Fotografía de Ingrid L. González Díaz
Muerte,
con tu inocencia que liberas vidas,
que
sólo cumples veredictos
y
efectos provocados por las causas.
Muerte
amiga, carente de amigos,
Muerte
que consuelas, Muerte salvadora,
incomprendida,
rescatista
del dolor,
ladrona
del tiempo.
Lazlo
Moussong
Tibor, mi tío vampiro.
En mis manos aún tengo el aroma del silencio azuloso del
féretro de Lazlo. Su fragancia aún habita en el aire de sus pasos, en su voz
vivaz y fraterna como el agua, en su paz interior dibujada en la leve sonrisa de
un amanecer sereno, apacible, como el sonar de las espigas acariciando lo verde
de los campos.
El viejo amigo que antes de partir acarició
el peso de la muerte, lo agridulce de su propia soledad, soledad fiel que le
dio paz, alegría, fuerza interior para alejarse, incluso, de su misma lejanía,
ahora, igual que una luciérnaga en el tiempo, galopa en las veredas transparentes de la muerte, en el alba, en el viento que
abraza al viento.
Lazlo ha
muerto como un girasol dormido, como un amanecer sin llanto. Su palabra y
su sonrisa de eterno mirar en la voz del tiempo, lúcida, clara, sencilla como
una piedra labrada por el agua, por el silencio y la soledad del agua,
acompañará, por siempre, las sombras que reposan dormidas a lo lejos. Seguramente,
enfermo ya de tanto amanecer enfermo, de sentir el dolor del abandono
abandonado que ya no deja de doler en uno, a veces deseaba la muerte, “la verdad es que estoy cansado de vivir” y “siento
a la muerte muy cerca de mí”, me dijo un día, otras le temía y otras más
desdramatizaba su peso transparente de viento y de ceniza, para concluir,
conociéndolo, con un “estoy listo para partir”.
Quizá uno es así cuando siente el
cansancio del andar en el camino, cuando claudica por momentos y renace, con
más fuerza, la imperiosa necesidad de plasmar el sonido del corazón en las
palabras y en las hojas de la vida, en un tiempo que se tiene y que se va. El
corazón de Lazlo, lo sé bien, era muy grande, en el cabía un atardecer de
grises o amarillos, de mañanas nubladas de soledad o azules de esperanza. Era
tanto su amor por este mundo, que en cada palabra dejaba ahí su corazón, lloraba
en ellas y con ellas, las cubría de amarillo, de turquesa, de un ocre irónico,
sarcástico o de humor blanco, negro, o de arcoíris. Construía las palabras,
jugaba con ellas en su pluralidad de tonos y en el punto final, reía, como
niño, en su soledad. Así era Lazlo, lo sé bien.
Su ataúd, frío y callado, está frente a
mí. El silencio se extiende en mis recuerdos como agua en la lejanía de un
lugar donde no he estado. En esos maderos se hunden mis lágrimas calladas, mi
muerte al ver la muerte de su muerte, mi voz entristecida envuelta en lo blanco
de las flores.
Murió mi amigo. En sus pupilas se llevó
el correr del agua, la humedad sonriente del camino, el dolor de amar y ser
amado, su voz de mil colores que preñaba, suave y dulcemente, el polen de la
nada. Se llevó sus palabras de roja arcilla escritas en el rocío dejado por la
aurora. Nueve de la mañana de un 25 de febrero de 2019. Su cuerpo pasa junto a
mí. Los cirios se apagaron y su flama permaneció encendida.
Lazlo Moussong, narrador, cuentista,
ensayista, crítico de arte, periodista cultural, editor, productor de programas
radiofónicos, conferencista y, por supuesto, profesor de literatura en general,
humorística, en particular, escribió, como se puede constatar en el Diccionario de escritores mexicanos (México,
1996, UNAM, Centro de Estudios Literarios, Instituto de Investigaciones
Filológicas, y el CENEDIC, Universidad de Colima), un sinnúmero de artículos
culturales, prólogos, coautorías y, entre otros textos, Castillos en la letra, Tórrido
quehacer, Extrañas sustancias, así
como Tibor, mi tío vampiro, libro
póstumo al cual me referiré más adelante.
