Genaro González Licea
Fotografía sin datar
Me voy
pero no te preocupes
si antes del otoñó
no he vuelto todavía.
Otto René Castillo
Vámonos patria a caminar es,
quizá, el poema más conocido de Otto René Castillo. Es un canto de libertad y
comunión, es la esperanza del nuevo amanecer de un pueblo hundido en la
pobreza. Es un canto amoroso y tierno a la selva, al campo verde, a la llanura
seca, al obrero y a la gente que va “cargando la esperanza por los caminos del
alba (…). La que marcha con un niño de maíz entre los brazos”. América Latina
canta este poema en sus entrañas, es su casa y su cobijo, su silencio dormido
en las montañas. Es, además, el sabor biográfico más puro de este poeta
guatemalteco nacido en Quezaltenango el 25 de abril de 1936, revolucionario
todo él, integrante de las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR) en su país,
responsable de educar en la línea de batalla. Fue capturado en Sierra de las
Minas y, según las crónicas, torturado y quemado vivo en Zacapa, Guatemala, en
marzo de 1967: “Vámonos patria a caminar, yo te acompaño. /Yo bajaré los
abismos que me digas. /Yo beberé tus cálices amargos. /Yo me quedaré ciego para
que tengas ojos. /Yo me quedaré sin voz para que tú cantes. /Yo he de morir
para que tú no mueras, para que emerja tu rostro flameando al horizonte / de
cada flor que nazca de mis huesos”.
Después aparecieron los reconocimientos al
guerrillero y al poeta, los “perdones” del Estado, la develación de bustos y
estatuas, su nombre en alguna calle, escuela o concurso literario, el “caravaneo”
en su natalicio y en su muerte, o cuando la patria, dado el caso, rebase el
dolor de su tristeza. Qué bien que nuestro poeta sea recordado por su patria y
la literatura en los cuatro puntos cardinales, sin embargo, eso no lo es todo,
por ejemplo, cito las palabras de Patrice Castillo, hijo del poeta, en una
entrevista que le hizo un periódico guatemalteco, Diario de Centro América, La Revista, No. 87, año II, abril de 2010,
titulada: ”en cierta manera, me siento víctima del conflicto armado interno”, él
dice, estimo que con justa razón, “hay que asumir la responsabilidad y cumplir
las leyes en todos los casos, incluido el de mi papá. Por ejemplo, ahora que he
estado en Zacapa, donde murió mi padre, hablando con la gente, me contaron que
conocen cinco lugares donde hay personas enterradas, parientes suyos. Nadie se
encarga de eso. Falta mucho que hacer y no importa los años que hayan pasado”.
Efectivamente, falta mucho por hacer, entre
tanto, Otto René crece cada día más en la sangre subterránea de la gente. La
pobreza, injusticia e indignación de miles de indígenas, obreros, campesinos y pueblos
marginados, siguen rezando, en la clandestinidad, sus poemas, su canto de esperanza
de vivir en libertad, su deseo y aliento de transitar con dignidad por estos
llanos y caminos donde andamos. “Compañeros
míos —nos dice en viudo de mundo, poemas, La Habana, Casas de las Américas—, yo
cumplo mi papel luchando con lo mejor que tengo. Qué lástima que tuviera vida
tan pequeña, para tragedia tan grande y para tanto trabajo. No me apena dejaros.
Con vosotros queda mi esperanza”.
De ninguna manera es azaroso que su fuerza
poética cada mañana se agigante, igual que su reclamo y compromiso social, su
voz revolucionaria pegada en la piel de la vida cotidiana y en las letras de
nuestro tiempo. Otto René está más vigente que nunca. No es y espero que nunca
sea, el guerrillero, el poeta inmortalizado como fósil atrapado en una piedra
y, con ello, un poeta que, por alguna razón, no se quiere que su sangre y su
palabra corran más por el alma de la gente, o para mesurar las cosas, se quiere
que fluyan de distinta manera: mansa y castradamente en los ríos de la
historia.
