BENITO BALAM Y LA PALABRA AMOROSA NACIDA DEL
SUBSUELO
“Ahau Balam, viejo tigre
Ahau Balam Yol Kauil
corazón abundante de nuestro pan cotidiano
echo ahí mi cordón umbilical
para que lo muelas en el corazón de tu semilla
y se desgañite el odio
como alharaca de granos y señales.”
Benito Balam
Rueda del
Katun
Se requiere una llaga amorosa de tintero para
escribir unas líneas en torno a la poesía de Benito Balam. Esa llaga de tintero
no la tengo yo, no, no la tengo. Tengo, sí, un nudo en la garganta a punto de
explotar como un volcán entre las venas, y un enorme deseo de decirle que su
alma es poesía fresca y cristalina como el agua, como el agua subterránea que
encuentra un manantial en el rocío.
Benito Balam es un gran poeta, lo digo y lo diré
aquí y allá. Lo digo con la humildad de lo que soy, desde la insignificancia
del que sabe que uno nada es, ni en este caminar lleno de tierra, espinas y
papeles, ni, mucho menos, ante la plenitud del infinito que cabe en el poro de
cualquier piedra que nos mire. Desde ahí, sí, desde ahí, digo para mí, para él,
para todo aquel que se asome más que al “yo”, al ser de lo que somos, a la
esencia oscura y destellante, plural e inacabada, siempre inacabada del ser de
lo que somos, que Benito Balam es, en verdad, un gran poeta, un poeta cuyo
centro es el despertar de las conciencias, el generar a un hombre nuevo, con
una visión de mundo incluyente, fraterno y amoroso, consigo mismo y con el
otro, con la comunidad que formamos todos.
Su poesía es el llanto y la ira de las selvas
devastadas, ríos secos y arenosos mares. Es un canto de libertad, un amoroso
fervor de fe y justicia al desvalido, al prójimo que es el andar del otro en
uno. Es el júbilo de la reencarnación de almas en la cruz y en la flor del
cempazúchitl y en la de ixtempula. Es la voz de la esperanza de los jaguares de
Xibalbá, pues, como él mismo lo dice en la
rueda de Katún: “será cuando regresen los jaguares rojos de Xibalbá,
Nuestro Interior, /los grandes gatos adormecidos en sus nenúfares/ buscarán el
corazón del llanto/ buscarán cómo morder la luna/ y desgarrar palmo a palmo los
lechos, donde ella ha mimado la luz entre los hombres”. Es, se puede decir así,
una expresión de los soles y las lunas, de la sombra que camina en la noche, en
el día, y en la planta de los pies al caer el medio día. Sombra mágica que empapa
el suelo y el subsuelo, el ser, su ser y el nuestro, su historia y nuestra
historia, la historia de nuestros antepasados que se asoma en el canto y el
rugido del Chacmool, del tigre rojo del Chacmool que mira lo maltrecho del alma
de templos y hogares, de ríos, selvas y mares, llanos y montañas, vientos,
estrellas y rayos solares calentando con su ceniza.
Pero también es un reclamo, un franco y abierto
reclamo, pues, de seguir maltratando el ser de lo que somos, lo dice claramente
y muy a tiempo en la cólera del agua,
no tardará el hombre en “acabar consigo mismo, porque cuando tiemble el último
gruñido de esa bestia divina y no haya lugar salvaje en la tierra, donde pueda
ocultarse de la saña del hombre, no habremos enterrado nuestro pasado, sino
aniquilado nuestro único y verdadero refugio”.
Tal vez fue el dolor que le produjo esta
desolación lo que llevó a nuestro poeta a fortalecer su historia personal y
literaria, su compromiso social e individual de abrazar y despertar
conciencias. De ser así, se entiende entonces una de las tantas razones del
porqué Benito buscó, hasta encontrar, la primera piedra de su nombre. Ese
nombre mitad viento, mitad tierra y firmamento, agua que cambia al tocar la
piel del día, del instante y del asombro, del misterio del hoy que ya no
existe. Ese nombre que heredó, lo dice en su canto patrio, “la nostalgia de los vientos marinos, la exuberancia
de las selvas, la aridez de los desiertos… Hay más tierra en mí que asfalto, y
por eso busqué las huellas destruidas”.
