Muerto ya y con un abandono sirviendo
de atavío,
tu duelo amargo se adhirió al
río,
al tiempo,
al silencio donde habitan mis
pies cansados.
Tu soledad es ahora la piedra
que llora en la neblina,
es mi sombra que arde en mi
sangre desolada.
Del libro:
Al caer el tiempo de Genaro
González Licea