lunes, 17 de octubre de 2022

Genaro González Licea, lectura en el programa cultural El jazz de la poesía. La poesía del jazz, de la Fundación Sebastián.

 

Promocional de la Fundación Sebastián

Primera parte


Mi gratitud a Germán Palomares y Antonio Malacara, por permitirme estar aquí, en la Fundación Sebastián, con todos ustedes.

Voy a leer unos versos de un libro que está en imprenta, titulado: al caer el tiempo. Su tema es triste, como el canto del jazz en los grilletes del alma. El alma de los esclavos en cualquier lugar del mundo.

De África a Luisiana, de Luisiana a la Patagonia, el jazz encierra un canto migrante y un canto de libertad. Dentro de este caminar migrante, siempre migrante, no solamente está la vida y el dolor del abandono. también está la vejez, el tiempo, las hojas, el agua, el amor, el desamor, y la muerte.

 

v  

La vida:

esa sombra rasgada con el llanto del rocío.

Amarga, seca, vacía como la muerte.

Muda silueta en el dolor del tiempo.

 

v  

La vejez es agridulce

como el silencio tirado sin consuelo.

 

v  

La muerte es agonía y silencio llorando en una piedra,

es aroma de yerba dormida sobre el río,

canto de un olvido que florece con el frío,

pureza del tiempo envuelto sin el tiempo.

 

La muerte es un misterio,

un instante de luz y sombra perdida con la mía.

 

v  

La vida y la muerte son dos cadáveres

que se aman desahuciados.

Son breves

como un instante de tiempo

envuelto en la palabra.

 

v  

Duele encontrar

el silencio de morir despierto.

 

v  

Mi camino es un sendero

donde los muertos florecen con sus penas.

 

Es un silencio llagado entre mi boca,

una voz muerta que no encuentra su destino.

Alma errante

como la bruma indigente tirada sobre el muelle,

como el tiempo desnudo que busca su voz en mi alarido.

 

v  

Soy vacío, precipicio,

grito enterrado que no encuentro.

Soy abismo, espinas clavadas en la sombra,

tiempo abrazado al fluir del tiempo.

 

Soy un rostro sin existir,

dolor que en la humedad camina,

voz desconocida que nunca encontrará el hueco de tus ojos.

 

v  

Los atardeceres envejecen como yo ahora,

son cavernas mirando mis pesares,

recuerdos disecados en mi lengua,

latidos amargos como el polen errante de mis manos.

 

La vejez es sentir la soledad de siempre estar muy solo,

es un cadáver esperando el calor de su ceniza.

 

v  

Cuando oscurece respiro un aire viejo que me quema,

un silencio de estanque reseco por el tiempo,

un presagio de muerte llorando sobre el agua.

La muerte me mira ya

como una blanca caracola

dormida en la soledad del mar.

 

v  

La vejez es como un río escondido entre mis venas,

como un andar pausado y solitario

en un largo camino que muere sin saberlo.

 

La vejez es un silencio y un olvido,

es la vida, la muerte y lo vivido,

es la sombra que muere al ver los pasos,

la tumba donde yace el tiempo y el tiempo de mí tiempo.

 

v  

Aquellos tiempos cuando amar

era arder como astilla abandonada,

como arena saboreando el mar,

el silencio de la aurora, la muerte, la vida y lo vivido.

 

Aquellos tiempos cuando mi voz nacía del cansancio

escondido entre mis venas,

son éstos y los que vienen,

son las huellas de mis pasos

que migran descalzos sobre el agua.

 

v  

Morí sin saber dónde.

Un alma me arrojó al vacío,

otra, la mía, camina como fantasma

perdido entre las hojas.

 

v  

Desnuda la carne. Los huesos rotos.

La espalda abierta mirando la llanura.

Un silencio lloroso tendido sobre el viento,

un cuerpo migrante envuelto en mis despojos.

 

Alguien se queja al sentir mi cráneo destrozado,

soy yo y mis dedos aplastados,

mis ojos mordidos con mi boca,

mi soledad amarga que me mira.

 

No sé cuándo ni cómo llegó a mí la muerte.

Mi alma sigue su camino, buscando, buscando.

 

v  

Las llagas de los muertos

son recuerdos escondidos en un pozo que no existe,

ojos de carne torturada,

sentimientos que sin párpados te miran,

sangre seca que florece si respiras,

agonía de un tiempo que se hace y se deshace.

