Fotografía de Ingrid L. González Díaz
es una tumba de brasas que lloran sepultadas.
Duermo y despierto con
mi propia sombra,
el silencio me desnuda y me cobija.
Amarga es la pus de mis pasos enterrados,
amargos los prejuicios atados al ras del desamparo.
Busco mi sombra y encuentro el delirio de un silencio abandonado,
de un dormir y despertar en un sueño agonizante,
en un cielo indigente que lastima.
Existir es un acto de indigencia, un morir y vivir al mismo tiempo,
un respirar como fantasma degollado.
El eco de mi voz me hiere,
su silencio se esconde entre mis ojos.
Dudo que el tiempo crea en su propio tiempo,
y dudar no es una ofensa, es un sentir tan humano como el fuego.
Mi casa no existe, la he perdido debajo de la tierra,
donde un penacho de plumas danza a la orilla de la luna.
el silencio me desnuda y me cobija.
Amarga es la pus de mis pasos enterrados,
amargos los prejuicios atados al ras del desamparo.
Busco mi sombra y encuentro el delirio de un silencio abandonado,
de un dormir y despertar en un sueño agonizante,
en un cielo indigente que lastima.
Existir es un acto de indigencia, un morir y vivir al mismo tiempo,
un respirar como fantasma degollado.
El eco de mi voz me hiere,
su silencio se esconde entre mis ojos.
Dudo que el tiempo crea en su propio tiempo,
y dudar no es una ofensa, es un sentir tan humano como el fuego.
Mi casa no existe, la he perdido debajo de la tierra,
donde un penacho de plumas danza a la orilla de la luna.
Del libro:
El
silencio y la sombra de
Genaro González Licea
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