Fotografía sin datar
POESÍA: EL SILENCIO QUE DEJAN LAS PALABRAS, LA LÍNEA EN
BLANCO DE SU VOZ
A la memoria de don
Eduardo Nicol i Franciscá
13/12/1907–06/05/1990
|
Desnudo,
sin más cobijo que el desamparo, el respiro amoroso de estar vivo y la espera serena
y sosegada de la muerte, me pregunto desde mis entrañas, desde mi tú a tú en
carne viva: “¿qué es poesía?”.
Varias respuestas hay. Unas las conozco, otras
no y son las menos las que recuerdo. Todas tienen algo de razón, me alimentan
por su brillo y, al mismo tiempo, me llevan a decir que, en poesía, nadie tiene
la última palabra o, mejor dicho, cada uno tiene su propio decir, su instante y
resplandor que ilumina el misterio que encierra la poesía, el venero del
silencio, de la voz del silencio y del vacío, infinito vacío donde habita el
principio del principio del ser y la palabra.
La palabra primera que no es otra sino la
revelación del silencio, del silencio hecho palabra, expresión poética en su
estado más puro y natural. Sí, más allá de todo origen, del origen del origen
al que no se llega nunca, está el silencio, el infinito silencio que revela el
canto y grito de miles de voces y sonidos que comulgan con la luz y la sombra del
ocaso, con la tierra fecundada con el agua, con el aire suspirando entre la
hierba, con la piedra enmudecida al verse en sí misma sepultada.
Y del silencio nació la intimidad del ser, el
sentir del alma, el rostro interno que veo y me ve, me esclaviza y me libera,
me ata y me desata. Llagas que se abren y se cierran, grietas que suspiran su
canto y su dolor. Somos viento y ceniza, voz y sentimiento de agua, creación
liberadora, polvo que regresa al polvo, silencio y vacío mirando el infinito.
Dioses aquí no hay, tampoco dobleces y escondrijos.
¿Qué decir?, ¿qué decirme, a mí mismo, qué decirme? Me pregunto, nuevamente
¿qué es poesía?, y siento un golpe de piedra en mis adentros. Triste y mudo me
quedo sin respuesta. ¿Qué contestar, qué decir? Camino sin saber a dónde, vago,
viejo ya, como sombra ciega buscando un instante de silencio, un dialogar
conmigo a solas.
Parecería que la pregunta es más que literaria,
filosófica. Encierra una actitud y visión de vida, un comportamiento individual
y colectivo que trae consigo, no solo el poeta, sino todo ser humano, pero,
además, nos remite, me remite, a un origen donde no hay origen, hay, eso sí, una
pregunta sin respuesta, un silencio donde el silencio es poesía, realidad
revelada, misterio, espacio encarnado y desencarnado en el ser de cada quien, en
el fluir del sentimiento donde la razón se desvanece, se pierde, se evapora,
enmudece y se va, como yo ahora, buscando, siempre buscando.
En poesía la razón es un abismo nebuloso, un
instante revelado en el cual difícilmente cabe la razón, incluso, se diría, que
en poesía lo más certero es decir que no existe la razón, que en ella filosofar
es tratar de explicar lo inexplicable: el silencio del ser donde fluyen atados
y desatados un sinfín de sentimientos, unos conocidos, otros no, generados al
paso del camino. Se ha intentado unir las dos esferas, bien como poesía
filosófica, bien como filosofía poética, intento grandioso, excepcional y de
inmenso valor para ambas esferas que dan cuenta del ser, sin embargo, estimo,
que ese valioso y excepcional esfuerzo ha quedado, hasta ahora, como eso, un valiosísimo
intento de unión y reflexión y, con franqueza, no sé si un día llegue al mismo
intento de fusión que otros ya intentaron.
Por ahora, ubico claramente dos esferas que se
acercan y se alejan a la vez, son inseparables y autónomas al mismo tiempo. Les
une, se diría, la búsqueda del ser y el lenguaje que se asoma al silencio del
ser, al complejo mundo del ser que ya no es y, al mismo tiempo, sigue siendo
vivencia acumulada, uno, la poesía, buscando revelarlo, otro, la filosofía,
buscando su explicación. Las dos esferas buscan acercarse al ser, buscan
conocerle, y conocer es una expresión humana, amorosamente humana de internar
saber quién soy, cuál es mi esencia y cómo puedo construir mi propio destino y
sentido de vida. Pequeño espacio de mi libertad de ser, porque el destino,
nuestro destino, lo sabemos bien, es la muerte, el vacío. Vivimos para morir,
sin embargo, en el trayecto contamos con un margen de libertad, no para
construir un destino distinto o para evadirlo, sino para construir, de acuerdo
a los azares y circunstancias, un reducido, pero propio sentido y forma de vivir
y concluir en este mundo. La muerte es parte de la vida, es intrínseca a ella,
una se corresponde a la otra. Si concluye la vida, concluye también la muerte,
ambas se respetan y veneran por igual. La vida y la muerte las vivimos
abrazadas en lo dulce y amargo que habita las entrañas, son íntimas e
indivisibles al andar de nuestros pasos. La vida se queda en la vivacidad, en
la historicidad o huella que deja el caminar de ser, y la muerte, al ser la
muerte de la vida, se transforma en vacío de vida, en misterio de la nada.
