miércoles, 6 de julio de 2022

Genaro González Licea: Salvador Franco Cravioto y su “Canto a mitad de órbita" al viajar hacia Mictlan

 

Fotografía de Ingrid L. González Díaz


SALVADOR FRANCO CRAVIOTO Y SU “CANTO A MITAD DE ÓRBITA” AL VIAJAR HACIA MICTLAN

 

Canto a mitad de órbita del poeta Salvador Franco Cravioto es, en realidad, un espacio lleno de enseñanzas, sueños y realidades, certezas e interrogantes de un andar en las profundidades de un “yo” interno que resulta ser la comunión de todos. Es la reflexión de un viaje, un detenerse a tomar un sorbo de agua en el camino, una revelación de los pasos que se han ido y, a la vez, siguen ahí, muy dentro del él y de nosotros, actuando en el presente y mirando, a lo lejos, el vacío del horizonte.

         Cuando uno se da cuenta, sin moralismos ni lagrimeos, que cada paso en la vida al mismo tiempo es un paso hacia la muerte, que cada instante al abrazar la vida, abraza también el sendero que lleva a Mictlan, a la región íntima donde la sombra de nadie es nuestra sombra, entonces uno se percata también que nuestro ser, cada instante de su existencia, está situado al centro del camino, al centro de la bruma, esa bruma que, dicho por nuestro poeta, “se disipa siempre, /muere la muerte. /Claro de vida: /trayecto hacia Mictlan; /mitad de órbita”.

         De ninguna manera veo casual, por lo mismo, que el poemario que aquí se comenta sea la expresión de un andar y desandar de la existencia, de la existencia de él, de Salvador, de todos en realidad y, por otra parte, que cada verso que lo integra, lo haya dedicado al ser querido, a nosotros, “a la vida, a la muerte y al cosmos”, pues son estos latidos e instancias los que dan cuerpo, sonido, peso y dimensión a la palabra del poeta, a su voz interior encontrada en el camino, a sus revelaciones que duelen, nutren y orientan.

         Qué importancia reviste que el ser humano efectúe un alto en el camino, un estado de cuentas, un descenso interior, un andar y desandar de la existencia. Sin embargo, no todos tenemos el coraje de emprender un viaje hacia el centro de uno mismo, llevando, tan solo, el silencio de la voz en la conciencia. Franco Cravioto lo tuvo y, generoso como es, nos revela lo ahí visto.

         En este su descenso, lento, apacible, sereno, nuestro poeta vio sus años de infancia, sus sueños de libertad, sus sueños de volar sobre los “mares, bosques y fiordos”, con la esperanza de “liberar las aves” y encontrar una “luz de amanecer” y de nuevas realidades: yo soñaba, nos dice, “que volaba /por los aires convencido, /al viento del sueño herido /por la duda que mataba. /Era un pájaro perdido, /un sin rumbo que aleteaba, /cuando pronto despertaba /en mitad del recorrido”.

Vio, entonces, devorar su “tierna edad, /en la mazmorra del tiempo infame, /que envuelve en cuatro muros, /de piedra medieval”; vio el infierno en la vida, los “presentes de lunas blancas y mestizas, /estigio maldito de destino y azar”, la “faena lejana del hombre de la América española, /mitad indio, mitad ibero, /con rasgos de Fenicia, /dotes de caballero /y andar de solitario lord”. Sintió, además, la nostalgia de los tiempos idos, esa brizna que lleva lejos y “exhuma la joya del tiempo ya muerto”, nostalgia que regresa una y otra vez “transfigurada en el pánico /del sol naranja de la tarde”, sintió el dolor y las ansias de renovarse al ver un mundo salvaje hundido en el desierto.

Fue así como de pronto despertó del letargo y supo a ciencia cierta que el ser humano al estar inmerso en una atmosfera de poder, puede fácilmente atropellar a la conciencia. Dicho con sus palabras: “dentro del rebaño /las ovejas no piensan en ser pastores. /Segundo, el cáliz colmado de resignación, /se quiebra en dagas, que sangran el ego del injusto. /En síntesis, el poder se mantiene, /aunque a veces cambia de dueño”.

