Benito Balam escribe sobre:
Tumbas en el
olvido de
Genaro González Licea
“Estoy vivo de tanto morir vivo”
Atravesar el lindero de la poesía de Genaro González
Licea, es entrar a un territorio ignoto, desconocido, cuya identidad del “yo”
se pierde, no sólo por la expresión que busca con mayor veracidad el decir del propio autor,
sino por el escaso entendimiento y azoro, que trata de retenerse en el mismo
lector.
“No sé si al caminar fui yo el que cayó
en
un recuerdo sepultado,
o fue mi fantasma bañado de ausencia y de vacío.
No lo sé,
pero sé que mi yo es una sombra enterrada entre mi sombra…
“Estoy muerto, esa es la verdad.
El yo que busco ya está muerto…
“Ahí estaba…, era yo y mi otro yo caído…
“…de un yo que ya he perdido.
“Solo quiero conocer al otro rostro que vivió conmigo,
y reencontrarme con mi propio extraño…
“Solo quiero escuchar la voz
que asesinó mi voz asesinada…
“Hay un yo caído en las grietas de un peñasco
derrumbado…
“Es la desolación de alguien que murió sin mí,
de alguien que dejó su desconsuelo…
“Es el rostro de mi madre
que duerme carcomido junto al mío…
“Es el rostro de mi padre envuelto en una luz sin cuerpo…
Soy otro y el mismo que emigró al buscarse…
Nada frena a un migrante bajo tierra…”
Su “yo” es otro “yo”, que ha
muerto y que “ha muerto sin mí”, es
un “yo sin mí”, lo reconoce como un “yo extraño”. Y a la vez lo descubre en
el rostro de su madre, con el “que duerme
carcomido” y en el rostro de su padre, que solo es “luz sin cuerpo”. El poeta se admira de la muerte de su “yo”, que
ha muerto con la muerte del rostro de sus padres. Por eso, el vínculo tan
cierto del “yo que ha muerto sin mí”,
del que ha sido violentamente despojado, de ahí su desconsuelo y su desolación.
Una experiencia de presenciar la muerte de su propio “yo”, en lo más grave de
un poeta “la voz que asesinó mi voz
asesinada”, grande dolor sin duda, ya no poder oír la voz de ese “yo”
ad-herido a sus padres, sí, herido de sus padres.
Mas su madre
y su padre no son sólo familiares, pertenecen a la raíz telúrica, al viento
migratorio que los pronuncia en las ramas de los árboles, al fuego que crepita en
las rocas de las montañas y en las entrañas de la tierra. Y que se cristaliza
en la tierra que emerge del agua del subsuelo, donde son enterrados nuestros
ancestros, en la memoria de las tumbas, cuando el olvido recobra la
consciencia, y vuelve a mirarse y a escucharse.
Genaro nuestro poeta, tiene
la osadía de recorrer ese territorio de lúgubres augurios, adentrarse en el
sendero mitológico del Mictlan, el mundo de los descarnados, el cual no tiene
fondo, como el mismo lo asegura; y como en los
libros de los muertos del Bardo Thodol de los tibetanos o del Popol Wuj de
los mayas, descubre atónito que a la entrada de la gruta se le exige a quien
pretenda cruzarla, precisamente la desintegración del “yo”, pues hasta los
autores de esos libros sacros se diluyen en el mismo sueño mitológico.
Padmasambhava, así como Jun Ajpú e Ix Balam Kej, son ahora meros personajes del
relato.
El duelo entre la vida y la
muerte se torna más acuciante, más desgarrador y más deslumbrante, según nos lo
narra la poética lapidaria de González Licea, conforme va entrando a las tumbas,
enterrándose en el subsuelo, encontrando minas inexistentes, sombras de
tesoros, dolor inefable, orfandad soterrada.
“La muerte es la vida y la tumba de lo que somos,
de lo que nunca fuimos,
de lo que fuimos sin saberlo,
de lo que somos sin saber que somos…
“Somos almas desoladas con el tiempo,
la pureza de la tierra de un ídolo de barro,
la esencia de un hueco inexistente,
la deslumbrante soledad
de un sol indiferente que nos mira…
“Y morir es morir sin concesiones.
Luz oscura de luciérnagas perdidas.
Látigo de piedra azotado en otra piedra.
Frío atardecer mordido entre las hojas.
Ojo de agua hundido sobre el agua,
agua mágica que nace de un dolor que me tortura…
“Dolor seco como el trueno de un relámpago
sin agua…
Nuestro poeta Genaro, llega a
la cueva del frío donde parece que todo está seco, donde hay un lánguido
palidecer de un fuego extinto, donde parecería que no hay cobijo posible para
permanecer más en la existencia, sobre todo si sufrimos “la indiferencia del sol” como destino. Aún ahí es posible sentir vagamente
la promesa de la irradiación de otra vida, que nos da movimiento al reaccionar
a su energía invisible y que confundimos con un fantasma.
“Aquí donde estoy no hay odios ni envidias ni traiciones.
No hay voces con máscaras colgadas.