Cabe decirlo de una vez, lo peculiar del
estilo de nuestro escritor está en el manejo de varios géneros literarios
hilvanados con un estilo propio, con un estilo muy característico en él, como
es el humor literario, el humor satírico e irónico, en cuyo centro está la
sutileza, el asomo, la insinuación de una indignación o descontento sobre algo
o alguien, que el lector con suma facilidad la hace suya y la lleva a la
conciencia. Cuestión que él mismo comenta, en una entrevista realizada por
Fabiola Palapa Quijas, La sátira es un
humor crítico para sacudir la conciencia, La Jornada, Cultura, 20 de agosto
de 2009. En ella, Lazlo expuso claramente su visión de la literatura de humor y
la importancia que esta tiene para sacudir conciencias. Expresamente refirió:
El humor satírico no parte de la alegría sino de la inconformidad para
mostrar las fallas en el poder y en la sociedad (…), la sátira en la literatura
golpea las buenas conciencias y rompe esquemas tradicionales de cómo ver la
realidad y aceptar lo que existe. El humor crítico no sólo está dirigido a las
personas en el poder y sus comportamientos, sino también a las fallas en la
vida cotidiana.
El humorista necesariamente piensa de forma diferente al sentido común y a
las ideas generalizadas, multitudinarias; inevitablemente es un inconforme y se
nutre de dolor, amargura y juicio crítico, que convierte en sátira en tanto que
afina más la destilación de su veneno humorístico, pues lo sardónico es una
penetrante manifestación del humor.
Un texto sobre fallas humanas con humor (…) crea un efecto en la conciencia
del lector, sobre aquellos errores en los que quizá uno incurre en la
cotidianidad pero no ve. Esto permite que el humor se considere serio, porque
con una actitud lúdica y paródica hace pensar de otra manera.
Dicho de otra manera, el gran acierto de
Lazlo Moussong fue construir una forma de escribir sencilla, elegante, sutil y
sugerente, muy sugerente y persuasiva, para expresar sus propios sentimientos, con
la peculiaridad de que, al hacerlo, no se sujetaba, como expresé, a un género
literario en particular, ya que con gran facilidad acudía a todos en un solo
escrito, manteniendo su humor e ironía inconfundible. Esa ironía que aparentemente
pasaba desapercibida, pero, en realidad, nos acercaba a lo absurdo, sin escenas
ni lenguaje acartonado, sino con un actuar natural en él. Esa era su manera de
escribir y dialogar con su tiempo, con nosotros, con los cercanos y distantes.
En ocasiones, parece que lo escucho, se dirigía a sí mismo para mostrar
expresiones punzantes, de esas que lastiman el ego en las personas. La
prudencia, su sosegada prudencia para decir las cosas, le caracterizó siempre.
Transmitía sencillez, sabiduría y elegancia, con esa naturalidad humana que
difícilmente se ve a la vuelta de la esquina.
De esta manera, bien se puede decir, que
lo verdaderamente maravilloso de la fuerza y contundencia de su estilo, era que
su forma de escribir se correspondía con la gran sencillez, humildad,
generosidad y prudencia que tenía y radiaba como persona. Su forma de ser, la
realidad y la vida misma, era, en realidad, su hilo conductor. Termino de
escribir lo anterior y parece que lo escucho: “por favor, Genaro, no me pongas tan alto. Me apena, me
pesa y no es así, soy un hombre de blancos y negros y, como escritor, de
cualquier color en que me vengan las ideas”, e inmediatamente después agregaría:
“nos reuniremos para escucharnos, yo no soy un gurú para ser escuchado”.
Ese era
Lazlo, el amigo que me permitió escucharle y lloró conmigo, con mi indigencia
humana, con la indigencia que, en realidad, tenemos todos, finitos e
incompletos y necesitados que somos de la naturaleza y de los demás para poder
vivir. Sus sugerencias las recuerdo mucho cada que reviso lo que escribo, o
cada que escribiré, por ejemplo, el prólogo de un libro. Escribir un prólogo, me decía,
“exige lecturas, referencias, cotejos con el pensamiento de teóricos de la
poesía, señalar coincidencias con la teoría poética y las características (del
autor), su estilo, temática, formas de versificación, la sensibilidad del
poeta, los porqués, etcétera”, pero, además, de un buen estado de ánimo, de ahí
que, después de una breve pausa, concluía: “me siento actualmente muy frágil
para todo eso”.
