Fotografía de Ingrid L. González Díaz
El
aire huele a muertos arrastrados por el agua,
a cráneos
tirados mirando su agonía,
a voces
atadas en la tumba de mis manos.
El aire
huele a muertos torturados,
a quejidos
escondidos en la tierra que pisamos,
a
presagios, rezos y alaridos.
Es grande
el dolor que deja el silencio de la muerte.
Del libro:
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