"No te abandono, no, no te abandono,
tan solo me alejo de ti
como piedra que aúlla enterrada en la memoria,
como estanque sin agua que bebe su dolor".
Del libro
La sequedad del estanque de Genaro González Licea
"No te abandono, no, no te abandono,
tan solo me alejo de ti
como piedra que aúlla enterrada en la memoria,
como estanque sin agua que bebe su dolor".
Del libro
La sequedad del estanque de Genaro González Licea
ROBERTO LÓPEZ MORENO, EL POETA DE MIL TONOS DE PIEDRA Y
AGUA
Por Genaro González Licea
Roberto López Moreno es todo un poeta de piedra
y agua, de voces que aletean como espinas en el aire, palabra hecha montaña, leyenda
de maíz mirando la neblina, es voz de sol y cascada de metáforas, selva y mar,
ríos de fuego y esperanza, puño libertario de barro chiapaneco: “pero esta
América tendrá que ser más grande que los viles, grande y luminosa”, nos dice y
nos repite de mil formas esta su voz y su palabra.
Es un poeta de tierra comprometida con todo lo
humano y lo viviente que nos duele, un puño en alto que ha escrito en su andar
un gran poema, un solo poema, uno solo, compuesto de miles de versos encendidos.
Voz y palabra compartida, piedra y aire unificado, fuego y humedad compleja
como el principio del principio, como el silencio del verbo, la tierra, el mar
y el infinito.
Todo él es un solo canto unificado, un solo poema
de mil voces, tonos y colores escritos en la cúspide del viento, en el polvo
del polvo y en la tierra de la tierra, tierra fértil, subsuelo de sabias
tempestades. Su vasta obra literaria está labrada en remansos de agua y turbulentos
mares, sombras y luces encontradas, pluralidad de gritos e historias surgidas
de profundos ríos y peñascos ancestrales, de gritos llagados y descalzos como
selvas taladas en pleno desamparo. Llueve, nos dice, “está lloviendo sobre los
cadáveres, se están ahogando también los aún con vida, ahí, entre los
escombros”.
Es vanguardia permanente, creatividad en
movimiento, comunión, encuentro y desencuentro, búsqueda latente de algo que
existe y que no existe, silencio y vacío de un hombre que llora al mirar el mar,
raíz de fuego abrazado con el agua, grito encendido al sentir la fuerza de
fantasmas amasando la conciencia: “no estoy triste por ti ni por mí ni por los
perros, es el poeta el que me aúlla el alma”. Roberto, se diría, es un poeta
que nació “del arcoíris cuando la humanidad amanecía, en el manantial idioma de
los colores, en su centro matiz, ataviado de reflejos y gestión luminaria”.
Reitero, López Moreno es todo un poema escrito
en diversos tonos de piedra y agua, pluralidad envuelta en la fuerza de la tierra
y la palabra, compromiso social con la madre selva, con la carne negra y
callosa hundida en cafetales, con la piel quemada en los surcos campesinos, con
la luz oscura del vivir de los mineros y con el andar salado de los pescadores
que cargan en sus redes el alma de la luna, gritos que muerden el silencio del
sol perdido en el hueco de sus ojos. Él, en una parte de su poema alegato
desde el saurio, lo dice así:
Alego la vida
intransigentemente
en medio de estos horizontes mal heridos
el saurio nos persigue
nos acosa tan de cerca
que sentimos su tufo en nuestra entrega.
Es un poeta, además, que sabe no solamente qué
es la vida, sino también la muerte: “yo sé bien lo que es dormir con ella / y
despertar sonriendo / y luego, bañarte para ir a platicar / con los amigos del
café”, nos dice en unos versos de su poemario el otro yo. Idea que repite
al fusionar la vida y la muerte, “la vida muerte, en el zumo amargo de la
eternidad”, el adiós que se queda y se va y uno, al decirlo, “se come un puño
de vida para siempre”. La muerte, la vida abrazada de la muerte, “la muerte que
es la vida en este juego de espejos encontrados”, lo dice en la sinfonía
para Soselo, libro indispensable para asomarse a una época y a un poeta
lleno de recuerdos y olvidos que salen de su interior a respirar un poco.
Vital, machete en mano abriendo brecha, luchador
de veras, Roberto, nuestro poeta, es alguien que busca su ser en el ser del
otro, un canto interno con memoria colectiva, grito de obreros y jornaleros y
de miles y miles de personas que, como tú y yo, día a día sembramos maíz y cortamos
caña, comemos esperanza y amamos el pan y la tortilla nacida de las manos de la
vida, de la leña y el comal y, sin embargo, somos como fantasmas en los
anaqueles de la vida dorada y envidiosa, no así en la vida cotidiana del andar de
mil sabores que tiene la existencia. Me viene a la mente su poema Dolores:
Nombre: Dolores Jiménez y Muro.
No diré nada de ella.
Búsquenla en las antologías literarias.
No la hallarán.
Búsquenla en las heridas de la historia.
No la hallarán.
En las páginas del movimiento obrero.
No la hallarán.
En la lista de las mujeres destacadas.
No la hallarán.
No la hallarán pero ¡búsquenla!,
es lo menos que se puede hacer en su memoria.
Búsquenla.
Quizá la encuentren en un doblez del viento,
en el corazón sombrío de la llama,
quizá en la cresta del volcán
o alguna vez el agua quiera declamarla.
