martes, 23 de marzo de 2021

Genaro González Licea: encuentro de poesía y cuento breve en reconocimiento a Roberto López Moreno.

 


 

Gracias por la invitación a “Espacio Ser y Crecer”, a Francisco Fierro Brito y a Marcela Romn. Mi gratitud. Para mí es muy significativo participar en este Primer Encuentro de Poesía, Minificción y Cuento Breve “Roberto López Moreno” y, de esta manera, comulgar con todos los poetas y escritores, con el público en general, en este merecido reconocimiento al poeta López Moreno. Mi participación será mediante la lectura de un par de poemas contenidos en mi libro El silencio y la sombra.


 

En la indigencia no hay más que un yo…

 

En la indigencia no hay más que un yo frente a sí mismo en pleno desamparo.

Una desnuda desolación.

Una infinita necesidad de ser, de buscar lo que no somos.

 

Hay tierra, fuego, agua y viento.

La oscuridad vacía de la nada.

El silencio y la sombra.

 

(de El silencio y la sombra; Amarillo Editores, 2018)

 

 

 

Por un instante seré la sombra de un árbol…

 

Por un instante seré la sombra de un árbol que no existe,

un silencio tornasol dormido atrás del tiempo.

 

Seré un aroma de cenizas perdido entre sus ramas,

gemido de tierra fecundada,

brasas que envuelven el agua abandonada.

 

(de El silencio y la sombra; Amarillo Editores, 2018)

 

 Fotografía de Ingrid L. González Díaz  

 

El sentido de la muerte

 

El sentido de la muerte,

el latido vital de morir un día,

es la única certeza que me abraza,

y me abrasa.

 

La muerte es agua,

fuerza para vivir la indigencia en la que vivo.


(de El silencio y la sombra; Amarillo Editores, 2018)

 

 

 

Despierto tirado entre las hojas

 

 

Despierto tirado entre las hojas y mastico en silencio la indigencia en la que vivo.

 

En los escombros mis recuerdos se bañan mutilados,

huyen de sí mismos al verse desnudos como un relámpago sin agua.

 

La mañana huele a muerto, a cirio adolorido.

Mi cuerpo esta tirado

y mi alma se agrieta con el frío.


(de El silencio y la sombra; Amarillo Editores, 2018)


Genaro González Licea

Fotografía sin datar



lunes, 22 de marzo de 2021

Genaro González Licea: Enrique González Rojo Arthur y la búsqueda del devenir del tiempo y del tiempo mismo.

 


ENRIQUE GONZÁLEZ ROJO Y LA BÚSQUEDA DEL DEVENIR DEL TIEMPO Y DEL TIEMPO MISMO.

 

Genaro González Licea

 

Gracias a la maestra Alicia, a Graciela y a Guillermo González Phillips, por permitirme participar en este Póstumo Homenaje Poético a Enrique González Rojo Arthur y, por supuesto, gracias también a “Espacio Ser y Crecer”, a Francisco Fierro Brito, a Marcela Romn y a Flor Mendoza por permitirme compartir en este hermoso espacio la palabra.

         En lo personal solamente leeré unas líneas de su poesía. Líneas que están como epígrafe en un poemario mío, en el cual traté de abordar el tema de la soledad del indigente, la soledad del ser, la soledad humana, la soledad del tiempo. Tema, por cierto, que tuve la oportunidad de dialogar con él.

         Antes de ello, permítanme exponer una breve reflexión sobre su obra. Hablar de la obra de Enrique González Rojo Arthur y, más aún, de él mismo, equivale, algo así como intentar deletrear el infinito. Su obra es amplía y compleja, llena de aristas colmadas de sabiduría, de sapiencia, de luces, hallazgos y sorpresas que nunca imaginamos contemplar. Su contenido teórico, social, ideológico y literario, tiene raíces muy profundas.

