Fotografía de Ingrid L. González Díaz
A veces uno intenta volver
a las grietas donde estuvo sepultado.
Quizá sea la costumbre,
o la amargura de vivir bajo una sombra,
lo que un día nos revive el deseo de
andar
como cirio escondido velando su fantasma.
O tal vez sea el dolor de vivir solos,
solos, dulcemente solos y en silencio arrepentidos,
con la carne viva,
y las llagas mirando el desamor del
tiempo,
lo que nos hace regresar al mismo punto
de partida.
No regreses, no, no regreses,
el tiempo y tu serían dos ánimas en
pena,
dos ciegos atrapados en las ruinas de
una piedra.
Del libro:
Al caer el tiempo de Genaro
González Licea
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