Jiménez y Muro, Dolores,
nuestro mayor agradecimiento será encontrarla.
…quizá en el alba…
La
obra de nuestro poeta busca mirar la tristeza de un pueblo sepultado, la
cultura subterránea que en silencio duele, igual que “la herida de la piedra,
la estrella lagrimeante, la flor que cruje pétalo bajo el granizo, el abismo
del cielo, solitario y aterido”, como él mismo lo dice. No busca al hombre
sabio, al que “solo sabe que sabe”, al hombre enredado en sí mismo sin conocer
el mundo. “¿Quién armó al primate?”, se pregunta, “¡Nada somos para él!, nada
valemos para su ruda concepción del mundo”. No, no busca a ese ser que le falta
escuchar “aunque sea un segundo, / la primera luz que ciego escuchó antes de
haber nacido / y que sordo sigue sin mirarla”.
Roberto, el poeta de las décimas lezámicas,
y el arca de Caralampio (el extraño mundo zoológico de Chiapas), busca al
hombre cotidiano, al hombre desencarnado que habita muy dentro de nosotros con
su alma inconquistada y camina día a día buscando un sorbo de agua, para
después seguir, seguir, seguir hasta encontrar la piedra final de su camino. Roberto,
el poeta, quisiera apartarse por momentos del dolor, más es imposible que su
alma lo permita. Llegó a decir, incluso:
Me gustaría ser sabio: apartarme
de las luchas del mundo y
transcurrir sin inquietudes
nuestro breve tiempo.
Liberarme de la violencia.
Dar bien por mal.
Pero yo no puedo hacer nada de esto:
verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.
Y así encontró el mágico lenguaje de selvas y
mares, ríos y montañas, cielos subterráneos de soles y de lunas. Coatlicue, le
dice con fervor el poeta que escribió a la hora del rosario:
Dios te salve
Coatlicue, llena eres de gracia y de desgracia, parida de la sombra. Luz
tremenda, devoradora que repartes las mazorcas de tus manos, de tu collar de
corazones, del cráneo con que ciñes tu cintura. Madre tierra de donde parte y a
donde llega todo, amargo y dulce nuestro, terriblemente tierna, tiernamente
terrible, míranos crecer, multiplícanos, pegados a tu difícil carne
litográfica, en tu tatuaje de estrellas en donde hace sus cónclaves el cosmos.
Lenguaje mágico que permeará su obra entera, será
la semilla de su voz y canto, su huella distintiva a donde vaya. Su poema meteoro,
que da nombre, al mismo tiempo, a una excelente antología de lo mucho que ha
escrito nuestro poeta, puede ser esa voz y canto que su alma tenía y brotó con
ese muy su tono de fuerza, reclamo y redención del hombre frente al comportamiento
natural del universo. He aquí unos versos del poema:
En tu pecho, Señor,
de áridas y abandonadas rutas
has colocado la primavera.
El musgo tierno crece en vericuetos
de esa longitud reseca,
anuncia la alegría de lo nuevo.
En ese pecho hay una muerte y una vida de
continuo,
es una larga tierra de amor
que el corazón enciende y apaga.
Tu cuerpo es el palacio de Dios,
su adolorido domicilio y sin embargo florece.
Has colocado la primavera en tu pecho, Señor,
el
manco que inventaste envuelto en fiebre está contento.
…
Desciende, Señor, a conocer la luz,
a rendirla con la magia azul del tacto,
ven y reconoce el rostro presentido,
encuentra que era cierto y fuerza
que te nombre montado en el ahí estar de la
galaxia.
Ven a tocar el rostro de la luz,
su espectro tras la columna de sombra,
de él
eres la partícula que somos,
…
Padre, presérvame del sol, quema, hiere,
yo, el nacido de la sombra te lo pide,
acércame a tu pecho viejo niño,
hijo indefenso, defiéndeme, protégeme, acógeme,
eleva tu amargo corazón sobre este lodo.
El sol es hijo de esta sangre negra,
con este fluir lo alimentamos diario.
¿De cuántas voces, de cuántos alaridos está
formado el cosmos?
…
Los muertos no existen, señor, lo sabemos,
los actuamos a diario, los hacemos decir,
callar,
los movemos en cada pensamiento, adentro de la
ropa y de la máscara,
los engendramos para su nacimiento de mañana,
para su muerte a la que habremos de asistir
puntuales para que no mueran.
…
La entraña de la noche es sombra viva.
Yo vengo de la muerte, Señor, de su rostro
helado,
el movimiento de la oscura entraña me arrojó a
la vida,
de la sombra vengo y en ella hoy me multiplico,
soy ejércitos marchando sobre el polvo de Dios,
camino de Santiago, serpiente de nubes.
Soy el cuerpo de todos, su memoria,
soy tu lanza y tu derrota,
tu
victoria final sobre los tiempos.
…
Escúchanos, Señor, somos tu media imagen,
entre más lastimados más tu triunfo,
tu vuelo de cadenas,
tu alegría de heridas,
tu
combustión, tu historia.
Está también su libro la sinfonía de los
salmos, de ahí recuerdo sus poemas salmo primero, imágenes del
quinto sol, y la consagración de la primavera. De ellos y en ese
orden, citaré los siguientes versos:
De salmo primero:
Hay un sonido haciendo el mundo
desde el verbo de cal que nos da forma,
se enreda hacia la patria de los pájaros,
verdad con alas
que nada y que se arrastra.