         La verdad es que para hablar de una obra así, hay que pensarlo muy bien. Caso contrario con suma facilidad nos podemos ir de bruces al pantano. Soy, naturalmente, el menos indicado para hablar de su obra, y de él mismo, por supuesto. En particular por mi gran respeto y amistad que desde mi juventud me unió a él. Es posible que lo cercano sea lo más difícil de ver. Que lo conocido, precisamente por ser conocido, no sea reconocido, diría Hegel. Sin embargo, haciendo uso de una enseñanza suya, trataré de esbozar una posible forma de acercarnos a la misma.

         En una ocasión Enrique mencionó que “los sentimientos y estados de ánimo, por intensos que sean, interesan poco o nada cuando se trata de analizar una obra poética”, o de cualquier índole. En ese sentido, y no sin ciertos titubeos, me atrevo a decir que, para acercarnos de una mejor manera a la obra de González Rojo, uno requiere despojarse de prejuicios y soberbia. Es indispensable humildad, mucha humildad. Caso contrario el venero de conocimiento ahí contenido, además de pasar desapercibido, es posible que en nosotros provoque cierta ceguera.

         Estimo también, por otra parte, la necesidad de mantener cierta prudencia y cautela, ello en virtud de que con suma facilidad podemos caer en la tentación de expresar generalidades de su obra e incurrir en grabes imprecisiones y simplificaciones sin fundamento.

         Hasta donde percibo, una constante en la obra de Enrique González Rojo es el comportamiento natural del devenir del tiempo, la transformación de la esencia de las cosas y, por tanto, la ausencia de puntos fijos en ese devenir. La constante, por tanto, es la búsqueda en el devenir del tiempo y del tiempo mismo. El hallazgo de realidades que se expresan siempre de distinta manera. El ser es, “desde siempre, un siendo”, un “viajar en la carroza de lo efímero”, nos decía.

         En suma, a mi parecer, la obra de González Rojo es tan amplia y compleja que difícilmente, salvo excepciones, admite generalidades. Su fuerza y fortaleza está y estará siempre en la reflexión y en el pensamiento críptico, en las aulas y en el actuar social que vive el desequilibrio del capitalismo en la vida cotidiana.

         En congruencia con lo anterior, yo creo también que la obra de González Rojo cargará, por siempre, una “Y” como piedra filosofal. Una conjunción que comulgará con la revelación del conocimiento, y gracias a la cual podremos deletrear de una mejor manera el infinito. Esa “Y”, en realidad, es un eslabón de su “gramática iracunda” contenida en la esencia de su propia obra. Es y será recurrente, por tanto, escuchar, por ejemplo: Enrique González Rojo “Y” la filosofía, la política, el psicoanálisis, el marxismo, la dignidad humana, la literatura, Platón, Hegel, Revueltas, “y” tantos y tantos otros temas.

         Dicho lo anterior, el verso de González Rojo que prometí leer, ubicado en “Confidencias de un árbol”, corre de la siguiente manera:

Me aproximo a la nada. La olfateo. Demando la agonía. Voy al grano.

Amenazo al oxígeno y golpeo las puertas de no sé qué meridiano,

donde se oye el aullido del gusano que tiene en mi epidermis su trofeo.

 

Caloclica, CDMEX, 11 de marzo de 2021.

Fotografía: Ingrid L. González Díaz
 



Genaro González Licea: Enrique González Rojo Arthur y la búsqueda de libertad.

 



ENRIQUE GONZÁLEZ ROJO ARTHUR Y LA BÚSQUEDA DE LIBERTAD

 

Genaro González Licea

 

Primero que nada, mi agradecimiento a la UNAM en general, al Centro Libre de Experimentación Teatral y Artística (Cleta) en particular, por organizar en este día internacional de la poesía, esta Tertulia Homenaje a Enrique González Rojo Arthur.

Saludos a la maestra Alicia Torres, a Graciela y a Guillermo González Phillips. Gracias por invitarme a este homenaje a González Rojo. Por cierto, desde aquí mi reconocimiento a Guillermo González Phillips, por su gran sensibilidad al tocar unas notas musicales de Manuel M. Ponce, con unas palabras que hago también mías: “adiós padre poeta”.

         Me da gusto que nos reunamos nuevamente en torno a Enrique González Rojo, cuatro escritores, de muchos otros, por supuesto, que participamos en aquellas reuniones sabatinas que Enrique llamaba, precisamente, tertulias. Todos con una personalidad y estilo propio muy definido. El respeto al otro era siempre el eje rector.

