jueves, 29 de mayo de 2025

Genaro González Licea: así como el agua ama a la flor.

 

Fotografía de Ingrid L. González Díaz 
Eretria, Grecia

 

I.

Así como el agua ama a la flor,

y la flor a la sombra

que ondula sobre el agua,

sobre la flor en la flor del agua.

 

Así como el follaje se tiende placentero

sobre un zarzal escondido en el olvido,

y llora al sentir la intimidad del río,

su seca soledad

de siempre estar muy solo,

estoico, sosegado, mudo,

sintiendo la dicha y la desdicha

de vivir las inclemencias del tiempo,

el instante que se va, el olvido que no vuelve.

 

Así, así es el amor,

la esencia indigente del amor.

 

II.

El amor,

la vivacidad del amor,

quietud húmeda y serena de unos brazos

que en silencio esperan un instante de consuelo

a su propia soledad.

A su instinto de ser y libertad de amar,

de amar la fragancia de lo que es,

el deseo de lo que nunca ha sido,

la humildad de cobijar en las entrañas

las grietas del abandono,

el eterno abandono que vive el abandono.

 

El amor,

el amoroso amor de amar,

canto de pájaro en la soledad del viento,

sombra callada de alma peregrina

que vaga desnuda e incompleta de sí,

vacía, serena, resignada,

sin la esperanza de encontrar su plenitud,

solo el instante,

el eterno instante del vacío,

el hondo vacío de siempre estar vacío.

 

Así es el amor,

la plenitud y la fragancia del amor:

búsqueda y aroma,

inicio y fin de la existencia,

tierra y rocío, corteza herida,

piedra y semilla silenciosa

donde nace y muere el tiempo.

 

III.

El amor,

el amoroso amor

de dar lo que no existe,

y recibir lo que nunca llegará.

 

Lo que se busca y se desea,

lo que está y a la vez no está,

dulce instante que nos ve y sonríe,

y se va sin atar ni desatar destino,

solo se va, sereno, firme, digno,

como lágrima callada que deja caer la luna

donde llora la sequedad del mar.

 

El amor,

la indigencia amorosa del amor,

búsqueda permanente

de un suspiro en la piel del viento,

deseo, encuentro y desencuentro del ser,

del ser pensante y del viviente:

piedra, tierra, agua e infinito,

vacío silencioso, eterno y esencial.

  

Genaro González Licea

Caloclica, CDMX, 25 de abril de 2025

 

Del libro: 

Sombra, sombra mía de Genaro González Licea 


Fotografía obsequio de un evento en 
Casa Marie José y Octavio Paz  



sábado, 17 de mayo de 2025

Casa Marie José y Octavio Paz: acercamiento de Genaro González Licea al poemario Sobre la piel de la piedra de Roberto López Moreno

 

De izquierda a derecha: Maestra Leticia Luna, 
Roberto López Moreno, Marcela Romn, 
Genaro González Licea. 
Fotografía obsequio del evento  


UNA MIRADA AL POEMARIO SOBRE LA PIEL DE LA PIEDRA

DE ROBERTO LÓPEZ MORENO

 “Roberto López Moreno es todo un poeta de piedra y agua, de voces que aletean como espinas en el aire, palabra hecha montaña, leyenda de maíz mirando la neblina, es voz de sol y cascada de metáforas, selva y mar, ríos de fuego y esperanza, puño libertario de barro chiapaneco: “pero esta América tendrá que ser más grande que los viles, grande y luminosa”, nos dice y nos repite de mil formas esta su voz y su palabra”.

            Estas líneas que escribí hace algún tiempo en un ensayo que titulé Roberto López Moreno, el poeta de mil tonos de piedra y agua, las reitero ahora, aquí, en la presentación de su poemario Sobre la piel de la piedra, el cual es un relato, personal y social del poeta, como él mismo lo dice: “soy la voz del pedazo de tierra que me toca, / (…) / He aquí que conozco la trama / y me siento a contarla. / He aquí que desgrano la mazorca, / cal a cal”.

            Esta es la voz del poeta en el libro que se presenta. Expresión de profundas raíces de dioses, flores, piedras, pájaros de mil colores, sabiduría del agua subterránea que riega nuestras venas. Nuestra historia prehispánica está “sobre la piel de la piedra”, sobre la sombra que somos, sobre los pasos que damos.

Cuarenta y dos poemas dan forma a este hermoso libro dedicado a Flor de María Mendoza Quino. Libro repleto de metáforas que calan, de soles y espinas dejadas por los ancestros en la masa de barro de cada quien, pero, además, este poemario que será citado de mil formas, está custodiado por un excelente prólogo y diseño de la editorial El Canto de la Alondra y, por si fuera poco, por una bellísima serigrafía, como portada, del maestro José Hernández Delgadillo, titulada Mujer Florecida, con la cual López Moreno hace un reconocimiento al gran muralista mexicano y nos alerta sobre la importancia de su obra, más no conforme con ello, nuestro poeta nos entrega, como testimonio, unos versos que escribió ante un mural de Hernández Delgadillo, poema que llamó, precisamente, Testimonio, he aquí unos versos del mismo: “el pueblo enfrenta / los pétalos ardientes de la fusilería. /

Nuestra voz de milpa nació sobre una cama / de plumas verdes y azules, / y reptando fue la sabiduría de la tierra, / se hizo serpiente, / y águila en desplome / con su tragedia de alas ultrajadas”.

Y es así como nuestro poeta inicia su recorrido Sobre la piel de la piedra, sobre la memoria que somos: “Yo te amo flor del amanecer, / mi corazón colibrí, está contento”, le dice a la mujer amada, a la historia, a la diosa Tecayehuatzin, en tanto que a Xochipilli, el dios de las flores, lo exhorta a “¡Que viva el canto! ¡Que cante la vida! (…) las piedras de un río manso vuelven a tomar arquitectura en el fresco a la mano fondo claro, minuto movedizo. / (…). Todo rompe Xochipilli, tú, aquí otra vez, abriéndote desde las tinieblas para tocar con tu dedo las auroras desde el ayer otra y mil veces entre nosotros, siempre, en el estallido de las sorpresas”.

Con esa fuerza lo expresa nuestro poeta porque sabe que nosotros somos hijos de Kukulkán, nosotros, expresa, “sus hijos, la minúscula partícula que somos su cuerpo, aguardamos silenciosos el descenso. Sabemos que el Dios Sol ha escogido la pirámide para bajar por ella hacia nosotros. Sabemos que la antigua fuerza, el misterio de la sabiduría, le dio ese punto de contacto con la tierra”.

La tierra, sí, la tierra, nuestra casa, nuestra Calli que, cito a López Moreno, es “limpia como la camisa del día, / como la ola que la conforma, / la casa. / Una de las ventanas abre al mar, / la otra a la montaña maestra, tiempo arriba; / piso y techumbre de esta casa / que nos habita de bondades. / (…) / El hombre es su casa, / lo que crezca en ella crecerá su casa”.

Esa es la casa, nuestra casa, y la casa, no se olvide, está en el vientre de la tierra. La tierra, la madre tierra, la enorme y amorosa casa donde nosotros, igual que los mexicas, retomo la voz de Roberto, vivimos “diariamente un poema / que (tiñe) el agua y las montañas de oriente / al pecho del primer gallo / mitad sombra, mitad sangre”.

Sangre y sombra que le llevan a exclamar sin detenerse: “Dios te salve Coatlicue, llena eres de gracia y de desgracia, parida de la sombra, luz tremenda, devoradora que repartes las mazorcas de tus manos, de tu collar de corazones, del cráneo con que ciñes tu cintura. Madre tierra de donde parte y a donde llega todo, amargo y dulce nuestro, terriblemente tierna, tiernamente terrible, míranos crecer, multiplicarnos, pegados a tu difícil carne litográfica, a tu tatuaje de estrellas en donde hace sus cónclaves el cosmos”.

Mas este basamento triangular de nuestra historia, historia de nuestra historia escrita sobre la piel de la piedra y la sabiduría de códices con miles de preguntas y una información genética que llevamos en los huesos, encierra también miles de ojos distantes y plurales, un mundo compuesto por infinidad de mundos, filosofía y trabajo creador de hechos y personas concretas que están y estarán siempre ahí, esperándonos y nunca en el olvido. Yo no creo en el olvido, más bien, ante lo vasto de la diversidad de los pasos cotidianos, y quizá algunos desatinos que encierra la soberbia, yo estimo que cada quien tiene su espacio y tiempo, antes o después, eso es intrascendente, lo importante es que los hechos y el trabajo creador estará ahí esperando a la persona que a él acuda y no en el olvido.

Y ahí está nuestro poeta dejando testimonio de lo encontrado al paso de sus pasos, los bramidos de la selva, el canto del cenzontle, el dormir o despertar del día, el latido del tambor, la marimba, la marimba candela, o los negros de Tlalpan, este último poema, qué poema, el solo título directamente se dirige a la conciencia, cito con un dolor cruzado unos versos del mismo: “los negros de Tlalpan, los que antes caminaron sobre espuma, / los que hasta el pedregal vinieron, / desde atrás de la distancia, / andando los insomnios de la luna, / la geometría de las constelaciones. Pasa un colectivo y los incrusta / en el vientre de la ciudad voraz. / (…) / Los negros de Tlalpan son, ahora, / una molécula del verdinegro reloj, el gran. / El valle crece”.

En este contexto de testimonios y recuerdos, está también el que le dedica al Cerro de la estrella, esos ojos mudos que en silencio miran. Ya habían corrido los siglos, nos expresa López Moreno, “pero el Cerro de la estrella / ahí estaba, todavía, / ahí está, / preservando con dificultad / el promontorio / desde donde ha visto / (ve) / pasar el tiempo”.