Hay un sonido en el mundo que nos crece.
Hay un
sonido… el mundo…
De imágenes
del quinto sol:
Hacedor del destino,
mira a tus hijos vacíos de toda sangre
crecer
los vericuetos
de la sombra infinita,
otórgales de nuevo el movimiento,
la fuerza necesaria para encender el día.
Viaja a la muda mansión de los ausentes
en donde yacen los huesos sagrados de los
antecesores,
con
ellos habrás de construirnos de nuevo.
Del
poema la consagración de la primavera:
Todo empieza en el ritmo de este cosmos,
la bruma y la desbruma.
El tum tum de la savia,
de la sangre,
de las aguas de robustos manantiales.
Rompe y alza, desvincula el horizonte
para armarlo de nuevo en la pupila.
Tum y tum en la finca del latido,
todo
empieza en el ritmo de este cosmos.
Este es el tono, a mi entender, que distingue y
distinguirá a López Moreno, en él, se diría, el poeta encontró el resplandor de
la poesía. Todo en él será ese canto poético, ese destello de metáforas dicho
de mil formas y expresiones literarias, unas conocidas, otras creadas por él,
como el poemuralismo, las treceadas o el laconismo: “si me quieres matar déjame
vivo y no habrá muerto más triste”. Su obra es un destello de imágenes, un acto
creativo de libertad, directo, transparente y genuino, amorosamente genuino.
En el andar literario, diría Roberto, cada
palabra, “cada idioma es un milagro”, y es así como ha escrito en verso, rima,
estrofa, soneto, terceto, cuarteto y décima. Prosa, canción lírica, elegía, oda,
sátira y corrido, oportuno momento de citar este su propio corrido:
Licencia pide el alero
con la voz de los turpiales
y aromas de tamarindos,
callejeros de la tarde.
…
El viento que por la noche
platica con el paisaje
lo ha gritado voz en cuello
a la mitad de la calle.
Ha muerto López Moreno,
lo sabe la adusta loma,
lo vieron llegar sangrando,
mutilado de palomas.
…
Vuela, vuela palomita,
noviecita de un lucero,
ve a avisarle a los maizales
que murió López Moreno.
Sobre la milpa volaron
alas de blancos pañuelos,
yo… me quedé en los portales
…pues no quise ver mi entierro.
Ha escrito, también, cuento, novela, crónica, teatro
y ensayo. En vuelo de tierra, por ejemplo, expone la importancia y
alcance de diversos poetas, escritores, pintores y tópicos de la cultura en
general y, por supuesto, de su poesía misma. En resumidas cuentas, no hay
expresión literaria que Roberto no haya experimentado. No hay nada, nos dice,
“que no haya puesto en práctica, vasto y variado. Imperfecto, alguna vez, pero
he estado en todo”.
Debo agregar, a todo esto, que Roberto en su
camino practicó, además, la docencia y el periodismo, en ambos espacios su
huella está presente. Soy periodista, nos dice:
…, me tocó Tlatelolco,
me tocó, lo toqué con mis dedos de tinta
mallugada;
he visto además otras tragedias
clavadas en la entraña de mi patria.
Veo y digo, ese es mi gran delito.
Todo en él es poesía, lo diré en cualquier
parte, escriba lo que escriba toda su palabra es una expresión poética, miles
de versos en un solo poema, toda su obra literaria es un poema unificado. Posiblemente
ello se deba a que, nuestro poeta, igual que Mallarmé, descendió “a la nada
para poder hablar con certidumbre”, y encontró, como él, que “no hay más que la
belleza y ésta sólo tiene una expresión perfecta: la poesía. Todo lo demás es
mentira”. Si es así, entonces ahora entiendo el porqué López Moreno nos expresa
con un cierto tono de tristeza e ironía: “quizá dios no juega a los dados, pero
sí al conquián”, y agrega: “en su mano sostiene el abanico de naipes: una larga
lista de corderos degollados”. Sin embargo, respira hondo y se levanta:
Nosotros, los de raza sombra,
sabemos que la noche también tiene sus soles,
nueve son, ciñéndose anillos de congelado
fuego.
Los nueve soles de la noche, del silencio hecho
dios, igual que el caracol y el viento. Nueve divinidades dialogando sobre el
origen de la palabra, la palabra que estalla y se redime en el silencio del
poeta, silencio de comunión donde el “amor se expresa y el infinito desciende a
habitar su casa de segundos”. Casa de adobe y cal, de ramas y tejado de espinas
que vuelan con la luna, casa mítica llamada Huixtla, que puede ser muy bien la casa
donde un día nacimos todos. Ahí nació y habitó López Moreno, Huixtla, lugar
mítico donde, retomo sus palabras de los ojos del árbol:
Los
antiguos mexicanos llegaron a creer que lo habían visto palpitando entre las
llamas y lo convirtieron en centro de ceremonias. Le designaron como símbolo
una espina de maguey que para ellos significaba el pico de un colibrí. El
sonido original de Huixtla era Huitzillin que quiere decir espina que vuela y
era el nombre que ellos daban al colibrí, su máxima deidad (Huitzilopochtli
significaba “colibrí zurdo”, que era el fuego del corazón).
