Fotografía de Ingrid L. González Díaz
duermen tranquilos sobre el agua.
Sus entrañas abiertas como piedra les hacen
llorar sobre el hueco de las olas.
Es tan grande su soledad,
su abandono de brisa marinera,
que los navíos al sentir su frío palidecen como dioses calcinados,
como silencio de un errante pescador que agoniza
ciego de amor de tanto amar sin ser amado.
Ahora sus huesos son coral amamantado,
humo de madrugada que acompaña el latir del marinero.
Han quedado atrás los muelles.
Más allá del silencio que arrulla la marea,
los ojos dulces del amanecer,
los brazos de la arena donde triste duerme la última partida.
En el mar los muertos son fantasmas que a lo lejos
observan su cadáver.
De Del libro:
El
silencio y la sombra de
Genaro González Licea
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