lunes, 28 de junio de 2021

Presentación del poemario "Tumbas en el olvido" de Genaro González Licea, en Huasca de Ocampo.

 


 

Tumbas en el olvido, o la búsqueda de la sombra emocional de lo que somos.

  

Mi gratitud a la

Dirección de Cultura de Huasca de Ocampo,

a don Arturo Copca y al poeta Hans Giébe,

por la oportunidad de presentar Tumbas en el olvido,

en el pueblo mágico de Huasca.  


 

Hay otro en mí, en nosotros tal vez, que busco, que buscamos olvidar. Es como una sombra que nos sigue y seguirá hasta la muerte. Tumbas en el olvido es un intento de reencontrarla, de reconciliarnos con ella, con esa sombra que camina sin saberlo a nuestro lado y, al mismo tiempo, recuperarnos a nosotros mismos, a nuestras raíces, a nuestro camino enterrado y desenterrado sin saberlo.

Ese otro en mí, personal y social, es un todo complejo: íntimo, público y privado. Es un ser migrante, desterrado quizá, una cultura escondida, un espectro de sentimientos muy de cada quien dejados en un aparente olvido.

         Son sentimientos que en realidad no se han ido, ni los hemos olvidado, son una parte nuestra a descubrir, a reencontrar: odios, rencores, envidias, culpas, afectos, dolores y angustias. Expresiones humanas todas ellas, tan humanas como el conocimiento consciente, racional, con el cual comulgamos y caminamos día a día.

         Tumbas en el olvido es un grito que intenta recuperar esa sombra emocional dejada en el olvido y que damos por perdida, o diluida si se quiere, aunque, muy en el fondo sabemos bien que las emociones del alma, igual que las cicatrices del cuerpo, no se borran del todo nunca.

         Palpar los sentimientos que aparentemente abandonamos implica, entre otras cosas, tener la fuerza, la valentía de ir al encuentro y reencuentro de nosotros mismos, de nuestro rostro emocional sin máscaras ni corazas. Búsqueda que encierra un dolor de alumbramiento, pero, también, una amorosa expresión de luz, una comunión muy al fondo de nosotros mismos.

         Tumbas en el olvido busca recuperar lo que creemos haber perdido y, por supuesto, es una búsqueda que duele. Recordemos que en ese olvido hay cosas que por nada del mundo queremos recordar, y otras que ni siquiera nos atrevemos a decir por el riesgo de quedar desnudos en la intimidad de nosotros mismos.

         Hay, seguramente, muchas maneras literarias de acercarse a esta comunión de sentimientos olvidados, yo me acerco con el sufrimiento y el dolor humano, tanto colectivo como el mío propio.

         Pienso que de esta manera cada quién encontrará sus propias tumbas, sus propios olvidos, escondidos y fosilizados tal vez, pero ahí, con nosotros siempre. Qué mejor que sea la poesía la que allane este camino, ello, porque según entiendo, la poesía es una expresión perdida que se encuentra en el alma de las cosas, de nosotros que habitamos este mundo.

         Tumbas en el olvido es un permanente descenso interno en nosotros mismos. Hundimiento desnudo, doloroso por tantas cosas olvidadas, huérfanas, posiblemente moribundas, pero vivas, vivas en el alma de cada quien.

         Es un recorrido mágico en los andamios del alma, en los caminos llenos de piedras y llanos, de tristezas, luces y sombras, y donde, posiblemente, surja en nosotros el hallazgo, la visión, el instante que envolverá de vida a la palabra. Ese hallazgo en la conciencia que nos muestra que no hay fondo, que jamás tocaremos el fondo del fondo.

Lo que existe es un permanente devenir del tiempo, un mundo por descubrir, un camino donde los pasos son los pasos que me siguen, los que seguimos y los que caminan a mi lado. Lo que hay es una forma de ser, una cultura que hemos olvidado.

         Tumbas en el olvido es un intento de acercarnos a nosotros mismos desde la integridad de lo que somos, desde un azul interno, subterráneo, migrante, desde un azul olvido.

