domingo, 6 de agosto de 2023

Genaro González Licea, "líneas miradas al paso", fotografía de Jesús Nava.

 


Fotografía de Jesús Nava 
"líneas miradas al paso"


"No te abandono, no, no te abandono,

tan solo me alejo de ti

como piedra que aúlla enterrada en la memoria,

como estanque sin agua que bebe su dolor".

 

Del libro

La sequedad del estanque de Genaro González Licea

 


miércoles, 2 de agosto de 2023

Genaro González Licea: Roberto López Moreno, el poeta de mil tonos de piedra y agua

 

Roberto López Moreno 
Fotografía sin datar


ROBERTO LÓPEZ MORENO, EL POETA DE MIL TONOS DE PIEDRA Y AGUA

 

 

Por Genaro González Licea

 

 

Roberto López Moreno es todo un poeta de piedra y agua, de voces que aletean como espinas en el aire, palabra hecha montaña, leyenda de maíz mirando la neblina, es voz de sol y cascada de metáforas, selva y mar, ríos de fuego y esperanza, puño libertario de barro chiapaneco: “pero esta América tendrá que ser más grande que los viles, grande y luminosa”, nos dice y nos repite de mil formas esta su voz y su palabra.

Es un poeta de tierra comprometida con todo lo humano y lo viviente que nos duele, un puño en alto que ha escrito en su andar un gran poema, un solo poema, uno solo, compuesto de miles de versos encendidos. Voz y palabra compartida, piedra y aire unificado, fuego y humedad compleja como el principio del principio, como el silencio del verbo, la tierra, el mar y el infinito.

Todo él es un solo canto unificado, un solo poema de mil voces, tonos y colores escritos en la cúspide del viento, en el polvo del polvo y en la tierra de la tierra, tierra fértil, subsuelo de sabias tempestades. Su vasta obra literaria está labrada en remansos de agua y turbulentos mares, sombras y luces encontradas, pluralidad de gritos e historias surgidas de profundos ríos y peñascos ancestrales, de gritos llagados y descalzos como selvas taladas en pleno desamparo. Llueve, nos dice, “está lloviendo sobre los cadáveres, se están ahogando también los aún con vida, ahí, entre los escombros”.

Es vanguardia permanente, creatividad en movimiento, comunión, encuentro y desencuentro, búsqueda latente de algo que existe y que no existe, silencio y vacío de un hombre que llora al mirar el mar, raíz de fuego abrazado con el agua, grito encendido al sentir la fuerza de fantasmas amasando la conciencia: “no estoy triste por ti ni por mí ni por los perros, es el poeta el que me aúlla el alma”. Roberto, se diría, es un poeta que nació “del arcoíris cuando la humanidad amanecía, en el manantial idioma de los colores, en su centro matiz, ataviado de reflejos y gestión luminaria”.

Reitero, López Moreno es todo un poema escrito en diversos tonos de piedra y agua, pluralidad envuelta en la fuerza de la tierra y la palabra, compromiso social con la madre selva, con la carne negra y callosa hundida en cafetales, con la piel quemada en los surcos campesinos, con la luz oscura del vivir de los mineros y con el andar salado de los pescadores que cargan en sus redes el alma de la luna, gritos que muerden el silencio del sol perdido en el hueco de sus ojos. Él, en una parte de su poema alegato desde el saurio, lo dice así:

 

Alego la vida

intransigentemente

en medio de estos horizontes mal heridos

el saurio nos persigue

nos acosa tan de cerca

que sentimos su tufo en nuestra entrega.

 

Es un poeta, además, que sabe no solamente qué es la vida, sino también la muerte: “yo sé bien lo que es dormir con ella / y despertar sonriendo / y luego, bañarte para ir a platicar / con los amigos del café”, nos dice en unos versos de su poemario el otro yo. Idea que repite al fusionar la vida y la muerte, “la vida muerte, en el zumo amargo de la eternidad”, el adiós que se queda y se va y uno, al decirlo, “se come un puño de vida para siempre”. La muerte, la vida abrazada de la muerte, “la muerte que es la vida en este juego de espejos encontrados”, lo dice en la sinfonía para Soselo, libro indispensable para asomarse a una época y a un poeta lleno de recuerdos y olvidos que salen de su interior a respirar un poco.

Vital, machete en mano abriendo brecha, luchador de veras, Roberto, nuestro poeta, es alguien que busca su ser en el ser del otro, un canto interno con memoria colectiva, grito de obreros y jornaleros y de miles y miles de personas que, como tú y yo, día a día sembramos maíz y cortamos caña, comemos esperanza y amamos el pan y la tortilla nacida de las manos de la vida, de la leña y el comal y, sin embargo, somos como fantasmas en los anaqueles de la vida dorada y envidiosa, no así en la vida cotidiana del andar de mil sabores que tiene la existencia. Me viene a la mente su poema Dolores:

 

Nombre: Dolores Jiménez y Muro.

No diré nada de ella.

Búsquenla en las antologías literarias.

No la hallarán.

Búsquenla en las heridas de la historia.

No la hallarán.

En las páginas del movimiento obrero.

No la hallarán.

En la lista de las mujeres destacadas.

No la hallarán.

No la hallarán pero ¡búsquenla!,

es lo menos que se puede hacer en su memoria.

