viernes, 17 de agosto de 2018

Eusebio Ruvalcaba recordado por Genaro González Licea


 Genaro González Licea 
Fotografía sin datar



Mi gratitud a Abraham Chinchillas y Hans Giébe, 
por recordarme una deuda que tengo con Eusebio Ruvalcaba. 



“Abraham Chinchillas sabe de lo que está hablando. Su palabra es punzante y lastima”. Palabras dichas por Eusebio Rubalcaba quien, me consta, solamente emitía un juicio de valor cuando estaba plenamente convencido de ello.

Y efectivamente Eusebio tenía razón. Para empezar Chinchillas sabe perfectamente con qué “b se escribe bush” y, más todavía, cómo aventurarse “de la vida hacia la muerte”. Sabe, por tanto, qué es la libertad y que uno, día a día, está liquidado. Eusebio diría: “estoy liquidado, hoy es el día más feliz de mi vida”.

Abraham, Hans, gracias por permitirme recordar a mi amigo Eusebio Ruvalcaba, al que aún veo darme de propia mano su primer libro de poesía Atmósfera de fieras, él con 26 años, yo con 20, al centro, el maestro, nuestro maestro, Enrique González Rojo.

Genaro González Licea
agosto de 2018




jueves, 26 de julio de 2018

ARTURO GUZMÁN ROMANO, entre El silencio y la sombra, Genaro




Fotografía de Ingrid L. González Díaz




Para Genaro González Licea


Entre El silencio y la sombra, Genaro.
Me reconozco donde no me conozco
apurando la vida que se aferra atrapada
en la muerte segura de parpadeo incesante.

Nada parece detenerla
mientras el yo va y viene
desgarrado y vibrante,
pretendiendo el disfraz de conocerse,
desconocido al fin en su desgaste inevitable.

Los afanes del alba taladran los espejos de la noche
que nunca acaba de irse y reaparece.


Arturo Guzmán Romano.
Lunes 9 de julio de 2018.




“Nada más elocuente que el silencio… Es en su fuerza donde descansa el ser.” Así inicia uno de los tantos poemas, el silencio, de Arturo Guzmán Romano, poeta todo él, “mi vida siempre ha girado en torno a la poesía,” que generosamente hace un alto en mi libro el silencio y la sombra y me obsequia una reflexión poética que es, en realidad, para todos y por siempre.

Arturo Guzmán tiene, desde hace tiempo, un lugar muy bien ganado en la poesía mexicana. De ello dan cuenta, y en otro momento hablaremos del tema, escritores y poetas como Arturo González Cosío, Enrique González Rojo Arthur, Lazlo Moussong, Roberto López Moreno, Roberto Rojas, Justo Molachino, Franchi Raúl Martínez, Mario Cedeño, Juan José Arreola, Ernesto Mejía Sánchez, Alejandro Montes de Oca, Argelio Gasca, Jesús Sandoval, y Pedro Garfias, quien le decía a nuestro poeta: “maestro ni un carajo, yo soy Pedro… ¿y tú?”

Dejemos la lista allí, pues, el propio Arturo me diría: “corre el riesgo de ser injusta por incompleta”. Por lo pronto, recomiendo su libro poemas del silencio y otros poemas (antología 1958-2014).


Genaro González Licea
Caloclica, Ciudad de México,
julio de 2018.

domingo, 8 de julio de 2018

ENRIQUE GONZÁLEZ ROJO ARTHUR, prólogo a la Caloclica de Genaro González Licea





Fotografía de Ingrid G. González Díaz 



DESESPERANZA Y POESÍA
En torno a la Caloclica de Genaro González Licea

Ignoro por qué mi amigo Genaro González Licea se siente solo, solo y su alma, bebiendo a sorbos el acíbar del pesimismo, y pensando y deseando la muerte. No lo sé; pero los sentimientos y estados de ánimo, por intensos que sean, interesan poco o nada cuando se trata de analizar una obra poética. Lo importante es examinar qué hace el escritor con estas vivencias, qué trato les da, cómo las eleva o no al ínclito nivel de la poesía. Visto desde esta perspectiva, no tengo empacho en declarar que Genaro es un excelente poeta. Y subrayar asimismo que, cuando las emociones personales son tocadas por la varita de la creatio lírica, dejan su individualismo y pasan a competernos a todos, que advertimos en ese tratamiento la representación general de análogos sentimientos que embargan o pueden hacerlo a cualquier ser humano.