Por supuesto que Sobre la piel de la piedra hay muchos testimonios más, de hecho, todo el poemario es un gran testimonio, permítanme, por lo mismo, citar uno más. Sí, el que se refiere al grito de la tierra en septiembre de 1985: “cuánta carne nuestra fue entregada a solas” reclama nuestro poeta, y agrega para no dejar ninguna duda: “solitarios fuimos frente al cosmos, / solitarios estamos con nosotros mismos / frente al hecho concreto del derrumbe”.

He de comentar que el poemario que aquí nos reúne comprende también un número considerable de agradecimientos a personas que Roberto encontró a su paso. Acto no solamente biográfico sino muy generoso y sugerente que nos permite preguntarnos: ¿qué ha sido, entre otros, del compositor Eduardo Soto Millán; del escultor Luis Aguilar Castañeda; del poeta Ángel Carlos Sánchez?; ¿Qué ha sido del arqueólogo y docente Raúl Martín Arana Álvarez; del pintor Ramón Oviedo o de la poeta Josefina Magaña? ¿Dónde está el pintor y grabador Castro Pacheco, dónde las notas musicales de Álvarez del Toro? De todos ellos su obra está y no en el olvido, la falta es nuestra. Gracias mi estimado Roberto por sacarnos del mundo ensimismado que vivimos y hacernos ver otros horizontes que también son nuestros.

Sin duda que del poemario que aquí se presenta existen muchas cosas más que decir, pues, les aseguro, lo hasta aquí señalado no es más que el asomo que da una primera mirada a su profundo contenido. Hay mil cosas más que decir, lo sé, lo sé bien, porque los poemas que lo componen son una piedra compuesta por un crisol de colores, son reflexiones propias de una persona que nos hace partícipes de algo de lo mucho recorrido.

Razón por la cual le digo al amigo, les digo a ustedes, Sobre la piel de la piedra es un hondo testimonio de Roberto López Moreno, es la búsqueda de generar una clara conciencia del enorme potencial de lo que somos, es la voz de una historia inagotable que verá el paso del tiempo, igual que el Cerro de la estrella, los códices, el mar y la piedra, la piel de la piedra donde el poeta incrusta éstas sus palabras: “Patria de llagas / esta voz / ave en punta / rompiendo el horizonte”.

 Genaro González Licea

Caloclica, CDMX, mayo de 2025.

  



domingo, 4 de mayo de 2025

Genaro González Licea en el Encuentro de Letras “Roberto López Moreno” en el Museo de Arte Sarah Tisdall.

 

Arturo Reyes Mata (izquierda), 
Abdiel Organista (centro) y Genaro González Licea. 
Fotografía obsequio del evento.  


 En las paredes heladas de las fosas clandestinas

En las paredes heladas de las fosas clandestinas

nacen cardos que lloran en mí cuando respiro,

flores transparentes que brillan al sentir mi lejanía,

quejidos que buscan dormir sobre mi hierba,

piedras que buscan las lágrimas del río,

gritos ciegos, desolados,

dejados por la muerte violada en lo efímero del alba.

 

 

El aire huele a muertos arrastrados por el agua

El aire huele a muertos arrastrados por el agua,

a cráneos tirados mirando su agonía,

a voces atadas en la tumba de mis manos.

 

El aire huele a muertos torturados,

a quejidos escondidos en la tierra que pisamos,

a presagios, rezos y alaridos.

 

Es grande el dolor que deja el silencio de la muerte.

 

 

En el alba las almas se despiertan

En el alba las almas se despiertan

al sentir lo fresco del rocío,

el abrazo de un recuerdo que vive sepultado,

la tristeza de una sombra que en el viento se ha perdido.

 

 

Alma mía que vagarás sin mí

Alma mía que vagarás sin mí,

igual que el polvo en la eternidad del tiempo,

no mires hacia atrás ni veas extinguir

en el vacío el cuerpo que dejaste.

 

El infinito es permanente cambio,

misterio de calma y tempestad

donde el silencio vive.

 

Sigue, alma mía, igual que yo,

el sentir del viento,

sigue sin ver los campos recorridos

y cumple, como yo, el destino que forjaste.

 

Uno, a fin de cuentas, es lo que hace

y no lo que hizo ayer.

 

No te detengas, no, no te detengas.

Tú, mi humilde sombra de piedra

que conmigo sintió los pasos del camino,

la voz del agua y de los muertos

del pasado en mí.

 

Los muertos, mis muertos,

los amorosos muertos que habitan el olvido,

la indigencia natural del abandono.

 

Genaro González Licea,

Caloclica, CDMX, 3 de mayo de 2025

Genaro González Licea, 
fotografía obsequio del evento.



lunes, 28 de abril de 2025

Presentación de Al caer el tiempo de Genaro González Licea en el Tianguis Cultural “Cipreses Azcapotzalco”.

 

Marcela Romn, Fran Fierro Brito (al centro) 
y el autor de Al caer el tiempo
Fotografía sin datar 

 

“En los poemas de Al Caer el Tiempo, el vacío es un personaje cuya pérdida del sentido vital es un llamado a volver la mirada a lo que sucede aquí y ahora dentro del ser y a su alrededor, a tomar conciencia de la realidad”. 


Prólogo de Al caer el tiempo

EL CANTO DE LA ALONDRA 

Marcela Romn 

Fran Fierro Brito 


La poesía es una expresión del ser, un sentimiento íntimo, profundamente íntimo del ser, del ser viviente y del ser pensante. No necesita de dioses para sostener su existencia, tampoco de personas endiosadas para mostrar su fuerza, su valor, su voz.

            La poesía, al ser un sentimiento, está en el alma de todo ser: de las personas, del agua, de las piedras, de las hojas y del tiempo. Es libre como el agua, como el viento. ¿Por qué tratar de atar un sentimiento?, ¿por qué tratar de atar a la palabra que a él se asoma? Para mí, el mayor genocidio literario es tratar de sujetar a la poesía a un capricho medido por palabras. Poesía y poema son dos cosas muy distintas. Poetas somos todos. Poeta, tú que te dices poeta, deja que tu sentimiento aflore y que el poema exprese su libertad.

            Al caer el tiempo es un asomo a ese sentir del alma desde la vida, la decadencia, la muerte. La muerte que día a día se hace presente en uno, pero también en el otro. Cuando un ser vivo muere, muere también una parte de mí.

En ese sentido, hoy, en esta presentación de Al caer el tiempo, haré presente a los migrantes y desaparecidos, a los miles de muertos sin sepultar en mi país. Duelos que viven con nosotros igual que el viento. Pedro Garfías lloró “por los que han muerto sin saber por qué”, yo intento hablar por ellos, hacerlos presente en nuestro andar cotidiano, como presente es la sombra de nuestros pasos.

            Muy agradecido a Marcela Romn, Fran Fierro Brito y a El Canto de la Alondra, mi hogar editorial, por acompañarme en esta presentación y por ese prólogo tan hermoso que me envuelve el alma y me exhorta a no claudicar en este camino de luces y sombras, piedras y espinas.

Gracias, también, a la Congregación Literaria de la CDMX, a la Alcaldía Azcapotzalco y a las personas en general por permitirme escuchar y ser escuchado.

 

 

***

Me acompaña mi vejez, la lejanía del río,

un cuerpo astillado que mira mi abandono,

un alma desahuciada en el rostro que fue mío,

unos lirios soñando en mis párpados resecos,

unos huesos sintiendo mi agonía.

 

Me acompaña el silencio de mi sombra,

el vacío de estar siempre vacío,

vacío, vacío.

 

 

***

Un migrante camina

por la vieja vereda

que entierra los pasos de los muertos,

los sueños rotos,

el hambre de encontrar su voz, su sombra,

en las grietas resecas de un estanque abandonado.

 

 

***

Un cuerpo tirado al andar de su camino.

Un mirar enmudecido limpiando la sangre que el sol seca.

Unos pasos indiferentes que se pierden en las hojas.

Un viento que se lleva el olor negro de su herida.

Una tierra que absorbe sus huesos y sus pasos.

Solo las manos de la luna abrazan el dolor

de ese cuerpo que en silencio se deshace.

 

 

***

Tirado en una grieta que me cuida,

sin levantarme por siempre ya,

sin saber que he llegado al fin de mi destino,

a este viento, a esta sombra,

a esta tierra que me esconde,

mi alma vaga en el vacío,

como otras que han muerto, igual que yo,

sin saber por qué.

 

 

***

Un cadáver mutilado,

niños con lágrimas atadas en la boca,

mujeres desnudas flotando sobre el río,

sobre la luz huérfana del río.

 

¡Cuántos muertos sin enterrar!

¡Cuánto dolor tendido entre las piedras!

Quejido de sus ojos en mis ojos,

muertos míos, mis muertos.

 

 

***

Fui asesinado con las manos del otro que son mías.

Soy mortaja clandestina sin cruz en el camino.

Mi hogar es el baldío,

el recuerdo de una sombra que fue mía.

 

 

***

Morí sin saber dónde.

Un alma me arrojó al vacío,

otra, la mía, camina como fantasma

perdido entre las hojas.

 

 

***

No cierres mis ojos, no, no los cierres,

en ellos verás siempre la tristeza de los tuyos,

el campo verde, el silencio de lo blanco de la luna,

la flor llorosa que vi en ti

al sentir la soledad del viento alejarse entre tus pasos.

 

 

***

Las fosas clandestinas

son labradas con las penas de mis huesos,

con la carne deshecha de mis manos,

con el alma mezquina de tus ojos,

de los míos,

de los ojos del tiempo indigente que nos mira.

 

 

***

Con el tiempo,

los muertos sin sepultar son las hojas que pisamos,

las flores olvidadas que nos ven,

el polvo que en silencio nos espera.

 

 

***

La vida y la muerte son dos cadáveres

que se aman desahuciados.

Son breves

como un instante de tiempo

envuelto en la palabra.

 

Genaro González Licea

Caloclica, CDMX, abril 2025

Genaro González Licea 

Fotografía sin datar 


jueves, 2 de enero de 2025

Alma mía que vagarás sin mí, versos de Genaro González Licea

 

Fotografía de Ingrid L. González Díaz


Alma mía que vagarás sin mí,

igual que el polvo en la eternidad del tiempo,

no mires hacia atrás ni veas extinguir

en el vacío el cuerpo que dejaste.