Búsquenla.

Quizá la encuentren en un doblez del viento,

en el corazón sombrío de la llama,

quizá en la cresta del volcán

o alguna vez el agua quiera declamarla.

Jiménez y Muro, Dolores,

nuestro mayor agradecimiento será encontrarla.

…quizá en el alba…

 

         La obra de nuestro poeta busca mirar la tristeza de un pueblo sepultado, la cultura subterránea que en silencio duele, igual que “la herida de la piedra, la estrella lagrimeante, la flor que cruje pétalo bajo el granizo, el abismo del cielo, solitario y aterido”, como él mismo lo dice. No busca al hombre sabio, al que “solo sabe que sabe”, al hombre enredado en sí mismo sin conocer el mundo. “¿Quién armó al primate?”, se pregunta, “¡Nada somos para él!, nada valemos para su ruda concepción del mundo”. No, no busca a ese ser que le falta escuchar “aunque sea un segundo, / la primera luz que ciego escuchó antes de haber nacido / y que sordo sigue sin mirarla”.

Roberto, el poeta de las décimas lezámicas, y el arca de Caralampio (el extraño mundo zoológico de Chiapas), busca al hombre cotidiano, al hombre desencarnado que habita muy dentro de nosotros con su alma inconquistada y camina día a día buscando un sorbo de agua, para después seguir, seguir, seguir hasta encontrar la piedra final de su camino. Roberto, el poeta, quisiera apartarse por momentos del dolor, más es imposible que su alma lo permita. Llegó a decir, incluso:

 

Me gustaría ser sabio: apartarme

de las luchas del mundo y

transcurrir sin inquietudes

nuestro breve tiempo.

Liberarme de la violencia.

Dar bien por mal.

Pero yo no puedo hacer nada de esto:

verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.

 

Y así encontró el mágico lenguaje de selvas y mares, ríos y montañas, cielos subterráneos de soles y de lunas. Coatlicue, le dice con fervor el poeta que escribió a la hora del rosario:

 

Dios te salve Coatlicue, llena eres de gracia y de desgracia, parida de la sombra. Luz tremenda, devoradora que repartes las mazorcas de tus manos, de tu collar de corazones, del cráneo con que ciñes tu cintura. Madre tierra de donde parte y a donde llega todo, amargo y dulce nuestro, terriblemente tierna, tiernamente terrible, míranos crecer, multiplícanos, pegados a tu difícil carne litográfica, en tu tatuaje de estrellas en donde hace sus cónclaves el cosmos.

 

Lenguaje mágico que permeará su obra entera, será la semilla de su voz y canto, su huella distintiva a donde vaya. Su poema meteoro, que da nombre, al mismo tiempo, a una excelente antología de lo mucho que ha escrito nuestro poeta, puede ser esa voz y canto que su alma tenía y brotó con ese muy su tono de fuerza, reclamo y redención del hombre frente al comportamiento natural del universo. He aquí unos versos del poema:

 

En tu pecho, Señor,

de áridas y abandonadas rutas

has colocado la primavera.

El musgo tierno crece en vericuetos

de esa longitud reseca,

anuncia la alegría de lo nuevo.

En ese pecho hay una muerte y una vida de continuo,

es una larga tierra de amor

que el corazón enciende y apaga.

Tu cuerpo es el palacio de Dios,

su adolorido domicilio y sin embargo florece.

Has colocado la primavera en tu pecho, Señor,

el manco que inventaste envuelto en fiebre está contento.

Desciende, Señor, a conocer la luz,

a rendirla con la magia azul del tacto,

ven y reconoce el rostro presentido,

encuentra que era cierto y fuerza

que te nombre montado en el ahí estar de la galaxia.

Ven a tocar el rostro de la luz,

su espectro tras la columna de sombra,

de él eres la partícula que somos,

Padre, presérvame del sol, quema, hiere,

yo, el nacido de la sombra te lo pide,

acércame a tu pecho viejo niño,

hijo indefenso, defiéndeme, protégeme, acógeme,

eleva tu amargo corazón sobre este lodo.

El sol es hijo de esta sangre negra,

con este fluir lo alimentamos diario.

¿De cuántas voces, de cuántos alaridos está formado el cosmos?

Los muertos no existen, señor, lo sabemos,

los actuamos a diario, los hacemos decir, callar,

los movemos en cada pensamiento, adentro de la ropa y de la máscara,

los engendramos para su nacimiento de mañana,

para su muerte a la que habremos de asistir puntuales para que no mueran.

La entraña de la noche es sombra viva.

Yo vengo de la muerte, Señor, de su rostro helado,

el movimiento de la oscura entraña me arrojó a la vida,

de la sombra vengo y en ella hoy me multiplico,

soy ejércitos marchando sobre el polvo de Dios,

camino de Santiago, serpiente de nubes.

Soy el cuerpo de todos, su memoria,

soy tu lanza y tu derrota,

tu victoria final sobre los tiempos.

Escúchanos, Señor, somos tu media imagen,

entre más lastimados más tu triunfo,

tu vuelo de cadenas,

tu alegría de heridas,

tu combustión, tu historia.

