sábado, 18 de julio de 2020

OTTO RENÉ CASTILLO, UN CANTO DE ESPERANZA Y LIBERTAD

Genaro González Licea
Fotografía sin datar 


Me voy
pero no te preocupes
si antes del otoñó
no he vuelto todavía.

Otto René Castillo


Vámonos patria a caminar es, quizá, el poema más conocido de Otto René Castillo. Es un canto de libertad y comunión, es la esperanza del nuevo amanecer de un pueblo hundido en la pobreza. Es un canto amoroso y tierno a la selva, al campo verde, a la llanura seca, al obrero y a la gente que va “cargando la esperanza por los caminos del alba (…). La que marcha con un niño de maíz entre los brazos”. América Latina canta este poema en sus entrañas, es su casa y su cobijo, su silencio dormido en las montañas. Es, además, el sabor biográfico más puro de este poeta guatemalteco nacido en Quezaltenango el 25 de abril de 1936, revolucionario todo él, integrante de las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR) en su país, responsable de educar en la línea de batalla. Fue capturado en Sierra de las Minas y, según las crónicas, torturado y quemado vivo en Zacapa, Guatemala, en marzo de 1967: “Vámonos patria a caminar, yo te acompaño. /Yo bajaré los abismos que me digas. /Yo beberé tus cálices amargos. /Yo me quedaré ciego para que tengas ojos. /Yo me quedaré sin voz para que tú cantes. /Yo he de morir para que tú no mueras, para que emerja tu rostro flameando al horizonte / de cada flor que nazca de mis huesos”.
Después aparecieron los reconocimientos al guerrillero y al poeta, los “perdones” del Estado, la develación de bustos y estatuas, su nombre en alguna calle, escuela o concurso literario, el “caravaneo” en su natalicio y en su muerte, o cuando la patria, dado el caso, rebase el dolor de su tristeza. Qué bien que nuestro poeta sea recordado por su patria y la literatura en los cuatro puntos cardinales, sin embargo, eso no lo es todo, por ejemplo, cito las palabras de Patrice Castillo, hijo del poeta, en una entrevista que le hizo un periódico guatemalteco, Diario de Centro América, La Revista, No. 87, año II, abril de 2010, titulada: ”en cierta manera, me siento víctima del conflicto armado interno”, él dice, estimo que con justa razón, “hay que asumir la responsabilidad y cumplir las leyes en todos los casos, incluido el de mi papá. Por ejemplo, ahora que he estado en Zacapa, donde murió mi padre, hablando con la gente, me contaron que conocen cinco lugares donde hay personas enterradas, parientes suyos. Nadie se encarga de eso. Falta mucho que hacer y no importa los años que hayan pasado”.
Efectivamente, falta mucho por hacer, entre tanto, Otto René crece cada día más en la sangre subterránea de la gente. La pobreza, injusticia e indignación de miles de indígenas, obreros, campesinos y pueblos marginados, siguen rezando, en la clandestinidad, sus poemas, su canto de esperanza de vivir en libertad, su deseo y aliento de transitar con dignidad por estos llanos y caminos donde andamos. “Compañeros míos —nos dice en viudo de mundo, poemas, La Habana, Casas de las Américas—, yo cumplo mi papel luchando con lo mejor que tengo. Qué lástima que tuviera vida tan pequeña, para tragedia tan grande y para tanto trabajo. No me apena dejaros. Con vosotros queda mi esperanza”.
De ninguna manera es azaroso que su fuerza poética cada mañana se agigante, igual que su reclamo y compromiso social, su voz revolucionaria pegada en la piel de la vida cotidiana y en las letras de nuestro tiempo. Otto René está más vigente que nunca. No es y espero que nunca sea, el guerrillero, el poeta inmortalizado como fósil atrapado en una piedra y, con ello, un poeta que, por alguna razón, no se quiere que su sangre y su palabra corran más por el alma de la gente, o para mesurar las cosas, se quiere que fluyan de distinta manera: mansa y castradamente en los ríos de la historia.