 

El infinito es permanente cambio,

misterio de calma y tempestad

donde el silencio vive.

 

Sigue, alma mía, igual que yo,

el sentir del viento,

sigue sin ver los campos recorridos

y cumple, como yo, el destino que forjaste.

 

Uno, a fin de cuentas, es lo que hace

y no lo que hizo ayer.

 

No te detengas, no, no te detengas.

Tú, mi humilde sombra de piedra

que conmigo sintió los pasos del camino,

la voz del agua y de los muertos

del pasado en mí.

 

Los muertos, mis muertos,

los amorosos muertos que habitan el olvido,

la indigencia natural del abandono.

 

Genaro González Licea

Caloclica, CDMX, 1º de enero de 2025

 

Del libro:

Poesía de Genaro González Licea

 

Genaro González Licea

Fotografía sin datar



jueves, 19 de diciembre de 2024

Genaro González Licea: un viaje poético con Ángeles Juan

 

Fotografía del muro de Ángeles Juan


 

Un viaje poético con Ángeles Juan

 

Despertar a la poesía rompiendo

el silencio que la habita.

Refugiarse en el silencio

con los bolsillos colmados de poesía.

J. Juan López Raya

 

Dos almas cantando entre la brisa

Ángeles Juan, Ángeles Fernández Martín y J. Juan López Raya, dos almas cantando en el manto de la luna, en la aurora del camino y en el sol que abriga la esperanza, el arte, la poesía, la alegría de vivir, crear y realizar sueños, como el viento en la voz del viento y las olas en la piel del mar.

Dos almas vitales y poetas, ella, con su voz suave de luz entretejida, de amorosa luz entretejida, sublime, divina, de un azul de soprano celestial. Él, con voz de barítono, de profundo manantial embravecido, de mar acantilado y río enfurecido buscando su sendero. Unión de voces que son, en sí mismas, una metáfora de matices musicales que tocan y reviven la esencia del poema, su sentido de existencia, esperanza y libertad, su hondura agridulce, su grito profundo de vida y muerte.

Ambos sienten y reviven el poema, el arte, la música y cultura, acarician y abrigan su esencia, la llevan a pasear por mares, montañas, vientos y pastizales, piedras, llanos y tierras agrietadas, manantiales de luz profunda y recuerdos idos como neblina olvidada que se muda a cualquier parte. Aquellos trenes con gritos de niños, con voces de espera y alegre llegada. Aquellos trenes de silbido triste que llevaban a derramar el llanto. Aquellos, los de entonces, que se han ido y, sin embargo, la libertad de su camino queda. Ya no pasan aquellos trenes, nos dicen con sus palabras Ángeles Juan, aquellos trenes “cargados de palabras. / Palabras sencillas. / Frases hechas. / Palabras comunes. Conversaciones. / Quedaron en vía muerta, / junto a andenes / de una anacrónica estación / sin horarios de llegadas ni partidas. / Callados”.

Dos poetas que regresan el mundo cultural a su origen, al silencio y al vacío, al misterio de la creación donde nace la poesía, el poema, la vida, el horizonte y su ceniza, su resplandor y ocaso. Regresan la voz al origen del origen, a la búsqueda y libertad del ser, a la viviente libertad del ser. Dos poetas repletos de fuerza y esperanza que se niegan a que el teatro, la pintura, la música y el verso se queden en anaqueles polvientos mirando telarañas, en lápidas empastadas de abandono y roídas con el tiempo llorando en el olvido.

Todo lo regresan a su origen, a las veredas harapientas donde el sol camina, a las llagas que mueren rezando su abandono y amando su dolor, al frío que humedece la soledad de las montañas, el canto de los pájaros, la alegría de las flores, el amor del escarabajo y la lombriz en el mundo subterráneo que humedece los pies de la existencia.

El amor, el permanente amor que William Shakespeare nos describe y ellos mismos nos recuerdan con su voz: el "amor no sigue la fugaz corriente de la edad, / que deshace / los colores de los floridos labios y mejillas. / Eres eterno, amor". Regresan la cultura, el verso y su sonido al principio donde nace al viento, silencio y misterio que forma el ser. la palabra, el verbo, el sentido y la vivacidad del verbo: desamparo de sombras, instantes de creación en las entrañas del vacío, del grito azuloso de la vida donde estamos y no estamos.

Eso y más son Ángeles Juan, ríos solidarios que van al mar, brisa amorosa que abriga la voz del escritor y el dramaturgo, del pintor y del poeta. Expresión generosa de búsqueda y camino, humedad de vida, canto, arte y hermosura. Dos almas unidas durmiendo entre la arena y la soledad del mar, entre la brisa de la luna y el sueño de las olas, la tranquilidad del viento y el blanco vuelo de gaviotas que acompaña a las barcas que se alejan a pescar. Dos almas que acarician con su canto el fluir del ser, el dolor de la tierra, la llovizna y el despertar del día, el sol del llano, el musgo verde que abraza el fluir del agua.

Son almas comprometidas con la poesía, el arte, la cultura, la humanidad y la esperanza que recorre nuestras venas en el vaivén del viento: murmullo celestial del canto que deja el viento, el agua, la tierra, la piedra envuelta en la palabra, la línea de luz sonora que se asoma a la creación, al origen del eterno y cambiante origen: “da vida a todos tus sueños, nos dicen, y que brillen como luceros en noche cerrada de miedos dormidos, iluminando tus manos abiertas a esperanzas despiertas”.

 

Voces libres y su espíritu heredado

Ángeles Juan, Cádiz, Valencia, España y el mundo entero entre sus manos. Dos voces recorriendo mares y continentes, voces libres como el aire y el espíritu heredado, entre tantos y tantos otros, por Alberti: “canta, Rocío del mar (…) Rocío del mar de Cádiz”, Juan Ramón Jiménez, los Machado, Lorca, Cernuda, Miguel Hernández, Gerardo Diego, Aleixandre, Salinas, Altolaguirre y Pedro Garfias. Sin olvidar a Salvador Rueda, Vicente Carrasco, Pilar Paz Pasamar, Quiñones, Fernando Quiñones Chozas y su sentencia: “cuando el cante desata sus manadas dolientes / Y entreabre la guitarra sus incurables grietas / Pasa un viento interior que nos descubre el mundo / y la espantable gloria de estar vivos”.

Dos voces que labran la palabra con el alma y la guitarra. Alfareros que hacen de la cultura y del poema un estandarte de lucha por lograr un mundo más justo y más humano. Poetas y cantautores que crean, difunden y promueven la arcilla poética de miles de artistas y escritores, incluyendo la suya propia, aunque ellos, por su modestia y sencillez, estiman que lo que escriben no son poemas, “son tan sólo pinceladas de versos sin pretensión de serlo”.

Su canto es un saludo de paz siempre por delante, un abrazo cotidiano al mundo, un sol que abre la ventana para mostrar el renacer del día. Érase, como ellos mismos lo dicen, “una ventana / abierta a la bahía / en un rinconcito / de Andalucía. / Érase / un inmenso olivar / derramado entre lomas / sobre el nivel del mar. / Érase ese verde / suspirando / por asomarse al azul. / Érase, / eres / y por siempre seas tú”.

Más adelante agregan, sobre la misma metáfora de la ventana y contemplando un jardín en paz: “más allá / de mi rota ventana / las nubes de la mañana / son una flor / que ha nacido en un jardín / donde hay / un columpio esperando / para seguir jugando / en paz / bajo el sol, / junto a ti / en un día de abril, / esperando ese abril...”.

Así se expresan Ángeles Juan, dos herederos de toda una generación de poetas y cantautores, de España y de la tierra entera, que nos recuerdan que la vida es todo aquello que rodea a un ser viviente, es esperanza y libertad, hierba fresca mirando la tranquilidad del agua, piedra de eterna luz que respira el tiempo, el amanecer que en uno está. Cito aquí el poema de J. Juan López Raya y Ángeles Fernández Martin, días grises: “si te amanece / triste el día, / opaco, / gris, / dale tu luz, / pon el color tú. / Píntalo / de verde turquesa / y de azul”.

Por alguna razón que ignoró, ambos me recuerdan al ser libre del hombre que abraza para sí y para la comunidad entera, la tierra, el cielo y los mares, el subsuelo, el infinito y la profundidad del mar, como lo hace el sol y la luna en los cuatro puntos cardenales de nuestra efímera existencia y, más aún, me recuerdan mucho el alma y temple de Miguel Hernández, su pureza de amor, su pureza de luz abrazando lo adverso y lo favorable, la llovizna y la tempestad, los llanos de seca ilusión y amorosa escarcha.

Me recuerdan las almas de Jaén, sus tradiciones de raíz de olivo, sus flores y aceitunas, su fuerza amorosa y libertaria: aceituneros de Jaén, semillas amarillas que día a día nacen y florecen con la autora. Son el alma del Miguel Hernández de nuestro tiempo, recordándonos el espíritu libertario de los aceituneros de hoy que habitan en cualquier lugar del mundo.

Aceituneros que luchan cuando alguien intenta atar su voz y dignidad, cito unos versos del poema Aceituneros de Miguel Hernández: “andaluces de Jaén, / aceituneros altivos, / decidme en el alma: ¿quién, / quién levantó los olivos? / No los levantó la nada, / ni el dinero, ni el señor, / sino la tierra callada, / el trabajo y el sudor”. Posteriormente agrega, mirando el alma del olivo: “levántate, olivo cano, / dijeron al pie del viento. / Y el olivo alzó una mano / poderosa de cimiento”. Y concluye con estos versos dirigidos a ti, a mí, a los pueblos de cualquier parte del planeta:

“andaluces de Jaén, / aceituneros altivos, / pregunta mi alma: ¿de quién, / de quién son estos olivos? / Jaén, levántate brava / sobre tus piedras lunares, / no vayas a ser esclava / con todos tus olivares. / Dentro de la claridad / del aceite y sus aromas, indican tu libertad / la libertad de tus lomas”.

