lunes, 13 de noviembre de 2023

Reconocimiento de Genaro González Licea al maestro Rodolfo Jiménez Guzmán, académico, psicoanalista y gran persona todo él.

 

Maestro Rodolfo Jiménez Guzmán
Fotografía del muro de Facebook del maestro Rodolfo 



     A Rodolfo Jiménez Guzmán

 

 Rodolfo, amigo, diles a los dioses

lo cansado que estás de ver lo oscuro de la vida

en los ojos del otro que son parte de tus ojos,

la vida, tu vida, nuestra vida,

el sentido inacabado de la vida,

triste, mezquina y desolada,

agridulce y alegre por instantes,

tan solo por instantes.

 

Diles tu deseo de sentir lo plácido del sol,

lo fresco del lago durmiendo en los zarzales,

lo apacible del viento jugando con la escarcha,

el suspiro del agua mojándote los pasos.

 

Díselos, con esa tu sonrisa

carente de odios y temores,

con esa tu fuerza,

tu amorosa fuerza de vivir y mirar

el misterio de las luces y sombras que no vemos,

si no es por asomarnos a lo interno de tus ojos.

 

Y ahí está la revelación del otro yo:

los sueños escondidos

como almas leprosas viviendo su destierro,

los deseos clavados como espinas en la boca,

las culpas arrastradas

como muertos que laten sin olvido,

rostros rasgando las entrañas,

remordimientos llagados sin saberlo,

grilletes y duelos escurriendo entre la herida,

flor de tumores que de tanto sentir ya nada sienten,

pero están ahí, contigo hablan

y chillan y pujan y revuelcan,

igual que los pecados hirviendo

en la cal y la sal de penitencia.

 

Diles que ya quieres descansar un poco,

sentir el aroma de la hierba correr sobre tus pasos,

la neblina enredada en el fondo de tus ojos,

la humildad del camino sintiendo

el silencio de tu sombra,

el renacer del viento,

la piedra de tu ser

hundida en tu propia piedra desolada,

libre, libremente abandonada,

abandono amoroso

de un alma serena y sosegada.

 

Diles que la enseñanza en la vida

no se acaba nunca,

que vivir es un arar sin fondo,

un horizonte sin orilla,

un venero de hallazgos y crujir de tempestades

que nacen y mueren

como brisa perdida sobre el mar,

plenitud del ser, del sentido de tu ser,

en el andar de tu camino.

 

Díselos, díselos tú,

porque yo soy egoísta

y no quiero que descanses,

ni dejes que los naranjos

crezcan alejados de tu sombra,

y mucho menos que en las semillas

de futuros follajes coloridos,

aniden cadáveres atados,

culpas y miedos escondidos

al no escuchar tu voz.

 

Rodolfo, amigo,

sé que los dioses te escucharán.

Diles que quieres descansar un poco,

díselos, díselos tú,

porque yo soy egoísta

y no quiero que descanses.

 

 

Del libro:

Silencio y abandono de Genaro González Licea