Primera parte
Mi
gratitud a Germán Palomares y Antonio Malacara, por
permitirme estar aquí, en la Fundación Sebastián, con todos ustedes.
Voy
a leer unos versos de un libro que está en imprenta, titulado: al caer el
tiempo. Su tema es triste, como el canto del jazz en los grilletes del
alma. El alma de los esclavos en cualquier lugar del mundo.
De
África a Luisiana, de Luisiana a la Patagonia, el jazz encierra un canto
migrante y un canto de libertad. Dentro de este caminar migrante, siempre
migrante, no solamente está la vida y el dolor del abandono. también está la
vejez, el tiempo, las hojas, el agua, el amor, el desamor, y la muerte.
v
La vida:
esa sombra rasgada con el llanto del rocío.
Amarga, seca, vacía como la muerte.
Muda silueta en el dolor del tiempo.
v
La vejez es agridulce
como el silencio tirado sin consuelo.
v
La muerte es agonía y silencio
llorando en una piedra,
es aroma de yerba dormida
sobre el río,
canto de un olvido que florece
con el frío,
pureza del tiempo envuelto sin
el tiempo.
La muerte es un misterio,
un instante de luz y sombra
perdida con la mía.
v
La vida y la muerte son dos cadáveres
que se aman desahuciados.
Son breves
como un instante de tiempo
envuelto en la palabra.
v
Duele encontrar
el silencio de morir
despierto.
v
Mi camino es un sendero
donde los muertos florecen con sus penas.
Es un silencio llagado entre mi boca,
una voz muerta que no encuentra su destino.
Alma errante
como la bruma indigente tirada sobre el muelle,
como el tiempo desnudo que busca su voz en mi alarido.
v
Soy vacío, precipicio,
grito enterrado que no encuentro.
Soy abismo, espinas clavadas en la sombra,
tiempo abrazado al fluir del tiempo.
Soy un rostro sin existir,
dolor que en la humedad camina,
voz desconocida que nunca encontrará el hueco de tus ojos.
v
Los
atardeceres envejecen como yo ahora,
son
cavernas mirando mis pesares,
recuerdos
disecados en mi lengua,
latidos
amargos como el polen errante de mis manos.
La
vejez es sentir la soledad de siempre estar muy solo,
es
un cadáver esperando el calor de su ceniza.
v
Cuando oscurece respiro un aire viejo que me quema,
un silencio de estanque reseco por el tiempo,
un presagio de muerte llorando sobre el agua.
La muerte me mira ya
como una blanca caracola
dormida en la soledad del mar.
v
La vejez es como un río
escondido entre mis venas,
como un andar pausado y
solitario
en un largo camino que muere
sin saberlo.
La vejez es un silencio y un
olvido,
es la vida, la muerte y lo
vivido,
es la sombra que muere al ver
los pasos,
la tumba donde yace el tiempo
y el tiempo de mí tiempo.
v
Aquellos tiempos cuando amar
era arder como astilla abandonada,
como arena saboreando el mar,
el silencio de la aurora, la muerte, la vida y lo vivido.
Aquellos tiempos cuando mi voz nacía del cansancio
escondido entre mis venas,
son éstos y los que vienen,
son las huellas de mis pasos
que migran descalzos sobre el agua.
v
Morí
sin saber dónde.
Un
alma me arrojó al vacío,
otra,
la mía, camina como fantasma
perdido
entre las hojas.
v
Desnuda la carne. Los huesos rotos.
La espalda abierta mirando la llanura.
Un silencio lloroso tendido sobre el viento,
un cuerpo migrante envuelto en mis despojos.
Alguien se queja al sentir mi cráneo destrozado,
soy yo y mis dedos aplastados,
mis ojos mordidos con mi boca,
mi soledad amarga que me mira.
No sé cuándo ni cómo llegó a mí la muerte.