Atmósfera muy necesaria, a mi parecer, para contextualizar el trabajo de Ángeles Juan y, además, para decir que ellos, como tantas y tantas personas, son herederos y reencarnan, como ellos mismos dicen, “desde el sur de España”, esa voz del olivo y del nuevo aceitunero, ahora en este tiempo, en este tiempo que tanto vacío, dolor y abandono hay.

Lo he dicho en otra parte y lo reitero ahora, tal vez sea mi edad o la edad del mundo, pero lo que veo frente a mí y al fondo de un lugar que sé que existe y no conozco, es decadencia, amorosa y profunda decadencia. Siento en mí más que tempestad, turbulencia y caos, veo silencio y vacío, efervescencia del silencio en caos, la semilla de la creación donde el vacío del vacío nace. Y ahí es donde veo el gran trabajo de Ángeles Juan y ésta su voz que sugiere no quedarnos “en silencio al caminar”:

“ya nadie silba por la calle, / ni nadie que se detenga ante silbido alguno o que gire la cabeza; / nadie que cante al caminar / ni nadie que preste oídos a esa canción de otro viandante; / nadie que pase con las manos en los bolsillos / ni nadie con la mirada en la de los demás. / Ya todos se precipitan, nos precipitamos, a un abismo, el peor de todos, el del silencio y la indiferencia”.

 

Sobre el trabajo de Ángeles Juan

La creación, en el fondo de su trabajo está la creación. Versos cortos que rozan suavemente el alma e invitan a la reflexión, a la búsqueda y encuentro de nosotros mismos. Versos ubicados con la intuición del poeta o con la precisión de un cirujano, estribillos que nos llevan a contemplar los pasos del otro en nuestros propios pasos. El otro es parte de uno y uno es parte del otro. Somos comunión humana, pasos colectivos del ser sin perder nuestra propia fisonomía y construcción de historia.

            Sí, su trabajo y creatividad cultural es única y no puede ser de otra manera, como observa don Eduardo Nicol en La agonía de Proteo: “cada nueva creación es una renovación del ser que la produce: la originalidad es doble” y agrega, “en rigor, nadie está en forma, quedándose en ella sin moverse. Está en forma quien se forma cada día. La forma vitral nunca es final: no constituye un fin por sí sola. Es en la obra, más que en la biografía, donde se percibe el arte de vivir. Vida y obra se conjugan en la conversión del hombre en genio”.

Esta es la actitud que veo en la construcción poética, artística y cultural de Ángeles Juan. En cada verso, en cada canto están ellos en plenitud, sin trastocar la originalidad y la esencia del poema, para él y para los autores, siempre absoluto respeto, el mayor y más estricto respeto. Dentro de este espacio, insisto, su recreación es una creación. Dos creaciones de inconfundible pertenencia e incuestionable valor. La misma obra artística, cultural, musical o poética, en espacios diferentes, una obra afirma la voz de otra. Ambas cobran vida propia, una proyección única, perdurable en el tiempo.

Lo anterior me interesaba mucho remarcarlo, sobre todo, porque percibo que su gran modestia al referirse a su labor, así como su alejamiento al círculo engañoso del éxito y fracaso, les puede llevar a omitir la calidad, maravilla y grandeza de su arte realizado, su importancia en la cultura y conciencia social, en la gente y juventud de “a pie” que se gana la vida con el sudor a cuestas y está impedido, por el tiempo o el dinero justo que le queda, a gastar de más para ver una obra de teatro, un libro de poemas o la visita a un museo de arte.

Su creación cultural es única, auténtica e inconfundible, natural, altruista, desinteresada. Modesta labor de humildes trovadores. Labor, dirían ellos, “altruista, alejada de cualquier interés económico o material. Una tarea doméstica, sin apenas recursos, todo producido con un sencillo móvil, nuestra voz, nuestra imaginación, muestra guitarra y lo fundamental: nuestro inmenso cariño”. A renglón seguido, agregan: “estamos de sobra ‘pagados’, recompensados emocionalmente, con el reconocimiento de los auténticos protagonistas, ustedes los y las poetas. Cuando se nos recompensa además con gestos tan nobles y generosos, esto nos hace ver que cada minuto, cada hora invertida en nuestras sencillas creaciones ha merecido la pena con creces”.

Sus palabras son dictadas con el corazón, su sencillez, bondad y dignidad, les agiganta. Permítanme citarles nuevamente: “somos sencilla y auténticamente tan solo un modesto matrimonio sin pretensiones, con mucho amor al arte de la poesía, de la pintura, de la música y motivados por esa pasión vamos de la mano transitando este camino”. Su trabajo brilla igual que su humildad, es una enciclopedia virtual, un aula, una casa de cultura que invita al conocimiento y nutre la conciencia.

Regreso a don Eduardo Nicol y con ello concluyo este apartado: “es en la obra, más que en la biografía, donde se percibe el arte de vivir. Vida y obra se conjugan en la conversión del hombre en genio”. En el caso, Ángeles Juan agigantan su creación musical y artística, su obra cultural incuestionable, con su humildad y calidad humana, lo sabe Cádiz, España, el tiempo virtual que recorre el mundo, los poetas, escritores y artistas, que en su obra están. Su obra, lo digo sin titubear, es una inmensa galería de arte, poesía, música, reflexiones y referencias que despiertan la conciencia, dialogan, reclaman con el puño en alto. Dibujan el poema, le dan voz, canto, textura. Un sello muy suyo, autónomo, propio. Uno aprende, son dos maestros con los cuales uno aprende la infinidad de sentimientos y colores que encierra la vida, la muerte, el poema y la poesía.

 

La guitarra del sur de España que se ubica en cualquier parte

La guitarra, la voz de la madera que acompaña el canto de Ángeles Juan, tres voces en una, siempre en una. Madera íntima de raíz y tierra, de llovizna destilada entre las hojas, luz y sombra hecha de piedra, triste sonido de amor y soledad, lloroso rocío que escurre en la corteza del árbol, del ser, del ser viviente: la vida, la muerte, la permanente vivacidad del ser y su transformación sin fondo.

La guitarra, madera que añora lo fresco del rocío y el frío del invierno en madrugada, la sombra de dolor vivida, la esperanza del sol y la mañana que un día tras otro asomó en sus ojos. Madera soleada, húmeda de amor y brisa, de alma asiática o latina, española o de africada de encendidos sones, madera del mediterráneo o mexicana, de Cádiz o Valencia o cualquier lugar del cosmos. Madera con alma y savia contenida, humana virtud de amorosa compañía, voz libre y a la vez unida a las cuerdas del recuerdo y la esperanza, de la búsqueda y encuentro del alma sintiendo su libertad.

La guitarra, esa amorosa resonancia, diría Nicolás Guillen, “tendida en la madrugada, / la firme guitarra espera: / Voz de profunda madera / desesperada. / Su clamorosa cintura, / en la que el pueblo suspira, / preñada de son, estira / la carne dura”, esa voz “sedienta y encendida”, diría Quiñones, “delgada / línea pura / de corazón sonoro”, agregaría Pablo Neruda. La guitarra, esa amorosa madera que se transforma en llanto. Y ahí está García Lorca con “el llanto de la guitarra”: la que “llora monótona / como llora el agua, / como llora el viento / sobre la nevada”. La guitarra, nuevamente retomo a Lorca, que “es imposible / callarla. / Llora por cosas lejanas. / Arena del Sur caliente / que pide camelias blancas”.

Hay tantas cosas que encierra la guitarra, tantas, pero tantas cosas. Ventilo mi corazón y encuentro en ella mi dolor de viento encendido, murmullo de embrujo y misterio enamorado, “pozo con viento en vez de agua”, diría Gerardo Diego. Cuerdas de ceniza y luz, alma que solo siente el alma del guitarrero que, ahora permítanme decirlo con la palabra de don Antonio Machado, “llega y tañe, / las empolvadas cuerdas”.

Eso son nuestros cantores y poetas, Ángeles Fernández Martín y J. Juan López Raya y su guitarra, almas unidas buscando revelar el verbo, el misterio más profundo donde se mece el verbo, la voz del silencio, el aire en el agua, la oscuridad en la luz, la poesía acariciando la palabra, la nota de la guitarra envuelta en la palabra, las notas que están en el alma de los poetas cantores que tanto admiramos y dedicamos estas líneas, en la madera transformada en flor, en la piedra que espera al tiempo, en la cadencia y ritmo del aire, en los pasos cotidianos de las personas alejadas del pedestal.

Sus notas musicales se asoman siempre sin egoísmo ni falsedades, tres ritmos y sonidos llevando al mundo la expresión de los poetas, el arte y la cultura. Tres sonidos enlazados con la expresión de nuestro tiempo. Sonidos que encarnan la dignidad de los ancestros, nuestros ancestros, el presente y el porvenir, el sonido del canto de la guitarra que gritó al universo Alberti, otra vez Alberti: “gaditanos, levantad / en vuestras viejas guitarras / el sol de la libertad”.

En efecto, los poetas y cantores que aquí nos ocupan nos llevan a ese recuerdo y, además, a confirmar esos versos de Celaya, de don Gabriel Celaya, que taladran la conciencia: la poesía es “como el pan de cada día, / como el aire que exigimos trece veces por minuto, / para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica (es un) arma cargada de futuro expansivo / con que te apunto al pecho (…) Es algo como el aire que todos respiramos / y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos”.

