Fotografía de Ingrid L. González Díaz
Ya no veré a mis girasoles jugando con
el viento,
su resplandor de piedra dormida entre mis
manos,
su silencio amarillo, blanco tal vez,
en la sombra de mis pasos.
Mis girasoles fueron mis ojos y mi voz,
mi alma y mi raíz tejida en la garganta,
llorando, siempre llorando.
Del libro
La sequedad del estanque de Genaro González Licea
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