Fotografía de Ingrid L. González Díaz
Cortaron mis oídos, un dedo
y otro más,
la mano entera me dijo adiós,
sus gritos se quemaron en mi
boca,
su sombra me dejó en el abandono.
Morí abrazado del olvido,
ciego, maltrecho
y envuelto en un dolor calcinado
entre las llagas.
Escuché mi ausencia con mis
ojos.
Acaricié mi cráneo con mi mano,
aquélla, la de entonces, la
que está en mi sombra ahora.
Del libro:
Al caer el tiempo de Genaro
González Licea
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