Voces autorizadas, como la de Roque Daltón, Luis Cardoza y Aragón, y tantos y tantos poetas y escritores independientes, se han pronunciado ya sobre la expresión literaria y guerrillera del poeta (lo cual merece todo mi reconocimiento, pues a la obra conocida del poeta, está el sinnúmero de escritos que distribuyó en la clandestinidad y, todo indica, que ahí siguen) y, más aún, de su incuestionable significado en la lucha revolucionaria guatemalteca. Sobre esto último véanse los registros, entre otros, de las Fuerzas Armadas Rebeldes y la incorporación, por parte del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP), del nombre del poeta en uno de sus frentes, el urbano, por supuesto, me refiero al Frente Guerrillero Otto René Castillo.
En lo personal, estas líneas son un abrazo de gratitud y respeto a Otto René Castillo, a él como persona, a su poesía cargada de esperanza y contenido social. Al margen de la diferencia que pueda tener por su forma de lucha, por su camino a seguir para frenar la desigualdad social y lograr espacios reales de libertad, temas centrales que le atormentaron de día y de noche, de él guardaré siempre, tanto su congruencia entre su forma de pensar y actuar en la vida diaria, lo cual, en la práctica, no se logra fácilmente, como su sencillez y calidad humana que acompaña, sin dobleces, la fuerza ética y moral de su palabra, de su poesía militante que aún perdura.
Poesía que se aleja del discurso poético del grito y del templete, de la evocación idealizada que no observa, en realidad, un cielo grisáceo colmado de imposibles. Con él entendí que en una sociedad tan concreta, como el pan de cada día, el poeta se debe preguntar sobre cuál debe ser su participación real, viable y contundente, en esa sociedad en la que vive. La poesía a la altura de las circunstancias, la poesía desde la realidad para la realidad. Nada fácil es hacer del tiempo y espacio un todo poético, una poesía militante: “Lo más hermoso /para los que han combatido /su vida entera, /es llegar al final y decir: /creíamos en el hombre y la vida /y la vida y el hombre /jamás nos defraudaron. /Así son ellos ganados para el pueblo. /Así surge la eternidad del ejemplo. /No porque combatieron una parte de su vida, /sino porque combatieron todos los días de su vida. /Sólo así llegan los hombres a ser hombres: /combatiendo día y noche por ser hombres. /Entonces, el pueblo abre sus ríos más hondos /y los mezcla para siempre con sus aguas. /Así son ellos, encendidas lejanías. /Por eso habitan hondamente el corazón del ejemplo”.
Agréguese a ello lo que hace poéticamente Otto René Castillo con esa congruencia y comportamiento revolucionario, con esa conciencia y sensibilidad social, con ese amor a su patria peregrina: “Mi patria camina /por el mundo. /Ella no ha vuelto /aún hasta su choza, /sus pasos roen la cresta /primitiva del planeta, /suelen caer desde el tiempo /sus pisadas sobre el agua, /por encima de lágrimas camina /en busca de sus hijos /la gran descalza peregrina”.
Su poesía cala hondo en todo aquel que se acerque a ella. Su fuerza poética está en su compromiso y conciencia social. Su palabra es sencilla, amorosamente humana y social por excelencia. En ella exhibe una conciencia libertaria, un amor a la vida, a la patria, a las personas que transitan por los valles y los campos, por las calles y los andamios de la vida para ganarse el pan del día. “Atados vamos /a la mañana /que viene /con un lucero /rojo /en los cabellos. /Nos duele /la vida presente, /pero nos gusta /lo dulce de sus ojos, /lo claro de su risa”.
