Nadie sabe si amo u odio porque he aprendido
a esconder ante todos la índole arriesgada,
siempre arriesgada, de mis propios sentimientos.
Onofre Gil
Los indigentes. Abatido por la sombra de la luna, el indigente muerde con más fuerza su dolor. El silencio se aleja. Sabe que un día morirá llevando consigo el desprecio de la gente, tal vez incluso, de sí mismo. Con el paso del tiempo qué importa si modificó su fe, o la perdió o transformó; ¿a qué indigente le interesa ser “nuevamente” lo que fue?
Los indigentes son prácticos; recorren caminos que no son nuestros; tienen un olor penetrante que les une y les desune. Los indigentes se aman uno al otro como dioses, piensan distinto a nosotros, su caminar sin rumbo es su consuelo, su dicha de seguir viviendo. Para ellos nosotros somos locos. Ellos no sufren por la pérdida de un ser querido, ellos saben que la muerte es realmente natural y normal, y no tiene porque generar vacío en ser alguno. Ellos se despiden del mundo cada vez que cierran los ojos, no saben si despertarán, si su voz delgada y rota se quedará por siempre al ras del suelo.
Los indigentes ríen de las prisas, del prestigio social; para ellos la gente no es otra cosa sino gente. Los indigentes se muestran alegres, complacidos, satisfechos, cuando comen y comulgan en los desperdicios que la gente arroja a la basura.
Para la sociedad los indigentes son locos. Locos que se unen y se aman y habitan en lugares donde solamente viven ratas. Para la sociedad los indigentes están locos cuando lo único que existe es la visión de un mundo diferente.
Los indigentes aman, odian y mueren como cualquier persona; sueñan, imaginan, sienten; adoran a sus dioses, llevan a cuestas sus fantasmas y sus muertos, sus desencantos, sus enfermedades y sus amores.
El mundo del subsuelo no está exento del amor y del dolor. Los indigentes también ríen a carcajadas o sonríen simplemente, viven a pleno sol el recuerdo de alguien que aún aman; pero también lloran sin ruido alguno cuando las horas caen cansadas en los poros de la cara, como un presagio que les dice la fecha de su muerte, y lo saben muy bien porque su sombra inicia el rito final: se anuda enfrente de su cara. Nadie les enterrará, lo saben. Su sombra simplemente se unirá con otra.
*González Licea, Genaro, Aforismos, Apropósito de la vida y la muerte, la desesperanza y el desencanto humano, Amarillo editores, Derechos reservados, México, 2000.
jueves, 6 de enero de 2011
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