En un proceso de reestructuración, de cambio en la reproducción predominante de una formación económico social, como es el caso mexicano, considero que todos los problemas se concatenan, se entrelazan, dialécticamente, en su historicidad social y socioindividual; olvidarlo propiciaría que abordemos un problema crucial, de suyo complejo, en forma atomizada y anecdótica, acrítica e irrelevante respecto a la redefinición del proyecto de nación que en estos momentos se debate. Los prejuicios y visiones mesiánicas déjense para otros tiempos, si es que en otros tiempos caben, ahora es el momento de mantener un juicio crítico hacia todos los acontecimientos que vive el país; es el momento de que el análisis objetivo y verificable se dé cita en los debates nacionales, en los destinos de la nación.
¿Habrá alguien que proponga un nuevo proyecto de nación sin tener presente a un país devorado por la pobreza, esa pobreza que consume, paraliza? ¿Quién se atrevería a proponer un destino, un rostro a la nación dejando a un lado el paisaje educativo, triste, desolado, que vivimos? (seis millones de analfabetas para 2002, quince millones sin primaria, once millones sin secundaria, estos son datos que no permiten vivir con tranquilidad a cualquier mexicano que se precie de serlo); ¿Alguien podría proponer una reestructuración del Estado mexicano sin tener en cuenta a una sociedad desincorporada del sistema productivo y desarrollo tecnológico; una sociedad maquiladora (¿y cuando las maquiladoras se vayan a una economía más barata?; tendremos nuevas ciudades fantasmas, como aquellas que se formaron después de explotar el oro, la plata, el cobre y a la gente), artesanal, predominantemente urbana y hundida en la corrupción, en la violencia, en la “cultura” de la violencia, del soborno, del silencio y del engaño, de las negociaciones a oscuras, del anonimato, de la adulación y el despilfarro, del desprecio y el desdén, de la subordinación y el acatamiento, de la humillación y el rencor?
Veo muy difícil que los intelectuales, los estudiosos de los nervios del poder, en estos momentos hagan caso omiso de la actitud, comportamiento y sentimiento real que presenta la sociedad mexicana respecto al cambio, a la transformación que vivimos. Una actitud incrédula, impregnada de fantasías, de necesidades sobrepuestas, ficticias, más que de una conciencia de transformación de intereses de clase o fracciones de clase.
Sobre el particular, es de recordar que las fantasías poseen, como bien lo advirtió Carlos Castilla del Pino en su Psicoanálisis y marxismo, “una realidad psíquica opuesta a la realidad material, y poco a poco vamos llegando a comprender que en el mundo de las neurosis la realidad que desempeña el papel predominante es la realidad psíquica. Pero estos presupuestos no son válidos solamente en las neurosis. Determinadas formaciones de la cultura que se manifiestan, pues, como aceptaciones colectivas, y, por tanto, con supuesta consistencia objetiva, son equiparables a las neurosis. La religión, por ejemplo, ‘sería la neurosis obsesiva de la colectividad humana’. Y la conciencia moral es la percepción interna de la repulsa de determinados deseos. Pero su particularidad característica es que esta repulsa no tiene necesidad de invocar razones ningunas y posee una plena seguridad en sí misma. Este carácter resalta con más claridad en la conciencia de culpabilidad, esto es, en la percepción y la condena de actos que hemos llevado a cabo bajo la influencia de determinados deseos. Una motivación de esta condena parece (subrayado, mío) absolutamente superflua. Todo aquel que posee una conciencia moral debe hallar en sí mismo la justificación de dicha condena y debe verse impulsado por una fuerza interior a reprocharse y reprochar a los demás determinados actos.”
Definitivamente me rehúso a pensar que existan hombres de Estado que puedan proponer escenarios sociales, económicos o políticos, donde se prescinda del México del subsuelo, el de la pobreza y marginación de ochenta millones de mexicanos, de los cuales, en particular, producen un dolor íntimo, seco, culposo, los casi siete millones de personas, enfatizo, de personas indígenas que no hemos sido capaces de integrar ni cultural, ni política, ni social y mucho menos económicamente a la nación, en términos de una comunidad peculiar y diferenciada, con raíces e historicidad propia, pero, al mismo tiempo, que es nuestra. Me rehúso a que una persona de poder diseñe y ofrezca un México a la medida, teniendo en cuenta solamente el marco globalizador de la economía financiera-especulativa, de la bomba teledirigida, de la cibernética, de la economía que se aleja de la ética. Me asombraría el vacío histórico de la propuesta.