Al final lo que queda es el mismo paradigma:
poesía y filosofía como dos esferas autónomas unidas por la “y”, pero, al mismo
tiempo, separadas, por esa misma “y”, por esa conjunción copulativa que es la “y”.
Según recuerdo, a propósito del tema, y de haber entendido bien la palabra de un
filósofo maestro mío, don Eduardo Nicol: “la asociación es, al mismo tiempo,
disociación”.
En poesía es difícil la existencia de la razón,
incluso, bien se puede decir que en poesía no hay razón ni explicación, que es
propio de la filosofía, lo que hay, en última instancia, es una expresión
filosófica inmersa en su propia creación. La poesía más que explicar, revela. Es
un acercamiento, un asomo al ser, mediante una expresión de libertad, de voz
creativa en su pureza, autónoma, autosuficiente, sin más límite que su propio
límite, desenvoltura y vastedad. Lo cual significa que la filosofía puede
utilizar un lenguaje poético al intentar describir el ser y, por su parte, la
poesía, al asomarse también al ser, puede contener un lenguaje filosófico al
revelar su propia creación, sin embargo, su lenguaje está contenido en sí
mismo, es autosuficiente para revelar su propia creación.
El lenguaje es el punto de asociación y
disociación de estas dos esferas que buscan describir y asomarse a la intimidad
del ser. A la filosofía, insisto, le une el lenguaje poético, en tanto que, a la
poesía, su lenguaje poético es, o puede ser, en sí mismo, una expresión filosófica.
Hay un decir poético y uno filosófico, en ambos está la pureza originaria de la
palabra, la búsqueda de la expresión del ser, el asomo a la complejidad del ser.
Dos lenguajes unidos por la búsqueda del ser y, por lo mismo, dos fuentes de
creación y libertad humana.
Poesía es encuentro y desencuentro, recuerdo y
olvido, voz que revela el silencio del alma. Es asombro, misterio y comunión de
un sinfín de sentimientos y emociones que solamente uno sabe y, tal vez, en
ocasiones, ni uno. Son sentimientos que están ahí, y pueden renacer envueltos
en un lenguaje poético por excelencia, para morir nuevamente en uno, pero, al
mismo tiempo, en el otro, en los ojos del alma del otro que mira y siente el
silencio que dejan las palabras, la línea en blanco de su voz que ahí está, que
siempre estará ahí, como el insaciable infinito mirando nuestras manos. Cuando
las palabras se asoman con su pureza a los sentimientos del alma, individual o
colectiva, la creación poética se hace presente.
La poesía es un lenguaje sublime del ser, de
todo ser viviente, es el asomo de cada quien a su sentir del alma. Es lo que vi
y me vio, creación y movimiento, liberación del alma. La poesía está en el
fondo del ser, es real, interna, doliente. Mueve y remueve lo que la vida
produjo en los adentro, instantes de recuerdos y olvidos que renacen y mueren
nuevamente para estar a la intemperie, viajando, como el aire por siempre al
infinito. Poetas somos todos, pues todo ser humano, a su manera, se asoma a su
mundo interno, a su vivacidad construida al caminar.
La poesía es comunión y diálogo amoroso con uno
mismo y con el otro, comprende una visión y actitud de vida adherida al ser y a
la forma de ser, a la cultura que somos y vivimos. Insisto, en esencia, poetas somos
todos, encerramos un comportamiento de vida y una enseñanza de lo vivido,
instante que fue, sentimientos que quedaron para revivir en nuestros pasos, y
este acto humano y de amorosa redención, encuentro y desencuentro, encierra, en
sí mismo, un sentido poético por excelencia, un tener presente que el hombre es
finitud, vida y muerte juntas, nunca separadas. Saberlo y tenerlo presente es
lo que nos distingue de las piedras y naturaleza viviente, mas no pensante.