Parte del recorrido de Tumbas en el olvido


Hans Giébe y Genaro González Licea, 
en la presentación de "Tumbas en el olvido", desde la Quintaesencia: 
lugar que al abrir sus ventanas le sonríe al mundo. 
Fotografía sin datar. 



Las tumbas en el olvido son íntimos secretos

donde no hay más rostro que el rostro que no somos.

…..

Así son, lo sé,

porque un día así las vi

con estos ojos que ahí se me secaron.

…..

Ese día llegué más allá del fondo de mí mismo,

me vi sin mí por un instante,

me vi sin conocerme,

era yo y el otro y el otro que nunca he sido,

y a la vez ninguno era el rostro de mi rostro,

la cara de mi cara,

la de este que soy ahora

y muerde su quebranto en su abandono.

…..

Todo era un azul olvido,

un fluir clandestino de tiempo asesinado,

un sonido abrazado a un yo desconocido.

 

Azul, azul olvido es el grito de las tumbas de mi olvido,

la carne seca envuelta en el presagio de mis manos,

la pureza de mis tristes quejidos de azul envejecido,

los lamentos enterrados

en la sombra de un yo que se ha perdido,

y sin embargo,

el eco de mi voz lo reconoce.

…..

Descendí al fondo del fondo de mí mismo.

Ahí dormían mis prejuicios enlamados,

mis egos hechos nudo,

mi cobardía de no mirarme despojado de mí,

de callar el latido de las fosas clandestinas

hundidas en mi piel avergonzada,

el eco de su grito que crece con la hiel de mi agonía.

…..

Lloro como un relámpago en la sombra

de un grito abandonado.

Toco la nada que siempre se juntó conmigo,

no encuentro el fondo

ni sé el lugar donde estoy arrinconado.

…..

No hay fondo a donde estoy, no hay fondo.

Hay deseos envueltos en la brisa perdida en la llanura.

Ojos que siendo míos me miran sin ser míos.

Silencios donde mis huesos se duelen en silencio,

donde el vacío me arrincona en el vacío

y la nada se aleja a morir entre la nada,

entre el azul olvido de la muerte de mi muerte,

y el aullido de un sueño que tal vez despierte un día.

…..

Nada es pasado en mí,

todo es tierra de noche y día,

una cultura de obsidiana que arde sobre el río,

un rezo de dioses llorando su destierro,

un cadáver olvidado junto al mío.

Unas ámpulas comiéndose mi herida,

lamiendo el olor de mi pasado,

la pus de mis culpas sentenciadas,

mi carne que escurre callada mirando hacia el océano.

…..

Yo construí esas tumbas,

son parte de mi sombra destrozada,

de mi alma envejecida como luz decapitada,

de mis miedos fugitivos al ver mi corazón agusanado.

Son las huellas de mis pasos

que agonizan en mis grietas escondidas,

muy al fondo de mí,

de mis palabras ahorcadas que dije y que no dije.

Piedras torturadas

que sollozan en mis párpados de lirios calcinados.

…..

Aquí, hundido donde estoy sin saber dónde,

lo crudo de la muerte se ata a la garganta,

y abraza la desnudez de mi cadáver

ungido con mi muerte.

…..

Cada uno tiene sus abismos,

cada quien conoce sus fantasmas,

sus fosas clandestinas,

sus tumbas tiradas al olvido.

…..

Ya no hay fondo donde estoy, ya no hay fondo.

Hay tumbas en el olvido sollozando en silencio arrodilladas.

Precipicios sepultados en recuerdos que no existen.

Llagas que viven en mí y sueñan su dolor conmigo.

 

He llegado a pensar

que lo único realmente nuestro

es la libertad de soñar

lo que no somos. 

     

Genaro González Licea, 

Caloclica, Ciudad de México,

junio de 2021.


Entrega de reconocimiento del H. Ayuntamiento 
del Municipio de Huasca de Ocampo, y de la Dirección de Cultura, 
al escritor de "Tumbas en el olvido".
Fotografía sin datar





jueves, 10 de junio de 2021

Genaro González Licea: en la indigencia no hay más que un yo frente a sí mismo en pleno desamparo.