Empero, paralelamente a lo anterior, supo también con suma nitidez que el hombre no es “ni dios ni bestia”, es un ser pensante que duda y actúa al sentir lo adverso, lo cambiante del devenir del tiempo. Fue así como sintió el dolor y el ansia de renovarse. Retomó el sendero de la “libertad y el fuego”, le cantó a la “tierra de polvo rojo” “vigilada por el insomnio de los guerreros de Tula” y a la patria le expresó su amor y desconsuelo: mi patria “llena de contradicciones” y sus ciudades de “grandes hormigueros”.

         De esa voz interior, de ese viaje y pausa en el camino es la manera que Salvador Franco Cravioto nutre su poemario, que en lo personal agradeceré siempre. La acción misma de emprender el viaje al interior del ser, de buscarnos e ir al doloroso encuentro de uno mismo, es un acto que de suyo es toda una lección en uno. Un exhorto de esa magnitud no siempre se recibe.

Como dije, se requiere coraje para ir a un espacio donde nada de lo hecho y por hacer es tan grande y valioso como pensamos. Uno frente a la desnudez del alma, uno al centro del camino, solo, amorosamente en desamparo, mirando el silencioso fluir del viento, el vacío del infinito, su vacío, mi vacío, el humano vacío del vacío. Uno al centro del infinito, de la órbita, del lugar donde nunca hemos estado y, sin embargo, sabemos bien que existe, que ahí estuvimos y un día regresaremos, en silencio, en ese mágico silencio que regresa y se va como sin nada.

         Empero, su enseñanza poética no concluye ahí, pues también nos muestra el coraje que debemos de tener para seguir en busca de sí mismos como si nada se hubiese revelado, seguir sin detenernos, seguir caminando hacia la nada, como si nada se supiera. ¡Qué difícil y grandioso ha de ser asimilar una revelación así! Uno a fin de cuentas es pequeño, mas no tan pequeño como para no pensar y buscar su propia libertad. Tlaloc, le confiesa nuestro poeta, “yo sufro, el árbol incólume no, /la raíz sabia lo mantiene erguido, /su centro imperturbable, el mío inestable, /y yo, yo necesito volverme árbol”.

Con esa fuerza de nuestro pasado y saldadas las heridas que nos atan, Franco Cravioto se llena de esperanza y nos dice a todos, me dice a mí y a los que vienen: “rocía Tlaloc bendiciones /en forma de miles de gotas de lluvia, /arrullo de la tarde, /ensueño de mi yo miniatura. /La mañana declara/ que los dioses mesoamericanos viven /¿Será que resucitamos en aves / y los guerreros en colibríes?”.

         Lo digo sin titubear, un poemario así, por supuesto, se agradece, pero más todavía, difícilmente lo marchitará el tiempo, al contrario, crecerá con él, pues su fuerza y su virtud estriba en que ese recuento personal e íntimo que vive y expone Salvador, sí le abraza a él, pero, a su vez, me abraza a mí, abraza al hombre colectivo, a los pasos que hemos dado junto al otro que es al mismo tiempo uno. Nos confronta, nos encara, nos hace descender al centro del ser social de lo que somos. “He descendido/ el puente del corazón/ que lleva la sangre de Apolo/ esperando conversar/ con tus algarabías”, y vaya que logra muy bien su cometido.

         No me cansaré de mencionarlo: la poesía de Salvador Franco Cravioto, su voz interior, sus metáforas y realidad poética, puede constatarse, sin duda, en cada uno de sus poemas. En cada poema, en realidad, uno puede fácilmente detenerse. En este sentido, permítaseme agregar un comentario.

Tal vez por sentir ahora el desamparo de mi sombra y una luz tenue que de pronto se acerca a saludarme, o quizá, tal vez, porque siento, seguramente de manera equivocada, la existencia de una sociedad muy desdichada, aislada en su propio desamor y desconsuelo, muy en abandono e inmersa en una dictadura ficticia y sobrepuesta, tal vez por eso y otras cosas que hasta ahora no comprendo, hay un poema en el cual me detuve en demasía y fue el que se refiere a la muerte de Garcín.