Huixtla, aquella, la de entonces, tiene ahora
un templo cultural hecho de piedra y voces ancestrales, se llama Casa de
Cultura Huixtla Roberto López Moreno. Ahora desde ahí nuestro poeta
extiende su palabra: “soy la sombra de la sombra para poder ser luz que de la
sombra nace”. Ahora desde ahí invoca al agua y a la selva, al silencio y a la piedra
encendida en las entrañas del sol y de la tierra:
Tajamar
Ya se murieron la rana, la tortuga,
el laurel de tu vientre,
recuesto estos versos junto a ti.
Y con estas palabras nos invita a navegar, a
“sumergimos en la eufónica corriente para volver a flotar purificados”, a
engrandecer la raíz de los ancestros, madre tierra, padre sol. Dialoga con la
humedad subterránea que permea valles y montañas, con el cacao, el café, la
caoba, “la noche chiapaneca / es una densa lluvia de caoba. Alimenta memorias,
/ lunas que ruedan aromando / el licor de las corolas”. Dialoga con esa
libertad muy nacida del fondo de sí y hermanada con la luz y el viento.
Vengo de la montaña que todavía me mantiene en
su alto.
Vengo mordido por la nahuyaca verde,
con la densa sustancia quemando entre las
venas.
Todo verde de mente —mente con alas—
desciendo entre lianas y zumbidos
después de haber reinventado los asombros.
Dialoga con sus antepasados, con esa voz
genuina nacida del alma para todos. Rita María Moreno Clemente, Ranulfo López
Paz. Rita roca, “quien tanto me habló de todo esto; a ella, tan chiapaneca, tan
de estas cosas”. Madre Rita:
Rostro de sil y hielo, matriz de sil y lumbre,
reflejo del gran horno y de su sombra blanca,
cuerpo de sil y de silencio solo, madre del
satélite,
vientre amoroso y terrible del (la) génesis,
ahora, bajo el soplo del sol padre,
que camina por la red de la galaxia
con sus millones de millones de millones de
millones
de incandescentes hormigas,
en la hoguera de la sangre del cobre,
de su dura hazaña compartida,
de la aérea sangre de la aurora, vertida al ras
del horizonte,
de la sangre del agua fluyendo voluptuosa,
de la sangre del día
y de la noche cohabitando en su lecho de
luceros,
de la sangre el tiempo,
nueve golpes de gubia fundadora,
de en medio de esa suma, que es la hoguera,
está surgiendo la otra sed, como milagro.
Rita roca, madre, mamá Rita:
No siento el gran dolor por tu no día,
hoy, 15 de marzo
(antes del mediodía
y una sábana y un bulto enfrente).
Asumo orgulloso pleno por la forma de tu vida…
y de tu ausencia;
por la arquitectura de tu tiempo,
por el tino con el que hiciste
la construcción de tu no día
para irte de mí de lo más tenue.
Madre:
(mamacita Ritita),
grado 66 de este mi orgullo.
Adiós madre. Chiapaneca.
Rita María Moreno Clemente viuda de López, 15
de marzo, antes de mediodía, 25 de diciembre, sus cenizas fueron diseminadas en
el río, su río Huixtla, mi río. Desde ese día, en el alma de nuestro poeta,
flota y flotará, por siempre, una flor blanca sobre el río. Ese día, Roberto lo
describe así:
El fosforo cae perpendicular sobre la iguana.
La pequeña urna cede frente a la iguana
ardiendo.
La enorme piedra (sacerdotisa) vigila desde su
muy alto,
como
tensando un eje eléctrico entre su eminencia y el saurio
hidráulico,
rebotando entre las piedras de abajo,
hoy
más terrestre… y murmullo.
La
ceniza de rita roca se une a la corriente
(25 de
diciembre)
se
reintegra al paisaje;
paisaje
es ya y su fuerza
que se
mueve… continuamente se mueve…
…la
energía del agua y el fósforo…
Una
flor flota sobre el río.
Pero en él, como dije, el sol también
está presente, padre sol, Ranulfo López Paz, “hombre bueno que hacía poemas”,
nos recuerda con amoroso tono López Moreno en los confines de la utopía,
para después rendirle cuentas y agradecerle y recordarle, y amarle, amarle
siempre:
Padre
Vivaldi,
con
qué palabras dirigirme a ti
y
decirte fuego
y
decirte padre;
gracias
por los lampos del tañido
padre
Vivaldi.
Poseíste
la tierra y nacimos muchos
…y más
todavía.
Pero
soy yo el que ahora quiere hablarte.
Te
llamaste Ranulfo a orillas del río de Huixtla,
y te
llamaste colibrí y quetzal,
iguana
y guacamaya
y el
sol cayendo a todo peso
(peso
y caracol al aire)
sobre
mi alma renegrida.
Mamá
Rita debió haberse estremecido
en lo
más hondo de su orgasmo
mientras
tú, con el nombre de Ranulfo López
me
escribías con sonidos en la tierra.
¿Desde
qué punto mágico la sensualidad de los sonidos,
su
organizada danza?, ¿su inteligente?
¿Desde
qué rincón de su cerebro? ¿De cuál?
Yo
estuve en Tlatelolco, padre;
en la
ciudad de México
que en
1985 se hizo añicos;
estuve
a punto de perecer en la montaña
persiguiendo
periodista las huellas de un tal
comandante
a zancos.
Quizás
en estos lances estabas a mi lado
y fue
la memoria de la oreja
la que
me salvó múltiples veces.
