Tumbas en el olvido, o la búsqueda de la sombra emocional de lo que somos.
Mi gratitud a la
Dirección de Cultura de Huasca de Ocampo,
a don Arturo Copca y al poeta Hans Giébe,
por la oportunidad de presentar Tumbas en
el olvido,
en el pueblo mágico de Huasca.
Hay otro en mí, en nosotros tal vez, que busco, que buscamos olvidar. Es como una sombra que nos sigue y seguirá hasta la muerte. Tumbas en el olvido es un intento de reencontrarla, de reconciliarnos con ella, con esa sombra que camina sin saberlo a nuestro lado y, al mismo tiempo, recuperarnos a nosotros mismos, a nuestras raíces, a nuestro camino enterrado y desenterrado sin saberlo.
Ese otro en mí, personal y
social, es un todo complejo: íntimo, público y privado. Es un ser migrante,
desterrado quizá, una cultura escondida, un espectro de sentimientos muy de cada
quien dejados en un aparente olvido.
Son sentimientos
que en realidad no se han ido, ni los hemos olvidado, son una parte nuestra a
descubrir, a reencontrar: odios, rencores, envidias, culpas, afectos, dolores y
angustias. Expresiones humanas todas ellas, tan humanas como el conocimiento consciente,
racional, con el cual comulgamos y caminamos día a día.
Tumbas en el
olvido es un grito que intenta recuperar esa sombra emocional dejada en el
olvido y que damos por perdida, o diluida si se quiere, aunque, muy en el fondo
sabemos bien que las emociones del alma, igual que las cicatrices del cuerpo,
no se borran del todo nunca.
Palpar los
sentimientos que aparentemente abandonamos implica, entre otras cosas, tener la
fuerza, la valentía de ir al encuentro y reencuentro de nosotros mismos, de nuestro
rostro emocional sin máscaras ni corazas. Búsqueda que encierra un dolor de
alumbramiento, pero, también, una amorosa expresión de luz, una comunión muy al
fondo de nosotros mismos.
Tumbas en el
olvido busca recuperar lo que creemos haber perdido y, por supuesto, es una
búsqueda que duele. Recordemos que en ese olvido hay cosas que por nada del
mundo queremos recordar, y otras que ni siquiera nos atrevemos a decir por el
riesgo de quedar desnudos en la intimidad de nosotros mismos.
Hay, seguramente,
muchas maneras literarias de acercarse a esta comunión de sentimientos
olvidados, yo me acerco con el sufrimiento y el dolor humano, tanto colectivo
como el mío propio.
Pienso que de esta
manera cada quién encontrará sus propias tumbas, sus propios olvidos,
escondidos y fosilizados tal vez, pero ahí, con nosotros siempre. Qué mejor que
sea la poesía la que allane este camino, ello, porque según entiendo, la poesía
es una expresión perdida que se encuentra en el alma de las cosas, de nosotros
que habitamos este mundo.
Tumbas en el
olvido es un permanente descenso interno en nosotros mismos. Hundimiento
desnudo, doloroso por tantas cosas olvidadas, huérfanas, posiblemente moribundas,
pero vivas, vivas en el alma de cada quien.
Es un recorrido
mágico en los andamios del alma, en los caminos llenos de piedras y llanos, de
tristezas, luces y sombras, y donde, posiblemente, surja en nosotros el
hallazgo, la visión, el instante que envolverá de vida a la palabra. Ese
hallazgo en la conciencia que nos muestra que no hay fondo, que jamás tocaremos
el fondo del fondo.
Lo que existe es un permanente
devenir del tiempo, un mundo por descubrir, un camino donde los pasos son los
pasos que me siguen, los que seguimos y los que caminan a mi lado. Lo que hay
es una forma de ser, una cultura que hemos olvidado.
Tumbas en el
olvido es un intento de acercarnos a nosotros mismos desde la integridad de
lo que somos, desde un azul interno, subterráneo, migrante, desde un azul
olvido.
Parte del recorrido de Tumbas
en el olvido:
Las tumbas en el olvido son íntimos secretos
donde no hay más rostro que el rostro que no somos.
…..
Así son, lo sé,
porque un día así las vi
con estos ojos que ahí se me secaron.
…..
Ese día llegué más allá del fondo de mí mismo,
me vi sin mí por un instante,
me vi sin conocerme,
era yo y el otro y el otro que nunca he sido,
y a la vez ninguno era el rostro de mi rostro,
la cara de mi cara,
la de este que soy ahora
y muerde su quebranto en su abandono.
…..
Todo era un azul olvido,
un fluir clandestino de tiempo asesinado,
un sonido abrazado a un yo desconocido.
Azul, azul olvido es el grito de las tumbas de mi olvido,
la carne seca envuelta en el presagio de mis manos,
la pureza de mis tristes quejidos de azul envejecido,
los lamentos enterrados
en la sombra de un yo que se ha perdido,
y sin embargo,
el eco de mi voz lo reconoce.
…..
Descendí al fondo del fondo de mí mismo.
Ahí dormían mis prejuicios enlamados,
mis egos hechos nudo,
mi cobardía de no mirarme despojado de mí,
de callar el latido de las fosas clandestinas
hundidas en mi piel avergonzada,
el eco de su grito que crece con la hiel de mi agonía.
…..
Lloro como un relámpago en la sombra
de un grito abandonado.
Toco la nada que siempre se juntó conmigo,
no encuentro el fondo
ni sé el lugar donde estoy arrinconado.
…..
No hay fondo a donde estoy, no hay fondo.
Hay deseos envueltos en la brisa perdida en la llanura.
Ojos que siendo míos me miran sin ser míos.
Silencios donde mis huesos se duelen en silencio,
donde el vacío me arrincona en el vacío
y la nada se aleja a morir entre la nada,
entre el azul olvido de la muerte de mi muerte,
y el aullido de un sueño que tal vez despierte un día.
…..
Nada
es pasado en mí,
todo
es tierra de noche y día,
una
cultura de obsidiana que arde sobre el río,
un
rezo de dioses llorando su destierro,
un
cadáver olvidado junto al mío.
Unas
ámpulas comiéndose mi herida,
lamiendo
el olor de mi pasado,
la pus de mis culpas sentenciadas,
mi carne que escurre callada mirando hacia el océano.
…..
Yo
construí esas tumbas,
son
parte de mi sombra destrozada,
de
mi alma envejecida como luz decapitada,
de
mis miedos fugitivos al ver mi corazón agusanado.
Son
las huellas de mis pasos
que
agonizan en mis grietas escondidas,
muy
al fondo de mí,
de
mis palabras ahorcadas que dije y que no dije.
Piedras
torturadas
que
sollozan en mis párpados de lirios calcinados.
…..
Aquí,
hundido donde estoy sin saber dónde,
lo
crudo de la muerte se ata a la garganta,
y
abraza la desnudez de mi cadáver
ungido
con mi muerte.
…..
Cada
uno tiene sus abismos,
cada
quien conoce sus fantasmas,
sus
fosas clandestinas,
sus
tumbas tiradas al olvido.
…..
Ya no hay fondo donde estoy, ya no hay
fondo.
Hay tumbas en el olvido sollozando en
silencio arrodilladas.
Precipicios sepultados en recuerdos que no
existen.
Llagas que viven en mí y sueñan su dolor
conmigo.
He llegado a pensar
que lo único realmente
nuestro
es la libertad de soñar
lo que no somos.
Genaro González Licea,
Caloclica, Ciudad de México,
junio de 2021.