Nace en él un nuevo canto, su palabra es la
misma y otra al mismo tiempo, su firmeza se dispersa ahora con más fuerza,
igual que el polen de los vivos y los muertos, de la vida de los muertos. Vida,
lo digo con su voz, “que ha quedado atrapada en las cuerdas bucales de nuestras
emociones. Y que esa pasión es simplemente la hoguera que no se ha consumido, y
allí está haciéndonos ver nuestras suertes”. Y no es para menos, toda vez que
se trata del eco de una vida deambulando en el olvido.
De ahí el grito en su poema traigo un jaguar que me desgarra dentro: “un jaguar que cuelga en
mis costillas/ traigo un jaguar que a garra me desgarra/ traigo un jaguar que
se derrama adentro…/ Es un jaguar que apenas cabe/ es un jaguar que merodea
hiriendo mis paredes/ es un jaguar en celda detenido/ es un jaguar que se
revienta…/ y se rebosa a litros por mis palabras/ a dentelladas mordidas por su
dentadura/ y se desborda a furias en mis actos/ al manotear mi puño al ristre
de sus propias garras. Soy un jaguar de Indoamérica, lo reconozco/ a bien
salud, mi respetable herencia…”.
Nada le detiene ya, su reclamo se afianza y
encarna como piedra en la palabra, como “aspa de serpiente” en la rueda del katún: “vengo arrebatar del
hocico los códices devorados/ las palabras de estuco grabadas en mis bóvedas/
vengo a cincelar con extraños augurios mi rostro que no conozco/ en el diente
del dintel ya no habrá sombra de duda”. Su fuerza se ciñe a ras de tierra, a la
intemperie, a pleno sol o a día nublado. Abraza y acompaña el alma de la gente,
mi alma, tu alma, el alma del caminante que busca sin encontrar y sigue
buscando.
Su fuerza interna crece y crece, ya es
intrínseca en él. Está en su prosa, en sus versos y en su actuar cotidiano de
vida. Un día hablé con él por un buen rato. Al concluir me dijo: “hoy el
calendario maya y mexica señalan el principio que se remota al origen de todo
origen, el de la vida. Es el numeral uno (Keme-Miquiztl 1), día de la
muerte-vida-renacer, conexión de los ancestros familiares, memoria de lo que en
común nos han dejado”. Es importante recordarlo. La visión de una cultura
originaria en la dimensión actual, revelarla, no como adoctrinamiento, sino
como un diálogo interior y colectivo, que emana de lo más profundo de la
cultura de nuestros pueblos y dialoga en nosotros hasta nuestros días.
Debo comentar que antes de esta fecha existió un
diálogo, para mí muy significativo, en el cual le expresé que ese día,
precisamente ese día, cuatro de abril, lo recuerdo bien, por alguna razón “el
día se asomaba cabizbajo en mí”. Suspendí mis escritos y al releer las gotas de
cristal escritas por Benito en su página de difusión digital (Benito Balam Flor y Canto, Facebook),
por alguna razón recordé algunos escritores y poetas. Dejé en mis ojos la cólera del agua, su simbólica portada
y éstas sus líneas: “en el maya me asemejo/ cuando me siento indio/ los huesos
me aconsejan/ seguir con el venado/ seguir, seguir la ruta/ al monte
acorralado/ y en la espesura/ sentir la bala que va al cuerpo/ sufrir, sufrir/
porque no muero”. Retomé mis escritos y seguí trabajando, colmado de gratitud y
fuerza.
¿Qué significa ese cuatro de abril, según el
calendario maya y mexica?, el mismo Benito nos proporciona su significado: “4
de abril de 2022, 2 Batz-Ozomatli, dualidad del Hermano mayor y el arte
creador, es cuando reconocemos que la primogenitura del arte reside en la
creatividad del hermano/a, del cual nos alimentamos en la mutua fraternidad,
sea del origen que sea, de una comunidad indígena o sólo de corazón”. En esta
misma tesitura, es de mencionar que ese mismo día en su página referida expresa
la siguiente reflexión: “nuestra vida será plena, hasta que hayamos incluido a
quienes hemos sido llamados a amar”, así como estas palabras en las cuales hace
referencia inmerecidamente a mi persona: “bebo verso a verso tus palabras /como
el arroyuelo hidrata sin saberlo /el río caudaloso /a dónde apenas en rumores
lo escucha /lo llevan sus pasos /impregnados de poesía /así me parece Genaro
/el horizonte generoso /que atisba tu alma /de
caracol herido /ante la incierta eternidad /que tu cantar encierra”.