Oigo y
eco a las puertas de San Marco.
Escucho
y eyaculo en litoral mariano
desde
la espiral de que provengo.
Antonio
López. Ranulfo Vivaldi:
“Señor,
aquel
caballero triste
que a
cambio de amarguras
un
ánfora le diste
repleta
de esperanzas,
de
amor y de ternuras…”
Padre
Vivaldi,
gracias
por el sonido
y por
esa algarabía que nos has donado
y que
presiento que viene de lo eterno.
Ambos, tierra y sol, le dieron vida y voz a López
Moreno un 11 de agosto, el poeta ese día lloró, como llora ahora sin saber por
qué, pero lo sabe. Ese día ambos le dieron vida y voz para que éste, a su vez,
se la diera a los campesinos, a los indigentes, a los mineros, a los sedientos
de justicia, a los mexicanos o personas nacidas con piel negra en este
continente. Estos últimos, por cierto, tal vez por su doble o triple o
cuádruple discriminación que han vivido, Roberto, el poeta, los tiene muy
presentes.
Y ahí está su poemario négridas y su
reconocimiento a don Armando Duvalier, poeta vanguardista, chiapaneco
todo él, cuyo verdadero nombre era Armando Cruz Reyes y quien, retomo las
palabras de López Moreno “vino a representar para la poesía de Chiapas lo que
Tablada representó para la poesía de México, un afán de modernidad ensayando
todos los caminos posibles que los nuevos tiempos exigían”.
Négridas y la poesía negrista, el
dolor de la esclavitud y el misterio de su alma de fuego y de madera, de son y
ritmo de libertad que nadie ha conquistado en Chiapas, México, Latinoamérica,
América y el mundo entero. “Risa morena del cañaveral”, diría Roberto, libertad
del alma que danza y canta con la sangre del tambor. Piel negra con alma blanca
que ríe y llora con los pies descalzos a un lado del cafetal, pies que bailan
entre brasas, raza de barro y mineral, raza de hierro y canto que inventó el
viento con su “lengua de luz que nos quema las venas y el horizonte”, remarca
nuestro poeta para agregar después:
Baila la negra clavada
entre la rumba y el son,
suda que suda y resuda
el tiquitac del tambor,
tumba tumba, tumba tumba,
tumba de mí, tumba en Sol,
tumba de la negra alegre
grupa gruesa, ronco ron;
marimba que siembra el canto
canto que canta el cantor.
Y aparece la marimba, la selva de
madera embrujada con el viento, la madera silvestre de olor a sol y madrugada.
La marimba, la marimba centroamericana, marimba negra, marimba de cacao, café y
carbón. Marimba negra y de carbón, “marimba cuache”, madera que canta, diría el
poeta que aquí nos une, “lo mismo que canto yo / y va sangrando su carne / con
el chorro de su voz, / marimba de siete lanzas / tiquitac del corazón”.
Canto y son gozoso, canto libertario y
subterráneo, dignidad de fuego, ardiente lucha de sangre negra:
Que si ese negro fue antes que yo;
que si ese negro fue antes
que la mi casa sobre las aguas,
que la mi casa en las tempestades
abriendo surco sobre la sal. Chiquirimbó
chiquirimbá,
que abriendo surco sobre la sal.
Y ahí está la voz de López Moreno defendiendo
las raíces de la marimba, está su libro entre el invento y el “origen” La
marimba, la marimba centroamericana, que quede claro. En este libro, por
cierto, Roberto emite como punto final estas palabras que bien pueden labrarse
en las piedras del jaguar, acuñada por el nudo del gran nudo: “hay
un cervario de colibríes que aguarda el acontecimiento y un ferial de cascadas
y quetzales que somos los que vendremos desde el tiempo para el tiempo. Para
que, por fin, seamos nosotros mismos y planeta”.
Con este mismo fervor de lucha y canto
con que López Moreno defiende la raíz de la sangre negra y la marimba, también
lo hace con todo aquel que es discriminado y vive las enormes injusticias del
poder. Su obra es un grito de defensa. Chiapas y el movimiento zapatista es
toda América encendida.
Tengo frente a mí su libro El Siglo V de San
Cristóbal, desnudo relato de atrocidades y discriminación, desde hace cinco
siglos a la fecha, en contra de los indígenas de San Cristóbal de las Casas,
antes llamado Jovel, que, en el fondo, bien puede referirse a cualquier rincón
habitado por personas pertenecientes a nuestros pueblos originarios. Historia
narrada en una atmósfera sumida entre la niebla, la niebla del tiempo que nada
claro ve. Calles, casas, cerros, selvas, lomeríos, serranías, nos dice el
poeta, están hechos de sangre, “son palabra viva, literatura densa, historia
cierta llena de rencores, iras, sobresaltos y estupores”.
Y agrega para el resguardo de la memoria
colectiva: “sangre es esa vegetación sombría que tiñe la circunferenciada
sierra, sangre que el monte colorea de verde, verde oscuro que sabe y calla,
que calla y grita, que grita y sabe, que guarda y relata lo que ha visto en la
pupila de los siglos. Hasta el centro de estas desmesuras he venido yo, Pedro
Díaz Colombo, minúsculo latido, ínfimo lector de esta telúrica presencia, en la
intención de desentrañar”.