Caloclica, casa del camino, es el lugar simbólico donde se escribe esta poesía. El dolor hace acto de presencia desde que sale el sol. Se trata de un “día grisáceo que amanece mordiéndome la cara”. Se adivina que hay una ventana o que el poeta sale a la intemperie ya que, con la misma desazón, Genaro se conduele de que “los geranios al mirarme se marchitan”. Cuánto sufrimiento ha de haber en el portaliras para que eso suceda. Y el colmo es que hay un sapo “que vigila en el estanque la caída de mi último suspiro”.

Nuestro poeta no está cerrado, desde luego, a la belleza. Pero el infortunio y hasta un extraño masoquismo acompañan a su sensibilidad: “amo lo hermoso de una flor con sus pétalos caídos, pero también el olor de un tumor podrido”. Los geranios, el sapo, la flor de pétalos desmayados están junto a él: la infelicidad se halla a la mano, en su vecindad. Pero también “un aullido a lo lejos despelleja la muerte en la ventana”.

Es necesario retrotraernos al lugar desde donde surgen estos lóbregos cánticos y trenos terribles y a su no menos desesperado poeta. Caloclica no es la torre o la cumbre desde la cual el poeta suelta el enjambre metafórico que engendra su cacumen, más bien es un lugar hórrido, en plena concordancia con su huésped: “túnel de paredes tristes y florecillas que cuelgan de la nada”, “lugar donde el pasado languidece”. Pero también es un sitio abierto a todos los rumbos y problemas del ser humano ya que en él “se entrecruzan los cuatro puntos cardinales”.

Pero si dejamos de describir y pensar en el locus donde se ubica nuestro poeta y volvemos los ojos al propio Genaro, nos sorprende, antes que nada, la relación de González Licea con las palabras, las que si, en un principio, parecían acudir a este desdichado ser humano como consuelo y amortiguador, después languidecen hasta su aniquilamiento y las consecuencias que ello acarrea. En una parte dice: “las palabras zurcían la tristeza de mi soledad más sola, desolada” y más adelante contrapuntea: “mis palabras antes que yo murieron, realmente me enterraron vivo”. Mas detrás de esas palabras nefandas, vinieron o había otras que asumen la trágica mensajería del sufrimiento. Oigamos algunas. Primero estas donde los protagonistas respectivos son el desconsuelo y el desahucio: “mordí mi desconsuelo en la palma de mi mano”, “desahuciado mastiqué mi sangre gangrenada”.

Las palabras, por dúctiles y elocuentes que sean, son incapaces de representar del todo una salida para Genaro. Tiene tanta valentía para decirlas y decírselas, que se podría pensar que “la patología del ser” (Martínez Ocaranza) que le embarga, no va sólo a expresarse en la retórica o en aquello que se halla a espaldas del lenguaje o sea en la persona misma del poeta. A esto responde el siguiente verso: “mis entrañas se tocan a sí mismas”. Por eso hay versos que más que sorprendernos por la peculiar manera de presentarse ante sus lectores, nos remiten automáticamente a la realidad de la que son el significado. Dice, por ejemplo, el poeta: “dormí a la orilla de mi ser vacío”, lo cual nos devela que el poeta no sólo sufre un desdoblamiento, sino que su “otro Yo”, junto al cual duerme, es y no es él. Y añade algo tan desgarrador como “cansada de esperarme mi propia soledad se fue sin mí”. No puedo imaginarme por qué la soledad que acompañaba a Genaro, y que era asumida como indispensable y valiosa –tal vez en una evaluación masoquista– de pronto lo deja más solo que nunca: solo sin su compañera habitual: la soledad. Si ahora se haya solo hasta de su soledad, probablemente han surgido nuevas compañías, pero indeseables, como si la “confortable soledad habitual” hubiese sido trocada por la presencia angustiosa de criaturas deleznables. Y es este el momento en que nuestro poeta llega a la máxima confesión: “me falta muy poco para morir, cuando eso sea dejaré una sonrisa en la sombra de un girasol caído”.