Solo el eco desolado de una sombra enloquecida…
“Si, en este lugar donde estoy,
mis cenizas se enredaron
en la cara de otra cara que sé bien que era la mía…
“quise verme desnudo de mí por un instante,
sin huesos, sin carne,
solo yo y el infinito de este duelo
que deshace mis entrañas…
“Y encontré llagas saltando de piedra en piedra,
de una generación a otra,
de un prejuicio a otro…
“mujeres enterradas en el aire,
hombres torturados con los cardos abrazados por el frío…
“Encontré migrantes milenarios que viven ocultos
en lo oscuro de mis pasos…
“desde ese día mis palabras se escondieron atadas
en mi boca,
y mis rostros danzaron sobre mí el rito de la muerte…
“Desde ese día, lo supe bien,
la muerte es morir al beber agua…
“Desde ese día mis culpas
voces arrodilladas…
“en la vida que muere en el dolor de cada instante…
“Sábelo bien, enterrar no es olvidar,
es suicidar el recuerdo en un trozo del olvido,
es un desprecio a la vida, a nosotros, a la muerte.
Es un acto de libertad
que pocos tienen el coraje de hacerlo suyo…
“La nada es un instante.
Es ver por un instante lo que ya no es,
Lo que ya no somos,
Lo que seremos en lo azul del infinito…
“Es el desapego de mi ser que me aniquila…
“Ahora lo sé de cierto,
estoy sumergido en el tiempo donde nada existe.
Solo la muerte un día me liberará de estas tumbas
que cargo en las entrañas…
“en un presagio que no duerme…”
Genaro el poeta de los
espejos, de los rostros que lo reflejan, en los cuchillos de obsidiana, que
abundan en el Xibalbá, llamado Mictlan, “las
mujeres enterradas en el aire”, “los
hombres torturados con los cardos abrazados por el frío”, “los migrantes milenarios”, “las voces arrodilladas”, todos esos
fantasmas que componen su rostro, sus otros “yo” desvanecidos, ese “yo”
colectivo, de generaciones, sin carne ni huesos que quisiera atrapar desde el
olvido, desleído, apenas percibido por el recuerdo de los sueños.
Y al verlos ahí, lo recrean
a sí mismo, en una danza ritual que poderosamente lo atrae hacia su muerte, no
como negación o cobardía, sino como revelación y valentía, de tener el coraje
de dolerse de su muerte como su propia muerte, de tener el valor de no “suicidar el olvido” que surge del
entierro, la vida que hubo y que sigue siendo para quien no olvida. El mismo declara
este coraje al atestiguar cuan entrañable es ese dolor que se ha convertido “en un presagio que no duerme”.
Pero él sin saberlo, aunque
lo intuye, anda sobre aguas subterráneas, dominio de esa “agua mágica” que lo ha
torturado desde el principio, “la muerte
es morir al beber agua”, que le da a entender el peso de la muerte y que
pertenece “al nahual que está en sus
pies”, que no es otra cosa, más que el agua donde hemos sido concebidos, ¡cómo
deslumbra reconocerlo!, semejante a un parto que gime dentro del corazón y
enceguece por su desbordante luz.
“Un destierro de rezos humea
en gemidos que renacen…
“murmullos de un chamán
hechizado con el tiempo…
“Hay un poder mágico que
llora en las hojas,
un espíritu que danza en las
montañas…
“Es el espíritu divino del
vacío,
es la muerte que abraza el
alma de una rama…
“Cantos que nacen de la
tierra, de la selva, del viento.
Luces que se enroscan en un
ensueño pisoteado,
Luces mágicas que ahora
danzan, cantan y lloran.
Son raíces de volcán y
lágrimas de lava,
llanuras tejidas con espinas
mordidas por chamanes,
mitos del subsuelo donde
están mis pies ahora,
mis soles de agua hechos
ceniza,
mi tierra embrujada de fuego
de maíz y ojos de venado,
de lluvia abrazada con un
rayo.
Tigre embrujado molido en el
tezontle,
en el fogón de las manos de
mi madre…
“Este subsuelo de múltiples
raíces y colores…
“El nahual está en mis pies…
“es el mito donde sueñan los
campos y las flores…
“la raíz de mi pasado que
errante me sostiene…
“una cultura de obsidiana
que arde sobre el río…
“Somos un silencio de
mágicas raíces…
“Somos la voz molida en
piedra,
el olor seco de la sombra,
el mosaico de sueños
desnudos en el agua.
Yacimientos de lagartijas
doradas de amargura.
Tortugas que florecen como
plumas.
Dioses de carbón mojado con
la lengua.
Pájaros sacrificados a la
orilla de las ramas.
Caracoles calcinados con el
polen de una nube.
Serpientes enroscadas en la
indigencia turquesa
del olvido…
“Ya no hay nada aquí…
Soy polvo y silencio,
murmullo tejido con el agua…
“como la muerte de mi madre
torturada.
Madre tierra, madre agua,
madre manantial arrodillada…
“Ya no hay nada aquí…
Desciendo en mi propia
oscuridad
más allá de mi voz hecha
ceniza…”
Pareciera que la propia
recreación con la fuerza de su luz ciega, pues al término de este festejo, de
esta danza por la vida, como que se colapsa de obscuridad el fuego candente,
que subterráneo palpita, apenas visible hace un momento, cuando su ser aflorara
en la remembranza de un pueblo, que en la memoria del poeta se enlazara Genaro.