La historia de nuestros pueblos
originarios es la historia de San Cristóbal: despojos, muertes, rebeliones,
conquistas y reconquistas, y enjuiciamientos. Por cierto, es de decir que
mientras se llevaba a cabo el enjuiciamiento a “Dominica López y a Juan Gómez
en Ciudad Real (San Cristóbal de las Casas), la Virgen se fugó y se fue a
aparecer a una joven campesina originaria de Cancuc, María Candelaria”. A
cualquier lector deja sin palabras esta aseveración demoledora de nuestro
poeta.
Las ironías y contrapuntos de la historia de
nuestros pueblos que dicen mucho y solo la creatividad del poeta puede dibujar
a plenitud en el consciente e inconsciente colectivo. De ahí el siguiente comentario
de El Siglo V de San Cristóbal de don Prudencio a Pedro Díaz: “—en los
poetas, en ellos más que en ningún otro, es en los que podrá encontrar la voz
más genuina de esta tierra —le había dicho don Prudencio señalando la gran
variedad de tomos reposando en los estantes”.
La obra literaria de Roberto está flanqueada de
expresiones como la anterior. Es un escritor de los pies a la cabeza, versátil,
propositivo y siempre de vanguardia. Ahí están, como ya dije, sus treceadas o
innovación poética donde, como él mismo señala, “la última línea, la décimo
tercera, rompe totalmente, en la mayoría de los casos, con el discurso
desarrollado por las doce líneas anteriores”, así como su poesía virtual,
experimental en general, su estudio y exposición tanto del sincretismo que
contiene el lenguaje popular de doble sentido, como de la música en la plenitud
de la palabra, iniciando, por supuesto, por la musicalidad de la poesía, su
ritmo, su canto y su cadencia.
Poesía y música unidas, lo sonoro, el silencio,
el zumbido del viento y el viento. La poesía del viento, lo poético del viento,
el poema sobre el viento. ¿Cuándo uno?, ¿cuándo otro? La poesía siempre ahí, al
fondo, estoica, muda, preñada de su propia musicalidad. La poesía existió,
existe y existirá siempre, empero, nos dice nuestro poeta, se dio un momento en
que “la poesía culta se separa en definitiva de la canción”. La poesía se
separa de su propia musicalidad hasta que otra vez “los poetas se
reencuentran”, poesía y música siempre presente y juntas.
Los poetas, los músicos, se unen y se alejan,
se encuentran y rencuentran, y es entonces cuando la palabra, nos expresa el
poeta, “salta a la escala de la guitarra, el arpa y el piano”, al violín, a la
marimba, al canto musical del tiempo. Este asomo de historia musical está en su
libro Crónica de la música de México. Breve revista desde sus compositores,
de ahí también estas líneas: “ciudad musical por huehuetls, tlalpanhuehuetls,
teponaxtles, flautas de barro y de carrizo, México-Tenochtitlan nació en medio
del agua. El agua fue su cuna, su vehículo, su motor y su amenaza”. El agua, la
sonoridad del agua, después la orquesta, el vals, el tango y el bolero, la
trova y la nueva trova. El planteamiento de poesía y música está ahí, una
historia y un tiempo de ambas, de la musicalidad de la poesía al fondo, al
principio del principio.
Naturalmente, dentro de esta
turbulencia literaria y de vanguarda, está también la unión y desunión
simbólica de la iguana y el colibrí, la visión de un mundo y una cultura hecha
con el tiempo a ras de piso y a metros bajo tierra, mostrando lo que somos. A
esta unión y desunión Roberto López la llamó poemuralismo. Confluencia de voces
de soles y lunas mirando la vastedad del mar, de la selva, del llano, del cerro
y la montaña, la encrucijada de los miles de caminos subterráneos y a flor de
piel que preñan el andar de nuestros pueblos.
La iguana representa al tiempo, nuestro
tiempo ancestral americano, “tiempo sabio nutrido de las enseñanzas
planetarias, es un fragmento del planeta; por tanto, el símbolo que le
corresponde es la línea horizontal”, nos diría Roberto, en tanto que, al
colibrí, le cito nuevamente, al surgir “de la iguana, de su sabiduría”, “se
convierte en la imaginación de ésta, es decir, en su vuelo. Por lo tanto, la
línea que le corresponde al colibrí es la vertical, es el vuelo que se eleva
partiendo del punto iguánido. Por medio del colibrí (la imaginación de la
tierra) la sabiduría se eleva a ser en las rutas del aire. La verticalidad es
la imaginación que la sabiduría produce”.
El poemuralismo no es un experimento literario,
es una necesidad de unir voces sobre un mismo fluir de agua, pero con la
propiedad y libertad que cada venero tiene. El sentido de la pluralidad en la
unidad. La congruencia del pensar y actuar teniendo en cuenta la raíz de lo que
somos. En la América nuestra debe confluir el suelo y el subsuelo con su
dignidad inconquistada, y el conocimiento e ideales de un sentir ancestral que
nos mantiene de pie y nos alimenta.
En su poemario morada del colibrí,
Roberto López Moreno siembra la semilla de lo que el mismo llamó mural
literario, poemurales o poemuralismo, nombre que “es tomado de una corriente
pictórica mexicana, el “muralismo”, como punto de identidad con los principios
de modernidad y de preocupación social que esta corriente planteaba desde su
esencia profundamente latinoamericana”, y lo que pretende, en esencia, es “constituir
una manera de expresar el lenguaje de nuestro tiempo (al que pretende inventar
en parte creando una “forma de formas”), los asuntos del presente, sin
desligarse del pasado ni del futuro que les dan existencia”.
