Fotografía de Ingrid L. González Díaz
quise que el sol llorara al ver la luna,
y un gusano salido de mis manos me resignó de lo poco que soy en este mundo.
La marea me arrojó con mi indigencia herida,
he terminado el día con el sol hecho pedazos,
mis sueños se fueron no sé adónde,
el silencio de las noches es ahora el insomnio que me cuida.
El frío cae debajo del olvido,
mi sombra morirá a un lado de la sombra que no he sido.
Escucho su llorido,
contemplo el infinito que ahí seguirá cuando me vaya.
Me aferro a la palabra porque en ella he construido el eco de mi tumba.
En el sosiego del amanecer veo el firmamento brillar entre mis ojos.
Es tan grande mi
insignificancia que mi existencia se libera.
Del libro:
El
silencio y la sombra de
Genaro González Licea
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