Genaro González Licea*
A Ricardo Guzmán Wolffer,con mi reconocimiento y gratitud
Es urgente replantear el marco legal y constitucional del Ejército, Fuerza Aérea y Armada de México, de ello no tengo la menor duda. La participación cada vez mayor del sector militar conlleva, necesariamente, a reformar el artículo 129 constitucional, “en tiempo de paz, ninguna autoridad militar puede ejercer más funciones que las que tengan exacta conexión con la disciplina militar. Solamente habrá Comandancias Militares fijas y permanentes en los castillos, fortalezas y almacenes que dependan inmediatamente del Gobierno de la Unión; o en los campamentos, cuarteles o depósitos que, fuera de las poblaciones, estableciere para la estación de las tropas”.
Estoy por un Estado de derecho donde nada ni nadie, ni el propio Estado, se ubique por encima de la constitución, de la legalidad. Hay que subrayar las palabras. Ninguna institución, mucho menos las fuerzas armadas mexicanas, debe actuar fuera del marco legal. Si es tanta la fuerza y credibilidad social del ejército mexicano, si el Poder Ejecutivo ya no cuenta con otra instancia que asegure enfrentar al crimen organizado, inseguridad social, por decir un ejemplo, entonces, insisto, lo más pertinente es reformar el artículo 129 constitucional.
Una posible reforma sería: “La misión de las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, es garantizar la independencia y soberanía de México, así como defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional”. Con lo anterior, ya no solamente se le permite a la fuerza militar salir de los cuarteles en tiempo de paz, sino además, regularizar su actuar nacional en territorio mexicano precisamente en tiempo de paz.
Sin embargo, si el hecho anterior es importante, no menos lo es el que se le dé una función constitucional a las fuerzas armadas mexicanas y, con ello, se les incorpore en forma abierta, madura, al proceso de democratización del país.
¿Por qué el poder constituyente, ante una realidad radicalmente distinta a la nuestra, la del genoma humano en toda su expresión, decidió que la misión de las fuerzas armadas mexicanas, “defender la integridad, la independencia y la soberanía de la nación, así como garantizar la seguridad interior”, estuviese en una ley reglamentaria y no en la constitución? Pregunta apasionante. La respuesta es una lección, encuentro y desencuentro con un momento histórico, tiempo y circunstancia, distinto.
Por otra parte, es importante señalar que los argumentos que sustenten la respuesta a la pregunta anterior, nos lleva también, como consecuencia lógica, a lo siguiente: en estos momentos la sociedad mexicana con lo que realmente cuenta es con unas fuerzas armadas de gobierno, más que de Estado. Planteamiento nada sencillo, teniendo en cuenta, por una parte, que el reclamo social es la necesidad de contar con unas fuerzas armadas de Estado y, por otra parte, que las instituciones militares saben que para lograrlo es menester replanear sus columnas vertebrales operativa y normativamente hablando. La disyuntiva es clara, seguir como ejército de gobierno incrementa la posibilidad de que contemos con unas fuerzas armadas heridas en su amor propio. Se fortalecen en sí y para sí, pero se alejan de la defensa del pueblo mexicano, en el cual reside esencial y originariamente la soberanía nacional.
Seguramente es difícil aceptar que mientras la soberanía se desmorona y se afianza al mismo tiempo para un grupo social reducido, la gran masa de ciudadanos agoniza entre la pobreza y la inseguridad.
La sentencia es clara, si en estos momentos por soberanía nacional se entiende el concepto amurallado que nació de las guerras mundiales, el cual engloba la participación de fuerzas políticas, militares, económicas y sociales para defender y garantizar la tranquilidad nacional, entonces este país difícilmente verá un día una real democracia.
Efectivamente, la seguridad interior y la defensa exterior de la nación requieren de la existencia de un poder armado. El Ejército es un órgano concreto del Estado que exterioriza del poder del mismo Estado, en él recae y se ejerce su fuerza.