La primera lectura que he llevado a cabo del libro Caloclica es un tanto superficial y no abarca la riqueza y la profundidad de este opúsculo. Como en todos los grandes libros de poesía, con este poemario ocurre que es susceptible de una enorme variedad de lecturas, interpretaciones, puntos de vista. No puedo dejar de afirmar mi asombro y al mismo tiempo entusiasmo al descubrir que mi amigo Gonzalez Licea es un gran poeta. Los sentimientos de soledad, angustia y presencia de la muerte son transfigurados, como ya dije, en elocuentes muestras de gran poesía. Aunque el pesimismo y la tristeza imperan en el mundo lírico de Genaro, y aunque no encuentro en ellos el menor atisbo de lo lúdico y la alegría, en el verso sobre la muerte que acabo de transcribir, no deja de llamar la atención que, cuando el poeta nos habla de su muerte, de su desaparición total o, lo que tanto vale, de su retorno a la naturaleza nos diga que al final “dejaré una sonrisa en la sombra de un girasol caído”. Se trata de un pequeño, pero muy elocuente, atisbo de felicidad. El gran poeta no pudo finalmente prescindir de una de las aspiraciones fundamentales del ser humano.

Enrique González Rojo Arthur
Prólogo al libro Caloclica

© Genaro González Licea. Todos los derechos reservados. 





Foto de Ingrid L. González Díaz


GENARO GONZÁLEZ LICEA, Caloclica, palabras al lector





Fotografía sin datar



Las palabras aquí dichas durmieron, por mucho tiempo, entre una luz que languidece, como la vida que se va y la muerte que se queda, y un presagio de amor, esperanza seca, sueño de un mundo donde ya no viviré, pero saberlo serena mi alma sepultada.

Algo las despertó sin ojos, ni dientes ni cabeza. Tal vez fue su olor a papel viejo, o el polvo y humedad vacía que encierra la soledad de la sombra de mi sombra. Decidido, intenté quitar, corregir, agregar. Salvo puntos y comas, nada cambió de fondo. Mi dolor seguía pegado al piso. Las palabras zurcían la tristeza de mi soledad más sola, desolada, rota.

Entendí, entonces, que yo era otro y a la vez el mismo, que las palabras son la expresión del otro en uno mismo, la comunión de una piedra en la piedra mía. Que en ellas lo sagrado es lo profano desdoblado, música que desborda el interior dormido, viento que cubre la desnudez desnuda del indigente y mía, de arrogantes y desdichados, de una madre enferma y un hijo desvalido.

Entendí que las palabras son el despertar y la decadencia de las flores, las entrañas del mito de la vida y de la muerte. El todo y nada al mismo tiempo. Murmullo de recuerdos y de olvido. Son, tal vez por eso despertaron en tus manos, hilos de silencio y canto que zurcimos todos.

Caloclica, Cd. de México, 2017.

© Genaro González Licea. Todos los derechos reservados. 


GENARO GONZÁLEZ LICEA, publica CALOCLICA, poemario dedicado a Carlos Castilla del Pino






Fotografía de Ingrid L. González Díaz




Si bien es cierto, según Canavaggio, que Castro del Río es un pueblo ligado a Cervantes, también lo es que a partir de Casa del Olivo, es un pueblo ligado a Carlos Castilla del Pino.

Genaro González Licea
del libro: Caloclica


© Genaro González Licea. Todos los derechos reservados.





CALOCLICA o casa del camino de Genaro González Licea





Fotografía sin datar




Aléjate de esta tumba, de estas líneas que cuelgan como pus entre los ojos.

Escribo con un dolor a cuestas y un aliento lejano con sonido a piedra, a vacíos incumplidos, a palabras rotas, desteñidas como siluetas dormidas en la nada, como miradas que resbalan en una calle sin ojos, en una noche sin sombras.
Túnel de amor interminable, vaciedad infinita, volátil, efímera, inútil, superflua.

(Fragmento)

Genaro González Licea
del libro: Caloclica
© Genaro González Licea. Todos los derechos reservados.


CALOCLICA o casa del camino de Genaro González Licea





Es triste caminar de aquí para allá en círculo cerrado y sin saber los pasos que se han dado.
Caminar sin sentido ni esperanza.
Correr sin saber por dónde ni por qué.
Dar pasos como animal herido buscándome, buscándote en la sombra de mi sombra, en la nada de la nada.
Caminar, diría Juan Ramón Jiménez, “por la sombra dormido, dormido, ¡a ver si puedo alcanzarte a ti!, que has muerto sin yo saberlo”.

