La vida es una lucha interior y exterior donde uno en forma permanente se encuentra y reencuentra hasta llegar a la última partida, aquella donde uno se enfrenta a sí mismo con la dicha de vivir hasta el último momento, y, al mismo tiempo, de morir con la satisfacción de haber intentado ser siempre uno mismo. Después del último momento, la nada, la eternidad, una molécula incrustada en el tiempo.
La lucha interior y exterior de la vida influye mucho en la actitud y autenticidad con que vivimos. Ser nosotros mismos, vivir nuestra vida con nuestro espacio de libertad. Aquí no hay reglas, cada quien se acerca a la vida y a la muerte en forma diferente. La mayor crueldad es vivir y morir en otro, ser un todo sin consistencia, una masa social anónima, sin proyecto ni sentido, ni definición propia.
Esta peculiaridad de cada persona en su actuar de vida, Stefan Zweig la ejemplifica muy bien en Una partida de ajedrez. Sus personajes son Mirko Czentovic y el doctor B. El primero, un campesino yugoslavo adoptado por un párroco que todas las tardes gustaba jugar una partida de ajedrez con un amigo militar. Un campesino que observaba cada movimiento de piezas, incluyendo al cura y al militar. Un campesino “incapaz de escribir una frase sin faltas de ortografía”, incapaz de sostener pláticas extensas. De ahí su parquedad y su silencio. Ese campesino, con el paso del tiempo, llegó a ser campeón mundial de ajedrez. Su secreto: fortalecer su debilidad, su carencia de dotes intelectuales, y remarcar su rasgo terco e indiferente de abordar lo cotidiano de su vida. Una jugada, un acto, una decisión siempre la tomaba con absoluta frialdad e indiferencia. Lograba estar inmóvil, insensible, rígido, durante horas y horas frente al tablero y su contrincante, frente a cualquier acto de su vida, aunque en su interior, en su tablero interno, habitaba la turbulencia, la reflexión crítica, el cálculo matemático e impecable de decidir.
Por su parte, el doctor B., un hombre culto, de gran capacidad de abstracción. Una persona recluida por años en los campos de concentración nazi. Ahí vivió sin noción del tiempo y del espacio; los días pasaban sin fecha, insípidos como una vida sin proyecto, como un pedazo de trapo masticado. El doctor B. era “un esclavo de la nada”, una persona encerrada en un pequeño cuarto día y noche, noche y día, “aislado, sin ver ni hablar más que con sus interrogantes”. Dentro de esta locura llegó a sus manos un libro que contenía ciento cincuenta partidas de ajedrez de los campeones del mundo, fue su fuga, memorizó jugada a jugada, reconstruyó mentalmente las partidas “desdoblándose” en cada una de ellas, él era opositor y oponente, jugaba en un tablero interior y en otro exterior al mismo tiempo. Cada jugada fue una fuga, un bálsamo diría Rodolfo Bucio, que le permitió “bloquear” los recuerdos del tiempo, más aún, los recuerdos del tiempo vivido en prisión.
*González Licea, Genaro. Aforismos, A propósito de la vida y la muerte, la desesperanza y el desencanto humano, Amarillo editores, Derechos reservados, México, 2000.
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