         Su aroma cobrizo, su desdicha de tierra y sal, su destino sombrío y tormentoso, me parece, bien puede permear la existencia del hombre entero. Garcín, el pobre Garcín, que en gran parte somos todos, el que liberó “lo que no cupo en la jaula de los mortales”, el que fue elogiado e incomprendido por extraños y “amigos que ante un futuro llameante vieron infortunio”, el “malentendido y querido por los buenos bebedores de ajenjo” que no pudo “contener el azul del ave de alas enclaustradas que comía y vivía de (su) creación”. Garcín, sí, el pobre Garcín, el que tuvo “la afección de los creadores, /los que (viven) con corazones que se frenan de júbilo, /tal como se ahogan en copas de cristal sin salida, /la dualidad de un destino sombrío /por sobredosis de placer y de resaca tormentosa, /diagnóstico imposible para los galenos, /que hago para ti, en memoria tuya, mi querido Garcín”.

         Qué diagnóstico dicta a todos nuestro poeta. El tiempo retomará sus letras, una y otra vez se citará la fuerza de su canto. Este poema en particular, quizá a unos les recordó a su propia desdicha y abandono, a otros, posiblemente al Garcín descrito por Rubén Darío en “el pájaro azul”, hombre triste, muy triste, que deambulaba por las calles y aseguraba tener “un pájaro azul en el cerebro”. En lo personal, a mí me recordó a Catulo, a Cayo Valerio Catulo, el poeta que no se resignaba a dar por perdido lo perdido, el poeta que al sentir el desamparo de su amada y de la vida, una y otra vez se repetía: “pobre Catulo, deja de hacer locuras, y da por perdido lo que ves que se perdió. En otros tiempos brillaron para ti soles resplandecientes. Entonces eran otros tiempos que ahora ya se han ido. Ahora ella te desprecia, tú, insensato, no la quiera tampoco, y no persigas lo que huye, ni entristezcas tu vida, resiste, Catulo, obstinadamente resiste y no cedas”.

         Insisto, en este poema sobre la muerte de Garcín, percibo que nuestro poeta plasma una voz muy personal, muy de él y de todo aquel que en ellas se detenga. Construye un diagnóstico sobre el amor y el desamor, el amparo y el desamparo del ser humano de estos tiempos, de estos tiempos en los cuales ya no hay locos, todos son sabios cibernéticos, homo internautus, como bien lo dice el mismo Salvador.

         Discúlpeseme por lo reiterativo que soy, pero no me cansaré de repetir que la poesía que Salvador Franco Cravioto nos presenta en Canto a mitad de órbita, es una voz que nace de un manantial profundo, es un diálogo, más que con el tiempo, con lo que nuestro poeta ha provocado que suceda con el tiempo, es una revelación sobre un camino andado y por andar, es fuerza acumulada y un vacío que a lo lejos se vislumbra. No tengo duda en señalar que la poesía de Salvador será encontrada y reencontrada por todo aquel que busque un alto en su camino, una voz íntima, fraterna, amorosa, como el silencio del agua que abraza el reflejo de la luna. Cualquier persona que le escuche, estoy seguro, acercará sus pies al centro de su vida y su camino, y eso se agradece muy de veras.

Genaro González Licea

Caloclica, CDMX, 18 de marzo de 2022. 




lunes, 4 de julio de 2022

Poema de la "sequedad del estanque" de Genaro González Licea

 

Fotografía de Jesús Nava


 A Jesús Nava

 

En mis pies envejece ya el camino,

mi alma tambalea y se dirige a cualquier parte,

en mí ya no importa morir con los dientes astillados,

a pleno sol, o en lo negro de la luna.

Es inmenso mi vivir en desamparo,

abarca lo que soy y lo que nunca he sido,

a los árboles más secos y a las nubes que se van.

 

Mi alma está encharcada en su propia sepultura,

su espacio está en la tierra,

es mío, nada más que mío, y de nadie más.

Genaro González Licea

Caloclica, CDMX, 3 de julio de 2022.