Fotografía de Ingrid L. González Díaz
y un gris deprimente que arrastra mis huesos fracturados,
camino, camino sin más identidad que la que tengo.
Voy por la miseria del exilio limpiando la brisa tendida en la pradera,
y mordiendo el carbón de mi interior perdido.
Un caracol desnudo, al verme roto y diluido, se cubre los ojos sin tenerlos,
sabe que mi destino es caminar acompañado de mis pasos,
que soy un indigente nacido con un pozo en las entrañas,
un mendigo sin dioses en la espalda,
una piedra que solloza en madrugada.
Me acompaña un recuerdo y un olvido,
un cadáver más negro que el tizne de un pájaro quemado,
un silencio que suspira tirado entre la caña,
un ruido de lluvia que danza en un azul decapitado.
Como cáscaras de luz sin fruto alguno,
pido perdón sin perdonarme con el tiempo,
miro mi voz asesinada entre mis llagas,
y duermo, sin sueño, en un delirio que sangra envejecido.
Del libro:
El
silencio y la sombra de Genaro
González Licea
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