Mi alma sigue su camino, buscando, buscando.
v
Las
llagas de los muertos
son
recuerdos escondidos en un pozo que no existe,
ojos
de carne torturada,
sentimientos
que sin párpados te miran,
sangre
seca que florece si respiras,
agonía
de un tiempo que se hace y se deshace.
v
Desaparecido
no soy,
fui
enterrado en el claro de tus ojos,
oigo,
igual que tú, la tristeza de tus pasos en los míos,
el
murmullo del agua cuando llueve,
el
grito de las llagas huérfanas de mí,
lirios
de sal en ti, mirando tu silencio y tu vacío.
v
Escucho el latido de las piedras,
el susurro ensangrentado que les tiñe,
el dolor pisado que les hiere.
¡Cuántos muertos se han sembrado
como sombras clavadas en lo seco del camino!
¡Cuántos en la brisa que se lleva el mar!
¡Cuántos en el huerto clandestino de tus ojos!
Su silencio es un llanto que murmura,
un cirio migrante que me mira,
un suspiro que consuela la tumba que hay en mí.
¡Cuántos muertos! ¡Cuántos! ¡Cuántos!
v
No cierres mis ojos, no, no
los cierres,
en ellos verás siempre la
tristeza de los tuyos,
el campo verde, el silencio
de lo blanco de la luna,
la flor llorosa que vi en ti
al sentir la soledad del
viento alejarse entre tus pasos.
v
El aire huele a muertos
arrastrados por el agua,
a cráneos tirados mirando su
agonía,
a voces atadas en la tumba de
mis manos.
El aire huele a muertos
torturados,
a quejidos escondidos en la
tierra que pisamos,
a presagios, rezos y alaridos.
Es grande el dolor que deja el
silencio de la muerte.
v
los muertos sin sepultar son las hojas que pisamos,
las flores olvidadas que nos ven,
el polvo que en silencio nos espera.
Segunda parte
En esta
segunda parte de mi intervención en la Fundación Sebastián, en su programa
cultural El jazz de la poesía. La poesía del jazz, leeré unos versos que
originalmente caminaron hasta España y, posteriormente, a otros países.
Nada dejo es el poema y lo dediqué a
un matrimonio español: Ángeles Fernández Martín y Juan López Raya. Ambos
poetas, escritores y creadores de arte, que difunden y fomentan en forma
altruista la poesía.
Un día,
muy de mañana, encontré mis versos en su voz:
Mi voz
se perderá conmigo.
Flotará
como un pájaro en el llano,
como
un silencio en la sombra de mis pasos.
Versos
que están en mi poemario Caloclica y, en agradecimiento, les dediqué el
poema nada dejo, el cual forma parte de mi poemario La sequedad del
estanque, por cierto, recién concluido.
Este
poema a la letra refiere:
A Ángeles Fernández Martín
y J. Juan López Raya
La calidez del sol
endulza mi sombra vacía
tendida sobre el agua.
Un árbol sin hojas cuida mi voz entristecida,
mis ojos enterrados mirando mi dolor.
Nada dejo a mi paso, nada dejo.
Fui un quejido perdido en la pradera,
un suspiro desterrado al caminar.
Por su parte, el poema completo de mi voz se perderá conmigo, aunque
no lo leí en el evento, permítame citarlo aquí:
Sembré el campo con letras de maíz y trigo,
las hortalizas de abril y el
amor en los surcos de mayo.
Moriré por siempre en esta
tierra callada
y en esta eternidad sin
tiempo.
Amamantar
la voz con el alma herida
y
el amor de invierno dormido entre las hojas,
aligeró
de pronto este caminar sombrío.
Húmedo
como el grito de un niño.
Triste
como un olvido en la piedra,
como
un recuerdo en el agua.
Dejaré
este silencio un día.
Dormiré
en un lugar que ignoro.
Mi
palabra morirá sin ojos.
Fui
carne incinerada con el viento,
quejido
torturado entre las brasas,
memoria
astillada con mis huesos.
Escribí
para dialogar conmigo
y
calmar esta tristeza que me duele.
Enterré
a solas el amor de las palabras,
les
di un presagio de morir muy mío,
una
sonrisa tejida en cicatrices,
un
murmullo rasgado en su lamento.
Mi
voz se perderá conmigo.
Flotará
como un pájaro en el llano,
como
un silencio en la sombra de mis pasos.
Muchas
gracias. Mi gratitud a todos.
Genaro González Licea
Caloclica, CDMX, octubre de 2022.
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