Voces autorizadas, como la de Roque Daltón,
Luis Cardoza y Aragón, y tantos y tantos poetas y escritores independientes, se
han pronunciado ya sobre la expresión literaria y guerrillera del poeta (lo
cual merece todo mi reconocimiento, pues a la obra conocida del poeta, está el
sinnúmero de escritos que distribuyó en la clandestinidad y, todo indica, que
ahí siguen) y, más aún, de su incuestionable significado en la lucha
revolucionaria guatemalteca. Sobre esto último véanse los registros, entre
otros, de las Fuerzas Armadas Rebeldes y la incorporación, por parte del
Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP), del nombre del poeta en uno de sus
frentes, el urbano, por supuesto, me refiero al Frente Guerrillero Otto René
Castillo.
En lo personal, estas líneas son un abrazo de
gratitud y respeto a Otto René Castillo, a él como persona, a su poesía cargada
de esperanza y contenido social. Al margen de la diferencia que pueda tener por
su forma de lucha, por su camino a seguir para frenar la desigualdad social y
lograr espacios reales de libertad, temas centrales que le atormentaron de día
y de noche, de él guardaré siempre, tanto su congruencia entre su forma de
pensar y actuar en la vida diaria, lo cual, en la práctica, no se logra
fácilmente, como su sencillez y calidad humana que acompaña, sin dobleces, la
fuerza ética y moral de su palabra, de su poesía
militante que aún perdura.
Poesía que se aleja del discurso poético del grito
y del templete, de la evocación idealizada que no observa, en realidad, un cielo
grisáceo colmado de imposibles. Con él entendí que en una sociedad tan
concreta, como el pan de cada día, el poeta se debe preguntar sobre cuál debe
ser su participación real, viable y contundente, en esa sociedad en la que
vive. La poesía a la altura de las circunstancias, la poesía desde la realidad
para la realidad. Nada fácil es hacer del tiempo y espacio un todo poético, una
poesía militante: “Lo más hermoso /para
los que han combatido /su vida entera, /es llegar al final y decir: /creíamos
en el hombre y la vida /y la vida y el hombre /jamás nos defraudaron. /Así son
ellos ganados para el pueblo. /Así surge la eternidad del ejemplo. /No porque
combatieron una parte de su vida, /sino porque combatieron todos los días de su
vida. /Sólo así llegan los hombres a ser hombres: /combatiendo día y noche por
ser hombres. /Entonces, el pueblo abre sus ríos más hondos /y los mezcla para
siempre con sus aguas. /Así son ellos, encendidas lejanías. /Por eso habitan
hondamente el corazón del ejemplo”.
Agréguese a ello lo que hace poéticamente Otto
René Castillo con esa congruencia y comportamiento revolucionario, con esa
conciencia y sensibilidad social, con ese amor a su patria peregrina: “Mi
patria camina /por el mundo. /Ella no ha vuelto /aún hasta su choza, /sus pasos
roen la cresta /primitiva del planeta, /suelen caer desde el tiempo /sus
pisadas sobre el agua, /por encima de lágrimas camina /en busca de sus hijos /la
gran descalza peregrina”.
Su poesía cala hondo en todo aquel que se
acerque a ella. Su fuerza poética está en su compromiso y conciencia social. Su
palabra es sencilla, amorosamente humana y social por excelencia. En ella
exhibe una conciencia libertaria, un amor a la vida, a la patria, a las
personas que transitan por los valles y los campos, por las calles y los
andamios de la vida para ganarse el pan del día. “Atados vamos /a la mañana /que
viene /con un lucero /rojo /en los cabellos. /Nos duele /la vida presente, /pero
nos gusta /lo dulce de sus ojos, /lo claro de su risa”.
Es la palabra de un ser humano herido por la
injusticia y desigualdad social que impera en Guatemala, en Centroamérica, por
mencionar la región del poeta, porque en realidad le atormentaba la desigualdad
del mundo. El fusil más fuerte de Otro René Castillo era la pluma y visión de
mundo que tenía, su poesía militante.