La poesía, así vista, es la más pura expresión
de la vida y de la muerte caminando al mismo paso, juntas siempre, es la
revelación de la conciencia de vivir y morir, así como el duelo permanente de
lo efímero que somos. Expresa sin dobleces el nacimiento y la muerte del
instante, del efímero instante que es la vida, de la vivacidad que se queda de
ese instante en el alma de cada quien, pero, además, la muerte de ese instante
de vida que ahora es conciencia de vida y muerte, duelo permanente de un
instante que en la vida fue.
Saber que moriremos, no mañana ni pasado, sino
en el mismo instante que vivimos, genera una conciencia de existencia muy
profunda de pérdida y soldad, del vacío que envuelve el suspiro de polvo que
somos, el aire invisible que sentimos y dejamos de sentir, luz y sombra, la
nada y el silencio, la originaria voz del silencio que habita en su silencio.
Y es ahí donde aflora la poesía, su asomo al
ser, al silencio de lo que fue, de lo que sigue y seguirá siendo en la
conciencia, su expresión de permanente duelo, búsqueda, encuentro y
desencuentro. La poesía es ese acercamiento a la vida, a la muerte y duelo
permanente que nos queda, búsqueda de ser otros sin dejar de ser los mismos,
deseos y vacíos anudados en el alma, del alma mía en comunión de todos. Si
fuese solo mía sería entonces tan solo un puñado de hojas tendidas en la hierba,
más soy un ser pensante que vive en comunión. Ese asomo es la poesía, el
acercamiento a un instante del ser que fue y en nosotros deja huella.
Recuerdo unas líneas que escribí al regresar,
después de más de cuarenta años, a dialogar sobre poesía en un lugar público.
Líneas que están en mi poemario “poesía en el atardecer” y reproduzco
ahora:
“La poesía es el suspiro de un hechizo que por un instante
nos permite acariciar la intimidad de nuestro ser en su estado más grande de
pureza. Es el sublime lenguaje del nahual fundido en nuestra propia nada.
Silencio que nace desde el interior más hondo de nuestra alma sepultada. No es
un lenguaje de dioses, es un lenguaje mágico de recuerdos y olvido, de dolor y
de vacío que habla cuando el viento roza el alma en carne viva, o la luciérnaga
acompaña nuestra pequeñez humana, o simplemente cuando el alma se enlaza con la
muerte, la vida y lo vivido.
Es la experiencia de ser
asesinado en sí mismo sin saberlo. Es el instante que nace y muere para ser
otro y el mismo al mismo tiempo. Es un espacio de comunión entre el ser y la
nada. Diálogo íntimo, amoroso, desnudo, unión que sangra por los ojos, y duele,
duele, duele.
Es una intimidad muy
nuestra, muy de todos y de nadie. Es una intimidad que conocemos y desconocemos
al mismo tiempo, tal vez por lo cercano y adherido que está en nuestra propia
intimidad por años escondida.
La poesía es un misterio que
desnuda el alma del ser y de las cosas, elimina las barreras del vacío
indigente que vivimos, nuestros miedos, nuestro íntimo silencio amordazado.
Ninguna palabra describe lo
que somos y sentimos, insinúa, tal vez, su contorno y su relieve, su eco, su
aroma y su misterio. Es, posiblemente, la línea en blanco que dejan las
palabras donde nace la poesía. Es ahí donde se ajusta su exacto contenido,
porque en ella, quizá, ya lo único que existe es el silencio sublime que deja
el lenguaje en la intimidad de cada quien”.
La fuente de la poesía es el alma del ser y la
poesía es el asomo, solo el asomo, del sentir del alma, del alma del ser, abierta,
pura, intangible, sonámbula en el misterio de su propio caminar. Y digo que la
poesía es asomo al sentir del alma, porque, a mi parecer, es el medio, el único
tal vez, que puede asomarse, con mayor pureza, a las emociones y sentimientos de
cada quien. La poesía es un asomo, por medio de la palabra, a los sentimientos
del alma, por eso la poesía no se acaba nunca, su fuente es íntima e infinita,
como infinito es el silencio del ser.
La forma poética de cómo acercarse a ese ser,
puede cambiar de mil maneras de acuerdo al ser y al ser social que le rodea,
puede variar la forma de decirla, forma que, incluso, puede llamarse antipoesía
y, sin embargo, sigue siendo poesía esa forma de ver el mundo y asomarse al ser
del alma, son posturas de vanguardia sí, vanguardia que puede contraponerse a
otra forma de decir poesía, a otra forma de asomarse al ser y al ser abrazado
de su tiempo, pero sigue siendo poesía. Cambian las formas, la poesía conserva
siempre su esencia: el asomo al sentir del alma.
