Fotografía de Ingrid L. González Díaz
mi yo que languidece en el rojo cobrizo de la muerte,
en mi desconsuelo esparcido en un silencio que sangra entre mis dedos.
Su mirar es tan triste como el aire que sopla al centro de la nada.
Ambos contemplamos lo que somos,
vagabundos sin alas,
huérfanos de identidad,
vértigos de ausencia caída en el olvido,
lejano desconsuelo perdido a la orilla de un triste acantilado.
Nuestro encuentro y desencuentro nos desnuda.
El desamparo nos une y nos desune.
La tarde y el cansancio nos trajeron a este crepúsculo caído.
Ni él ni yo vivimos la plenitud de lo que somos.
El desconsuelo del bosque lo sabe bien al concluir la inmensidad del día.
Somos indigentes viviendo en una nube.
La realidad misma lo es también.
Sin nosotros moriría en su abandono,
incompleta de su ser herido,
sin una voz en el silencio,
sin un polvo negro durmiendo en su negrura.
Del libro:
El
silencio y la sombra de
Genaro González Licea
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