 

Está también su libro la sinfonía de los salmos, de ahí recuerdo sus poemas salmo primero, imágenes del quinto sol, y la consagración de la primavera. De ellos y en ese orden, citaré los siguientes versos:

 

De salmo primero:

 

Hay un sonido haciendo el mundo

desde el verbo de cal que nos da forma,

se enreda hacia la patria de los pájaros,

verdad con alas

que nada y que se arrastra.

Hay un sonido en el mundo que nos crece.

Hay un sonido… el mundo…

 

De imágenes del quinto sol:

 

Hacedor del destino,

mira a tus hijos vacíos de toda sangre

crecer los vericuetos

de la sombra infinita,

otórgales de nuevo el movimiento,

la fuerza necesaria para encender el día.

Viaja a la muda mansión de los ausentes

en donde yacen los huesos sagrados de los antecesores,

con ellos habrás de construirnos de nuevo.

 

Del poema la consagración de la primavera:

 

Todo empieza en el ritmo de este cosmos,

la bruma y la desbruma.

El tum tum de la savia,

de la sangre,

de las aguas de robustos manantiales.

Rompe y alza, desvincula el horizonte

para armarlo de nuevo en la pupila.

Tum y tum en la finca del latido,

todo empieza en el ritmo de este cosmos.

 

Este es el tono, a mi entender, que distingue y distinguirá a López Moreno, en él, se diría, el poeta encontró el resplandor de la poesía. Todo en él será ese canto poético, ese destello de metáforas dicho de mil formas y expresiones literarias, unas conocidas, otras creadas por él, como el poemuralismo, las treceadas o el laconismo: “si me quieres matar déjame vivo y no habrá muerto más triste”. Su obra es un destello de imágenes, un acto creativo de libertad, directo, transparente y genuino, amorosamente genuino.

En el andar literario, diría Roberto, cada palabra, “cada idioma es un milagro”, y es así como ha escrito en verso, rima, estrofa, soneto, terceto, cuarteto y décima. Prosa, canción lírica, elegía, oda, sátira y corrido, oportuno momento de citar este su propio corrido:

 

Licencia pide el alero

con la voz de los turpiales

y aromas de tamarindos,

callejeros de la tarde.

El viento que por la noche

platica con el paisaje

lo ha gritado voz en cuello

a la mitad de la calle.

 

Ha muerto López Moreno,

lo sabe la adusta loma,

lo vieron llegar sangrando,

mutilado de palomas.

Vuela, vuela palomita,

noviecita de un lucero,

ve a avisarle a los maizales

que murió López Moreno.

 

Sobre la milpa volaron

alas de blancos pañuelos,

yo… me quedé en los portales

…pues no quise ver mi entierro.

 

Ha escrito, también, cuento, novela, crónica, teatro y ensayo. En vuelo de tierra, por ejemplo, expone la importancia y alcance de diversos poetas, escritores, pintores y tópicos de la cultura en general y, por supuesto, de su poesía misma. En resumidas cuentas, no hay expresión literaria que Roberto no haya experimentado. No hay nada, nos dice, “que no haya puesto en práctica, vasto y variado. Imperfecto, alguna vez, pero he estado en todo”.

Debo agregar, a todo esto, que Roberto en su camino practicó, además, la docencia y el periodismo, en ambos espacios su huella está presente. Soy periodista, nos dice:

 

…, me tocó Tlatelolco,

me tocó, lo toqué con mis dedos de tinta mallugada;

he visto además otras tragedias

clavadas en la entraña de mi patria.

Veo y digo, ese es mi gran delito.

 

Todo en él es poesía, lo diré en cualquier parte, escriba lo que escriba toda su palabra es una expresión poética, miles de versos en un solo poema, toda su obra literaria es un poema unificado. Posiblemente ello se deba a que, nuestro poeta, igual que Mallarmé, descendió “a la nada para poder hablar con certidumbre”, y encontró, como él, que “no hay más que la belleza y ésta sólo tiene una expresión perfecta: la poesía. Todo lo demás es mentira”. Si es así, entonces ahora entiendo el porqué López Moreno nos expresa con un cierto tono de tristeza e ironía: “quizá dios no juega a los dados, pero sí al conquián”, y agrega: “en su mano sostiene el abanico de naipes: una larga lista de corderos degollados”. Sin embargo, respira hondo y se levanta:

 

Nosotros, los de raza sombra,

sabemos que la noche también tiene sus soles,

nueve son, ciñéndose anillos de congelado fuego.

 

Los nueve soles de la noche, del silencio hecho dios, igual que el caracol y el viento. Nueve divinidades dialogando sobre el origen de la palabra, la palabra que estalla y se redime en el silencio del poeta, silencio de comunión donde el “amor se expresa y el infinito desciende a habitar su casa de segundos”. Casa de adobe y cal, de ramas y tejado de espinas que vuelan con la luna, casa mítica llamada Huixtla, que puede ser muy bien la casa donde un día nacimos todos. Ahí nació y habitó López Moreno, Huixtla, lugar mítico donde, retomo sus palabras de los ojos del árbol:

 

Los antiguos mexicanos llegaron a creer que lo habían visto palpitando entre las llamas y lo convirtieron en centro de ceremonias. Le designaron como símbolo una espina de maguey que para ellos significaba el pico de un colibrí. El sonido original de Huixtla era Huitzillin que quiere decir espina que vuela y era el nombre que ellos daban al colibrí, su máxima deidad (Huitzilopochtli significaba “colibrí zurdo”, que era el fuego del corazón).