Ese es Benito Balam, el ser humano fraterno,
cordial y convencido de la importancia que tiene contar con una cosmovisión de
mundo, dialogar con nuestras culturas e identidades culturales y, sobre todas
las cosas, amar, amarse a sí mismo y a sus semejantes, al prójimo, al otro que
es parte de uno, y uno no es pleno sin el otro: “amé, nos dice, y me di cuenta
que el amor es servir/ Serví y el amor vino a mi/ cuando serví sencillamente/
cuando ni siquiera me daba cuenta que servía/ porque en ese momento amaba y era
amado”. Ese es el tono, el asomo al pensamiento y a la palabra de Benito Balam,
al ser humano fraterno, generoso, que siembra su ser en esta nuestra tierra
colectiva, amorosa memoria de una inmensa enramada cultural que está en nuestro
interior dormida, en la parte subterránea del suelo que pisamos, en un
pensamiento común en permanente movimiento. Ensamble de dos mundos construidos
en éste donde estamos.
No es casual que nuestro poeta inicie su Flor y canto del Evangelio de Tonantzin
Guadalupe con esta contundente expresión: “nuestra cultura es un
entrelazamiento de diferentes cosmovisiones, que confluyeron antes y después de
la conquista de México”, cuestión que respalda a lo largo de su libro, al
estudiar varios documentos sobre el tema, en particular el Nican Mopohua de Antonio Valeriano, documento escrito en náhuatl
que relata la videncia espiritual del Tepeyácac de Juan Diego
“Cuauhtlatoatzin”. Ensamble de dos visiones de mundo y el renacer de una nueva
cosmovisión sustentada en un venero intercultural, complejo, mágico, dual, de
lo que somos desde nuestros orígenes hasta nuestros días. Somos identidad
intercultural en permanente construcción. Memoria histórica en la diversidad
del ser, expresión del calendario maya y mexica, “piedra solar mexica”, con sus
cinco soles abrazados de la luna y, al mismo tiempo, la visión de un ser
cristiano creado y unido con voz morena: Tonantzin y Guadalupe en el ayate de
Juan Diego.
Es en este contexto, me parece, donde podemos
encontrar la piedra triangular en la cual se cimenta el pensamiento y la fe
indocristiana de nuestro poeta, la interpretación muy suya de nuestra cultura
originaria y del evangelio, el cual recobra su dimensión, importancia y
trascendencia, toda vez que, mediante él se tiene la posibilidad de generar un
nuevo comportamiento comunitario, actuante y participativo del ser colectivo
intercultural en movimiento, del ser humano que lucha por liberarse del
individualismo posesivo, ajeno al sentir y actuar del otro, del otro social y
colectivo que somos todos.
Esta es su visión del evangelio, tengo en mis
manos lo Divino de lo humano, como
pensamiento vivo y actuante, como voz y comunión profética, como acto de
misericordia y resurrección, como un “bajar de la cruz a los crucificados por
la historia”, según la expresión de Jon Sobrino, que me recordó la visión y
pregunta que León Tolstoi, llevado a la desesperación por la religión sin fe,
despeja para sí mismo en su texto “¿Qué
es el evangelio?”. En su recorrido, Tolstoi descubre el sentido de la vida
y expone, desde su sentir, el por qué “la muchedumbre de los ignorantes se
apodera de la doctrina y la obscurece con mentirosas leyendas” y, sin embargo,
a pesar de todo, continúa Tolstoi, “a través de este vaso de mentira, algunos
clarividentes columbran la verdad, la transmiten en toda su pureza a través de
los siglos, y ella llega hasta nosotros. Quienquiera que lee ahora el Evangelio
—así sea católico, protestante, ortodoxo, miembro de una secta o hasta
racional— se encuentra en un estado de espíritu particular”, y concluye: “no se
trata de saber cómo se formó la doctrina cristiana, sino cuál es su sentido…”.
