Fotografía de Ingrid L. González Díaz
Su alma tranquila a lo lejos me veía.
Era como un suspiro desterrado,
como un hastío caído en su abandono.
Le escuché decirme en voz muy baja:
“Estoy perdida.
Mis pasos languidecen como el día.
Llévame a morir, llévame, llévame ya.
Envuélveme en tus manos
y abracemos el vacío con mi sombra”.
Del libro
La sequedad del estanque de Genaro González Licea
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