De la misma manera, es inimaginable para mí que alguien proponga un proyecto de nación sin tener en cuenta los sentimientos de la nación y, más todavía, la forma para satisfacerlos. Sobre el particular, cito nuevamente a Carlos Castilla del Pino (a quien conocí y escuché, con la mayor atención que pude, en la Universidad Nacional Autónoma de México, no recuerdo con exactitud si fue en 1983 o 1984); él en su Teoría de los sentimientos, TusQuets, Barcelona, España, 2000, pág. 199, nos dice lo siguiente: “para que un sentimiento pueda ser satisfecho se precisan las tres condiciones siguientes: 1) que el sentimiento sea aceptado por el sujeto; 2) que sea posible la satisfacción del deseo en el objeto provocador; y 3) que sujeto y objeto estén en un contexto posibilitador de la relación y satisfacción del deseo. La primera de estas condiciones depende exclusivamente del sujeto. Hay quienes rechazan el sentimiento, por lo tanto no pueden darles satisfacción. El rechazo del deseo conduce a la inhibición de la relación con el objeto. … La segunda y tercera de las condiciones expuestas son inherentes al entorno del sujeto, pues son las circunstancias sociales las que hacen posible que el deseo pueda o no ser satisfecho.”
Por lo hasta aquí expuesto, considero que en estos momentos nadie está fuera del proceso de reestructuración del Estado mexicano, ni el Ejército, ni los Poderes de la Unión, ni los grupos de presión y, menos aún los universitarios cuya responsabilidad de interpretar y asumir dicho proceso es mayor que la del gran conjunto social. Es el momento de dejar la comodidad de criticar al que hace (la crítica fálica del dedo, el reproche y el rechazo emocional), de flotar en la vida, de vivir como sombra sin sueño, como sonámbulo, como vegetal en cualquier estación del año; es el momento de participar en la creación de procesos políticos que fomenten las acciones democráticas de la sociedad, instituciones marcadas por su ejercicio tanto de legalidad como de legitimidad; de participar en la conformación de un Estado de derecho que permita la confrontación y convivencia racional, pacífica, así como fungir como un medio para lograr la reestructuración del propio Estado, un marco constitucional donde todos los mexicanos nos identifiquemos, en especial los que viven en el subsuelo mexicano, y los veinte millones de connacionales que viven en Estados Unidos de Norteamérica.
Como puede apreciarse, para nosotros el proceso de transición y reestructuración de Estado va más allá de discutir sobre el desmantelamiento o privatización del Estado (dicho sea de paso, considero que de seguir desmembrando las funciones del Estado, como ente de funciones públicas y sociales, es olvidar que la presencia de las instituciones de éste, son indispensables para corregir las desviaciones propiciadas por el mismo mercado); para nosotros lo central es que el proceso que vivimos, nos permita arribar a un real Estado de derecho, para ello, es crucial la participación del Poder Legislativo en razón de que éste, a través de acciones legislativas, convoque a las clases y sectores sociales a llevar trabajos de consensos, de compromisos donde los puntos de unión contemplen la participación y transformación de las estructuras productivas de la formación social mexicana. Lo cual se traduce en contar con una burguesía nacional incorporada realmente a un proyecto nacional; lo mismo se puede decir de la clase obrera, de los campesinos, de los intelectuales, proceso tecnológico, instituciones de gobierno, Poderes de la Unión.
Efectivamente, estoy por un Estado de derecho, por un Estado donde nadie, ni el propio Estado, esté por encima de la ley; estoy por el florecimiento de la democracia, por consensos sociales, económicos y políticos en el proceso de transición que vivimos, por una administración de justicia que respete y haga respetar los consensos a los cuales se llegue. ¿Es descabellado pensar que los trabajos legislativos para lograr consensos puedan llevar a una ley o decreto sobre la transición del
Estado mexicano?. Repruebo la privatización del Estado mexicano a ultranza, la deshumanizada política financiera, especulativa, los Fobaproas, la venta del sistema bancario mexicano a grupos extranjeros (caso típico de desnacionalización), y la política de pedir para dar: el endeudamiento de la pobreza.
Es el momento de hablar, de recuperar nuestra dignidad como individuos, como nación. Vivimos un momento único, irrepetible, un proceso de transición en el cual los círculos dominantes en lo interno y externo, pretenden una transición por la transición misma, una transición de y para la elite; se busca una transición que se sustente en acuerdos oscuros, de café, y no en consensos, en trabajos legislativos que lleven a consensos. Un gobierno de acuerdos, tarde o temprano se desgasta, se deslegitima, porque es de grupúsculos y de visión fragmentaria. El gobierno de consensos incrementa la credibilidad social, la fortaleza de la democracia, la gobernabilidad, la unión de instituciones estatales y dinámica de mercado; de ahí el porqué, insisto, en estos momentos, si realmente queremos una transición integral, no de cúpula, es de capital importancia la participación del Poder Legislativo. Reitero, sólo los trabajos legislativos permiten aflorar y satisfacer los sentimientos de la nación, entendiendo por éstos los intereses de las clases, sectores, estratos sociales, los puntos de comunión y reencuentro de los mismos. Sin dichos trabajos, hágase lo que se haga y con el esfuerzo que sea, la transición está condenada al fracaso. El proceso es difícil, más aún si tenemos en cuenta que en este país prácticamente es inexistente una cultura democrática, una conciencia política.
*González Licea, Genaro, Ensayo sobre la reestructuración del Estado Mexicano, Edición del autor, Derechos reservados, México, 2003.