Ahora bien, las cosas se complican cuando ambos conceptos se interrelacionan jurídica y doctrinalmente, pero no en abstracto, sino en la dinámica de un contexto determinado, lo cual se traduce, por una parte, en un Estado cuyo comportamiento, social, político y económico es marcadamente globalizante y, por otra, en una sociedad hundida en la economía informal, en el desempleo, en el deseo de reencontrarse con ella misma y con sus instituciones; una sociedad condicionada por el comportamiento mediático y secuestrada de su verdad histórica por los aparatos ideológicos de Estado
Así, en el caso de las que las Fuerzas Armadas mexicanas, el centro de la reflexión es el papel que deben jugar como institución entre las instituciones y como institución ante la sociedad. Contar no solamente con unas Fuerzas Armadas de instituciones, sino también de Estado. Ello significa tener una lealtad tanto a las instituciones como al poder civil al cual se deben, ambas cuestiones, por supuesto, dentro de un Estado de Derecho. Esta conjugación constituye un punto de vital importancia para abordar, en serio, la relación de las Fuerzas Armadas y la seguridad nacional en nuestros días.
Finalmente, con respecto a la tendencia globalizante de México, en múltiples ocasiones he dicho que globalizar no significa transportar conceptos jurídicos de un lugar a otro, de un escritorio a otro; tampoco significa transportar capitales, culturas e ideologías de un continente a otro, como si fuera kermés. Globalizar procesos económicos, comportamientos sociales, así como conceptos o doctrinas, sean estas jurídicas, políticas, económicas o militares, significa reproducir tendencias, comportamientos de determinados patrones de conducta, marcos ideológicos y culturales de dominación y reproducción social y económica, ello de acuerdo a la especificidad de cada país y formación económico social.
En México, este marco de reproducción excluye la participación directa de la población. Es cruel reconocer la verdad, pero en este país la gran mayoría de la sociedad está para consumir, no para producir.
Concluyo entonces que la globalización es un proceso histórico complejo al cual ha llegado el sistema de reproducción económico, social e ideológico en el marco mundial. Por lo mismo, la globalización es un medio, un instrumento de reproducción y, de ninguna manera, un fin; es, además, un acto de poder de las grandes potencias en el nuevo reparto del mundo, un acto unilateral y sin consensos de los países cuya dependencia económica de ellos depende. Esa es su fortaleza y, al mismo tiempo, su debilidad.
Estoy por un Estado de derecho donde nada ni nadie, ni el propio Estado, se ubique por encima de la constitución, de la legalidad. Hay que subrayar las palabras. Ninguna institución, mucho menos las fuerzas armadas mexicanas, debe actuar fuera del marco legal. Si es tanta la fuerza y credibilidad social del ejército mexicano, si el Poder Ejecutivo ya no cuenta con otra instancia que asegure enfrentar al crimen organizado, inseguridad social, por decir un ejemplo, entonces, insisto, lo más pertinente es reformar el artículo 129 constitucional.
Una posible reforma sería: “La misión de las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, es garantizar la independencia y soberanía de México, así como defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional”. Con lo anterior, ya no solamente se le permite a la fuerza militar salir de los cuarteles en tiempo de paz, sino además, regularizar su actuar nacional en territorio mexicano precisamente en tiempo de paz.
Sin embargo, si el hecho anterior es importante, no menos lo es el que se le dé una función constitucional a las fuerzas armadas mexicanas y, con ello, se les incorpore en forma abierta, madura, al proceso de democratización del país.
¿Por qué el poder constituyente, ante una realidad radicalmente distinta a la nuestra, la del genoma humano en toda su expresión, decidió que la misión de las fuerzas armadas mexicanas, “defender la integridad, la independencia y la soberanía de la nación, así como garantizar la seguridad interior”, estuviese en una ley reglamentaria y no en la constitución? Pregunta apasionante. La respuesta es una lección, encuentro y desencuentro con un momento histórico, tiempo y circunstancia, distinto.