La poesía, mis amigos, está en la voz de todos, en el campesino y en el obrero, en el minero y el estudiante, en Ángeles Juan y Paco Ibáñez que llevó a los versos de Celaya a recorrer los rincones del planea. Está en la savia y en la piedra, en el agua y en la sangre, es el acto de comunión más puro de todo ser viviente, de todo ser humano. La poesía está en la guitarra, en el ritmo y la palabra, en su sonido encendido que acompaña el despertar de la conciencia sin nada a cambio. Así es su naturaleza, su eterno canto de luz y de madera, su espíritu de árbol transformado, el árbol, la arboterapia, como la expresa Ángeles Juan en estos sus versos: “ahí lo tienes, / lamiendo los últimos / rayos de un sol que se / acostará dentro de un rato. / Sabe bien del frío, / desde que se quedó / desnudo el pasado otoño, / y abre sus brazos / esperando, tal vez / tu cálido abrazo”.

 

Canto poético a los cuatro vientos

Veo, escucho y siento el trabajo de nuestros poetas cantores que dan nombre a este viaje poético musical. Paseo por su obra, noble, generosa y altruista, palabra de poco o nulo uso en un mundo donde predomina la ganancia como mecanismo de gratificación y pago. Reflexiono sus expresiones de amor y me hundo en su alegría, contemplo laderas, barrancas, ríos y montañas, siento mis pasos jugar en la arena, la húmeda arena que esconde la soledad del mar, el tiempo y el amor del viento. Espacio sin egoísmos ni ventajas, espacio de comunión del saber que fortalece el alma.

Veo en su obra los campos de la vida cotidiana, la hermandad de la cultura y los recovecos que encierran las emociones humanas, el canto de los pájaros, el aire enredado entre las hojas, las flores, el silencio y la soledad del horizonte y de las piedras, el camino que nos espera para transitar la vida y llegar a los misterios de la creación, del arte y la poesía.

Es un hermoso museo que palpita al alcance de todos, una enorme biblioteca donde acuden miles de personas a revivir sus sueños, una casa de cultura virtual, casa extendida por los océanos del sol, por los cuatro vientos donde entran y salen niños, jóvenes y adultos, escritores, poetas y pintores, dramaturgos y filósofos dialogando e interrogando al mundo, al ser y a la razón del ser del mundo y a lo que en él existe.

Veo una gran casa de cultura, la casa, mi casa, que llamaré la Casa de Cultura Ángeles Juan, cuyo inicio fue JoÁngeles, contracción de sus nombres en lengua valenciana: Juan (Joan) y Ángeles (Àngels), ahora para el mundo entero Ángeles Juan. Casa de cultura que contiene una obra maravillosa, sencilla, humilde espacio poético de caminar sosiego, casa acompañada por miles de versos en la voz de Ángeles Fernández Martín y J. Juan López Raya, miles de imágenes y pinturas, expresiones de arte que acompañan la conciencia, reflexiones que nutren el alma, el fluir de la vivacidad de la vida. “No sólo de pan vive el hombre”, diría García Lorca en Fuente de Vaqueros al inaugurar la biblioteca del lugar, con el siguiente agregado que se encaja en las entrañas totalitarias del poder y la ganancia:

“Yo, si tuviera hambre y estuviera desvaído en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social”.

Veo a Ángeles Juan cantando en la puerta principal: “es hora de leer. Es hora de escuchar. /Es hora de agradecer”, leer versos, exponer obras de teatro, mostrar obras maestras de pintura y datos de sus pintores, y cantar, como el río de montaña que busca su destino, racimos de metáforas y sentencias que encierran los poemas. Los veo cantar, como ya lo han hecho, estos versos de Karmelo C. Iribarren: “los que saben leer las estrellas tienen libro para rato”, después estos otros: “a veces, / solo y sin respuesta / abro por la página en blanco un libro/ y en ese nada me mantengo, / vigilas por si un verso, / cualquier verso, / es capaz de curarme la herida del tiempo”, de Faustino Lobato Delgado, en el alfabeto del tiempo.

Posteriormente, esta hermosa expresión de Alfonso Brezmes: “es tiempo de ganar. / Es tiempo de perder. / Ya se ha dicho todo / lo que tenía que ser dicho, / ya se ha sentido / aquello que vinimos a sentir, / ya entramos dos veces / en el mismo libro. / Es hora de salir a escena. / Que el poema sea una lengua / para los labios de la herida. / El nudo en la garganta de algún pájaro / que canta por primera vez”, para, finalmente, concluir con esta expresión de amor y reclamo de Federico García Lorca al teatro, a la poesía, al arte y sus artistas: “el teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana. Y al hacerse, habla y grita, llora y se desespera. El teatro necesita que los personajes que aparezcan en la escena lleven un traje de poesía y al mismo tiempo que se les vean los huesos, la sangre”.

La cultura a la intemperie y al alcance de todos. Ese es su espíritu, el espíritu de Ángeles Juan y los miles y miles de Lorca que habitan el planeta. Lorca, “¡dónde estará, que no viene!", diría Nicolás Guillén, en Fuente Vaqueros (Granada), a propósito del 25 aniversario Federico García Lorca y agrega: “nadie responde, no habla nadie…” y, sin embargo, permítaseme agregar: el pueblo lo sabe, y lo sabe bien, igual que nuestros cantautores, motivo central de este viaje poético que aquí narro y cosmos cultural en sus páginas virtuales contenido.

 

Un acercamiento al mundo de la poesía y la cultura

Por supuesto, ante tanta cultura y versos trabajados, pinturas aquí y allá, reflexiones al por mayor, referencias musicales, cortometrajes, documentales, reportajes, música, teatro, libros, ecos de campanas alegrando viento, el andar del ser y de las hojas por las grietas del camino, igual que las olas por la piel y dolor del mar, y un sinfín de cosas más, en este viaje poético de Ángeles Juan solamente mencionaré, a manera de ejemplo, algunos versos retomados al azar.

Es el caso de los poemas-canciones escritos por Antonio Vega, como el sitio de mí recreo y palabras, versos que dejaron huella en toda una generación y tiempos venideros. La primera, nos refiere Ángeles Juan, “redonda y accesible, es una canción paisajística que habla de los lugares donde uno se encuentra a gusto física y espiritualmente. Ese sitio de recreo, más que un lugar concreto, es un estado de consenso que cada cual establece consigo mismo, un espacio no conflictivo. Así lo sentía el gran Antonio Vega y así la interpretamos en su honor y con amor nosotros”. En tanto que palabras, nos comentan, “habla de la elasticidad del tiempo, de la inmortalidad, y porque con palabras de amor dejó este mundo para alcanzar, más allá de la luz, la inmortalidad junto a su obra a través del tiempo”.

Este sentido de búsqueda en la expresión, de cuidar siempre el contenido y saber por qué cantar un determinado poema o versos del mismo, qué resaltar o enfatizar de él, es un trabajo previo de inmenso valor para las personas que les escuchamos y leemos. Su actitud es un acto de bondad, un compromiso y razón de ser, un dejar todo en cada interpretación o acto cultural realizado, incluyendo, por supuesto, los tiempos musicales y modulación de voz, paisajes de fondo, pinturas, ilustraciones, imágenes y contextos adecuados para ese contenido, tiempo y espacio que se canta. Nos proporcionan un todo cultural que mucho se valora, cuestión que manifiesto aquí para ya no ser reiterativo, porque este trabajo se percibe, insisto, en cada una de sus interpretaciones y expresiones culturales que lo ilustran.

Este parámetro de cuidado y rigurosidad, es posible constatarlo también al escuchar y ver el reconocimiento que hacen Ángeles Juan en el centenario de veinte poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda, su canto del poema número quince, me gusta cuando callas, versionando la canción que en su día hizo Paco Ibáñez e ilustrando, ahora, el canto del poema con óleos de la pintora finlandesa Elin Danielson.

En realidad, este parámetro de cuidado lo podemos encontrar en su obra entera, en ellos no hay distinción entre escritores, poetas, pintores, hay contenido, trabajo, cultura, búsqueda de motivar la expresión de esperanza y libertad en la conciencia.

Y ahí están sus voces y su guitarra diciéndonos al corazón: “yo voy soñando caminos / de la tarde. ¡Las colinas /doradas, los verdes pinos, / las polvorientas encinas! (…) / —La tarde cayendo está— / Mi cantar vuelve a plañir / Aguda espina dorada, / quién te volviera a sentir / en el corazón clavada”, de Antonio Machado, o bien, llevándonos de cuerpo y alma a pasear por la neblina, “entre la neblina nos hemos ido” de José Luis Morante: “la niebla / impregna los sentidos / y jamás / se consume. / El hombre / toca / las escamas dormidas del silencio. / No necesita nada, / y la nada que necesita / ya no es necesidad”; o por enamórate del silencio de Consuelo Jiménez:

“vístelo de sueño. / Escúchalo en los labios / que no alcanzas a besar. / Enamórate del verso / que trae la caricia del viento / brisa deseo puente viejo, / en su temblor amapola / pétalo metáfora en pie, / velo de ternura sostenido / en las pupilas del tiempo, / el segundo vence al minuto, / siempre, enamórate”.

Doy “vuelta a la página” y lo constato, de igual manera, en el canto y atmósfera cultural que Ángeles Juan nos obsequian al recordarnos el poema paredes sin espejos de Luis Miguel Malo Macaya:

“ya no estamos nosotros. / No son los muros estos / a aquellos parecidos / que un día fueron nuestros. / ¿Quién los habita ahora? / Decoran nuevos términos, / recluyen y ensimisman / refutados espectros: / poemas los conforman / dudosamente ciertos. / ¿Qué guardan? ¿cómo han ido / allá dentro a quedarse / virtualidades? Neutros / límites se cercioran / al margen de lo nuestro: / otros ojos releen / ahora aquellos versos / (entonces escuchados / y nunca dichos luego). / Otras intimidades / ocupan otros tiempos, / (silencios serán sólo, / sólo dirán silencios). / Nosotros, sin nosotros, / estaremos en ellos”.