Es triste caminar atrapado por una sombra que no existe.
Trampa que existe sin existir.
El problema no está en ella, ni siquiera, nos dice al oído Wilhelm Reich en el asesinato de Cristo, en hallar la salida.
“El problema está dentro de los atrapados”.
Lúcidos o locos son almas abandonadas que al paso pegan ideas, como ladrillos el albañil, en el viento y la neblina.
¿Por qué construimos un ser que nos separa, desune y destierra de un interior muy nuestro, muy propio, íntimo, hondo, como el peso de la eternidad en un caracol herido?.

(Fragmento)

Genaro González Licea
del libro: Caloclica
© Genaro González Licea. Todos los derechos reservados.

CALOCLICA o casa del camino de Genaro González Licea





Fotografía de Ingrid L. González Díaz



Quisiera decir lo que soy, pero en verdad no puedo.
Desconozco la intimidad íntima de mi intimidad caída.
Intuyo, sin embargo, que asoma intenciones que mejor es ocultar, enterrar en mí y alimentar su muerte.
Nadie, aunque quiera, puede ser del todo transparente.

(Fragmento)

Genaro González Licea
del libro: Caloclica
© Genaro González Licea. Todos los derechos reservados.




CALOCLICA o casa del camino de Genaro González Licea




Fotografía ded Ingrid L. González Díaz




Con este dolor a cuestas empecé a escribir una letra encima de otra letra.
Sin más unidad que mirarme hundido.
Sin más deseo que enroscarme, desnudo, más allá del tiempo,
allá… allá donde un quejido no se escucha nunca.

Las escribí para mí, para mi interior perdido, luz que danza vivaz en los maizales todavía, en los pizarrones, en las calles donde voy, como luciérnaga sin alas, sin saber que existo.


(Fragmento)

Genaro González Licea
del libro: Caloclica
© Genaro González Licea. Todos los derechos reservados.

CALOCLICA o casa del camino de Genaro González Licea





Fotografía de Ingrid L. González Díaz





Soy igual que todos, igual que nadie.
La vida, siempre lo he dicho, me ha dado más de lo que merezco y yo le he dado menos de lo que debo.
Estoy en paz, sí, estoy en paz.

Los dioses, diría Juan Ramón Jiménez en unas letras que me escurren por los ojos,
“no tuvieron más sustancia que la que tengo yo.
Yo tengo, como ellos, la sustancia de todo lo vivido y de todo lo porvenir.
No soy presente sólo, sino fuga raudal de cabo a fin.
Y lo que veo, a un lado y otro, en esta fuga es sólo mío, recuerdo y ansias mías, presentimiento y olvido.
¿Quién sabe más que yo, quién, qué hombre o qué dios puede, ha podido, podrá decirme a mí qué es mi vida y mi muerte, qué no es?”.

(Fragmento)

Genaro González Licea
del libro: Caloclica
© Genaro González Licea. Todos los derechos reservados.

CALOCLICA o casa del camino de Genaro González Licea




Fotografía sin datar 






Caloclica es un lugar donde el pasado languidece.
En ella se entrecruzan los cuatro puntos cardinales.
Es una piedra que vivirá en tanto el viento exista
y el aroma de la noche reconozca la humildad de sus cenizas.

De hecho, pienso, la vida es una casa en el camino, un descansar y seguir a solas.
Es un espacio donde nace el mundo, las ilusiones, los paisajes, lo vivido y lo que a uno le faltó vivir, la esperanza y desesperanza, la muerte y el olvido.
Ese olvido que duele, cala, educa.

Duele recordar el olvido.
Somos insignificantes,
viajeros en la casa del camino,
recuerdos que se tejen,
sentimientos que palpitan, flotan.
Duele recordarlo.
Duele.
Caloclica es un estado de cuentas,
precipicios,
veredas,
interrogantes sin respuesta.

Es una travesía donde una y otra vez caigo y me levanto.
Es un olor a tierra sepultada,
a surcos rasgados por el tiempo.

Húmedo aroma que golpea el silencio de la nada donde vivo.
Soledad pálida de un cántaro sin agua.
Nostalgia de regresar a un sitio donde nunca he estado.
Camino de un paisaje donde mi memoria es el olvido.
Túnel de paredes tristes y florecillas que cuelgan de la nada.