 

Fotografía de Ingrid L. González Díaz


En la indigencia no hay más que un yo frente a sí mismo 
en pleno desamparo.
Una desnuda desolación.
Una infinita necesidad de ser, de buscar lo que no somos.
 
Hay tierra, fuego, agua y viento.
La oscuridad vacía de la nada.
El silencio y la sombra.

 
Del libro:

El silencio y la sombra de Genaro González Licea 



Genaro González Licea 
Fotografía sin datar. 




Genaro González Licea:

Fotografía de Ingrid L. González Díaz
 

En un charco perdido en el camino
la indigencia de la luna se asoma abandonada
y muere sin haberse conocido.
 

Del libro:

El silencio y la sombra de Genaro González Licea 




Genaro González Licea: no volveré a mirarle.

 

Fotografía sin datar


No volveré a mirarle.
Algún día moriré también.
 
El abandono es lo único que tengo.
 

Del libro:

El silencio y la sombra de Genaro González Licea

 





Genaro González Licea: con el alma lisiada de egoísmo.

 

Fotografía de Ingrid L. González Díaz


Con el alma lisiada de egoísmo, roída de culpas 
y sedienta de ser por un instante,
estaré tendido en este tiempo indigente que apuñala, en esta inmensa inmensidad del infinito.
 
Seré un punto grisáceo en el silencio turquesa del olvido.
 

Del libro:

El silencio y la sombra de Genaro González Licea

 



Genaro González Licea: estoy desnudo en el vasto silencio del ser y de la nada.

 

Fotografía de Ingrid L. González Díaz


Estoy desnudo en el vasto silencio del ser y de la nada.
Necesito de mí mismo y del otro para ser un yo distinto.
Mas nada tengo.
Veo a lo lejos un yo desarraigado jugando con el frío,
un escarabajo bajo el agua juntando mi nombre destrozado.
 
Escucho el eco de mi voz en lo negro de una piedra agusanada.
Es un silencio que respira como un atardecer escondido 
en un lugar que ya no existe.
Es la muerte de mi muerte,
es mi alma que muere desolada,
es el tiempo perdido con el tiempo.
 

Del libro:

El silencio y la sombra de Genaro González Licea 




Genaro González Licea: en mi tumba crece un girasol...

 

Fotografía de Ingrid L. González Díaz


En mi tumba crece un girasol que al girar cosquillea 
una lágrima en mi lengua.
 
Es un girasol que brilla sepultado en el olvido,
en la nada que me roba una parte de mi nada,
un presagio que canta con los párpados cerrados,
una ilusión púrpura de vértigo encendido,
eterno desamparo perdido en mi existencia.
 

Del libro:

El silencio y la sombra de Genaro González Licea 




Genaro González Licea: allá..., en un lugar donde no estaré nunca.

 

Fotografía: Ingrid L. González Díaz


Allá…, en un lugar donde no estaré nunca,
donde la nada es más oscura que la nada,
se perderá por siempre el negro delirio de mi instante.
 
Me enredaré en el aura indigente que respiro,
en el dulce abandono de un relámpago perdido,
en mis manos agrietadas por el miedo de encontrarme 
con el rostro que he perdido.
 

Del libro:

El silencio y la sombra de Genaro González Licea 




Genaro González Licea: moriré por haber nacido.

 

Fotografía de Ingrid L. González Díaz


Moriré por haber vivido,
mi tumba será lo que fui sin serlo,
lo que no soy,
lo que no seré nunca más por un instante.
 
Relámpago perdido en la montaña.
Tristeza que camina por el viento.
 

Del libro:

El silencio y la sombra de Genaro González Licea 




Genaro González Licea: por un instante seré la sombra de un árbol que no existe.

 

Fotografía de Ingrid L. González Díaz 


Por un instante seré la sombra de un árbol que no existe,
un silencio tornasol dormido atrás del tiempo.
 
Seré un aroma de cenizas perdido entre sus ramas,
gemido de tierra fecundada,
brasas que envuelven el agua abandonada.