Dan cuenta del poemuralismo, entre
otros poemas, la longitud de la iguana: “iguana: de tu longitud de barro
nace el colibrí en el que vuelas”. Guitarra: “cajoncito de recuerdos,
jícara del viento”. Río: “metí los ojos al río para ver correr el tiempo
pero me miré a mí mismo. Vida y muerte de José Hernández Delgadillo: nuestra
voz de milpa nació sobre una cama / de plumas verdes y azules, / y reptando fue
la sabiduría de la tierra, / se hizo serpiente, / y águila en desplome / con su
tragedia de alas ultrajadas”, y morada de colibrí, extenso poema que en
uno de sus versos señala:
Tzintzuntzi
Tzintzuntzi
Tzintzuntzi
Tzintzuntzi
Ome
Acatl, 2 Caña Tzintzuntzi
Estamos
haciendo un libro
testimonio
de lo que decidimos,
Altazor
¿por qué perdiste tu primera serenidad?
Quién
hace tanta bulla y ni deja
testar
las islas que van quedando.
Antes
de la peluca y la casaca
fueron
los ríos, ríos arteriales.
Esta
resistencia fue hecha con tezontle
y con
la fuerza del colibrí,
fragor
del Sur, puño de la voluntad.
Es de mencionar que este último poema, morada
de colibrí, da nombre, al mismo tiempo, al libro mediante el cual, expresa
el poeta, se hace “un homenaje a la cultura latinoamericana, de la que somos
barro y vuelo, un homenaje a su pasado y a su presente en la idea de que el
amoroso ángulo que nos cobija (iguana y colibrí), es eterno. Los poemurales
están abiertos a todo lo que en el planeta se crea”.
Como se puede observar, el poeta deja
constancia de su andar cotidiano y de su tiempo, de su dolor y creatividad
literaria, movimientos sociales, políticos y culturales, de su diálogo con la
pintura y la música, y con las personas involucradas en ellas. Llenaría hojas
enteras relatando sus anécdotas y cuestionamientos, sus vivencias en el mundo
político y periodístico. Por lo pronto, permítanme seguir con este asomo a su
obra y huella literaria marcada en el camino.
En él, como en todo ser humano, hay
huellas muy marcadas que dan cuenta de días soleados y grisáceos, días que
duelen y marcan el alma de los pasos. Recuerdo aquí, por ejemplo, que en uno de
esos días de sombra y de neblina, nuestro poeta chiapaneco extiende esta su
voz:
Hoy el día amaneció llorando con la
angustia
de un perro abandonado,
con un aullido que penetraba hasta
los huesos,
pero no lloraba por ti, Julia Alfonso,
lloraba por nosotros, los que nos
quedamos
a tocar tu ausencia
que pesa más que el dolor que debe
provocar
cualquier infarto.
Hay otros días donde la tarde se aleja mordiendo
su silencio, su tristeza nos recuerda la pequeñez que somos, “qué solos somos,
todo nos es prestado menos la soledad”, diría Roberto, lo efímero de nuestro
andar sobre la tierra, cada paso es un saludo y despedida, un silencio, un
duelo de permanente soledad y de vacío. “Qué solos se quedan los cuartos que se
quedan solos”, cito nuevamente al poeta de a dónde ira veloz y fatigada
(Diuno de los adioses), libro en el cual, por cierto, se encuentra también
este poema:
Mi abuela materna
fue un árbol de marimbo
que permaneció entre nosotros
más allá de sus noventa años,
desde quién sabe cuántos siglos de estirpe;
por eso
su adiós
fue un inmenso vacío
a la mitad de la casa.
Pero hay días también, sino es que
diario, en los cuales, estoy seguro, Roberto López Moreno, el poeta de las
mariposas de Tía Natí, pensativo y solitario como es, se pregunta por el
ser, por el ser del ser y la existencia: “¿de qué luz primera viene el recuerdo
de los tiempos?”, ¿qué hay antes de la luz y el tiempo?, ¿qué en ella?, ¿qué en
él?, ¿dónde inicia el principio del principio de la madre tierra y del padre
sol? Y es así como nace en nuestro poeta abrára, poemario capital en su
visión de mundo, en su decir poético y literario.
Ábrara, “lo que abre de su esencia
misma, concepto del principio, juego de liliales aes, primer latido acunado en
el hondo de la entraña, golpe primo del albor a llama verde, lo que inicia el
inicio”. Ábrara: “inio espasmo de la savia abriendo”, “lo que será (ya siendo)
materia y hálito”, “sustancia de la sustancia, la que inaugura, el sol, la sol,
la voz primera”. “El enigma del principio del principio, la soledad en llamas
en el momento de la concepción”, el instante del instante, la causa de la
causa, la encantada figura del instante de la creación. Ábrara:
No se cierra,
Nunca se cierra.
Siempre se está abriendo
como corresponde a su mágica sustancia,
creación de la creación,
partícula de luz que viene de los finales
porque no hay finales, sino esta cadena
de fogonazos en los que nacen
los ríos de las sangres.
Ventana de los principios
y en todo está el principio,
en cada ciclo
que complementa su estremecimiento
haciendo curva y redonda la palabra,
música esferada cargada de longitud y peso.