Ese sentido de fe, de vida, de sí mismo, del
devenir de la selva y de la cruz maya para el prójimo, para el otro que es
parte de uno, lo encuentro, como una constante muy marcada en la poesía de
Benito Balam, en su prosa poética y actuar cotidiano, en su compromiso social
asumido como forma de vida y expresión de su palabra a lo largo del calvario de
su vida, esa palabra que muestra y reprueba los profundos desequilibrios
sociales, la violencia y el sometimiento cotidiano que vivimos. Esa palabra
que, de ninguna manera, fomenta el odio y el resentimiento propagandístico que
oculta oscuros fines, sino por el contrario, busca reencontrar la memoria
histórica de nuestra voz originaria y despertar conciencias en esta identidad
plural, intercultural en que vivimos. Tuvo el coraje de transformar aquel
sentimiento ritual, aquel lenguaje y sentimiento primario, en el cual, lo
señala él mismo en lo Divino de lo humano,
su “sufrimiento era rebelde a lo que la vida me había dado, buscaba mi
reivindicación en la justicia, pero era una rebelión que me llevaba a la
venganza y sin reconocerlo, al auto castigo. No era merecedor de un Reino de
Bienaventuranzas y tampoco los demás, por eso mi rebelión no sanaba, no me
hacía más justo, sino más cruel”.
Es así como se alumbra su amor a la cultura
indígena, su amor al próximo, su acción terapéutica ante el dolor humano y
espiritual, su misericordia que habita en nosotros todos. En la naturaleza del
ser y de las cosas, en la filosofía náhuatl, en la filosofía originaria en
general, y en la fe cristiana, indocristiana para ser precisos. La justa
medida, que no el justo medio, de un nuevo mundo, la cultura milenaria con una
cosmovisión muy propia, el diálogo intercultural de respeto mutuo y aceptación
de lo que somos, un diálogo en el que cada cual mantiene su visión de mundo en
su propio idioma, en su amor y dignidad de cada cual, en su indivisibilidad y
plenitud. Balam y su lectura de mi ser originario con sus ojos. Cosmovisión de
un mundo indocristiano que fluye del subsuelo como el agua hacia la nube, como
el canto de la piedra con el viento. Balam y su lectura de los códices nuestros
en el complejo andamiaje de la historia del camino. Diálogo y canto
intercultural que asoma la síntesis y convivencia de un ser nuevo. Surge su
canto en la rueda del Katun o visión
de un mundo hecho poesía, de un tiempo tejido en piedra, cascada de metáforas
que nacen del alma como el agua del manantial, como el canto en libertad que
reclama lo que somos desde entonces hasta ahora: “gran felino, Chacmool rojo/
crótalo cincelado en el cráneo/ ala de escama/ pluma de piedra/ fieros códices
rompan sus lamentos/ aguijoneen los labios de las sangres mudas/ pávidas de
tanta incolora muerte,/ devuélvanme la tinta roja y negra/ para quemar sus
nombres/ ya no pateen mis glifos/ ya no quiebren el rostro de mis lápidas/
quiero que salgan las garras y las colas/ las lenguas,, los pánicos del ave/ la
crestería de piedra que hunde las insignias de la iguana o del reptil alado”.
En este contexto, merece mención especial un
testimonio que, a mi parecer, fortaleció la unidad de nuestro poeta, su todo
continuo que yo veo, me refiero a su testimonio
pastoral, oración bálsamo recibido en su primer desierto, a través de un sueño-signo que sacudió su ser e inició
su camino a la fe. Oración bálsamo que decía: “14 de noviembre, fecha entre dos evangelios”, y en la cual Benito
tomó el nombre de Benito Balam como poeta, y se reconoció a sí mismo, retomo
sus palabras de lo Divino de lo humano:
“como un hombre que nace a la fe…”, como un hombre que tuvo el coraje de llevar
un nombre indígena y amorosamente asumir y acompañar el rostro actual de
nuestros pasos. Hombres y mujeres de maíz que día a día se hunden (cito unos
versos de su poema dedicado a don Samuel Ruiz García, el Jtatik) “en el barro para humedecerlo, arena que arde y suaviza al
pie, cuando se atreve a caminar descalzo en el desierto, horizonte que pisa el
pie descalzo”.