 

Huixtla, aquella, la de entonces, tiene ahora un templo cultural hecho de piedra y voces ancestrales, se llama Casa de Cultura Huixtla Roberto López Moreno. Ahora desde ahí nuestro poeta extiende su palabra: “soy la sombra de la sombra para poder ser luz que de la sombra nace”. Ahora desde ahí invoca al agua y a la selva, al silencio y a la piedra encendida en las entrañas del sol y de la tierra:

 

Tajamar

Ya se murieron la rana, la tortuga,

el laurel de tu vientre,

recuesto estos versos junto a ti.

 

Y con estas palabras nos invita a navegar, a “sumergimos en la eufónica corriente para volver a flotar purificados”, a engrandecer la raíz de los ancestros, madre tierra, padre sol. Dialoga con la humedad subterránea que permea valles y montañas, con el cacao, el café, la caoba, “la noche chiapaneca / es una densa lluvia de caoba. Alimenta memorias, / lunas que ruedan aromando / el licor de las corolas”. Dialoga con esa libertad muy nacida del fondo de sí y hermanada con la luz y el viento.

 

Vengo de la montaña que todavía me mantiene en su alto.

Vengo mordido por la nahuyaca verde,

con la densa sustancia quemando entre las venas.

Todo verde de mente —mente con alas—

desciendo entre lianas y zumbidos

después de haber reinventado los asombros.

 

Dialoga con sus antepasados, con esa voz genuina nacida del alma para todos. Rita María Moreno Clemente, Ranulfo López Paz. Rita roca, “quien tanto me habló de todo esto; a ella, tan chiapaneca, tan de estas cosas”. Madre Rita:

 

Rostro de sil y hielo, matriz de sil y lumbre,

reflejo del gran horno y de su sombra blanca,

cuerpo de sil y de silencio solo, madre del satélite,

vientre amoroso y terrible del (la) génesis,

ahora, bajo el soplo del sol padre,

que camina por la red de la galaxia

con sus millones de millones de millones de millones

de incandescentes hormigas,

en la hoguera de la sangre del cobre,

de su dura hazaña compartida,

de la aérea sangre de la aurora, vertida al ras del horizonte,

de la sangre del agua fluyendo voluptuosa,

de la sangre del día

y de la noche cohabitando en su lecho de luceros,

de la sangre el tiempo,

nueve golpes de gubia fundadora,

de en medio de esa suma, que es la hoguera,

está surgiendo la otra sed, como milagro.

 

Rita roca, madre, mamá Rita:

 

No siento el gran dolor por tu no día,

hoy, 15 de marzo

(antes del mediodía

y una sábana y un bulto enfrente).

Asumo orgulloso pleno por la forma de tu vida…

y de tu ausencia;

por la arquitectura de tu tiempo,

por el tino con el que hiciste

la construcción de tu no día

para irte de mí de lo más tenue.

Madre:

(mamacita Ritita),

grado 66 de este mi orgullo.

Adiós madre. Chiapaneca.

 

Rita María Moreno Clemente viuda de López, 15 de marzo, antes de mediodía, 25 de diciembre, sus cenizas fueron diseminadas en el río, su río Huixtla, mi río. Desde ese día, en el alma de nuestro poeta, flota y flotará, por siempre, una flor blanca sobre el río. Ese día, Roberto lo describe así:

 

El fosforo cae perpendicular sobre la iguana.

La pequeña urna cede frente a la iguana ardiendo.

La enorme piedra (sacerdotisa) vigila desde su muy alto,

como tensando un eje eléctrico entre su eminencia y el saurio

hidráulico, rebotando entre las piedras de abajo,

hoy más terrestre… y murmullo.

La ceniza de rita roca se une a la corriente

(25 de diciembre)

se reintegra al paisaje;

paisaje es ya y su fuerza

que se mueve… continuamente se mueve…

…la energía del agua y el fósforo…

Una flor flota sobre el río.

 

         Pero en él, como dije, el sol también está presente, padre sol, Ranulfo López Paz, “hombre bueno que hacía poemas”, nos recuerda con amoroso tono López Moreno en los confines de la utopía, para después rendirle cuentas y agradecerle y recordarle, y amarle, amarle siempre:

 

Padre Vivaldi,

con qué palabras dirigirme a ti

y decirte fuego

y decirte padre;

gracias por los lampos del tañido

padre Vivaldi.

Poseíste la tierra y nacimos muchos

…y más todavía.

Pero soy yo el que ahora quiere hablarte.

Te llamaste Ranulfo a orillas del río de Huixtla,

y te llamaste colibrí y quetzal,

iguana y guacamaya

y el sol cayendo a todo peso

(peso y caracol al aire)

sobre mi alma renegrida.

Mamá Rita debió haberse estremecido

en lo más hondo de su orgasmo

mientras tú, con el nombre de Ranulfo López

me escribías con sonidos en la tierra.

¿Desde qué punto mágico la sensualidad de los sonidos,

su organizada danza?, ¿su inteligente?

¿Desde qué rincón de su cerebro? ¿De cuál?

Yo estuve en Tlatelolco, padre;

en la ciudad de México

que en 1985 se hizo añicos;

estuve a punto de perecer en la montaña

persiguiendo periodista las huellas de un tal

comandante a zancos.

