lunes, 3 de octubre de 2022

Genaro González Licea: Enrique González Rojo Arthur, un pensador siempre presente.

 

Fotografía sin datar

Enrique González Rojo Arthur, un pensador siempre presente

             

Todo ismo acaba por contrabandear incienso.

O lucir la voz afónica

de la moneda falsa.

Enrique González Rojo Arthur

Las huestes de Heráclito 

                    

De la misma manera que Lucrecio, Tito Lucrecio Caro, dedicó su poema De la naturaleza de las cosas a Memmio, a su estimado y querido Memmio, y Charles Baudelaire Las flores del mal a Theophile Gautier, “con los sentimientos de la humildad más profunda”, yo dedico, con mucha gratitud y respeto, este puñado de letras a Enrique González Rojo Arthur, formador de conciencias, tolerante amigo y maestro siempre, siempre maestro, desde mi juventud hasta su muerte.

         Ya muy avanzada la cuesta del ocaso, era muy complicado para Enrique tener un espacio para escribir, una de sus grandes pasiones y razones de vida y, aun así, su diálogo fraterno y enseñanza escrita en piedra se hacía presente: “Genaro, escribe, no dejes de escribir, tú que puedes”. Remarco su enseñanza, el río apacible que lleva al mar, para mí, para ti, para todo aquel cuyo oído interno escuche el fluir del agua: "tú que puedes".  Creo que el alma de los dos recibió un fresco rocío en los ojos y seguimos dialogando de poesía, después de ese silencio que produce el dolor de algo que se aleja. Ese era, es y será Enrique. Sus reflexiones son semillas que se expanden como polen en sus letras, en su diálogo, siempre fraterno y amorosamente humano.

         Ésta, como cada una de sus reflexiones, siempre respetuosas del otro, admiten un comentario aparte. Empero, por ahora, tanto la idea antes dicha como el puñado de letras aquí escritas, mantienen un objetivo: recordar a Enrique González Rojo Arthur, su obra y, quizá, el compromiso de leerle y detenernos en la expresión de tan sólo una de sus líneas, la que sea, la que el alma intuya un alimento.

Lo digo sin titubear, González Rojo Arthur dejó una obra sin desperdicio alguno. Cada una de sus sílabas está escrita con el puño y la dignidad en alto, con la fuerza y humildad del que sabe qué es la dignidad, la congruencia del pensamiento del ser en su integridad de ser y el actuar, el cotidiano actuar en consecuencia con ese ser que nadie engaña, el ser de cada quien.

         Una persona que vivió así, poeta, filósofo, profesor, campesino, obrero, minero o marinero, quizá, el mayor reconocimiento de su propia naturaleza de existir, sea morir de la misma manera, con la dignidad del velo de la muerte, del silencio, de la esencia del vacío y del permanente devenir del infinito. La esencia de la naturaleza de las cosas, no es otra cosa, a fin de cuentas, “sino aquello para lo que fue creada”, diría el propio Enrique al dialogar con Lucrecio. Después la nada, la nada que nada es, ni un suspiro, ni un instante, nada, nada, nada. La nada es nada y eso parecería que no es tan fácil de entender.

         Y, sin embargo, esa nada está en nosotros, cobra vida propia en uno, dialoga en su propia soledad, “soledad plena y autocomplaciente”, diría Enrique en tres formas distintas de encontrarse solo, “algo así como preguntarse: ¿a dónde hay que ir? Y ser el camino./ Preguntar la hora. Y ser el tiempo./ Preguntar por la pregunta. Y ser la omnipotencia de la lengua,/ la fe de erratas de las Sagradas Escrituras./ Soledad en la que encarna el movimiento/ que baila el vals eternidad con su reposo”.

         5 de octubre, día de guardar. Día para detenernos, ateos, creyentes, herejes y renegados, en tan solo una línea del poeta, en una reflexión tan solo, tan solo una. Durante toda su vida Enrique González Rojo Arthur sembró en cada uno de sus pasos su semilla. Hombre generoso y muy humano, vivió con dignidad y murió igual, en el sueño, en su sueño, en el infinito sueño del infinito, en lo sublime que siempre permanece. Su obra está ahí, en mesas y bibliotecas de conocidos y extraños. Late, flota, abriga y acompaña. 5 de octubre, día de guardar.

Genaro González Licea

Caloclica, CDMX, 5 de octubre de 2022. 

                                                                                       

Fotografía sin datar




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