 
Del libro:
El silencio y la sombra de Genaro González Licea 

 



Genaro González Licea: hay un espacio muy de cada quien, muy de nadie...

 

Fotografía de Ingrid L. González Díaz


Hay un espacio muy de cada quien, muy de nadie, 
donde la realidad parece que no existe.
Es un espacio donde la luz huele a madera,
a féretro de sueños escondidos.
 
Es un abismo perdido en un silencio cobrizo que me ciega,
en un azul eternamente ensangrentado,
en un recuerdo que nace de una culpa gangrenada,
de un relámpago que toca las lágrimas del mar.
 
Es el silencio de mi propia soledad que me acompaña,
sueños de cadáveres dormidos,
de muertos que no saben que están muertos.
 

Del libro:

El silencio y la sombra de Genaro González Licea 




Genaro González Licea: el mundo desencaja cuando el sol es negro...

 

Fotografía de Ingrid L. González Díaz 


El mundo desencaja cuando el sol es negro 
y la luna un volcán de lava,
cuando el aroma de las flores se confunde 
con la pus de un silencio agusanado,
de un yo que busca su yo desconocido,
la muerte prematura del amor, el desamor y el desamparo,
el sueño de un charco disecado.
 
El mundo desencaja si uno busca el miedo de creer en uno,
o el olvido que flota olvidado en el olvido y no hay nada que le olvide,
ni un sonido, ni una letra, ni una voz negra como el negro infinito del olvido.
 

Del libro:

El silencio y la sombra de Genaro González Licea 




Genaro González Licea: nací del aroma de la caña...

 

Fotografía de Ingrid L. González Díaz


Nací del aroma de la caña y del surco mojado del barbecho.
Transité veredas por valles, campos y montañas.
Tejí mi voz con el hilo de mis pasos.
 
Es de madrugada ya,
la muerte me espera.
 
Respetar mi silencio es lo que pido.
Descansar como el viento en el fondo de la nada.

 
Del libro:
El silencio y la sombra de Genaro González Licea

 



Genaro González Licea: mi alma intranquila veía el horizonte.

 

Fotografía de Ingrid L. González Díaz


Mi alma intranquila veía el horizonte.
Una nube tocó de pronto lo azul del infinito.
Me acepté a mí mismo,
y dormí en mi propia sombra sepultada.

 
Del libro:

El silencio y la sombra de Genaro González Licea

 



Genaro González Licea: el sentido de la muerte.

 

Fotografía de Ingrid L. González Díaz


El sentido de la muerte,
el latido vital de morir un día,
es la única certeza que me abraza,
y me abrasa.
 
La muerte es agua,
fuerza para vivir la indigencia en la que vivo.


Del libro:

El silencio y la sombra de Genaro González Licea 




Genaro González Licea: camino siguiendo mis pasos que no existen.

 

Fotografía de Ingrid L. González Díaz


Camino siguiendo mis pasos que no existen.
Mi alma es un estanque sin orillas.
Un relámpago que al nacer muere.
 
Soy instante que nace al sepultarse,
aliento en la nada entre mis manos,
gota en el exilio que sola se quedó al secarse una lágrima del mar.
 
Soy un pensamiento entristecido,
un pedazo de negra luz que sangra en la palabra.
 
El tiempo conmigo cambia
y yo con él a la orilla del camino.
Tomo mi calavera con sus ideas tiradas en la nada,
y me regreso a un lugar de donde nunca vine.
 

Del libro:

El silencio y la sombra de Genaro González Licea 




Genaro González Licea: mi padre fue un árbol arrugado por los años.

 

Fotografía de Ingrid L. González Díaz


Mi padre fue un árbol arrugado por los años,
su indigencia está pegada con la mía.
Juntos bebimos un vino de luz hecho de tuna.
Juntos comimos el pan arrodillados.
 
Él me quiso demasiado, recuerdo su sombra de cobija,
su respiro tirado entre las ramas.
"Morirás un día", me dijo con sus manos, 
al ver mi sueño tendido entre la hierba.
 
Hoy, al ver la azulosa neblina de cada amanecer, 
le recuerdo con su suave voz de señas pintadas en el viento.
Hago un rezo muy mío, muy desde lo más amado, 
sabiendo que un día he de morir.
 
