Fotografía sin datar
Las
palabras aquí dichas durmieron, por mucho tiempo, entre una luz que languidece,
como la vida que se va y la muerte que se queda, y un presagio de amor,
esperanza seca, sueño de un mundo donde ya no viviré, pero saberlo serena mi
alma sepultada.
Algo
las despertó sin ojos, ni dientes ni cabeza. Tal vez fue su olor a papel viejo,
o el polvo y humedad vacía que encierra la soledad de la sombra de mi sombra.
Decidido, intenté quitar, corregir, agregar. Salvo puntos y comas, nada cambió
de fondo. Mi dolor seguía pegado al piso. Las palabras zurcían la tristeza de mi
soledad más sola, desolada, rota.
Entendí,
entonces, que yo era otro y a la vez el mismo, que las palabras son la
expresión del otro en uno mismo, la comunión de una piedra en la piedra mía.
Que en ellas lo sagrado es lo profano desdoblado, música que desborda el interior
dormido, viento que cubre la desnudez desnuda del indigente y mía, de
arrogantes y desdichados, de una madre enferma y un hijo desvalido.
Entendí
que las palabras son el despertar y la decadencia de las flores, las entrañas
del mito de la vida y de la muerte. El todo y nada al mismo tiempo. Murmullo de
recuerdos y de olvido. Son, tal vez por eso despertaron en tus manos, hilos de
silencio y canto que zurcimos todos.
Caloclica, Cd.
de México, 2017.
© Genaro González Licea. Todos los derechos reservados.
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