Las manos rayadas por las púas del duro entrenamiento guerrillero, de ninguna
manera son requisito indispensable para ser un verdadero y real revolucionario,
muchos menos un poeta. Otto René fue, antes que nada y por sobre todas las
cosas, un escritor, un poeta y dramaturgo, dentro y fuera del campo de batalla,
que acudió a la guerrilla con su canto como instrumento de lucha.
Un canto que fue suyo y de nadie más. Un
canto que nace del alma del pueblo para el pueblo. Es un acto de indignación
por tanta inequidad social y la presencia inflexible del Estado. Él sabía muy
bien que su papel en la lucha guerrillera era estar inmerso en ella con su
tinta cargada de esperanza. Miles de sus escritos latieron por las selvas y las
casas de campaña, eran de él y de nadie más. Él era el Antonino deseoso de
luchar por los esclavos al lado de Espartaco, quién, él mismo expone en su
poema, le dice: “enséñanos mejor tu canto, Antonino, luchar lo puede hacer
cualquiera, pero nadie como tú, para hacer de las palabras las alondras azules
que tanto necesitan aún nuestros hermanos. Antonino respondió: las aves de más
dulce canto, Espartaco, defienden su libertad también con garras”. Y es así
como Otto René, el poeta, subió a la montaña a defender su canto y congruencia
consigo mismo, y ahí dormir, para siempre, como el más bello verano de aquel tiempo, que es nuestro tiempo ahora: “Estoy
seguro. /Mañana, otros poetas buscarán /el amor y las palabras dormidas /en la lluvia”.
Su voz ahora es nuestra, es la voz que busca
la libertad perdida, el canto que recoge la sequedad del campo, el dolor del
humillado jornalero, el amor de sí mismo al lado de su amada. Su poesía es una
expresión amorosa que recoge la voz del humillado por una dictadura militar y
el grupo social que la sostiene. Es la libertad del viento que ama el sonar del
mar sin ataduras.
Otto René subió a la montaña para morir, y
él lo sabía. Su poesía, sin embargo, como lo expresa Luis Cardoza y Aragón en
su libro El río: novela de caballerías,
“no vale por haber subido a la montaña y por su asesinato. Vale por sí misma.
Obra de amor, de ira y de entusiasmo. Su pluma da razón al fusil. El fusil es
su pluma desesperada de las palabras”. En él, por lo mismo, no hay ni habrá rostro
melancólico, tampoco un icono que vende y vende su imagen sepultada al lado de
un pueblo empobrecido. Otto René será por siempre un hombre sencillo, muy
humano y amoroso, que caminará como sombra en nuestros pasos.
El punto final
debería ser aquí, empero, hay un poema de Otto René Castillo, el gran estafado, en el cual, a mí
parecer, se conjuga su sensibilidad y amor a la vida, a la mujer amada, a la
tierra envuelta en lejanía, al exilio de uno mismo y a lo incompleto que somos
como somos. Con algunos fragmentos de dicho poema, concluyo éste mi
reconocimiento a su poesía: “Uno se pierde, /a veces, /en el fondo /de
una mujer /y no vuelve /a encontrarse /jamás. /Uno se marcha /luego por el
mundo /incompleto de sí, /completo solo de su silencio. /A veces, /en un bar, /tomando
coñac /y oyendo /tristes blues, /se acerca alguien /que nos recuerda /a la
mujer /donde nos hemos /perdido. /Y su compañía /nos deja más solos /que nunca.
/(…)/Uno se sale /por la puerta de fondo, /porque se considera /el gran
estafado, /cuando en realidad /solo se ha perdido /en el fondo complejo /de una
mujer, /que ni siguiera /se ha ido, /sino que sólo /nos ha dejado marchar”.
Genaro González Licea
Fotografía sin datar
Caloclica,
Ciudad de México, octubre de 2019.
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