Mi padre fue un árbol solitario que sembró en mí la conciencia de la muerte.
Dormiré en su raíz, seré polvo y rocío en la oscura soledad del tiempo.
 

Del libro:

El silencio y la sombra de Genaro González Licea 




Genaro González Licea: soy un instante que renace en el vacío.

 

Fotografía de Ingrid L. González Díaz


Soy un instante que renace en el vacío,
en la nada que es nada al verme entre la nada.
 
La noche humedece los claros de la luna,
su olor a tierra herida, a pobreza mojada entre la hierba, 
me astilla hasta los huesos.
 
A lo lejos me veo como una piedra que duerme entumecida,
como un grito de ceniza que sabe a cal ensangrentada,
como un suspiro que el viento revuelca entre sus manos.
 
Soy un instante, soledad molida con el tiempo.
Polvo que flota a solas como un suspiro bajo el agua,
como un silencio evaporado que se aleja más allá del negro 
resplandor del infinito.
 

Del libro:
El silencio y la sombra de Genaro González Licea 




Genaro González Licea: despierto tirado entre las hojas...

 

Fotografía de Ingrid L. González Díaz


Despierto tirado entre las hojas 
y mastico en silencio la indigencia en la que vivo.
 
En los escombros mis recuerdos se bañan mutilados,
huyen de sí mismos al verse desnudos como un relámpago sin agua.
 
La mañana huele a muerto, a cirio adolorido.
Mi cuerpo esta tirado
y mi alma se agrieta con el frío.
 

    Del libro:

    El silencio y la sombra de Genaro González Licea 





Genaro González Licea: voy de un lugar que no conozco a otro que no existe.

 





Fotografía de Ingrid L. González Díaz


Voy de un lugar que no conozco a otro que no existe.
Siembro girasoles y nacen rosas negras,
recuerdos carcomidos,
sombras de cadáveres cremados.
 
Es muy grande el luto en el que vivo.
Una serpiente antes de morir me lo dijo en epitafio.
No le creí entonces,
y ahora agonizo como el musgo que muere al ver el polvo del estanque.
 
Los pájaros me velan con su canto,
y las flores lagrimean de dolor.
Una iguana abre sus poros al gritarme.
Estoy perdido en la negrura de una estrella.
La noche se eriza al ver mi voz tirada en el camino.
 

Del libro:

El silencio y la sombra de Genaro González Licea 




Genaro González Licea: con el olvido de alguien que fui sin conocerme...

 

Fotografía de Ingrid L. González Licea


Con el olvido de alguien que fui sin conocerme, 
riego la enferma raíz de los rosales.
Su olor triste me recuerda al mío, 
igual que su amor amarillento que escurre en sus hojas al cortarlo.
 
Sus espinas se clavan en el viento, 
en ellas cuelgo como fantasma degollado.
 
Mi silencio es de piedra sumergida más allá del crepúsculo perdido.
 
Mi sueño el suspiro de un pájaro que muere sin haberse conocido.
 

    Del libro:

    El silencio y la sombra de Genaro González Licea 




Genaro González Licea: en la quietud del amanecer el agua respira al tocar mi nombre.

 

Fotografía de Ingrid L. González Díaz


En la quietud del atardecer el agua respira al tocar mi nombre.
El viento acaricia mi silencio enterrado sin saberlo.
Un olor a tierra entristecida penetra el sonido de mi voz colgada en el olvido.
Mi ser ha concluido.
El gruñido de un coyote me lleva en el eco de su aullido.
 

    Del libro:

    El silencio y la sombra de Genaro González Licea 




Genaro González Licea: la serpiente arde igual que yo...

 

Fotografía de Ingrid L. González Díaz


La serpiente arde igual que yo con la negra luz de lo que somos.
La soledad nos calcina en el aroma del silencio y el olvido,
en la indigencia que respira donde duerme el tiempo.
 

    Del libro:

    El silencio y la sombra de Genaro González Licea 


Genaro González Licea: la indigencia es azulosa...