Quizás en estos lances estabas a mi lado

y fue la memoria de la oreja

la que me salvó múltiples veces.

Oigo y eco a las puertas de San Marco.

Escucho y eyaculo en litoral mariano

desde la espiral de que provengo.

Antonio López. Ranulfo Vivaldi:

“Señor,

aquel caballero triste

que a cambio de amarguras

un ánfora le diste

repleta de esperanzas,

de amor y de ternuras…”

Padre Vivaldi,

gracias por el sonido

y por esa algarabía que nos has donado

y que presiento que viene de lo eterno.

 

Ambos, tierra y sol, le dieron vida y voz a López Moreno un 11 de agosto, el poeta ese día lloró, como llora ahora sin saber por qué, pero lo sabe. Ese día ambos le dieron vida y voz para que éste, a su vez, se la diera a los campesinos, a los indigentes, a los mineros, a los sedientos de justicia, a los mexicanos o personas nacidas con piel negra en este continente. Estos últimos, por cierto, tal vez por su doble o triple o cuádruple discriminación que han vivido, Roberto, el poeta, los tiene muy presentes.

Y ahí está su poemario négridas y su reconocimiento a don Armando Duvalier, poeta vanguardista, chiapaneco todo él, cuyo verdadero nombre era Armando Cruz Reyes y quien, retomo las palabras de López Moreno “vino a representar para la poesía de Chiapas lo que Tablada representó para la poesía de México, un afán de modernidad ensayando todos los caminos posibles que los nuevos tiempos exigían”.

Négridas y la poesía negrista, el dolor de la esclavitud y el misterio de su alma de fuego y de madera, de son y ritmo de libertad que nadie ha conquistado en Chiapas, México, Latinoamérica, América y el mundo entero. “Risa morena del cañaveral”, diría Roberto, libertad del alma que danza y canta con la sangre del tambor. Piel negra con alma blanca que ríe y llora con los pies descalzos a un lado del cafetal, pies que bailan entre brasas, raza de barro y mineral, raza de hierro y canto que inventó el viento con su “lengua de luz que nos quema las venas y el horizonte”, remarca nuestro poeta para agregar después:

 

Baila la negra clavada

entre la rumba y el son,

suda que suda y resuda

el tiquitac del tambor,

tumba tumba, tumba tumba,

tumba de mí, tumba en Sol,

tumba de la negra alegre

grupa gruesa, ronco ron;

marimba que siembra el canto

canto que canta el cantor.

 

         Y aparece la marimba, la selva de madera embrujada con el viento, la madera silvestre de olor a sol y madrugada. La marimba, la marimba centroamericana, marimba negra, marimba de cacao, café y carbón. Marimba negra y de carbón, “marimba cuache”, madera que canta, diría el poeta que aquí nos une, “lo mismo que canto yo / y va sangrando su carne / con el chorro de su voz, / marimba de siete lanzas / tiquitac del corazón”.

Canto y son gozoso, canto libertario y subterráneo, dignidad de fuego, ardiente lucha de sangre negra:

 

Que si ese negro fue antes que yo;

que si ese negro fue antes

que la mi casa sobre las aguas,

que la mi casa en las tempestades

abriendo surco sobre la sal. Chiquirimbó chiquirimbá,

que abriendo surco sobre la sal.

 

Y ahí está la voz de López Moreno defendiendo las raíces de la marimba, está su libro entre el invento y el “origen” La marimba, la marimba centroamericana, que quede claro. En este libro, por cierto, Roberto emite como punto final estas palabras que bien pueden labrarse en las piedras del jaguar, acuñada por el nudo del gran nudo: “hay un cervario de colibríes que aguarda el acontecimiento y un ferial de cascadas y quetzales que somos los que vendremos desde el tiempo para el tiempo. Para que, por fin, seamos nosotros mismos y planeta”.

         Con este mismo fervor de lucha y canto con que López Moreno defiende la raíz de la sangre negra y la marimba, también lo hace con todo aquel que es discriminado y vive las enormes injusticias del poder. Su obra es un grito de defensa. Chiapas y el movimiento zapatista es toda América encendida.

Tengo frente a mí su libro El Siglo V de San Cristóbal, desnudo relato de atrocidades y discriminación, desde hace cinco siglos a la fecha, en contra de los indígenas de San Cristóbal de las Casas, antes llamado Jovel, que, en el fondo, bien puede referirse a cualquier rincón habitado por personas pertenecientes a nuestros pueblos originarios. Historia narrada en una atmósfera sumida entre la niebla, la niebla del tiempo que nada claro ve. Calles, casas, cerros, selvas, lomeríos, serranías, nos dice el poeta, están hechos de sangre, “son palabra viva, literatura densa, historia cierta llena de rencores, iras, sobresaltos y estupores”.

Y agrega para el resguardo de la memoria colectiva: “sangre es esa vegetación sombría que tiñe la circunferenciada sierra, sangre que el monte colorea de verde, verde oscuro que sabe y calla, que calla y grita, que grita y sabe, que guarda y relata lo que ha visto en la pupila de los siglos. Hasta el centro de estas desmesuras he venido yo, Pedro Díaz Colombo, minúsculo latido, ínfimo lector de esta telúrica presencia, en la intención de desentrañar”.

