Alfonso Reyes
Hojas sueltas, o el canto del eterno retorno. Con un estado de ánimo más oscuro que grisáceo, releo línea a línea Hojas sueltas de Julio Figueroa, un escritor que me ha dado mucho más de lo que piensa. En ellas encuentro fuerza, contundencia, reencuentro. Al leerle me desprendo de mí, floto, pierdo la noción del tiempo.
Una frase me lleva a otra, la primera me permite hacerle un nudo a la segunda. Sigo. Buceo en cada letra de su escrito, me adentro en su atmósfera, en su contexto, respiro. En él no hay profecías sino ese amor fatal que desprecian los humanos; esa cercanía con el suelo y el subsuelo del ciudadano común y corriente, del ciudadano que, por un pedazo de pan, deja sus costras, llagas y ampollas día a día; ese hombre que se adhiere al suelo y subsuelo para vivir, solamente para vivir.
En las letras de Julio Figueroa hay un registro de la sociedad caída, una voz que recobran los que no hablan, un dolor por la humillación y autohumillación humana. En sus escritos, como agua en comal, se retuerce el poder; uno después de leerle termina hablando de tú a tú con él, sin rodeos ni máscaras. Y cómo no hacerlo si es un escritor que no sólo nos muestra el infierno de la vida, de las calles, de la angustia del otro que es parte de nuestra angustia, sino también nos permite sentirla, vivirla paso a paso, palpar cada rincón de la mediocridad humana. Es tan intenso su encuentro con la vida cotidiana que uno siente la peste del rencor y el egoísmo humano. Igual que Rimbaud nos hace ver un infierno cotidiano; ese infierno que está en las calles, en las reverencias, en las casas poseídas por dios o por el diablo, en las vidas amorosas o en las repletas de odio manifiesto, incluso, por qué no decirlo, en la concepción que tenemos de lo que hemos hecho, de lo que somos y seremos.
Mi reconocimiento a ese escritor de fibra, de garra, que estremece y arriesga un juicio tras otro; que lucha y enfrenta la adversidad, la crítica, sin tibieza ni temor a caer, sin la esperanza de vencer e instalarse en la gloria. Mantiene un estilo propio, es irónico por momentos, irreverente en otros; en otros más parece desfallecer por el dolor que mira, ese dolor social que, se diría, nace de un lugar que no existe y, sin embargo, lo arrastramos, olemos y sentimos como un presagio de muerte. México, Querétaro, España, la sociedad subterránea del mundo entero, cuenta con un escritor cuya mirada crítica e imaginación de poeta está a la altura del desencanto y desgarramiento social de nuestro tiempo.
*González Licea, Genaro. Aforismos, A propósito de la vida y la muerte, la desesperanza y el desencanto humano, Amarillo editores, Derechos reservados, México, 2000.
Hojas sueltas, o el canto del eterno retorno. Con un estado de ánimo más oscuro que grisáceo, releo línea a línea Hojas sueltas de Julio Figueroa, un escritor que me ha dado mucho más de lo que piensa. En ellas encuentro fuerza, contundencia, reencuentro. Al leerle me desprendo de mí, floto, pierdo la noción del tiempo.
Una frase me lleva a otra, la primera me permite hacerle un nudo a la segunda. Sigo. Buceo en cada letra de su escrito, me adentro en su atmósfera, en su contexto, respiro. En él no hay profecías sino ese amor fatal que desprecian los humanos; esa cercanía con el suelo y el subsuelo del ciudadano común y corriente, del ciudadano que, por un pedazo de pan, deja sus costras, llagas y ampollas día a día; ese hombre que se adhiere al suelo y subsuelo para vivir, solamente para vivir.
En las letras de Julio Figueroa hay un registro de la sociedad caída, una voz que recobran los que no hablan, un dolor por la humillación y autohumillación humana. En sus escritos, como agua en comal, se retuerce el poder; uno después de leerle termina hablando de tú a tú con él, sin rodeos ni máscaras. Y cómo no hacerlo si es un escritor que no sólo nos muestra el infierno de la vida, de las calles, de la angustia del otro que es parte de nuestra angustia, sino también nos permite sentirla, vivirla paso a paso, palpar cada rincón de la mediocridad humana. Es tan intenso su encuentro con la vida cotidiana que uno siente la peste del rencor y el egoísmo humano. Igual que Rimbaud nos hace ver un infierno cotidiano; ese infierno que está en las calles, en las reverencias, en las casas poseídas por dios o por el diablo, en las vidas amorosas o en las repletas de odio manifiesto, incluso, por qué no decirlo, en la concepción que tenemos de lo que hemos hecho, de lo que somos y seremos.
Mi reconocimiento a ese escritor de fibra, de garra, que estremece y arriesga un juicio tras otro; que lucha y enfrenta la adversidad, la crítica, sin tibieza ni temor a caer, sin la esperanza de vencer e instalarse en la gloria. Mantiene un estilo propio, es irónico por momentos, irreverente en otros; en otros más parece desfallecer por el dolor que mira, ese dolor social que, se diría, nace de un lugar que no existe y, sin embargo, lo arrastramos, olemos y sentimos como un presagio de muerte. México, Querétaro, España, la sociedad subterránea del mundo entero, cuenta con un escritor cuya mirada crítica e imaginación de poeta está a la altura del desencanto y desgarramiento social de nuestro tiempo.
*González Licea, Genaro. Aforismos, A propósito de la vida y la muerte, la desesperanza y el desencanto humano, Amarillo editores, Derechos reservados, México, 2000.
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