Fotografía: Ingrid L. González Díaz
En los poros de la piel se adhiere el grito
de la muerte.
El aire huele a cera derretida,
a velorio adolorido de tanto suspiro
asesinado.
Las velas en mi país no se apagan nunca.
El amanecer las enciende con su manto desolado,
y nadie las apaga, ni el dolor ni el
recuerdo ni el olvido.
En ellas se santigua el medio día
y la noche duerme al ver lo triste de su
flama.
Son duelo y quejido, bálsamo de amor al
ser desconocido,
al cuerpo masacrado, al polvo de pasos y
de huesos
que nadie jamás encontrará.
Del libro:
Al caer el tiempo de Genaro
González Licea
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