         La historia de nuestros pueblos originarios es la historia de San Cristóbal: despojos, muertes, rebeliones, conquistas y reconquistas, y enjuiciamientos. Por cierto, es de decir que mientras se llevaba a cabo el enjuiciamiento a “Dominica López y a Juan Gómez en Ciudad Real (San Cristóbal de las Casas), la Virgen se fugó y se fue a aparecer a una joven campesina originaria de Cancuc, María Candelaria”. A cualquier lector deja sin palabras esta aseveración demoledora de nuestro poeta.

Las ironías y contrapuntos de la historia de nuestros pueblos que dicen mucho y solo la creatividad del poeta puede dibujar a plenitud en el consciente e inconsciente colectivo. De ahí el siguiente comentario de El Siglo V de San Cristóbal de don Prudencio a Pedro Díaz: “—en los poetas, en ellos más que en ningún otro, es en los que podrá encontrar la voz más genuina de esta tierra —le había dicho don Prudencio señalando la gran variedad de tomos reposando en los estantes”.

La obra literaria de Roberto está flanqueada de expresiones como la anterior. Es un escritor de los pies a la cabeza, versátil, propositivo y siempre de vanguardia. Ahí están, como ya dije, sus treceadas o innovación poética donde, como él mismo señala, “la última línea, la décimo tercera, rompe totalmente, en la mayoría de los casos, con el discurso desarrollado por las doce líneas anteriores”, así como su poesía virtual, experimental en general, su estudio y exposición tanto del sincretismo que contiene el lenguaje popular de doble sentido, como de la música en la plenitud de la palabra, iniciando, por supuesto, por la musicalidad de la poesía, su ritmo, su canto y su cadencia.

Poesía y música unidas, lo sonoro, el silencio, el zumbido del viento y el viento. La poesía del viento, lo poético del viento, el poema sobre el viento. ¿Cuándo uno?, ¿cuándo otro? La poesía siempre ahí, al fondo, estoica, muda, preñada de su propia musicalidad. La poesía existió, existe y existirá siempre, empero, nos dice nuestro poeta, se dio un momento en que “la poesía culta se separa en definitiva de la canción”. La poesía se separa de su propia musicalidad hasta que otra vez “los poetas se reencuentran”, poesía y música siempre presente y juntas.

Los poetas, los músicos, se unen y se alejan, se encuentran y rencuentran, y es entonces cuando la palabra, nos expresa el poeta, “salta a la escala de la guitarra, el arpa y el piano”, al violín, a la marimba, al canto musical del tiempo. Este asomo de historia musical está en su libro Crónica de la música de México. Breve revista desde sus compositores, de ahí también estas líneas: “ciudad musical por huehuetls, tlalpanhuehuetls, teponaxtles, flautas de barro y de carrizo, México-Tenochtitlan nació en medio del agua. El agua fue su cuna, su vehículo, su motor y su amenaza”. El agua, la sonoridad del agua, después la orquesta, el vals, el tango y el bolero, la trova y la nueva trova. El planteamiento de poesía y música está ahí, una historia y un tiempo de ambas, de la musicalidad de la poesía al fondo, al principio del principio.

         Naturalmente, dentro de esta turbulencia literaria y de vanguarda, está también la unión y desunión simbólica de la iguana y el colibrí, la visión de un mundo y una cultura hecha con el tiempo a ras de piso y a metros bajo tierra, mostrando lo que somos. A esta unión y desunión Roberto López la llamó poemuralismo. Confluencia de voces de soles y lunas mirando la vastedad del mar, de la selva, del llano, del cerro y la montaña, la encrucijada de los miles de caminos subterráneos y a flor de piel que preñan el andar de nuestros pueblos.

         La iguana representa al tiempo, nuestro tiempo ancestral americano, “tiempo sabio nutrido de las enseñanzas planetarias, es un fragmento del planeta; por tanto, el símbolo que le corresponde es la línea horizontal”, nos diría Roberto, en tanto que, al colibrí, le cito nuevamente, al surgir “de la iguana, de su sabiduría”, “se convierte en la imaginación de ésta, es decir, en su vuelo. Por lo tanto, la línea que le corresponde al colibrí es la vertical, es el vuelo que se eleva partiendo del punto iguánido. Por medio del colibrí (la imaginación de la tierra) la sabiduría se eleva a ser en las rutas del aire. La verticalidad es la imaginación que la sabiduría produce”.

El poemuralismo no es un experimento literario, es una necesidad de unir voces sobre un mismo fluir de agua, pero con la propiedad y libertad que cada venero tiene. El sentido de la pluralidad en la unidad. La congruencia del pensar y actuar teniendo en cuenta la raíz de lo que somos. En la América nuestra debe confluir el suelo y el subsuelo con su dignidad inconquistada, y el conocimiento e ideales de un sentir ancestral que nos mantiene de pie y nos alimenta.

         En su poemario morada del colibrí, Roberto López Moreno siembra la semilla de lo que el mismo llamó mural literario, poemurales o poemuralismo, nombre que “es tomado de una corriente pictórica mexicana, el “muralismo”, como punto de identidad con los principios de modernidad y de preocupación social que esta corriente planteaba desde su esencia profundamente latinoamericana”, y lo que pretende, en esencia, es “constituir una manera de expresar el lenguaje de nuestro tiempo (al que pretende inventar en parte creando una “forma de formas”), los asuntos del presente, sin desligarse del pasado ni del futuro que les dan existencia”.