Es por eso que, en la poesía, hasta donde
alcanzo a ver, no hay cabida a marcos ideológicos ni clases o estratos sociales,
tampoco a expresiones filosóficas y literarias. La poesía es autónoma,
autosuficiente, libre en su propia libertad, se basta a sí misma y está en el
ser de cada quien, en la esencia de la naturaleza de las cosas, de la vida, de
las piedras, de los árboles, hojas, tierra, agua, selvas y montañas. Es el
silencio de la tierra, la sabiduría de la luz y sombras del ser. Sombras que
caminan igual que nuestros pasos, recuerdos y olvidos enterrados por nosotros
mismos o por el tiempo. Recuerdos y olvidos que nos duelen, alegran o
entristecen, viven y reviven, son raíces de lo que somos y no somos, sentimientos
y emociones que están ahí y recordamos al ver el camino de una hoja prendida de
su tallo o tirada a la orilla del camino, a un migrante perdido, a un algo que
nos lleva a esa alegría, tristeza o dolor.
La poesía es una expresión sublime del ser, del
ser sin adjetivos, ser viviente, cotidiano, humano. Es una voz que se asoma y recoge
el saber del ser de cada quien, del saber del ser que tenemos todos. Un preso,
un esclavo, un campesino, un letrado, un minero, un obrero o un filósofo, se
alegrará o no de ver el nuevo día y sentir lo fresco de la aurora, pero esa
cercanía de comunión es el asomo al sentir de su alma al ver el nuevo día, un
asomo de comunión poética, un asomo al sentir del alma.
La poesía, entonces, para mí, no es la letra o
la palabra con la cual el ser intenta describir su asomo al sentir del alma,
eso sería tan solo la forma de decirlo. No, para mí la poesía es el silencio que
dejan las palabras, la línea en blanco de su voz. Misterio y comunión de un
asomo amoroso al sentir del alma, del otro y de uno al mismo tiempo.
Sentimientos y palabras que están en el ser de
cada quien y tienen múltiples formas de expresarse. Unos lo harán con rima,
otros con suspiro, otros más con ademanes o el grito del silencio. Cada quien
expresa su sentir a su manera y posibilidad. Hay voces que suspiran, miradas
que nos hablan, lágrimas que al verlas entristecen. Asomos todos al sentir del
alma. Pureza de silencios que dejan las palabras, unión y comunión del otro en
uno, libertad infinita al caminar.
Por otra parte, agréguese a lo dicho que, de
igual manera que el ser humano se alegra o no de ver el nuevo día, así también el
inmenso mundo que la vida natural expresa su sentir. Naturaleza viviente más no
pensante. El pasto nace, crece y muere, florece con el agua, se seca con su
ausencia. El pasto ve, las plantas gritan, las piedras oyen, sienten el musgo y
el rocío. Su lenguaje es otro, el ser humano, en general lo sabe, y el ser
consciente, sabio o no, poeta o no, se asoma también a su sentir, escucha su
voz, la hace suya y por ellas expresa la palabra.
Poetas somos todos, sin embargo, se designa
como tal al que construye y plasma ese asomo al alma del ser, a la esencia de
la naturaleza y de las cosas, como una forma de ser y ver la vida, igual que lo
hace un carpintero, un encuadernador o pescador. Todos podemos serlo, mas no
todos tenemos el don de hacer una silla o encuadernación hermosa, mucho menos arar
la tierra o lanzar la red como lo hace diariamente un pescador. Ser y hacer.
Dos momentos de reflexión central. Ser poeta y hacer poesía, cuestiones
hermanadas y, sin embargo, uno más que ser lo que es, es lo que hace, en este
sentido será la acción, el movimiento, el acto, lo que en última instancia
determine al ser, como lo es, en el caso, el hacer poesía. Si la persona tiene
el don de ser poeta, que lo tiene, pero, además, hace poesía, es decir,
construye con la voz de la palabra su revelación al asomarse al ser, individual
o colectivo, es muy grande la responsabilidad que asume.
La poesía no es azul, blanca o negra, la poesía
es y está en la esencia de las cosas, en la naturaleza de la vida y en el alma
del ser de cada quien. La poesía aflora cuando alguien se asoma a esa esencia,
a esa naturaleza o a ese interior del alma y la expresa a su manera y con los
medios que a su alcance estén. El silencio que deja esa expresión es la poesía,
pues, como dije, para mí la poesía es el silencio que dejan las palabras, la línea
en blanco de su voz.
Genaro
González Licea:
Del
libro: Diciembre tres, ceniza e infinito.