Pero al instante, deviene el eclipse, colapso del sol que gime bajo tierra, de
un sol en el subsuelo, ese dolor de la muerte pareciera ser inabarcable, en
especial el dolor por la muerte de la madre, “Madre tierra, madre agua”, “manantial
arrodillado”, el poeta arrodilla su palabra y asegura que ya no ha quedado
nada. Sin embargo, ese vado de su fluir
poético, es necesario para entrar en un nuevo fondo, en un nuevo encuentro
inimaginado, incluso para el mismo poeta, el cual ha reparado que ya hay un
río, y es un río acompañado, que suma la presencia de la superficie, donde
queda el recuerdo del sol, adquiriendo en su poética otro nivel de elevación en
su camino, porque ha retornado al subsuelo, después de haber salido a la luz.
“Todos cargamos tumbas olvidadas…
“Estoy vivo de tanto morir vivo…
“No me busques más,
estoy en una flor que ríe en los ojos que la miran…
“Estoy sepultado sin haber nacido…
“los abortos que duermen sin haberse sepultado…
“Mi vida fue ceniza caída…
“un interior que me espera por haberme suicidado…
“Es un brujo metido entre las venas…
“Voy al paso del tiempo…
la eternidad es nada…
“amor desolado tejiendo el sueño de su muerte…
“la palabra que tiembla desnuda al recordarme…
“No sé cuantas tumbas soy…
“Pero en ellas he aprendido
a caer en mí mismo arrodillado,
a amar sin ataduras el rostro de la muerte,
el yo desconocido que vaga por mí asesinado…
“Sé que su sombra está conmigo,
que sus brazos son los brazos de mi yo desconocido,
Son mi ceniza…”
“Y es entonces cuando escucho mi voz sobre mi oído:
“quédate conmigo, Genaro, ya no vagues más,
sabes muy bien lo que entristece la mañana”…
“Yo el que nació en el vientre escondido de una tumba…
“He llegado a pensar
que lo único realmente nuestro
es la libertad de soñar
lo que no somos…
“Vida y muerte son un misterio sepultado
al interior de lo que somos…
“mi yo, mi otro,
mi pluralidad que alumbra mi camino…
“Mas uno es un acto de amor,
una fuerza de ser uno mismo así sea por un instante,
el instante fugaz que nos une al viento…
“Con estas manos me suicidé en mis tumbas olvidadas,
en mis recuerdos que siempre están conmigo.
Con ellas rasgué las ataduras del dolor de mis palabras,
y maté mis tristezas con mis sueños.
“Jamás olvidaré a mi ser desconocido.
Agua marina que bebí como un relámpago en el alma.
Amorosa quietud que une mi vida con la vida
mi muerte con la muerte…”
Así de manera conmovedora
Genaro González Licea, nuestro poeta del “morir vivo”, llega al momento cumbre
de esta obra de pesares y revelaciones, cuando generosamente se va
desprendiendo de su “yo” individual y lo puebla de otros “yos”, la pluralidad
de existencias de la que estamos hechos y de la que somos parte, porque nos han
acompañado siempre, el poeta va reconociéndolos en su amoroso mirar “estoy en una flor que ríe en los ojos que la
miran”, impresionante sentir que cimbra el momento poético de una lírica
tierna y dulce, para soportar tanto dolor y desasimiento, que vienen del
sufrimiento humano y del desapego de ese dolor, como una mudanza en el alma.
Se va dando una conversión
que viene de raíces ancestrales, de una cosmovisión indígena ceñida a la
fatalidad de realizar la vida como el camino de nuestra muerte, donde no hay
cabida al concepto de eternidad, porque todo es circular y ceñido a un tiempo y
a un espacio, según los ciclos de los soles.
En el poeta se va dando paso
al amor telúrico y trascendente de la palabra que afirma: “No sé cuántas tumbas soy…”“Pero en ellas he aprendido/ a caer en mí
mismo arrodillado, / a amar sin ataduras el rostro de la muerte, / el yo
desconocido que vaga por mí asesinado…“Sé que su sombra está conmigo, / que sus
brazos son los brazos de mi yo desconocido, / Son mi ceniza…”
Ese otro ser arquetípico de
su “yo desconocido”, lo hace
reconocer que su abrazo es de un gran Tú, que apenas intuye pero afirma, por el
amor que lo ha arrodillado y por el que ha podido “amar sin ataduras el rostro de la muerte”, al darse cuenta que ese
desconocido ha sido asesinado por él, descubriendo por fin que su muerte tiene
un sentido, el gran amor de haber muerto para que el poeta viviera y así su
poesía diera vida a otros, la figura de Cristo arrodillado, se revela potente
en medio de una cultura indígena asesinada.
“Mas uno es un acto de amor,
una fuerza de ser uno mismo así sea por un instante…
“Jamás olvidaré a mi ser desconocido.
Agua marina que bebí como un relámpago en el alma…