Por otra parte, es importante señalar que los argumentos que sustenten la respuesta a la pregunta anterior, nos lleva también, como consecuencia lógica, a lo siguiente: en estos momentos la sociedad mexicana con lo que realmente cuenta es con unas fuerzas armadas de gobierno, más que de Estado. Planteamiento nada sencillo, teniendo en cuenta, por una parte, que el reclamo social es la necesidad de contar con unas fuerzas armadas de Estado y, por otra parte, que las instituciones militares saben que para lograrlo es menester replanear sus columnas vertebrales operativa y normativamente hablando. La disyuntiva es clara, seguir como ejército de gobierno incrementa la posibilidad de que contemos con unas fuerzas armadas heridas en su amor propio. Se fortalecen en sí y para sí, pero se alejan de la defensa del pueblo mexicano, en el cual reside esencial y originariamente la soberanía nacional.
Seguramente es difícil aceptar que mientras la soberanía se desmorona y se afianza al mismo tiempo para un grupo social reducido, la gran masa de ciudadanos agoniza entre la pobreza y la inseguridad.
La sentencia es clara, si en estos momentos por soberanía nacional se entiende el concepto amurallado que nació de las guerras mundiales, el cual engloba la participación de fuerzas políticas, militares, económicas y sociales para defender y garantizar la tranquilidad nacional, entonces este país difícilmente verá un día una real democracia.
Efectivamente, la seguridad interior y la defensa exterior de la nación requieren de la existencia de un poder armado. El Ejército es un órgano concreto del Estado que exterioriza del poder del mismo Estado, en él recae y se ejerce su fuerza.
Ahora bien, las cosas se complican cuando ambos conceptos se interrelacionan jurídica y doctrinalmente, pero no en abstracto, sino en la dinámica de un contexto determinado, lo cual se traduce, por una parte, en un Estado cuyo comportamiento, social, político y económico es marcadamente globalizante y, por otra, en una sociedad hundida en la economía informal, en el desempleo, en el deseo de reencontrarse con ella misma y con sus instituciones; una sociedad condicionada por el comportamiento mediático y secuestrada de su verdad histórica por los aparatos ideológicos de Estado
Así, en el caso de las que las Fuerzas Armadas mexicanas, el centro de la reflexión es el papel que deben jugar como institución entre las instituciones y como institución ante la sociedad. Contar no solamente con unas Fuerzas Armadas de instituciones, sino también de Estado. Ello significa tener una lealtad tanto a las instituciones como al poder civil al cual se deben, ambas cuestiones, por supuesto, dentro de un Estado de Derecho. Esta conjugación constituye un punto de vital importancia para abordar, en serio, la relación de las Fuerzas Armadas y la seguridad nacional en nuestros días.
Finalmente, con respecto a la tendencia globalizante de México, en múltiples ocasiones he dicho que globalizar no significa transportar conceptos jurídicos de un lugar a otro, de un escritorio a otro; tampoco significa transportar capitales, culturas e ideologías de un continente a otro, como si fuera kermés. Globalizar procesos económicos, comportamientos sociales, así como conceptos o doctrinas, sean estas jurídicas, políticas, económicas o militares, significa reproducir tendencias, comportamientos de determinados patrones de conducta, marcos ideológicos y culturales de dominación y reproducción social y económica, ello de acuerdo a la especificidad de cada país y formación económico social.
En México, este marco de reproducción excluye la participación directa de la población. Es cruel reconocer la verdad, pero en este país la gran mayoría de la sociedad está para consumir, no para producir.
Concluyo entonces que la globalización es un proceso histórico complejo al cual ha llegado el sistema de reproducción económico, social e ideológico en el marco mundial. Por lo mismo, la globalización es un medio, un instrumento de reproducción y, de ninguna manera, un fin; es, además, un acto de poder de las grandes potencias en el nuevo reparto del mundo, un acto unilateral y sin consensos de los países cuya dependencia económica de ellos depende. Esa es su fortaleza y, al mismo tiempo, su debilidad.
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