         Dan cuenta del poemuralismo, entre otros poemas, la longitud de la iguana: “iguana: de tu longitud de barro nace el colibrí en el que vuelas”. Guitarra: “cajoncito de recuerdos, jícara del viento”. Río: “metí los ojos al río para ver correr el tiempo pero me miré a mí mismo. Vida y muerte de José Hernández Delgadillo: nuestra voz de milpa nació sobre una cama / de plumas verdes y azules, / y reptando fue la sabiduría de la tierra, / se hizo serpiente, / y águila en desplome / con su tragedia de alas ultrajadas”, y morada de colibrí, extenso poema que en uno de sus versos señala:

 

Tzintzuntzi Tzintzuntzi

Tzintzuntzi Tzintzuntzi

 

Ome Acatl, 2 Caña Tzintzuntzi

 

Estamos haciendo un libro

testimonio de lo que decidimos,

Altazor ¿por qué perdiste tu primera serenidad?

Quién hace tanta bulla y ni deja

testar las islas que van quedando.

Antes de la peluca y la casaca

fueron los ríos, ríos arteriales.

 

Esta resistencia fue hecha con tezontle

y con la fuerza del colibrí,

fragor del Sur, puño de la voluntad.

 

Es de mencionar que este último poema, morada de colibrí, da nombre, al mismo tiempo, al libro mediante el cual, expresa el poeta, se hace “un homenaje a la cultura latinoamericana, de la que somos barro y vuelo, un homenaje a su pasado y a su presente en la idea de que el amoroso ángulo que nos cobija (iguana y colibrí), es eterno. Los poemurales están abiertos a todo lo que en el planeta se crea”.

         Como se puede observar, el poeta deja constancia de su andar cotidiano y de su tiempo, de su dolor y creatividad literaria, movimientos sociales, políticos y culturales, de su diálogo con la pintura y la música, y con las personas involucradas en ellas. Llenaría hojas enteras relatando sus anécdotas y cuestionamientos, sus vivencias en el mundo político y periodístico. Por lo pronto, permítanme seguir con este asomo a su obra y huella literaria marcada en el camino.

         En él, como en todo ser humano, hay huellas muy marcadas que dan cuenta de días soleados y grisáceos, días que duelen y marcan el alma de los pasos. Recuerdo aquí, por ejemplo, que en uno de esos días de sombra y de neblina, nuestro poeta chiapaneco extiende esta su voz:

 

Hoy el día amaneció llorando con la

angustia

de un perro abandonado,

con un aullido que penetraba hasta

los huesos,

pero no lloraba por ti, Julia Alfonso,

lloraba por nosotros, los que nos

quedamos

a tocar tu ausencia

que pesa más que el dolor que debe

provocar

cualquier infarto.

 

         Hay otros días donde la tarde se aleja mordiendo su silencio, su tristeza nos recuerda la pequeñez que somos, “qué solos somos, todo nos es prestado menos la soledad”, diría Roberto, lo efímero de nuestro andar sobre la tierra, cada paso es un saludo y despedida, un silencio, un duelo de permanente soledad y de vacío. “Qué solos se quedan los cuartos que se quedan solos”, cito nuevamente al poeta de a dónde ira veloz y fatigada (Diuno de los adioses), libro en el cual, por cierto, se encuentra también este poema:

 

Mi abuela materna

fue un árbol de marimbo

que permaneció entre nosotros

más allá de sus noventa años,

desde quién sabe cuántos siglos de estirpe;

por eso

su adiós

fue un inmenso vacío

a la mitad de la casa.

 

         Pero hay días también, sino es que diario, en los cuales, estoy seguro, Roberto López Moreno, el poeta de las mariposas de Tía Natí, pensativo y solitario como es, se pregunta por el ser, por el ser del ser y la existencia: “¿de qué luz primera viene el recuerdo de los tiempos?”, ¿qué hay antes de la luz y el tiempo?, ¿qué en ella?, ¿qué en él?, ¿dónde inicia el principio del principio de la madre tierra y del padre sol? Y es así como nace en nuestro poeta abrára, poemario capital en su visión de mundo, en su decir poético y literario.

Ábrara, “lo que abre de su esencia misma, concepto del principio, juego de liliales aes, primer latido acunado en el hondo de la entraña, golpe primo del albor a llama verde, lo que inicia el inicio”. Ábrara: “inio espasmo de la savia abriendo”, “lo que será (ya siendo) materia y hálito”, “sustancia de la sustancia, la que inaugura, el sol, la sol, la voz primera”. “El enigma del principio del principio, la soledad en llamas en el momento de la concepción”, el instante del instante, la causa de la causa, la encantada figura del instante de la creación. Ábrara:

 

No se cierra,

Nunca se cierra.

Siempre se está abriendo

como corresponde a su mágica sustancia,

creación de la creación,

partícula de luz que viene de los finales

porque no hay finales, sino esta cadena

de fogonazos en los que nacen

los ríos de las sangres.

 

Ventana de los principios

y en todo está el principio,

en cada ciclo

que complementa su estremecimiento

haciendo curva y redonda la palabra,

música esferada cargada de longitud y peso.