En todo está el principio
como la fuente inagotable que ha fluido sobre
el mundo
y apenas está naciendo
de los úteros de la tierra.
Átomo de todo génesis
(del génesis), átomo A
recorrido hasta la semilla clave de su inicio,
oficio de quehaceres,
de mecánica y cohesiones hacia adelante,
hacia-desde las noches y los días
reinventándose mutuamente, pares dinámicos,
cópula de las energías-energía,
el milímetro,
el gramo,
que van a inventar el UNO
siendo un uno cada uno.
Y es así como Roberto, nuestro poeta, concluye
que el principio del principio, la nada, el silencio, el vacío, “es la poesía,
después es el poema de la poesía”. Quizá sea esta la razón por la cual también
nos diga en su poema Abstracción. Gira, que “sólo lo creado por los
poetas permanece sobre la tierra” y, por lo mismo, que “cuando mueren los
poetas la tierra se estremece”. Los poetas, la voz de voces que nace desde el
alma y duele. Recuerdo una escena de poliedro, su obra de teatro:
EL ADMINISTRADOR
GENERAL (con fisonomía de indígena, pero vestido de caporal): Echen a
ese hombre que está ahí parado en la entrada.
UN
PEÓN: No molesta en nada, señor, sólo quiere hacer unas preguntas.
EL
ADMINISTRADOR: ¿Dicen que es poeta?
UN
PEÓN: Sólo eso, señor.
EL
ADMINISTRADOR: ¿Y quieren más? Esos hombres son muy peligrosos, hablan con el
alma de los hombres y con el alma de las cosas.
Sí, los poetas son así, Roberto es así, dialoga
consigo mismo y con el alma de las cosas, de ahí que su voz sea de piedra y
agua, manantial de voces, raíz, viento, polvo e infinito. Sombra y silencio,
cascada de metáforas hablando con el sol y con la luna, con el fuego y el sudor
calloso de la sal y la tortilla, con libertad de la selva madre del mar
evaporado, selva de comunión en él:
Selva oscura preñada
de humedades,
en ella, de tanta luz,
nos encontramos perdidos
para encontrarnos en ella.
Como dije, Roberto López Moreno es un gran
luchador social, un puño en alto que ha escrito en su andar un gran poema, un
solo poema, uno solo, compuesto de miles de versos encendidos. Es un canto
unificado, su obra toda es un poema. Su gramática es un aguacero escondido de
metáforas, símbolos de colores libertarios, estallidos de verbos conocidos y
desconocidos, creación de lágrimas y sueños, encantamiento de sonidos y
palabras.
Su canto nace entre la selva y el viento, entre
la tierra y el mar. Retumba en todas partes, es canto poético que asoma al
sentir del alma, cito ahora esta su voz de itinerario inconcluso:
En tu
cuerpo de sal y fuego y resistencia se te arrodilla el mar con toda su interna
eternidad de espuma. Los pendones del mar marean tu pelo; los ritmos de este
mar golpean tus venas con el machete de la luna; los huracanes del mar son tu
lenguaje; el resumen del mar está en tus ojos, en ellos me sumo, me resumo; en
el zumo del mar doy con la vida. Arrodillarte, mar, en eta playa, bandera de
nuestra cal, muy cuerpo adentro; hembra de espuma, varón de oleajes, macho
líquido, soplo de sal sobre esta playa que estás sobré la tierra.
Dioses reencarnados en la selva, en el “sol de
soles” de la selva, “lagartos de mil dientes”, “silbo verde que esgrime la vida
con la muerte en sus entrañas”. Selva y mar embravecido, donde, retomó su itinerario
inconcluso, “los marineros no cantan, son un invento de las olas pero ellos
saben, y navegan”, y concluye: “Yo traigo la canción del mar, la que fecunda;
doblego tiernamente tus murallas de caoba, somos en un abrazo el brazo, el ojo,
el pelo del musgo. De pronto nos amenaza el mar… después te canta entre las
piernas… ahora en tu cuerpo se arrodilla el mar y te deja con un peine de
pájaros el que peines el fuego que te incendia”.
Finalizaré este asomo a la obra poética de
López Moreno, haciendo mías las palabras del poeta y filósofo que, en sus
tertulias literarias, me dio la oportunidad de conocer a Roberto hace más de
cuarenta y seis años, me refiero a Enrique González Rojo Arthur. Él decía, a
propósito de un reconocimiento que le hacían a Roberto, nuestro poeta, que
sirviera esa celebración, lo que en mi caso serían estas modestas líneas, “para
que los jóvenes lean con cuidado, con amor, una obra del temple y la riqueza de
la de Roberto”, y agregaba:
Sé que
un poeta con tan amplio diapasón creativo, aunado a la audacia en la expresión
y a una sensibilidad que le brota por todos los poros, se tiene que imponer a
la larga en la cultura nacional y saltar del conocimiento —del que ya goza— al
reconocimiento que merece. Aunque la poesía de RLM va a acabar por imponerse (ya
que tiene la fuerza y los méritos para hacerlo) creo que es un deber de quienes
hemos tenido el privilegio de comprender su valía, coadyuvar al aceleramiento
de este proceso de evaluación y a que Roberto ocupe lo más pronto posible el
lugar de gran poeta que le corresponde.
Caloclica, CDMX, agosto de 2023
Fotografía sin datar