Son muchos los testimonios y enseñanzas que es
posible citar de nuestro poeta, de todas ellas, sin embargo, sobresale su
deseo, lucha y participación, en la construcción de un hombre nuevo, de un ser
fraterno y condescendiente con el otro, con su comunidad y naturaleza. Un
hombre libertario, con principios de justicia y equidad. Lo dice con toda
claridad en la “Composición para el canto
patrio”: el vuelo de la patria está en nosotros, pues ni yo ni nadie,
nacimos para llorar, mi conciencia, nuestra conciencia, “no ha escogido este
cuerpo/ pero aquí le ha tocado desempeñar su existencia” (…) “el pueblo tiene
unas alas que le brotan del alma/ unas alas tan tremendamente atoradas/ como
una astilla atravesada/ en los cartílagos del tórax,/ o semejante a la caída
del ave/ entre matorrales de espinas/ que por más que estira el cuello/ la
yugular se le despluma/ y su trino brota corazón y escurre gotas”. Y concluye,
nadie puede “esconder todo el armamento que llevamos dentro./ Los propios
mexicanos/ los tercos indígenas de cobre/ haremos la revolución con sangre
propia…”.
En otra parte de esa obra pregunta, las calles, se llama el poema: “¿Cómo
andar por las calles de México/ si todavía no han dejado de gotear los
adoquines/ y no ha cesado el quejido del aire que cubre/ la Plaza de las Tres
Culturas?”. Pregunta que repetimos desde entonces hasta nuestros días.
Tlatelolco es el país entero, su sombra está presente en las injusticias,
discriminación, tumbas clandestinas y violencia cotidiana que inicia al salir
el sol y sigue con lo blanco de la luna.
Mucho que hacer y mucho que agradecerle a
Benito, a su palabra que recoge el espíritu colectivo de libertad y justicia:
“¡Mírame! yo soy el ala”, nos dice a todos con voz fuerte, “no importa que no
me dirijas la mirada/ tus pupilas son mías/ en el paladar del tiempo/ mías
cuando la palabra/ se pronuncie en tus propia boca/ como una boca de silencios
bien nacidos/ como una boca de ojos tanto tiempo anhelada/ y te alumbre la
conciencia perdida/ aunque Pedro niegue de nuevo sobre las piedras/ sobre las
huellas de nuestros propios pasos/ encima de tus ojos/ enfrente de tu mujer o
de tu marido o de tus hijos/ y te cubra de tierra/ y te enferme de nuevo/ serán
entonces un páramo con las pupilas apretadas/ pero dueño de ti mismo/ yo soy el
ala/ una llama/una sencilla llama/ que reventó la lengua/ para llamarse
democracia”.
Esa es la fuerza subterránea que fluye en él, en
el nosotros colectivo que con mayor claridad se muestra en lo adverso, en las
inequidades cotidianas y en los terremotos que cimbran la tierra y la
conciencia de cada cual. Recuerdo sus versos en memoria de las víctimas de los
terremotos del 19 de septiembre de 1985, su solidaridad es tan grande y tan
modesta como la de tantas y tantas almas que unieron su fuerza para
sobreponerse, sobreponernos a la tragedia.
En ese tiempo, dicho sea de paso, mi familia y
yo vivíamos en la colonia Roma, nadie me puede contar lo sucedido. Ese día el
desamparo reinó en nosotros, mordimos la tristeza y quedamos para siempre
amputados en lo interno y en lo externo, en la muerte del otro que murió
conmigo, y yo soy, ahora, su ánima vagando. Fue mucha la solidaridad,
desbordaba la luz de cada piedra, la sombra de cada paso dejado en los
escombros. Y ahí está el solidario Benito con sus versos, Cuando uno es otro 19 de septiembre, efectivamente, uno se percata
que “las almas no tienen brazos, pero los alzan/ mucho más alto que los brazos
del cuerpo/ los ojos del alma miran más allá de los escombros/ y escuchan los
lamentos que gimen en la estructura colapsada”. Miles de brazos solidarios en
medio del desastre, compartieron “esa palidez de muerte y ese correr del susto/
y yo y tú y nosotros dejamos de caer en el mismo desamparo”. El amor unido al
otro devolvía el alma “regresando la confianza del pueblo que somos/ pues el
bien común se conquista/ se gana entre las calles solidarias/ en los hogares de
los sencillos que extienden su pan y su cobijo / y en los corazones donde
abunda la humanidad y se sobrepone a la tragedia”.