Posteriormente nos recuerdan los versos de Mónica Manrique de Lara: “absorbo el cielo mirando hacia el mar / sobre la arena de un tiempo desierto, / quedan arriba las estrellas titubeantes / que se extienden como el humo / hacia el vacío, / bostezo blanco, gigante del frío. / Solo una barca ilumina las olas, / es como flor que despunta en un sueño” y, finalmente, los versos de Karmelo C. Iribarren que taladran el alma: “contra la soledad el único remedido válido es el amor, / los amigos pueden ser un bálsamo durante un tiempo, / pero la vida acaba con ellos. / Al final siempre resulta que no era tanto, / solo te queda el amor / y tiene que ser de verdad…”.

Aún reflexivo y meditabundo, camino por los senderos de mí mismo y me atrapa escucharles estos versos de Alfonso Brezmes: “a través de un espejo puedo verme / escribiendo un poema que no es mío; / escucho las palabras, son un río / a cuyas aguas voy para saberme / creyendo que podré salir inerme”; seguidos de estos otros del poema calma de Efí Cubero: “ante quien mira y pasa, / este amar permanece. / Bajo el cielo tan calmo/ de una luz tersa y pura / el mar tiene un sigilo/ de navaja dormida…/ Ojos entrecerrados, a punto de arrancarse. / Arrasarnos. / Hundirnos en su acero / hasta ser sólo olvido. Náufragos arrastrados al abrazo que ahoga…”; y de estos más de Héctor Berenguer: “cada día / que amamos / no se olvida. / Se olvida cada día / que no hemos amado. / Uno se conoce / en lo que ama / y se desconoce / en lo que no ama. / Porque amar / es olvidarse en otro / para reconocerse”.

 

Una y otra vez el trabajo destilado

Vuelvo a “doblar la página” virtual de Ángeles Juan y otra vez encuentro su trabajo destilado, medido, meditado, al retomar en su canto la expresión poética de Pedro Burgos Montero: “¡Oh, memoria pretérita, que haces / de mis recuerdos tabla rasa! / Si ella no me olvidara, / ¿para qué quiero casa, / caballo, cítara o concesiones? / Sus sueños serán / el mejor beso que puede / darle a un hijo del olvido / quien lo adivina y lo conoce”.

Posteriormente la de Benito Balam Florycanto: “vengo a arrebatar del hocico los códices devorados / las palabras de estuco grabadas en mis bóvedas / vengo a cincelar con extraños augurios mi rostro que no conozco / en el diente del dintel ya no habrá sombra de duda”; la de Pedro López Lara: “escribir poesía / es incendiar un bosque / y verlo luego arder / desde su centro / sin otro fin / que apalabrar las llamas. / Demorar hasta el verso / su recuerdo del fuego”; y la de Juan Martínez Iglesias: “con su mirada lánguida / luce impasible su penacho amarillo / de flor de noches. / Desde su pedestal / gotea sus trazos de luna / para aventar la esencia / de las doce más oscuras / e invade temblorosa / los grafitis de los contraluces”.

Se asoma la nostalgia, el recuerdo del mar y las gaviotas que alegres se deslizan por el aire. Doy un paso más y nuevamente me detengo al escucharles decir, decirme, decirnos, estos versos de Fran Alonso: “entre todas las ciudades prefiero / las que duermen sobre el mar / o aquellas que se alzan en la arena / del desierto. / Las primeras están habitadas / por sardinas de plata, / y las segundas por / dátiles de luz”; estos otros de Jesús-María Pérez Barreiros: “a veces / estoy solo / en la penumbra / de los días / las noches; / y te quiero. / A veces / llueve / y sale el sol; / y te quiero. / A veces / pienso en ti; / y te quiero. / Ahora, / es a veces; / y te quiero”; y este otro de Yolanda Correll, escribo al amor: “déjame que hable al amor, / que llene de letras / sus pozos sin fondo, / de palabras de ámbar / sus grietas desnudas”.

Todo un recital poético y, al mismo tiempo, un exhorto a leer y releer a los poetas hasta aquí citados y a los que ellos nos remiten, cuestión, me parece, trasciende, con mucho, un acto de divulgación cultural para instalarse, auténticamente, en un proceso educativo, didáctico, generador y modificador de conciencias, toda vez que propicia y amplía una visión de mundo en los receptores y, lo central, genera la posibilidad de modificar conductas.

Miles de ejemplos se pueden citar en este asomo a la obra cultural de Ángeles Juan, empero, permítaseme referirme solamente a uno más que, con su armonía de voces entrelazadas en las cuerdas de la guitarra, y el contenido mismo que encierra la palabra, sacuden el alma y la conciencia. Me refiero al poema por las calles de Castellón de DEYZ, Anixel (Mario Lee), que bien pueden ser las calles de cualquier parte del mundo:

“por las calles de Castellón / Anhelo a tu lado volver a pasear. / En aquel lugar del montón / donde nuestros corazones nunca se pudieron tocar. / Siento lástima por todo lo que veo pasar; / baños de sangre inocente / y puertas cerradas al prójimo para escapar. / Abrázame fuerte y consuélame; / dime que siempre te tendré. / Tengo miedo por todo lo que va a pasar; / países que se bombardearán, / almas que se apagarán / y ciudades que se hundirán bajo el mar. / Agárrame la mano fuerte y miénteme; / dime que todo saldrá bien. / Cuando el día llegue, / espero por las calles de Castellón / a tu lado poder caminar; en aquel lugar del montón / donde en un mundo de guerra / recordar nuestra paz”.

Dicho lo anterior, estimo oportuno cerrar este apartado, proporcionando una referencia puntual de las canciones compuestas por Ángeles Juan con los poemas de muy diversos escritores y, con ello, estar en la posibilidad de constatar su trabajo destilado. Estos poemas musicalizados, hasta finales de dos mil veinticuatro, son:

Rafael Morales (última chaqueta); José Martí (rosa blanca); Rubén Darío (canción de otoño en primavera); César Vallejo (los heraldos negros); José Hierro (vida); Gloria Fuentes (el regalo que yo quiero); Carlos Edmundo de Ory (hipérbole del amoroso, y, e invierno); Alfonso Brezmes (equipaje, tres deseos, paraíso en obras, sin sentirlo, que no te cuenten, últimamente, los puntos invisibles, repeticiones, mi voz ajena, desde que me he ido, dame la mano, y cuatro cosas).

Faustino Lobato Delgado (hay tanto viento, lento, y miedo); Karmelo C. Iribarren (amor, esos días); Genaro González Licea (nada dejo, voz dormida, ese azul, y recuerdo y olvido); José Iniesta (atados a un sueño, la voz del bosque, la vela de la vida, y las últimas rosas); Mónica Manrique de Lara (sin ser leña, mimesis, inmersión en la danza, y cauce de lo que está ocurriendo); Ana Montojo (un millón de años); Luis Malo Macaya (soneto a Blas de Otero).

Carmen Salas del Río (soñando presente, quisiera ser sirena de pelo blanco, imagine, y raíces); Marth Madhan Sundari (un amor puro, y la niebla del olvido); José Luis Morante (niebla de otoño); Consuelo Jiménez (enamórate); Carlos Roberto Gómez Beras (tres); Benito Balam (en el maya me asemejo); Nicolás Corraliza Tejeda (abril en los inviernos); Efi Cubero (compás de 3 por 4); Pedro Burgos Montero (Bogar, la usura usurpará la poesía); Jesús-María Pérez Barreiros (callar la voz, y a veces); Sara Bueno (sueños); Yolanda Corell ( y si yo fuera de aire).

 

Calidad del arte y la palabra

Al contenido y calidad de los versos, cuyo valor ya es intrínseco a los mismos, debe agregarse, no solamente la calidad de voz de Ángeles Fernández Martín y J. Juan López Raya, sin omitir, por supuesto, las cuerdas de su guitarra, sino también, como ya expuse, el contenido y gran riqueza cultural a la cual nos remite la totalidad de su trabajo, desde el nombre del autor, escritor, poeta, pintor o artista, hasta el nombre de la obra, el libro donde se ubican los versos, la edición de imágenes, arreglos y composición musical, óleos, la historia del arte, referencias históricas sobre el material presentado, efectos de sonido, fotomontaje, ciudades, autores, obras literarias, teatro, danza y fotografía. Combinación de gran riqueza cultural e incuestionable belleza, un todo armónico de piezas ensambladas en su justa y adecuada medida para el tema que se expone y se deja a nuestro alcance sin distinción alguna.

Y ahí están, por señalar algunas referencias, las acuarelas de Alfredo Gutiérrez, los dibujos de Alberto Cerritos, las pinturas de Elin Danielson, todos ellos generando una atmósfera tan viva. Sucede lo mismo con las pinturas de Edward Hopper; José Gutiérrez Solana; Rafael de la Rosa; Lita Cabellut y Rene Magritte. De igual manera es posible citar los óleos de Leonid Afrémov; Edvard Munch; Elicio Martínez Corcuera; Xochitl Espinoza Flores; Marcos Rey; Edward John Poynter; Salvador Dalí; Vincent Van Gogh y su desgarrador “anciano apenado (en la puerta de la eternidad), o bien, solamente para proporcionar unas referencias más, los óleos sobre tela de Diego Rivera; Jean-François Millet; John Frederick Kensett; Pierre—Auguste Renoir; Pieter Brueghel y Pablo Picasso, el llamado periodo azul de Picasso: la sopa, la tragedia, el viejo guitarrista ciego, la expresión de dolor y desesperanza de Picasso, de cualquier ser humano que vive la pérdida y el abandono del ser querido, el olvido, “ese azul olvido, ese, ese”.

Cada composición de Ángeles Juan es un ensamble de átomos de arte, expresión reflexiva, contenido y calidad humana. En cada uno de los poemas, contextos y contenidos, cantados o expuestos por ellos, uno pasaría, sin exagerar, horas y horas contemplando la profundidad del arte, reflexionando su fuerza y contenido en sí mismo, en su tiempo y en el nuestro, su potencia y sentido de la vida, su ocaso y su misterio de fondo inagotable, un suspiro y una eternidad. Ya no hablemos de corrientes de pensamiento o clasificación de la expresión artística.

