizonte escondido custodiando la luz de tu camino.
Desde este día, poeta, tu sueño será un
suspiro colgado en el silencio, un calor acurrucado en alguien que se fue, un
árbol liberado de su sombra, de su deseo permanente de encontrar un calor lleno
de espigas, de amor paterno y maternal, de amor de “canguridad” emocional, como
decías.
Diciembre
tres, Enrique, piedra y ceniza serán la voz de tu silencio. Deletrearás por
siempre el infinito, la naturaleza del ser y el “antiguo relato del verso de
nunca acabar”.
Genaro González Licea
Caloclica, CDMX, marzo 5 de 2023
Fotografía sin datar