 

v  

Desaparecido no soy,

fui enterrado en el claro de tus ojos,

oigo, igual que tú, la tristeza de tus pasos en los míos,

el murmullo del agua cuando llueve,

el grito de las llagas huérfanas de mí,

lirios de sal en ti, mirando tu silencio y tu vacío.

 

v  

Escucho el latido de las piedras,

el susurro ensangrentado que les tiñe,

el dolor pisado que les hiere.

 

¡Cuántos muertos se han sembrado

como sombras clavadas en lo seco del camino!

¡Cuántos en la brisa que se lleva el mar!

¡Cuántos en el huerto clandestino de tus ojos!

 

Su silencio es un llanto que murmura,

un cirio migrante que me mira,

un suspiro que consuela la tumba que hay en mí.

¡Cuántos muertos! ¡Cuántos! ¡Cuántos!

 

v  

No cierres mis ojos, no, no los cierres,

en ellos verás siempre la tristeza de los tuyos,

el campo verde, el silencio de lo blanco de la luna,

la flor llorosa que vi en ti

al sentir la soledad del viento alejarse entre tus pasos.

 

v  

El aire huele a muertos arrastrados por el agua,

a cráneos tirados mirando su agonía,

a voces atadas en la tumba de mis manos.

 

El aire huele a muertos torturados,

a quejidos escondidos en la tierra que pisamos,

a presagios, rezos y alaridos.

 

Es grande el dolor que deja el silencio de la muerte.

 

v  

Con el tiempo,

los muertos sin sepultar son las hojas que pisamos,

las flores olvidadas que nos ven,

el polvo que en silencio nos espera.

 

Segunda parte


Fotografía sin datar 

 

En esta segunda parte de mi intervención en la Fundación Sebastián, en su programa cultural El jazz de la poesía. La poesía del jazz, leeré unos versos que originalmente caminaron hasta España y, posteriormente, a otros países.

Nada dejo es el poema y lo dediqué a un matrimonio español: Ángeles Fernández Martín y Juan López Raya. Ambos poetas, escritores y creadores de arte, que difunden y fomentan en forma altruista la poesía. 


Fotografía sin datar


Un día, muy de mañana, encontré mis versos en su voz:

 

Mi voz se perderá conmigo.

Flotará como un pájaro en el llano,

como un silencio en la sombra de mis pasos.

 

Versos que están en mi poemario Caloclica y, en agradecimiento, les dediqué el poema nada dejo, el cual forma parte de mi poemario La sequedad del estanque, por cierto, recién concluido.

Este poema a la letra refiere:

 

A Ángeles Fernández Martín

y J. Juan López Raya

 

La calidez del sol

endulza mi sombra vacía

tendida sobre el agua.

 

Un árbol sin hojas cuida mi voz entristecida,

mis ojos enterrados mirando mi dolor.

 

Nada dejo a mi paso, nada dejo.

Fui un quejido perdido en la pradera,

un suspiro desterrado al caminar.

 

Por su parte, el poema completo de mi voz se perderá conmigo, aunque no lo leí en el evento, permítame citarlo aquí:

 

Sembré el campo con letras de maíz y trigo,

las hortalizas de abril y el amor en los surcos de mayo.

Moriré por siempre en esta tierra callada

y en esta eternidad sin tiempo.

 

Amamantar la voz con el alma herida

y el amor de invierno dormido entre las hojas,

aligeró de pronto este caminar sombrío.

Húmedo como el grito de un niño.

Triste como un olvido en la piedra,

como un recuerdo en el agua.

 

Dejaré este silencio un día.

Dormiré en un lugar que ignoro.

Mi palabra morirá sin ojos.

Fui carne incinerada con el viento,

quejido torturado entre las brasas,

memoria astillada con mis huesos.

 

Escribí para dialogar conmigo

y calmar esta tristeza que me duele.

Enterré a solas el amor de las palabras,

les di un presagio de morir muy mío,

una sonrisa tejida en cicatrices,

un murmullo rasgado en su lamento.

 

Mi voz se perderá conmigo.

Flotará como un pájaro en el llano,

como un silencio en la sombra de mis pasos.

 

Muchas gracias. Mi gratitud a todos.


Genaro González Licea

Caloclica, CDMX, octubre de 2022.

 

Genaro González Licea

Fotografía sin datar 



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