En
cuanto al tema de la indigencia, así como al del desahuciado, me disculpo por
ser yo mismo el que dé a conocer unas palabras suyas, lo hago, en verdad, sin
vanidad alguna, sino con el fin de seguir conociendo la forma de ser del amigo,
al mismo tiempo, porque, me parece, sus palabras no pueden quedar únicamente en
mis manos, sería un egoísmo de mi parte, y menos aún, como es altamente
probable que suceda, que se pierdan en el silencio del tiempo:
Con mucho gusto te anoto estos apuntes sobre tu poema de y a la Indigencia:
Me admiró el hecho de hayas pensado ¡poéticamente! en esos seres
subhumanos que, en realidad son humanos totalmente marginados, desechados,
temidos, despreciados, con un poco más: invisibles, de no ser por la mugre y
los parásitos que conviven en ellos. Son seres humanos que nunca tuvieron oportunidad
alguna de ser simplemente 'alguien' y que dan la impresión de que nunca se
enteraron y seguirán sin enterarse hasta su muerte, de que en alguna forma
habrían podido llegar a ser simplemente 'alguien'. Por eso, a veces les gusta
pararse en el centro de una esquina "a dirigir" el tránsito usando
sus labios como silbato de agente de tránsito: creen que eso les da alguna
autoridad y representatividad social. En México tenemos un vagabundo clásico y
maravilloso, que es Pito Pérez, pero es un caso muy, muy aparte: él mismo
reconoce que se hizo vagabundo por voluntad propia y lleva con él una
envidiable carga de cultura junto con un alegre desprecio por la sociedad
egoísta, mojigata y, ésta sí, ignorante. Pito Pérez se acerca más a don Quijote
que al verdadero vagabundo.
Para decidirte a escribir este largo poema fue necesario abrir todas las
ventanas de tu profunda calidad humana, tu compasión auténtica por los que se
quedaron hasta el fondo del pozo, tu abierta y adolorida sensibilidad. Sí hay
literatura al respecto, aunque es novelística, como las novelas de León Bloy,
quien nació en una familia adinerada y acabó su vida como pordiosero, y también
tiene una obra poética que admiro y es también el grito amargo y retador; está
ese estadounidense (cuyo nombre no recuerdo ahora) que fue un marginado hasta
que sus escritos fueron conociéndose y asombrando al mundo, pero esa era la voz
directa de un marginado agresivo, retador.
Tú tienes la diferencia de ser un hombre con una vida normal, de
trabajo, de familia, de cultura, que has sido movido en tu alma por esos
destinos del basurero, y esto le da una aportación importante —porque además
tienes una indudable calidad poemática— a esta temática trágica, y lo escribes
—considero que con plena conciencia— sin caer en el sentimentalismo, pese a que
los enfocas con dolor por la circunstancia totalizadora de sus desgraciadas
vidas.
No hallé un solo verso en el que te hayas resbalado hacia el
sentimentalismo burdo ni la lástima cursi y vacía. Manejas una fluidez poética,
una cadencia natural gracias a la cual no se rompe la fluidez en las
alternancias entre la voz interior del indigente y la voz externa de su
observador, del receptor de su condición, que eres tú, el poeta; la voz externa
que lo observa, describe, escucha, penetra.
