Genaro
González Licea/Hans Giébe
fotografía
sin datar, abril de 2019
Agradezco mucho al Centro Cultural El Reloj del Instituto
Municipal para la Cultura de Pachuca, Hidalgo, la oportunidad que me brinda para
presentar Caloclica, poemario que
está al alcance de todos.
Agradezco también a Hans Giébe,
por acompañarme en la presentación de un libro publicado en su ya conocida y
reconocida editorial Vozabisal. Su
labor cultural es digna de elogiarse, no menos que su gentileza y generosidad
como persona, poeta y aforista, por mencionar algunas de sus actividades y
expresiones profesionales que cotidianamente realiza.
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Uno
escribe con el sentimiento en la mano. Escribe para sí,
para mitigar su dolor y el dolor que le produce la violencia social que vivimos
y en la cual estamos inmersos.
La poesía, entonces, es una
expresión íntima y, a la vez, un reflejo del actuar cotidiano que vivimos. Es
comunión. Suspiro colectivo.
El lenguaje poético le da
textura, color, sonido, a esta conjugación, a esta expresión de búsqueda, de
emociones, encuentros y desencuentros con uno mismo y con el otro.
Caloclica es un silencio, un
vacío. Un espacio donde uno es más pequeño que un suspiro. Un instante.
La vida, la muerte, el desahucio,
la indigencia y la desolación social constituyen su núcleo.
Caloclica
se debe a mi maestro de toda la vida Enrique González Rojo Arthur. Pilar
de la cultura mexicana y universal. Filósofo, poeta, luchador social, profesor
y, sobre todo, humano, muy humano. Él hace el prólogo de la obra, el cual
agradeceré siempre. Me instala en el gran compromiso que es escribir poesía.
Debo mencionar que este libro se
lo dedico a otro pilar en la cultura española y universal como es Carlos Castilla del Pino.
Incansable luchador social, forjador de conciencias, escritor, psiquiatra y
académico de toda la vida. Cuando murió era integrante de la Real Academia
Española, ocupaba la curul del que fue premio nobel de literatura: don Camilo
José Cela.
Pues bien, como señala el mismo
Enrique González Rojo, “Caloclica, casa del camino, es el lugar simbólico
donde se escribe esta poesía. El dolor hace acto de presencia desde que sale el
sol. Se trata de un día grisáceo que
amanece mordiéndome la cara”. Es un estado de cuentas.
De este libro leeré algunos
poemas y extractos de poemas.
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Mi
saliva es el salitre sepultado.
Soy la soledad del
agua,
el sueño que sueño en
un sueño que no tuve.
El futuro me duele
desde ahora.
Nací en un país que
mira de reojo.
En un país que no se
atreve a conquistarse.
Un mendigo se burla de
mí cuando me mira,
otro me saluda desde un
agujero al lado del camino.
Pero hay otro más que vive mi pasado bajo tierra.
Son mis ancestros de barro y agua,
mi venero de amor entre las ruinas,
mi voz desnuda cubriéndome las cienes.
Su soledad de peñasco
me atrapa con sus manos.
Su inmensa soledad se
confunde con la mía.
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Uno
de pronto despierta solo,
escucha caer su sombra
como lluvia en el olvido,
como voz enterrada,
como murmullo perdido.
Los recuerdos se
envuelven con la luz que asoma,
los pájaros lagrimean
al ver mis ojos,
cantan una canción que
huele a flores,
a espigas rotas,
a sombra herida.
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Sembré
el campo con letras de maíz y trigo,
las hortalizas de abril
y el amor en los surcos de mayo.
Moriré por siempre en
esta tierra callada
y en esta eternidad sin
tiempo.
Amamantar la voz con el
alma herida
y el amor de invierno
dormido entre las hojas,
aligeró de pronto este
caminar sombrío.
Húmedo como el grito de
un niño.
Triste como un olvido
en la piedra, como un recuerdo en el agua.
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Aléjate
de esta tumba,
de estas líneas que
cuelgan como pus entre los ojos.
Escribo con un dolor a
cuestas y un aliento lejano con sonido a piedra,
a vacíos incumplidos,
a palabras rotas,
desteñidas como
siluetas dormidas en la nada,
como miradas que
resbalan en una calle sin ojos,
en una noche sin
sombras.
Túnel de amor
interminable,
vaciedad infinita,
volátil, efímera,
inútil, superflua.
Actuar cotidiano de un
comportamiento hueco,
poroso,
carcomido de amor,
desamor, consuelo y desconsuelo.
Adicto consumo que
alivia por instantes
el alma de estos
tiempos sin tiempo.
Etéreos, virtuales,
perversos.
La conclusión es una:
los demonios y los
dioses han moldeado las conciencias
sin derecho a libertad.
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Es
lacerante seguir una voz ajena y decir una palabra que
no existe.
Eco que nace de un
lugar inexistente.
Letras unidas sin algún
significado,
música suave, perversa,
dormilona,
que nos dice el brazo a
mover,
el paso a dar,
el camino a seguir.
Eco paralizante que
arranca los ojos
y trasplanta miradas
que aparecen y desaparecen.
Ilusiones amarillas que
cuelgan en nuestro interior como gusanos en pierna enferma,
gangrenada,
muerta.
©
Genaro González Licea
fragmentos
de Caloclica.
Presentación del
libro Caloclica, editado por Vozabisal, en el Centro Cultural El Reloj del Instituto Municipal para la Cultura
de Pachuca, miércoles 17 de abril de 2019.