Es la palabra de un ser humano herido por la injusticia y desigualdad social que impera en Guatemala, en Centroamérica, por mencionar la región del poeta, porque en realidad le atormentaba la desigualdad del mundo. El fusil más fuerte de Otro René Castillo era la pluma y visión de mundo que tenía, su poesía militante. Las manos rayadas por las púas del duro entrenamiento guerrillero, de ninguna manera son requisito indispensable para ser un verdadero y real revolucionario, muchos menos un poeta. Otto René fue, antes que nada y por sobre todas las cosas, un escritor, un poeta y dramaturgo, dentro y fuera del campo de batalla, que acudió a la guerrilla con su canto como instrumento de lucha.
Un canto que fue suyo y de nadie más. Un canto que nace del alma del pueblo para el pueblo. Es un acto de indignación por tanta inequidad social y la presencia inflexible del Estado. Él sabía muy bien que su papel en la lucha guerrillera era estar inmerso en ella con su tinta cargada de esperanza. Miles de sus escritos latieron por las selvas y las casas de campaña, eran de él y de nadie más. Él era el Antonino deseoso de luchar por los esclavos al lado de Espartaco, quién, él mismo expone en su poema, le dice: “enséñanos mejor tu canto, Antonino, luchar lo puede hacer cualquiera, pero nadie como tú, para hacer de las palabras las alondras azules que tanto necesitan aún nuestros hermanos. Antonino respondió: las aves de más dulce canto, Espartaco, defienden su libertad también con garras”. Y es así como Otto René, el poeta, subió a la montaña a defender su canto y congruencia consigo mismo, y ahí dormir, para siempre, como el más bello verano de aquel tiempo, que es nuestro tiempo ahora: “Estoy seguro. /Mañana, otros poetas buscarán /el amor y las  palabras dormidas /en la lluvia”.
Su voz ahora es nuestra, es la voz que busca la libertad perdida, el canto que recoge la sequedad del campo, el dolor del humillado jornalero, el amor de sí mismo al lado de su amada. Su poesía es una expresión amorosa que recoge la voz del humillado por una dictadura militar y el grupo social que la sostiene. Es la libertad del viento que ama el sonar del mar sin ataduras.
Otto René subió a la montaña para morir, y él lo sabía. Su poesía, sin embargo, como lo expresa Luis Cardoza y Aragón en su libro El río: novela de caballerías, “no vale por haber subido a la montaña y por su asesinato. Vale por sí misma. Obra de amor, de ira y de entusiasmo. Su pluma da razón al fusil. El fusil es su pluma desesperada de las palabras”. En él, por lo mismo, no hay ni habrá rostro melancólico, tampoco un icono que vende y vende su imagen sepultada al lado de un pueblo empobrecido. Otto René será por siempre un hombre sencillo, muy humano y amoroso, que caminará como sombra en nuestros pasos.
El punto final debería ser aquí, empero, hay un poema de Otto René Castillo, el gran estafado, en el cual, a mí parecer, se conjuga su sensibilidad y amor a la vida, a la mujer amada, a la tierra envuelta en lejanía, al exilio de uno mismo y a lo incompleto que somos como somos. Con algunos fragmentos de dicho poema, concluyo éste mi reconocimiento a su poesía: “Uno se pierde, /a veces, /en el fondo /de una mujer /y no vuelve /a encontrarse /jamás. /Uno se marcha /luego por el mundo /incompleto de sí, /completo solo de su silencio. /A veces, /en un bar, /tomando coñac /y oyendo /tristes blues, /se acerca alguien /que nos recuerda /a la mujer /donde nos hemos /perdido. /Y su compañía /nos deja más solos /que nunca. /(…)/Uno se sale /por la puerta de fondo, /porque se considera /el gran estafado, /cuando en realidad /solo se ha perdido /en el fondo complejo /de una mujer, /que ni siguiera /se ha ido, /sino que sólo /nos ha dejado marchar”.


Genaro González Licea
Fotografía sin datar  

Caloclica, Ciudad de México, octubre de 2019. 





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