Por lo que se refiere a sus líneas, que
tanto agradezco y aprecio, sobre el
desahuciado, el gato, su contenido textualmente refiere:
Mi querido amigo Genaro, he leído tu poemario y quiero
decirte que me gustó mucho, hondamente. Tu lenguaje responde con plenitud e
intensidad a las sutilezas simultáneamente intensas de la tristeza y, sin
incurrir jamás en obviedades, con sutileza la transmites al lector. Tus versos,
generalmente largos o medianamente largos, también forman parte de cómo se manifiesta
en el alma la tristeza, lánguida, deslizante, lenta de tal modo que sabes
convertir ese fenómeno en belleza. El ritmo de los versos forma parte integral
e ineludible de la sutil y dolorosa transmisión de tus pensamientos y
sentimientos. Tus pensamientos se mueven, dentro de tus poemas, con una
delicadeza aristocrática: no berreas de dolor, no te ahogan los fracasos, no
gritas para el retorno de las ausencias, sino te interiorizas, discreto, sutil,
dolorido, con un lenguaje bello y a la vez sencillo y a la vez poético, siempre
poético. Aún no leo el prólogo de Hans, porque no quise predeterminar mi
percepción de tus poemas con ideas y sentimientos que no surgieran de modo
natural de mi propia percepción y sensibilidad. En verdad, es un bello, muy
bello poemario, con un gran dolor interno y una natural fortaleza humana de un
espíritu delicado, discreto y amoroso. Percibo un intenso e irremediable dolor
de soledad, abandono manifestado en un lenguaje, ritmo, metáforas y musicalidad
propia de las tardes tristes que todo ser humano con sensibilidad ha vivido sin
duda varias veces. Tu lenguaje poético parece fluir como fluye y se filtra la
tristeza en la mente y el corazón, y tu fortaleza interior, por fortuna no
pretende ser atlética sino es reflexiva, interior, amorosa, amable sin merma de
las intensidades en diversos grados según el poema. Aún no he leído "El
Gato" y después de que lo lea (no sé si hoy, pues es muy breve) te lo
comentaré.
Lazlo
era así, generoso con todos y un gran lector de silencios. Siempre prefería
escuchar, escuchar intensa y hondamente el silencio y el sonido de las
palabras. Su estilo de escribir reflejaba su forma de ser, no me cansaré de
decirlo, porque en estos tiempos es raro ya. Era un escritor que con suma
facilidad plasmaba, insisto, varios géneros literarios en un solo texto, unidos
por esas “extrañas sustancias” que impregnaban su humor literario, su propia
voz, su inconfundible voz y muy peculiar estilo. Lo cual se le daba con mucha
naturalidad, porque, según mi parecer, su forma de escribir reflejaba su forma
de ser y de expresarse en libertad.
Nada
fácil es que un escritor logre su propio estilo. Se requiere una gran vocación
y congruencia consigo mismo, con su forma de ser y actuar en la vida, un
trabajo constante, un lápiz perseverante sobre el papel, igual que un cincel
sobre la piedra y, por supuesto, según expresa nuestro autor en un texto leído
en junio de 2016, en el homenaje y presentación del CD del compositor
puertorriqueño-mexicano Juan Antonio Rosado Rodríguez (1922—1993): “dominar a
plenitud la gramática de la lengua para dar forma, sentido, estructura,
contenido, ritmo y estética a sus ideas literarias”. Recordando así, las
palabras del homenajeado: “la música viene siendo como la gramática: algo que
hay que conocer para anotar las ideas musicales”, por lo cual, cualquier
compositor para serlo, es indispensable que conozca, entre otras cosas, la
gramática musical, por supuesto, hay excepciones contadas.
Dicho lo
anterior, permítanme concluir este reconocimiento a Lazlo, con un breve
comentario sobre su libro póstumo y para mí, en gran parte, autobiográfico: Tibor, mi tío vampiro. En él, nuestro
escritor, con su peculiar estilo, narra todo un viaje que emprendió para
conocer a sus antepasados transilvánicos y, de esta manera, según veo, poder encontrarse
a sí mismo, descifrar sus genes y encontrar su propia identidad. Todo indica
que logró su cometido. Al final de la historia se vio por un instante, después
llegó la muerte. Le dio la bienvenida a la muerte y, paralelamente, la
despedida a la vida. Responde a ello su poema bienvenida: “¿Cómo vivirías tú, Vida, /de no ser la Muerte tu
amorosa hermana? /Y tú, Muerte, /¿podrías existir con la vida ausente? /Muerte,
dame aliento /para cantar tu llegada a mi vida. /Vida, dame al viento /para
contar mi trayecto a la muerte”.
Cuatro partes comprenden el relato de las
historias que encontró sobre la vida familiar y personal de su tío Tibor, el
vampiro. Hay dramas, sueños narcisismos, mezquindades, venganzas, seducciones y
amoríos: “llegué a la ciudad de Cluj (Kolozsvár para los húngaros), donde me
enamoré de una hermosa mujer cuyo mayor atractivo se concentraba en una sonrisa
enigmática que trazaba sin despegar los labios; generalmente no se sabía si era
que sonreía o que algo tramaba”. Hay acontecimientos espantosos (hechos “tan
verídicos, que la realidad superó —con mucho— a la imaginación”), pasiones y
amores perversos. Tertulias, mandatos y señalamientos vampíricos alejados de
“una refrigerante dialéctica”. Hay, en fin, la soledad y el aislamiento de
vampiros que a unos les llevó a la locura y a otros al suicidio: “su obligada
soledad lo llevó al suicidio: se cortó las muñecas para morir de hambre”.