Recuerdo también su poema amada, escrito ese día, precisamente ese día, “en que dios no ha
muerto/ o se ha vuelto a revolver entre los muertos, / soñando con ellos debajo
de sus pétalos amarillos, / quiero decirte el estremecimiento que me produce/
el recuerdo de nuestro hijo malogrado”. Ese día dónde el ser humano, cualquiera
de nosotros, se agazapa en el polvo del polvo que somos y muerde “el alba donde
no se olvida/ el titilar de nuestro padecimiento / pequeño altar de nuestra
ofrenda”. Ese día, sí, ese día, que puede ser el día del terremoto, ayer, o el
día de hoy, en la vida de cualquier persona que acude a la fuente, donde las
almas beben agua y uno espera velando la soledad del ser querido, del otro, de
uno mismo, de tantos y tantos muertos, y nadie canta: “sólo el ulular
empecinado de una tubería nocturna/ y oxidada/ trabalenguas del agua en una
ciudad desfigurada./ Aquí en casa ya no soy sólo yo / tus dedos han tejido un
altar que se encima en mis hombros/ y yo enciendo las mechas de sus humos”.
La historia del subsuelo siempre está presente
en nuestro poeta, es agua que nace del fondo de un venero colectivo y fluye sin
detenerse en las piedras del camino. En él no hay un antes y un después, un
blanco y negro, un odio y resentimiento que hiere y mutila la vivacidad del
ser. En él hay un siempre amor genuino al ser humano, la búsqueda y
construcción de un nuevo ser humano, de ese hombre nuevo, cito unos versos de La sangre en la piedra, “que viene del
lugar de los descarnados/ del Mictlan viene su signo/ viene de puños de voces/
ondeando la innumerable sangre ida/ donde las cuencas de los ojos no terminan/
de agotar su ausencia/ donde el odio tiñó de garras los destinos/ y rompió el
alma en un cúmulo de huesos/ donde la piedra no ha cesado de manar su sangre/
donde su derramamiento es una nueva mutilación/ aún no concebida en el dolor de
los mortales/ amortajados, anochecidos, ciegos por su propio dolor”. Y agrega:
“¡Oh!, pero ya no puede continuarse/ esta gran ignorancia por la vida/ ¿cómo
acompañar este dolor de los mortales, /cuando nuestro cuerpo es aún una piedra
herida, / hollada, abandonada en el pasaje que nos sobrepasa?/ ¿con qué aliento
soplar en esos corredores/ en esos túneles ocultos, en esas cuevas?”.
La respuesta, me parece, la podemos encontrar,
como ya lo he dicho, en la forma de vida, en el compromiso social y en la
expresión literaria y poética del mismo Benito Balam, expresión vital,
compleja, simbólica, repleta de mesura y búsqueda de libertad, de encuentro
consigo mismo y con el otro, que es también una parte suya. Me conmueve, en
particular, su creación literaria amorosa, siempre amorosa y cristalina, con la
presencia permanente de la condición humana, del ser colectivo en construcción
que fluye en el subsuelo, en el interior esclavizado del egoísmo en que
vivimos.
Repito las líneas con las cuales inicie el presente
comentario, Benito Balan es un gran poeta, sugiero escucharle igual que a “un
caracol en la cuenca de tus manos”, pues, como él mismo nos señala en su poema
titulado Chichen Itzá: “el caracol es
una criatura que carga el universo/ si lo guardas en la cuenca de tus manos/
oirás el rumor del día y de los ritmos violentos de la noche”. Y agrega, es “el
caracol del cosmos/ donde el mono se desintegró/ porque la selva se hizo
santuario/ abstracción en el universo de la selva/ y la selva fue transmigrada por
los llantos del hombre de maíz/ pues el hombre se hizo barro en los dientes del
maíz/ en la trituración de su semilla/ en la cal y en la harina/ en la lluvia
de la sal que hizo de pan al hombre/ fresco como tortilla de maíz recién
nacida/ como elote en las entrañas de sus calcificaciones”.
Mas nuestro poeta no sólo es un gran poeta, es
también un referente en un marco cultural carente de fronteras, su visión del
universo y creatividad poética así lo exigen, ello en virtud de que su obra
constituye el eslabón que unifica a dos diversas concepciones de mundo (la
europea y la de los pueblos originarios del continente americano) en una sola:
la cosmovisión de mundo indocristiana. Cuestión que, de suyo, merece un gran
reconocimiento y respeto.
