ENRIQUE GONZÁLEZ ROJO ARTHUR Y LA BÚSQUEDA DE LIBERTAD
Genaro González Licea
Primero que nada, mi agradecimiento a la UNAM en
general, al Centro Libre de Experimentación Teatral y Artística (Cleta) en
particular, por organizar en este día internacional de la poesía, esta Tertulia
Homenaje a Enrique González Rojo Arthur.
Saludos a la maestra Alicia Torres, a Graciela y a Guillermo
González Phillips. Gracias por invitarme a este homenaje a González Rojo. Por
cierto, desde aquí mi reconocimiento a Guillermo González Phillips, por su gran
sensibilidad al tocar unas notas musicales de Manuel M. Ponce, con unas
palabras que hago también mías: “adiós padre poeta”.
Me da
gusto que nos reunamos nuevamente en torno a Enrique González Rojo, cuatro escritores,
de muchos otros, por supuesto, que participamos en aquellas reuniones sabatinas
que Enrique llamaba, precisamente, tertulias. Todos con una personalidad y
estilo propio muy definido. El respeto al otro era siempre el eje rector.
Qué bien
que hablemos de la obra de González Rojo, de cualquiera de las aristas de su obra
ubicada y ubicable en el alma de las personas que transitan, que transitamos en
la vida cotidiana. Su obra, hay que decirlo hasta el cansancio, está lejos del
pedestal de la cultura, y muy cerca, en cambio, de las personas que transitan y
razonan al ras del suelo, buscando, siempre buscando, la luz del día: estudiantes,
obreros, académicos, filósofos y personas en general que aman la vida y a este
hermoso país donde habitamos, a pesar de que, en él, refiere nuestro poeta en El
tercer Ulises o en cierto gris sentido y otros poemas, “la clandestinidad
es una ciencia. Necesaria para protegerse del Estado, la burguesía, los
granaderos y los maridos celosos”. Pero más todavía, apunta en El quíntuple balar
de mis sentidos, es un país “invadido de Díaz y de Díaz, presa de hordas de
Díaz”, o de gente armada hasta los dientes al servicio del Estado.
Enrique
González Rojo, precisamente por esta forma de ser y decir las cosas, por su
congruencia militante al lado de las personas explotadas, pobres y discriminadas,
pero, sobre todo, por su don de gente y forma de apreciar la condición humana, vivió
y vivirá, en un permanente reconocimiento nacido del alma de la gente. Ese
reconocimiento que nace del otro sin ser solicitado. Reconocimiento leal, honesto,
humano para otro ser humano, en este caso, demasiado humano.
Yo qué
más quisiera tener la autoridad de hablar de la obra de González Rojo con la certeza
que se requiere, mi conocer es modesto y la obra a comentar es apabullante en
amplitud y contenido. Si me permiten, yo solo hablaré de una idea de González
Rojo, y por supuesto, en forma nada acabada, la cual intuyo que tiene un fuerte
contenido y significado social, político, filosófico y, en gran parte psicológico,
tema este último, por cierto, muy poco estudiado en la obra de nuestro homenajeado.
Esa idea, dicha con mis palabras, es esta: en términos
de conocimiento, individual o colectivo, no hay blancos y negros y mucho menos
determinismos (remarco los ismos), o ideas fijas, preconcebidas, que
anteceden a la explicación de los hechos antes que a su propia manifestación en
su devenir y comportamiento natural concreto, social, económico o político.
Al
respecto, cito nuevamente El tercer Ulises o en cierto gris sentido y otros
poemas, ya que ahí, según veo, Enrique expresa la idea a la que me refiero
de la siguiente manera: “no ignoro que lo blanco y que lo negro en cierto gris
sentido no difieren”, y menos aún que, ahora voy a Las Huestes de Heráclito:
“todo ismo (nuevamente el subrayado es mío) acaba por contrabandear incienso. O
lucir la voz afónica /de la moneda falsa”, y concluye: “en lo esencial decirnos
camaradas o hermanos es lo mismo. /Es reconocernos hijos de idéntica madre: /con
placenta de agua bendita, /leche bifurcada, /vientre con vocación de paraíso”.
Entiendo entonces, por tanto, que antes de emprender la
lucha social, cultural o política, es recomendable emprender una lucha contra
nosotros mismos, contra las enseñanzas repletas de prejuicios que hemos
adquirido y es posible que estemos dispuestos a reproducir. Y ahí se asoma,
entre otros autores, Wilhelm Reich, así como la labor psicoanalítica de Enrique
en su poesía. Su terapia poética al alcance de todos.
