Fotografía de Ingrid L. González Díaz
Estoy bajo la sombra de un peñasco que no existe,
su inmensa soledad se abraza con la mía,
con la vejez de mis manos astilladas,
sin tiempo ni eternidad ni lágrimas
atadas.
El sol, a lo lejos, tiende sus cálidas
espinas.
Mis huesos lo agradecen.
Nada que lamentar.
La dicha de lo que fui envuelve lo que
soy ahora:
instante de un tiempo que ha dejado de existir
a mitad del infinito.
Del libro:
Al caer el tiempo de Genaro
González Licea
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