En todo está el principio

como la fuente inagotable que ha fluido sobre el mundo

y apenas está naciendo

de los úteros de la tierra.

 

Átomo de todo génesis

(del génesis), átomo A

recorrido hasta la semilla clave de su inicio,

oficio de quehaceres,

de mecánica y cohesiones hacia adelante,

hacia-desde las noches y los días

reinventándose mutuamente, pares dinámicos,

cópula de las energías-energía,

el milímetro,

el gramo,

que van a inventar el UNO

siendo un uno cada uno.

 

Y es así como Roberto, nuestro poeta, concluye que el principio del principio, la nada, el silencio, el vacío, “es la poesía, después es el poema de la poesía”. Quizá sea esta la razón por la cual también nos diga en su poema Abstracción. Gira, que “sólo lo creado por los poetas permanece sobre la tierra” y, por lo mismo, que “cuando mueren los poetas la tierra se estremece”. Los poetas, la voz de voces que nace desde el alma y duele. Recuerdo una escena de poliedro, su obra de teatro:

 

EL ADMINISTRADOR GENERAL (con fisonomía de indígena, pero vestido de caporal): Echen a ese hombre que está ahí parado en la entrada.

UN PEÓN: No molesta en nada, señor, sólo quiere hacer unas preguntas.

EL ADMINISTRADOR: ¿Dicen que es poeta?

UN PEÓN: Sólo eso, señor.

EL ADMINISTRADOR: ¿Y quieren más? Esos hombres son muy peligrosos, hablan con el alma de los hombres y con el alma de las cosas.

 

Sí, los poetas son así, Roberto es así, dialoga consigo mismo y con el alma de las cosas, de ahí que su voz sea de piedra y agua, manantial de voces, raíz, viento, polvo e infinito. Sombra y silencio, cascada de metáforas hablando con el sol y con la luna, con el fuego y el sudor calloso de la sal y la tortilla, con libertad de la selva madre del mar evaporado, selva de comunión en él:

 

Selva oscura preñada

de humedades,

en ella, de tanta luz,

nos encontramos perdidos

para encontrarnos en ella.

 

Como dije, Roberto López Moreno es un gran luchador social, un puño en alto que ha escrito en su andar un gran poema, un solo poema, uno solo, compuesto de miles de versos encendidos. Es un canto unificado, su obra toda es un poema. Su gramática es un aguacero escondido de metáforas, símbolos de colores libertarios, estallidos de verbos conocidos y desconocidos, creación de lágrimas y sueños, encantamiento de sonidos y palabras.

Su canto nace entre la selva y el viento, entre la tierra y el mar. Retumba en todas partes, es canto poético que asoma al sentir del alma, cito ahora esta su voz de itinerario inconcluso:

 

En tu cuerpo de sal y fuego y resistencia se te arrodilla el mar con toda su interna eternidad de espuma. Los pendones del mar marean tu pelo; los ritmos de este mar golpean tus venas con el machete de la luna; los huracanes del mar son tu lenguaje; el resumen del mar está en tus ojos, en ellos me sumo, me resumo; en el zumo del mar doy con la vida. Arrodillarte, mar, en eta playa, bandera de nuestra cal, muy cuerpo adentro; hembra de espuma, varón de oleajes, macho líquido, soplo de sal sobre esta playa que estás sobré la tierra.

 

Dioses reencarnados en la selva, en el “sol de soles” de la selva, “lagartos de mil dientes”, “silbo verde que esgrime la vida con la muerte en sus entrañas”. Selva y mar embravecido, donde, retomó su itinerario inconcluso, “los marineros no cantan, son un invento de las olas pero ellos saben, y navegan”, y concluye: “Yo traigo la canción del mar, la que fecunda; doblego tiernamente tus murallas de caoba, somos en un abrazo el brazo, el ojo, el pelo del musgo. De pronto nos amenaza el mar… después te canta entre las piernas… ahora en tu cuerpo se arrodilla el mar y te deja con un peine de pájaros el que peines el fuego que te incendia”.

 

Finalizaré este asomo a la obra poética de López Moreno, haciendo mías las palabras del poeta y filósofo que, en sus tertulias literarias, me dio la oportunidad de conocer a Roberto hace más de cuarenta y seis años, me refiero a Enrique González Rojo Arthur. Él decía, a propósito de un reconocimiento que le hacían a Roberto, nuestro poeta, que sirviera esa celebración, lo que en mi caso serían estas modestas líneas, “para que los jóvenes lean con cuidado, con amor, una obra del temple y la riqueza de la de Roberto”, y agregaba:

 

Sé que un poeta con tan amplio diapasón creativo, aunado a la audacia en la expresión y a una sensibilidad que le brota por todos los poros, se tiene que imponer a la larga en la cultura nacional y saltar del conocimiento —del que ya goza— al reconocimiento que merece. Aunque la poesía de RLM va a acabar por imponerse (ya que tiene la fuerza y los méritos para hacerlo) creo que es un deber de quienes hemos tenido el privilegio de comprender su valía, coadyuvar al aceleramiento de este proceso de evaluación y a que Roberto ocupe lo más pronto posible el lugar de gran poeta que le corresponde.

 

Caloclica, CDMX, agosto de 2023

 

Genaro González Licea 

Fotografía sin datar