Tarea que corresponde a cada cual. El mundo, cito a Ana María Matute, expresada en uno de los trabajos culturales de Ángeles Juan, “hay que fabricarlo uno mismo… / Hay que crear peldaños que te suban, que te saquen del pozo. / Hay que intentar la vida, / porque acaba siendo verdad”. Redondea lo anterior, la referencia a los versos de no volveré a ser joven de Jaime Gil, que incorpora Ángeles Juan, en el mismo trabajo donde expone el pensamiento de la autora referida: “como todos los jóvenes, yo vine a llevarme la vida por delante”. Este entretejido cultural, contenido en toda la obra, le proporciona un toque distintivo a su trabajo artístico-cultural, lo engrandece y nutre al que a el se acerque.

Por su puesto que en todo el trabajo de Ángeles Juan existe un sentido y compromiso social, mismo que reafirma cuando se manifiestan, por ejemplo, en contra de las adicciones, la violencia en general, contra la mujer y la infancia en particular, la guerra y la devastación de la naturaleza, temas tratados con responsabilidad, voz y música de fondo muy variada, pero adecuada y certera para cada exposición que nos presenta.

Es el caso de su trabajo ambiciones, refiriéndose al libro de Ape Rotoma, motivos para fumar: “cuando uno ve con claridad y supongo que eso ocurre más o menos pronto, según, que lo que conseguir lo que realmente le gustaría es imposible, uno siente un gran alivio. Para que hacer cosas que solo arreglan la cosas en forma parcial, o ni eso con lo que cuesta. Lo lúcido es pasar de todo y esperar sentado el milagro o la muerte, o lo que llegue antes”.

En otra parte su trabajo contra la guerra, recordándonos, antes que nada, las palabras de Alberto Camus: “la paz es la única batalla que vale la pena librar” y, a renglón seguido, nos muestran el escenario del concierto contra la guerra, a propósito del 40 aniversario de la Banda del Centro Instructivo Musical de Massanassa (Valencia), que se llevó a cabo en el Auditoria Municipal Salvador Seguí con participación de dicha Banda, dirigida por José Miguel Pérez Alemany, del Orfeó Micalet de Valencia y su director Miquel Juan García, y del Orfeó Polifónic de Massanassa del que son miembros Ángeles Juan, el fragmento coral que escuchamos es la parte I de “Campanades a Morts”, cuyo compositor es Lluís Llach.

Le sigue, teniendo como telón de fondo estos versos de Federico García Lorca, “el grito deja en el viento / una sombra de ciprés. / (Dejadme en este campo, / llorando)”, esta expresión de Ángeles Juan que, en realidad, se trasmina en todo su trabajo: “ojalá soplaran siempre vientos de paz que borraran todo grito de dolor y elevaran al cielo esperanzadoras canciones como esta…”.

Se escucha entonces, con su guitarra y voz, unión de voces, the wind (Yusuf / Cat Stevens), posteriormente tristes guerras de Miguel Hernández: “tristes guerras si no es amor la empresa. / Tristes, tristes armas si no son las palabras. / Tristes, tristes. / Tristes hombres si no mueren de amores. Tristes, tristes”, así como una gran cantidad de versos contra la violencia en sus distintas y variadas manifestaciones, ahí está, por ejemplo, su lectura el día contra la violencia machista, del texto de Eve Ensler: bajo el burka.

En esa misma tesitura, Ángeles Juan, a propósito de Miguel Ángel y el fresco en la Capilla Sixtina, efectúan esta reflexión que bien vale tenerla muy presente:

“si al tocar el dedo de Dios se encendiera la paz interior y se apagaran todas las guerras, miserias y sufrimientos de este mundo... ¡Qué fácil sería creer en el hombre! Cuando en 1512, Miguel Ángel finalmente completó el fresco en el techo de la Capilla Sixtina, los cardenales responsables de la obra, al observar que el maestro había pintado el panel de la creación del hombre con los dedos de Dios y Adán tocándose, le pidieron que lo rehiciera, y que los dedos de ambos se mantuvieran separados. Un detalle simple, pero con un significado sorprendente: Dios está ahí, pero la decisión de buscarlo depende del hombre. Si quiere, estirará el dedo, lo tocará, pero si no quiere, puede pasar toda su vida sin buscarlo. La última falange del dedo contraído de Adán representa así el libre albedrío”.

La decisión está en el hombre, en su educación humanitaria, en la poesía, en el arte, en el teatro y la guitarra, en la música. Dicen los musicólogos, nos recuerda Ángeles Juan, “que la música permite desarrollar orgánicamente mejoras en los conflictos e incluso a través de ella se pueden construir identidades culturales de paz. Ojalá la música tuviera el poder absoluto para sembrar la paz absoluta allá donde sonara. Mientras tanto vierte sus lágrimas por cada bomba que cae en cualquier rincón de nuestro belicoso mundo...”, y agregan, cito su poema llorar colores, “se tiñe el llanto de colores: / lágrimas rojas sin son de amores, / negras si de dolores. / Lágrimas amarillas de pura alegría / y son azules las de melancolía. / Mas amargo también es el llanto verde / por otro bosque cuyo frondoso manto pierde”.

 

El teatro, pisar y sentir las tablas

Ya que nos referimos al teatro, a esa indescriptible sensación de “pisar las tablas”, el entarimado, cabe mencionar las actuaciones de Ángeles Juan en el escenario, ya sea participando en un recital poético-musical y teatral en Cádiz, en Casa Amigos de Quiñones, o en el escaparate poético en Casa La Enredadera cantando poemas de más de una decena de poetas, musicalizados y trabajados previamente con el ensamble de voces.

La finalidad, nos dicen, además de que el Escaparate cumple un año de vida, recabar recursos para “financiar la revista cultural de Cádiz y fomentar la cultura crítica en la ciudad. Dando cabida a poetas, cantautores, raperos y cuentacuentos. Por las tablas del escaparate han pasado artistas más amateurs y más profesionales, visualizando así a todo el panorama underground de la ciudad”.

Naturalmente, sería imperdonable omitir la participación musical de Ángeles Juan en varias obras que han tenido lugar en el grupo de teatro Telón Cádiz Inclusión, mismas que, por supuesto, también están registradas en su espacio cultural virtual, es el caso de “la danza de las libélulas” presentada por “Año Cero” del grupo de teatro referido, y en la cual se “evoca la llamada dulce y al tiempo feroz de nuestro primer amor; transitando el paisaje y el sentido profundo de todas las cosas que puede hilvanar un beso, ese nuestro primer beso también”.

En el mismo escenario, está también su participación en “el fantasma que sólo sabía besar”, “la Mari y don Adolfo en el Pay Pay” o “EntreDos”. Por cierto, Ángeles Juan al referirse a esta última obra, nuevamente se hace presente la humildad al mencionar estas sus palabras: “la mayor recompensa al pisar y sentir las tablas es el aplauso del espectador, máxime cuando uno es tan sólo un humilde amateur y desarrolla, cuando puede, esta faceta por amor al arte”. El contexto de esta hermosa reflexión es el siguiente:

“¿Qué sucede cuando mezclamos a un premio Nobel de Literatura y a un Premio Nacional de Teatro? Hemos vertido en una cocktelera especial escenas de "Pareja abierta" (Dario Fo y Franca Rame) y el Cuadro de Amor y Humor al Fresco "Breve encuentro" (José Luis Alonso de Santos) y tras agitar resulta esta divertida comedia que lleva por título: EntreDos.

Muchas gracias a mi hermano Pedro, (director de Telón Cádiz Inclusión y también actor en esta obra), a nuestra maravillosa partenaire Marissa Greco, a nuestro apreciado Juanma Ramírez por sus canciones y a Patrick Pinter por su cartel y sus fotografías; pero, ante todo, gracias al público, razón de ser y antídoto de este veneno llamado teatro. La mayor recompensa al pisar y sentir las tablas es el aplauso del espectador, máxime cuando uno es tan sólo un humilde amateur y desarrolla, cuando puede, esta faceta por amor al arte inspirado por Talía y Melpómene”.

De la misma manera está la participación de don J. Juan López Raya en Kaso de alacrá cía teatro hispano-argentina, obra basada en el proceso de Kafka y llevada a la 13 Mostra de Teatre Alternatiu de Barcelona, así como la obra de teatro imagine: “título de uno de los poemas hechos canción que pudo escucharse (…) durante un encuentro en el que poesía, música y teatro se dieron de la mano para brillar en el patio del Espacio Cultural Amigos de Quiñones de Cádiz. El evento fue concebido para la poeta “graditana” Carmen Salas del Río y en el programa hubo recitado de poemas, canciones con versos del bellísimo poemario el cantar de las caracolas, y lectura dramatizada del cuento original de dicha poeta: unidos para subir a la luna, adaptado y reescrito como obra de teatro por J. Juan López Raya”.

Por supuesto, existen muchas más actuaciones solidarias de Ángeles Juan: Kaso de Alacrá (Compañía de Teatro hispano-argentina) en el papel de testigo de guardia; homicidi a domicili (imperfect murder), comedia escrita y dirigida por Elsa Nácher García y “representada por alumnos y colaboradores especiales de L'Escola Municipal de Teatre de Massanassa; su participación en el Teatro de la Terapia, y en el día mundial de la salud mental, donde, por cierto, nos recuerda el gran poema de León Felipe ya no hay locos, o bien, y para no saturarlos más, su intervención en el Orfeón Polifónic de Massanassa en homenaje Pepe Osorio, memorable momento que dio lugar a la siguiente reflexión de Ángeles Juan:

"la mano que te ofrece una rosa siempre conserva algo de su fragancia" solía decir Pepe. Así es, las personas que nos hacen bien siempre conservan un halo de bondad, de esencia sincera y de gratitud.

Por eso las personas que se ofrecen a los demás a través de buenos actos, de ayuda y de humildad son aquellos capaces de exprimir y conservar el mejor jugo del mundo: el de la solidaridad y el compromiso.