         Qué bien que hablemos de la obra de González Rojo, de cualquiera de las aristas de su obra ubicada y ubicable en el alma de las personas que transitan, que transitamos en la vida cotidiana. Su obra, hay que decirlo hasta el cansancio, está lejos del pedestal de la cultura, y muy cerca, en cambio, de las personas que transitan y razonan al ras del suelo, buscando, siempre buscando, la luz del día: estudiantes, obreros, académicos, filósofos y personas en general que aman la vida y a este hermoso país donde habitamos, a pesar de que, en él, refiere nuestro poeta en El tercer Ulises o en cierto gris sentido y otros poemas, “la clandestinidad es una ciencia. Necesaria para protegerse del Estado, la burguesía, los granaderos y los maridos celosos”. Pero más todavía, apunta en El quíntuple balar de mis sentidos, es un país “invadido de Díaz y de Díaz, presa de hordas de Díaz”, o de gente armada hasta los dientes al servicio del Estado.

         Enrique González Rojo, precisamente por esta forma de ser y decir las cosas, por su congruencia militante al lado de las personas explotadas, pobres y discriminadas, pero, sobre todo, por su don de gente y forma de apreciar la condición humana, vivió y vivirá, en un permanente reconocimiento nacido del alma de la gente. Ese reconocimiento que nace del otro sin ser solicitado. Reconocimiento leal, honesto, humano para otro ser humano, en este caso, demasiado humano.

         Yo qué más quisiera tener la autoridad de hablar de la obra de González Rojo con la certeza que se requiere, mi conocer es modesto y la obra a comentar es apabullante en amplitud y contenido. Si me permiten, yo solo hablaré de una idea de González Rojo, y por supuesto, en forma nada acabada, la cual intuyo que tiene un fuerte contenido y significado social, político, filosófico y, en gran parte psicológico, tema este último, por cierto, muy poco estudiado en la obra de nuestro homenajeado.

Esa idea, dicha con mis palabras, es esta: en términos de conocimiento, individual o colectivo, no hay blancos y negros y mucho menos determinismos (remarco los ismos), o ideas fijas, preconcebidas, que anteceden a la explicación de los hechos antes que a su propia manifestación en su devenir y comportamiento natural concreto, social, económico o político.

         Al respecto, cito nuevamente El tercer Ulises o en cierto gris sentido y otros poemas, ya que ahí, según veo, Enrique expresa la idea a la que me refiero de la siguiente manera: “no ignoro que lo blanco y que lo negro en cierto gris sentido no difieren”, y menos aún que, ahora voy a Las Huestes de Heráclito: “todo ismo (nuevamente el subrayado es mío) acaba por contrabandear incienso. O lucir la voz afónica /de la moneda falsa”, y concluye: “en lo esencial decirnos camaradas o hermanos es lo mismo. /Es reconocernos hijos de idéntica madre: /con placenta de agua bendita, /leche bifurcada, /vientre con vocación de paraíso”.

Entiendo entonces, por tanto, que antes de emprender la lucha social, cultural o política, es recomendable emprender una lucha contra nosotros mismos, contra las enseñanzas repletas de prejuicios que hemos adquirido y es posible que estemos dispuestos a reproducir. Y ahí se asoma, entre otros autores, Wilhelm Reich, así como la labor psicoanalítica de Enrique en su poesía. Su terapia poética al alcance de todos.

         En toda su obra está el tema referido, sin embargo, en su poema el hereje, es más que claro al señalar: “yo hablaba /de que el enemigo principal /era el sexo reprimido, /tapiado en su bragueta moralista”. El tema está sobre la mesa: represión o libertad del ser en todos sus aspectos. Buscar la libertad del inconsciente, repleto de culpas, prejuicios y oraciones dogmáticas, y promover, al mismo tiempo, la libertad colectiva, la lucha partidaria, o plegarnos a la represión del ser, a la represión de la conciencia que la misma reproducción de capital implementa como sistema.