En toda
su obra está el tema referido, sin embargo, en su poema el hereje, es
más que claro al señalar: “yo hablaba /de que el enemigo principal /era el sexo
reprimido, /tapiado en su bragueta moralista”. El tema está sobre la mesa:
represión o libertad del ser en todos sus aspectos. Buscar la libertad del
inconsciente, repleto de culpas, prejuicios y oraciones dogmáticas, y promover,
al mismo tiempo, la libertad colectiva, la lucha partidaria, o plegarnos a la
represión del ser, a la represión de la conciencia que la misma reproducción de
capital implementa como sistema.
Naturalmente,
es altamente probable que las consecuencias de los actos de una persona reflexiva,
crítica y autocritica, de una persona no sujeta a la dictadura del rey, al estándar
de comportamiento preestablecido, sea excomulgado, expulsado, de los partidos
políticos, de los sindicatos, o de cualquier espacio de dominio y de poder, donde
brille por su ausencia la tolerancia, la reflexión y el sentido crítico, e
impere, en contra partida, el dogma irrefutable que no admite la más mínima
expresión de duda.
Nuestro
poeta no fue la excepción, lo expulsaron del Partido Comunista y de los
círculos del poder de la cultura. Dicho partido, que vivía en ese entonces en
las zonas clandestinas del sistema, decidió, cito al propio Enrique y nuevamente
el hereje: “pedirme cuentas. /Se me exigió asimismo desdecirme /y
desandar cada uno de mis libros. /Con la espada flamígera del dogma, /desollando
la piel de cualquier duda, /se me mostró el camino hacia la puerta. /Sin perder
los ideales, sin perderlos, /me sentí como Adán /cuando, expulsado, no pudo
retener del paraíso /sino tan sólo el cuerpo /de su amada”.
A renglón
seguido y sin titubeos, González Rojo se da a la tarea de cerrar filas contra
los prejuicios, las culpas y los espacios mojigatos de la historia. Cuestión
que constituye el soporte de la idea que he tratado de desarrollar aquí: su lucha
contra las cosificaciones, los dogmas y los ismos. El puño en alto en lo
social, es tan importante como el puño en alto en lo individual, en la parte psicológica
de cada quien.
Para mí,
el ejemplo más evidente de lo anterior, su terapia para todos, es su poemario Las
Huestes de Heráclito, líneas que calan hasta el inconsciente de los huesos.
Libro clave para la libertad del inconsciente, del yo, del ello y
del superyó. Menciono, como ejemplo, algunos de sus versos: “No continuaremos
encerrados /dentro de tus paredes, oh prejuicios”; “tras la sesión de crítica
/y de golpes de autocrítica en el pecho /tuve que emprender un viaje sin retorno
por la culpa /y sufrir como penitencia seguir viviendo”; en la segunda
creación está la “autocrítica de Dios, /el diluvio arrasó toda forma de
vida /sobre el haz de la tierra”; llega “Noe, segundo primer hombre, borrón y
cuenta nueva, /cargó sobre sus hombros nuestra especie, /atesoró en el Arca
/parejas de animales”.
Está
también la fe de erratas de la biblia: Adán, /tras de robarle sueños a
la rama, /se quedó inmóvil, /masticando con los ojos la sorpresa, /al ver cómo
emergía, /desde el pubis de su amada, /el árbol de los árboles. /Se supo
entonces /el padre, no sólo de Caín/ o de Abel (la primera de las guerras
mundiales) /sino de toda la especie /humana”. Caín y su odio, digo yo, que
encarna la violencia humana. La cultura de la violencia que tanto nos domina.
De
ninguna manera desconozco otros poemas, ya clásicos, por cierto, dirigidos al
puño en alto, pero también al despertar de la conciencia. Entre ellos están,
por ejemplo: “oda a la goma de borrar”, o la crítica, autocrítica y “valentía
de desdecirse, /humillar la petulancia /de pretender hablar desde el púlpito de
la tinta, /con un ademán autocrítico /que transforma los dogmas /los yerros /la
retórica /en rebaño de virutas perfumadas”; el ”discurso de José Revueltas a
los perros en el Parque Hundido”; “cuando la pluma toma la palabra”; “de mis oscuridades”;
“la clase obrera va al paraíso”; y “Penélope”, “que en la vida real se llama
Alicia”.
Es este,
a mi parecer, un acercamiento al lenguaje sublime de Enrique González Rojo Arthur,
al origen sonoro de su condición humana, de su lucha de libertad interna
compartida, de su filosofía política y batalla contra los prejuicios y los
ismos, contra la plaga emocional de la humanidad. Tema que, sin tenerlo como acabado
en estas líneas, me interesaba mucho reflexionar aquí en este su homenaje.
Caloclica, CDMEX, 21 de marzo de 2021.
Fotografía: Ingrid L. González Díaz