Con lo hasta aquí expuesto, es posible afirmar
que en la obra poética y social de Benito, es inexistente un antes y un
después, percibo un todo continuo en permanente cambio. Ello es así en virtud
de que, como él mismo lo expresa, a manera de introducción, en su libro la cólera del agua, pero válido para su
obra entera, su palabra “nace de un pensamiento mágico, de un vuelo poético
incubado en el corazón de la tierra y en el corazón del cielo, allí donde el
Hurakan aúlla en la garganta de Itzam Na y donde los ojos del hombre se sacuden
la obscuridad con el sol de medianoche (…). Este pensamiento antiguo, sabiduría
poética de los mayas, nos habla de la continuidad de la vida tras la muerte.
Cuando los seres abandonan el cuerpo van al mundo de Xibalbá. Nuestro Interior.
Siempre estamos viviendo nuestra muerte, porque el interior del hombre nunca
muere. Los mayas sabían muy bien que el hombre es sólo una pequeña criatura del
cosmos, y las aves, los peces, los mamíferos (…). No hay ser vivo que no haya
sido palpado por el alma de la creación, hasta las piedras palpitan cuando la
tierra tiembla y se mueve”.
Cuestión que veo
plenamente compatible con su interpretación del evangelio, con su compromiso
social, con la visión del mundo maya y mexica, con la vida, la muerte, el
renacimiento, la vivencia espiritual del Tepeyácac de Juan Diego relatada en el
Nican Mopohua de entonces y, en
nuestro tiempo, por el Jtatik, cito
unos versos de Benito: “que acompaña y es acompañado por los Juan Diegos de
hoy, los hombres y mujeres de maíz” y, para agregar un punto más, con su
reclamo de justicia a los más necesitados, a las víctimas de la violencia del
poder y, por sobre todas las cosas, con la cruz, la cruz maya para Cristo, de aceptación de uno mismo y del otro, del
prójimo que es al mismo tiempo uno: “y la aceptación de la cruz que esto
suscita/ si me abrazo a su herida/ a su sagrada llaga/ me abrazará el corazón
ofendido/ y podré abrazar al corazón opresor.”
Como en toda obra de gran calado, como ésta que
aquí comento, muchas cosas se quedan en el tintero. La obra poética, social y
espiritual de nuestro querido Benito Balam es muy amplia y compleja. Leerle y
releerle será nuestro mejor agradecimiento a su contribución literaria, social
y amorosamente humanitaria. Lo fresco y cristalino de su prosa poética, de su
cascada de metáforas nacidas del subsuelo, selvas, valles, ríos y mares, son
inagotables. Benito Balam es un gran poeta, un ser humano que vive en desapego,
una cruz maya para el próximo, una cruz de piedra blanca a la orilla del camino.
Genaro González Licea
Caloclica, CDMX, 12 de octubre de 2022.
Nota de Benito Balam:
Mi querido Genaro, mi poeta y amigo,
sinceramente agradezco tu generoso texto sobre mi persona y obra, que me
estremece, de temor y temblor como diría Kierkegaard, más aún, me estremece de
un tremor telúrico, de un temblor de amor, que viene de nuestra Madre Tierra y
pasa por tus manos de escritor.
Porque su movimiento es permanente,
imperceptible en lo cotidiano y que sólo sobresalta cuando testimoniamos sus
terremotos. Sin embargo, ella se mueve a cada instante y a veces, es posible
percibirla cuando por conexión nos hacemos conscientes de ser parte de ella. Se
manifiesta en nuestras raíces, que son nuestros ancestros, los cuales pisamos
con nuestros pies sin darnos cuenta, pero cuando nos percatamos, a nuestros
pies les salen ojos y corazón. Su sangre se ha convertido en el agua que
bebemos, su aliento son los vientos que respiramos, sus huesos y su carne son
los minerales que nos nutren, su vida es el fuego que nos calienta, cuyo origen
es el sol y las estrellas, donde venimos y volveremos.
Que te cuento mi querido amigo, releerme a
través de la lectura copiosa de tus atinados enlaces, fue descubrir una
síntesis de mi biografía poética, que sin tu mirada hubiera sido imposible
verla por mí mismo. La poesía tiene una fuerza terapéutica y profética
inimaginable y más cuando se comparte por espíritus afines, me alegro mucho de
resonar contigo estos hallazgos, que sin darnos cuenta son parte de nuestras
mismas búsquedas, caminando por senderos propios. Fraternalmente Benito Balam.
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