Debo confesar que las tres partes
restantes del libro: haiku, poesía “desde el otro lado de la vida”, y aforismos,
por él llamados “mortilegios”, me conmovieron sobre manera, sin olvidar, por
supuesto, el contexto, siempre presente, de sencillez, pulcritud, humor e ironía
muy suya.
Sin duda que Tibor amaba la literatura, “ya
vampirizado ensayó este arte desde el otro lado de la vida”, prueba de ello
están esos trece haikus escritos por él (Tarot de Muerte eres /número trece. / Yo,
vida en muerte), por el mismo vampTibor Moussong, que, por alguna razón, debo
decir que escuché en voz alta. A manera de ejemplo, citaré el siguiente: “Un
templo solitario, /pétreo esqueleto /muros desnudos”. Uno más: “Quien amo
dormía en paz, /amo su cuerpo/ por mí mordido”. Finalmente, este otro: “Luna
que nos despiertas, /blanco esqueleto /nos esclavizas”.
En cuanto a los mortilegios, aforismos,
o esa forma breve de escribir de Lazlo, tan elogiada por todos (“para mí, el
miedo y el problema de la muerte no es irme sino dejar ausencias”), entre
otros, por Venko Kaner, que por cierto realizó un amplio comentario sobre el
particular en “Las formas breves de Lazlo Moussong (en Castillos en la letra)”, concluyendo que nuestro escritor “usa la
forma, el estilo del aforismo, pero sus aforismos no parodian aforismos
conocidos”, además, de una maestría “en el manejo del lenguaje en todos sus
matices, lo que se revela claramente en la utilización de diferentes
sociolectos a los que imprime su sello personal. Es sorprendente también su
capacidad inventiva en la creación de palabras y en la combinación de las
mismas. El estilo de Lazlo Moussong se puede concebir como una multiplicidad de
estilos o como un estilo fragmentado”.
De los mortilegios existentes en el
libro que comento, están los siguientes:
1. Confío
en que sabré asumir la muerte después de muerto.
2. A
lo que temo no es a la muerte. Cuando llegue tendré que aceptar su mandato y lo
mejor será darle la bienvenida y despedirme de la vida con amor. A lo que temo
es al monstruo de la decrepitud; ésta no me ofrece descanso ni crecimiento ni
amor, sino fatigas, deterioro, dependencia y dolor.
3. Los
familiares y amigos que mueren, en cuanto lo logran se vuelven los mayores
ingratos: se olvidan totalmente de uno y de lo que uno hizo por ellos.
4. Para
aprender a recibir con gusto a la muerte, es conveniente ser capaces de
percibir en el olor que suelta el zorrillo, el aroma de las flores del campo
con que se nutrió.
5. Me
pesa el vacío. Me pesa la vida por el vacío que he dejado en todo aquello que
pude, quise o debí haber hecho y no lo hice. Tal vez esto sea el mayor peso,
dolor y arrepentimiento de lo que, no hecho, he hecho de mi vida.
6. En
el hospital para recibir la extremaunción: “Padre, no podré morir con mi
conciencia tranquila, si no le confieso todo lo que no hice.”
7. No
puedo aceptar que la vida se acaba en definitiva con la muerte del cuerpo. Es
una creencia irracional del racionalismo. Cuando se muere, todavía tiene uno
mucho por conocer, por agradecer, por resolver, por amar, por aprender, por completar,
por ayudar, por perdonar, por corregir y… por desquitarse.
Insisto, Tibor, mi tío vampiro es, además de póstumo, autobiográfico. En el
narra la vida del tío Tibor como si fuese propia. Y de la misma manera que el
concluye su libro con un poema, el cual ya he citado, permítaseme concluir este
comentario con el último verso del mismo: Muerte, dame aliento /para cantar tu
llegada a mi vida. /Vida, dame al viento /para contar mi trayecto a la muerte.
Agregar algo más sería un sacrilegio.
Genaro González Licea
Fotografía sin datar
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