Fotografía de Ingrid L. González Díaz
Son quejido astillado en el olvido,
fantasmas enredados en las ramas,
oscuridad caída en la negrura.
Son recuerdo arrastrado en un relámpago perdido,
frío que despelleja la vida y lo vivido,
escarcha de luna que cubre el dolor de su abandono.
Los indigentes son hojas que cuelgan en un árbol olvidado,
olor de invierno en un cirio desolado,
en un viento desnudo como el agua,
como el seco manantial que llora en un cántaro escondido.
Son la muerte que sopla entre las ruinas,
astillas clavadas en la nada,
oración desdichada que olvida su voz cuando regresa.
Son cal que tapa el aroma de la orina,
el olor podrido de las manos,
la morada palabra doblada entre la lengua.
Los indigentes son palomas que tienen rotas las entrañas.
Negro silencio como la eterna soledad de los gusanos.
Nadie completa su vacío,
ni el agua del mar, ni el aire que salpica su agonía.
Son eterna humedad insatisfecha.
Ven el mundo con una luz que no es de nadie.
Es de ellos y de nadie más.
Del libro:
El silencio y la sombra de Genaro González Licea
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