La nostalgia humedece una ilusión que se evapora.
El sapo vigila en el estanque la caída de mi último suspiro.
Aléjate, te digo, de esta tumba.


(Fragmento)

Genaro González Licea
del libro: Caloclica
© Genaro González Licea. Todos los derechos reservados.

SOLAMENTE ESPERO de Genaro González Licea




Fotografía sin datar



Solamente espero



Solamente espero que en la recta final de mi vida sea corta mi agonía.
Que no sean muchos los días de insomnio y larga espera.

Pido lucidez en el último tramo de mi vida, y que todo sea un día cualquiera.
Único, intenso y desolado.
Alegre de enterrar mis pasos y morir conmigo.
Sin deseos de vivir más bajo esta luz infinita
que a sus pies
ve cumplido el paso de mis años.


(Fragmento)

Genaro González Licea
del libro: Caloclica
Apartado: Día a día mi vida languidece

© Genaro González Licea. Todos los derechos reservados. 

SOLAMENTE ESPERO de Genaro González Licea





Fotografía de Ingrid L. González Díaz





Solamente espero


Cuando llegue la hora, déjenme morir a solas, con mis recuerdos rotos y mi soledad caída.

Que nadie busque prolongar mi vida.
Fui cuerpo desnudo en la palabra,
infancia y juventud roída,
aroma de huesos con cirios encendidos,
vejez enroscada en un atardecer perdido.

Hondo fue mi dolor sobre la tierra.
En la pobreza tejí la piel del día.
Dormí a la orilla de mi ser vacío.
Alimenté el alma con astillas y cáscaras de barro.
Bebí mi sangre y mi sudor a solas.
Fui grito,
alarido,
sonrisa perdida en las espinas,
voz de libertad colgada de las ramas.



(Fragmento)

Genaro González Licea
del libro: Caloclica
Apartado: Día a día mi vida languidece

© Genaro González Licea. Todos los derechos reservados.


DÍA A DÍA ME ACERCO A LA MUERTE de Genaro González Licea





Fotografía de Ingrid L. González Díaz



Viví extraviado en mi ataúd vacío.
Bebí mi soledad a solas.
Fui grisáceo atardecer dormido,
silencio de cráneo sepultado,
olor a sepelio envejecido.


(Fragmento)

Genaro González Licea
del libro: Caloclica
Apartado: Día a día mi vida languidece

© Genaro González Licea. Todos los derechos reservados.


DÍA A DÍA ME ACERCO A LA MUERTE de Genaro González Licea




Fotografía de Ingrid L. González Díaz




Fui intensamente solo.
Vi de lejos mi tristeza entristecida.
Mordí mi desconsuelo en la palma de mi mano.
Dormí a la orilla del recuerdo y del olvido.

Mis ilusiones cansadas de esperarme perecieron.
Mis palabras antes que yo murieron,
realmente me enterraron vivo.
Su sonido aún cuelga en mis oídos.


(Fragmento)

Genaro González Licea
del libro: Caloclica
Apartado: Día a día mi vida languidece

© Genaro González Licea. Todos los derechos reservados.

NUNCA MÁS VOLVERÉ A VER LAS HORAS TRISTES DE ABRIL de Genaro González Licea




Fotografía de Ingrid L. González Díaz




Mi muerte es una metáfora dormida, un olor que desentierra mi muerte sepultada.
Es un silencio que mitiga el silencio del silenció mío.
Nunca más veré el despertar del día.
Seré su aroma, su viento y su sonido.
Un silencio que en silencio muere.


(Fragmento)

Genaro González Licea
del libro: Caloclica
Apartado: Día a día mi vida languidece

© Genaro González Licea. Todos los derechos reservados.

NUNCA MÁS VOLVERÉ A VER LAS HORAS TRISTES DE ABRIL de Genaro González Licea




Fotografía de Ingrid L. González Díaz




Nunca más volveré a ver las horas tristes de abril


Nunca más volveré a ver las horas tristes de abril, el polvo de tus párpados dormidos, la voz vacía que sepulté en mi grito.

Veo ya, a lo lejos, mi rostro agrietado caer entre sus ruinas,
mi desconsuelo atado en la sombra de mi mano,
mi voz clavada en una tumba sepultada.


(Fragmento)

Genaro González Licea
del libro: Caloclica
Apartado: Día a día mi vida languidece

© Genaro González Licea. Todos los derechos reservados.