         Naturalmente, es altamente probable que las consecuencias de los actos de una persona reflexiva, crítica y autocritica, de una persona no sujeta a la dictadura del rey, al estándar de comportamiento preestablecido, sea excomulgado, expulsado, de los partidos políticos, de los sindicatos, o de cualquier espacio de dominio y de poder, donde brille por su ausencia la tolerancia, la reflexión y el sentido crítico, e impere, en contra partida, el dogma irrefutable que no admite la más mínima expresión de duda.

         Nuestro poeta no fue la excepción, lo expulsaron del Partido Comunista y de los círculos del poder de la cultura. Dicho partido, que vivía en ese entonces en las zonas clandestinas del sistema, decidió, cito al propio Enrique y nuevamente el hereje: “pedirme cuentas. /Se me exigió asimismo desdecirme /y desandar cada uno de mis libros. /Con la espada flamígera del dogma, /desollando la piel de cualquier duda, /se me mostró el camino hacia la puerta. /Sin perder los ideales, sin perderlos, /me sentí como Adán /cuando, expulsado, no pudo retener del paraíso /sino tan sólo el cuerpo /de su amada”.

         A renglón seguido y sin titubeos, González Rojo se da a la tarea de cerrar filas contra los prejuicios, las culpas y los espacios mojigatos de la historia. Cuestión que constituye el soporte de la idea que he tratado de desarrollar aquí: su lucha contra las cosificaciones, los dogmas y los ismos. El puño en alto en lo social, es tan importante como el puño en alto en lo individual, en la parte psicológica de cada quien.

         Para mí, el ejemplo más evidente de lo anterior, su terapia para todos, es su poemario Las Huestes de Heráclito, líneas que calan hasta el inconsciente de los huesos. Libro clave para la libertad del inconsciente, del yo, del ello y del superyó. Menciono, como ejemplo, algunos de sus versos: “No continuaremos encerrados /dentro de tus paredes, oh prejuicios”; “tras la sesión de crítica /y de golpes de autocrítica en el pecho /tuve que emprender un viaje sin retorno por la culpa /y sufrir como penitencia seguir viviendo”; en la segunda creación está la “autocrítica de Dios, /el diluvio arrasó toda forma de vida /sobre el haz de la tierra”; llega “Noe, segundo primer hombre, borrón y cuenta nueva, /cargó sobre sus hombros nuestra especie, /atesoró en el Arca /parejas de animales”.

         Está también la fe de erratas de la biblia: Adán, /tras de robarle sueños a la rama, /se quedó inmóvil, /masticando con los ojos la sorpresa, /al ver cómo emergía, /desde el pubis de su amada, /el árbol de los árboles. /Se supo entonces /el padre, no sólo de Caín/ o de Abel (la primera de las guerras mundiales) /sino de toda la especie /humana”. Caín y su odio, digo yo, que encarna la violencia humana. La cultura de la violencia que tanto nos domina.

         De ninguna manera desconozco otros poemas, ya clásicos, por cierto, dirigidos al puño en alto, pero también al despertar de la conciencia. Entre ellos están, por ejemplo: “oda a la goma de borrar”, o la crítica, autocrítica y “valentía de desdecirse, /humillar la petulancia /de pretender hablar desde el púlpito de la tinta, /con un ademán autocrítico /que transforma los dogmas /los yerros /la retórica /en rebaño de virutas perfumadas”; el ”discurso de José Revueltas a los perros en el Parque Hundido”; “cuando la pluma toma la palabra”; “de mis oscuridades”; “la clase obrera va al paraíso”; y “Penélope”, “que en la vida real se llama Alicia”.

         Es este, a mi parecer, un acercamiento al lenguaje sublime de Enrique González Rojo Arthur, al origen sonoro de su condición humana, de su lucha de libertad interna compartida, de su filosofía política y batalla contra los prejuicios y los ismos, contra la plaga emocional de la humanidad. Tema que, sin tenerlo como acabado en estas líneas, me interesaba mucho reflexionar aquí en este su homenaje.

Caloclica, CDMEX, 21 de marzo de 2021.

 

Fotografía: Ingrid L. González Díaz