 

Fotografía de Ingrid L. González Díaz


La indigencia es azulosa, tal vez verde o rojiza 
como el aroma agusanado del olvido.
 
Es un recuerdo vagabundo que aúlla en el sueño de un yo decapitado.
 
Es el exilio interior de un ser que llora perdido en la neblina 
de una negra soledad que vive en el polen de las flores.
 
Es la vida y la forma callosa de vivir.
 
Es la muerte anticipada al ver por un instante el vacío de una luz interior 
que nos espanta.
 
Es un carecer de algo que no existe, 
un querer más y más de lo que nadie tiene,
incompleto vaivén del tiempo en este caminar desnudo entre las piedras,
entre el recuerdo y el olvido de un sinfín de astillas hundidas en los ojos.
 
La indigencia es un vivir amoroso y cruel que duele,
que punza,
que punza.

 

    Del libro:

    El silencio y la sombra de Genaro González Licea 




Genaro González Licea: la melancolía de los tiempos idos...

 

Fotografía de Ingrid L. González Díaz


La melancolía de los tiempos idos son nudos de 
cal sobre pasos calcinados,
tormentas que azotan el alma atormentada,
llagas que humedecen el lamento de luciérnagas heridas,
rostros que huelen a tarde sepultada,
a coyotes que hechizan la presa con su aullido.
 
La melancolía es el aroma de un estanque avejentado,
un llanto en silencio reprimido, un recuerdo mal herido 
y muerto sin haberse perdonado.
 
Es la misericordia de la culpa hecha ceniza,
el llanto arrepentido de un puñal ensangrentado.
 
Es un suplicio que roe el alma de una balsa 
que vaga sin saberlo en la amargura,
azul miserable que presagia el recuerdo de un miedo devorado,
negra tristeza que flota en el invierno 
y duerme eternamente en un pantano.
 
La melancolía es una silvestre florecilla 
que acompaña el amargo vacío de siempre estar muy solo.

 

    Del libro:

    El silencio y la sombra de Genaro González Licea 



Genaro González Licea: mi casa es el viento que tocan las praderas.

 

Fotografía de Ingrid L. González Díaz


Mi casa es el viento que tocan las praderas,
es una tumba de brasas que lloran sepultadas. 

Duermo y despierto con mi propia sombra,
el silencio me desnuda y me cobija.
 
Amarga es la pus de mis pasos enterrados,
amargos los prejuicios atados al ras del desamparo.
 
Busco mi sombra y encuentro el delirio de un silencio abandonado,
de un dormir y despertar en un sueño agonizante,
en un cielo indigente que lastima.
 
Existir es un acto de indigencia, un morir y vivir al mismo tiempo,
un respirar como fantasma degollado.
 
El eco de mi voz me hiere,
su silencio se esconde entre mis ojos.
 
Dudo que el tiempo crea en su propio tiempo,
y dudar no es una ofensa, es un sentir tan humano como el fuego.
 
Mi casa no existe, la he perdido debajo de la tierra,
donde un penacho de plumas danza a la orilla de la luna.

 

    Del libro:

    El silencio y la sombra de Genaro González Licea 



Genaro González Licea: en el mar los muertos sonríen con la espuma.

 

Fotografía de Ingrid L. González Díaz


En el mar los muertos sonríen con la espuma y 
duermen tranquilos sobre el agua.
 
Sus entrañas abiertas como piedra les hacen 
llorar sobre el hueco de las olas.

Es tan grande su soledad,
su abandono de brisa marinera,
que los navíos al sentir su frío palidecen como dioses calcinados,
como silencio de un errante pescador que agoniza 
ciego de amor de tanto amar sin ser amado.
 
Ahora sus huesos son coral amamantado, 
humo de madrugada que acompaña el latir del marinero.
 
Han quedado atrás los muelles.
Más allá del silencio que arrulla la marea,
los ojos dulces del amanecer,
los brazos de la arena donde triste duerme la última partida.
 
En el mar los muertos son fantasmas que a lo lejos 
observan su cadáver.


    De   Del libro:

 El silencio y la sombra de Genaro González Licea