Así era Pepe, nuestro compañero Pepe Osorio, al que se ha llevado este virus, dejando en todos los que le conocimos ese aroma de la fresca rosa por su mano ofrecida”.

Es de mencionar, por cierto, que Ángeles Juan están vinculados desde finales de los años noventa a la Escola de Teatre Municipal de Massanassa, dirigida por Elsa Nácher García, han participado en decenas de montajes teatrales abarcando géneros diversos: comedias, dramas, género musical, recitales de música y poesía, teatro infantil (este siempre escrito por Elsa Nácher).

Así interpretaron obras de Federico García Loca (comedia sin título), Darío Fo (aquí no paga nadie), Enrique Jardiel Poncela (cuatro corazones con freno y marcha atrás), José Sanchis Sinisterra (teatro menor), Aristófanes (Lisístrata), Franca Rame y Fo (pareja abierta), por citar algunas, además de en obras diversas con dramaturgia de la citada directora Elsa Nácher en solitario y en algunas ocasiones libre adaptaciones y algún texto coescrito con el propio J. Juan López Raya. Se puede afirmar que es en la experiencia teatral de índole amateur de Ángeles Juan donde sintieron en carne propia la conjugación del verbo amar del arte con la mejor recompensa posible: el aplauso sincero del público al caer el telón tras cada función.

En este contexto de participación solidaria de Ángeles Juan, llevada a cabo de tantas formas y maneras como se ha podido, es de referir el apoyo a la Comunidad de Valencia por las inundaciones sufridas a fines del dos mil veinticuatro. Tengo en mente su trabajo que hace referencia a la imagen desgarradora de un ángel ciego, una enorme mano que se asoma de la corriente de agua encrespada sosteniendo un señalamiento de aviso con un dibujo rojo de alerta. La música de fondo es la adaptación de una canción de Silvio Rodríguez que hace referencia a “un ángel ciego está perdido / y se refugia en un dosel / donde, confiado, se ha dormido / como si nada fuera cruel”. El pueblo nuevamente se hace presente, “el pueblo salva al pueblo”. Apoyo solidario sin costras ni búsqueda de gloria, ahí entre barro y escombro, dolor y duelo.

En esta misma tesitura, se encuentra también tanto este proverbio indio que nos recuerdan los cantores y poetas motivo de este ensayo: “los árboles son las columnas del mundo, cuando se habrán cortado los últimos árboles, el cielo caerá sobre nosotros”, como su hermosa composición donde “toma voz el bosque en nombre de una naturaleza al borde del colapso. El hombre parece olvidar que es nuestra verdadera madre, y que lo que destruimos nos destruye”. Composición elaborada para la presentación, en Cádiz, del libro un tigre sin selva del poeta valenciano José Iniesta. Don José Iniesta, el poeta de innumerables versos, en mi recuerdo, cuatro de ellos musicalizados por Ángeles Juan: estar atado a un sueño, la voz del bosque, la vela de la vida y las últimas rosas: “todavía, en la antigua luz / del mundo que nos duele, / la belleza y la gracia / de unas rosas sin dueño / abiertas en la tarde, / junto al tiempo de un muro”. Poema este último repleto de dolor, de trozos de recuerdos, silencio y olvido que, quisiera saber por qué, me recuerda ese poemario de largo aliento enterrado muy al fondo de mí, llamado tumbas en el olvido. En esas rosas dormidas entre hierbas y piedras del camino, el alma amorosa de los muertos despierta en un capullo y sonríe sin odios ni rencores si la miras.

En resumidas cuentas, la idea de Ángeles Juan sigue en pie: igual que la poesía y el arte en general, el teatro también debe salir a las calles, y ahí dejo está su voz: “que salga el teatro a la calle y monte su escenario en la plataforma de unos caballitos que giran y giran como este mundo. Y que instalen carruseles en cada plaza, en cada parque, en cada calle, y el viento y un actor sobre un fabuloso corcel de cartón así declame”.

 

Cortometrajes, recitales y relatos

En la Casa de Cultura Ángeles Juan, virtual, a cielo abierto y al alcance de todos, uno se encuentra con sorpresas cada instante, es el caso de los relatos, recitales, cortometrajes, documentales, imágenes de arte, música, recuerdos de tiempos que se han ido y no se han ido por su huella dejada o vivida en el instante permanente del presente.

En este contexto bien se pueden mencionar aquellos recuerdos de lectura, en la escuela o en la casa, hecha por el maestro o ser querido que nos llevaba a recorrer el mundo, soñar e imaginar caminar sobre la arena sintiendo las lágrimas del mar, tocar el firmamento con los dedos y dormir con el arrullo amoroso de la luna y las estrellas.

Y ahí están Ángeles Juan leyendo poemas, cuentos y relatos a un lado de nosotros, en plazuelas, recitales o foros que con un cielo de lona se fija en cualquier parte. Escucho sus lecturas, narraciones, sus voces incrustadas en las cuerdas de su guitarra, y es indescriptible el mundo imaginario que vivo y que revivo, las historias nos seducen, la música nos habla, los barcos nos llevan mar adentro, el zumbido del viento nos sumerge en sueños. Recreamos un mundo, un lenguaje muy propio que solo el alma de cada quien sabrá sentir y descifrar en sus adentros.

Ahí está la presencia de Ángeles Juan en el foro Juan José Millás, leyendo textos del mismo Millás que nos hacen sentir que “los objetos nos llaman”; “despistes” de vecinos solitarios, “cerillos y fantasmas”, “una historia de fantasmas”, “la asesina del diván” o la locura de psicoanalista y psicoanalizada, “una vida y un sueño”: “y yo he soñado esta noche con un niño ucraniano perdido que iba de la mano de ese otro niño ruso y juntos llegaron hasta el umbral de una casa destruida por las bombas. Sin flaquear en su ánimo, crecieron construyendo un hogar común… Justo ahí desperté a la realidad”.

De esta manera, como he dicho, su presencia está ya sea leyendo, cantando o actuando, en pocas palabras, fomentando la cultura y generando la vivacidad de la conciencia, en tantos lugares como les es posible, en el Espacio Cultural Amigos de Quiñones, en festivales, plazas, aniversarios de poetas, escritores, o con motivo del día internacional del libro y mil actividades más.

Entre ellas, recuerdo aquí el documental de Ángeles Juan recorriendo las plazas, iglesias y contemplando el mar de Cádiz, con estas sus palabras: “qué placer por Cádiz caminar y callejear…”, ver el mar y el sol en su horizonte, cito su poema impresión, “su / rojo / reflejo / vibra encendido, / en un paisaje suspendido. / Dormido oleaje / zarandeado por los remos / de una barca perseguida / por su callada estela. / Y él / testigo de todo / por encima de todo él, / el sol. / Venga a nosotros su luz”. Agréguese a lo anterior este canto universal de Antonio Machado: “caminante, son tus huellas / el camino y nada más; / caminante, no hay camino, / se hace camino al andar. / Al andar se hace camino, / y al volver la vista atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar”.

Así mismo, recuerdo sus cortometrajes tu mano y palomitas. En este último escribe: “¿qué pasa cuando las inquietudes intelectuales, físicas y químicas sobrepasan el peso de los años? Tres amigos de toda la vida, Alberto, Mario y Pablo, tienen un común aliciente de alto vuelo para sobrellevar la demoledora rutina”. Corto metraje donde intervienen tres personas: Paco, Juan y Jesús López Raya (de este último, por cierto, son estos versos: “sólo la belleza, / la belleza del lirio azul / sobre la nieve, / la de tus ojos / espejo cristalino. / Sólo la belleza, / la belleza eterna de las almas / nos salvará mañana”).

Por otra parte, el corto tu mano se introduce con estas palabras: “¡Ta-ta-clac/, ta-ta-clac! regresa a nuestra infancia a golpe de barrote, ta-ta-clac, volverse juguetonas nuestras manos sin importarles ensuciarse en su jocoso recorrido, ¡ta-ta-clac/ ta-ta-clac!”, para concluir: “la realidad, como decía Cortázar, responde a nuestros sueños, aboliendo la falsa frontera entre lo ilusorio y lo tangible, y ahí recobramos el paraíso perdido por un instante, al toque de cada barrote, y ahí nos encontramos para no perdernos y seguir soñando juntos…”. Al final, una paloma, como símbolo de paz, alzando el vuelo.

Dicho entre paréntesis, esta última expresión de la paloma, como símbolo de paz y libertad, me lleva a recordar a la “paloma de la paz”, pequeña escultura en bronce elaborada por don Santiago de Santiago Hernández (1925 — 2023), y que él mismo me obsequio, junto con un libro de sus esculturas, poemas y anécdotas muy variadas de los llamados profesionales tenidos en su vida de pintor y escultor. Otro día escribiré al respecto. Estoy en deuda.

En el segundo palomitas, el escenario es en una plazuela de Cádiz, sus estructuras limpias, blancas, y el cielo azul hermanado con el mar. En esa plaza pública, con sus árboles y palmeras de sombra y abanico, tres adultos mayores se reúnen para proporcionar comida a las palomas. Uno de ellos tiene en su mano el poemario volver de Jaime Gil de Biedma, sintiendo el peso de los años, “que la vida iba en serio”, otro, “el país”, el legendario periódico español, y el tercero llega con la bolsa de palomitas para las palomas que habitan la plazuela.

Existen, por supuesto, muchos más cortometrajes, narraciones y lecturas en la voz de Ángeles Juan, entre ellos el espontáneo corto metraje del cual emana está reflexión que nos remite ni más ni menos que a don José Martínez Ruiz, mejor conocido como Azorín:

“perdidos en el Palacio del Mayorazgo de Arcos de la Frontera, llega la inspiración de mano de la improvisación absoluta en la realización de un corto sin guion…

Pero, ¿quién necesita guion por escrito, teniendo a mano un buen balcón al que asomarse, una sartén de abajao con buen jamón y un arco bajo el que repartir fraternales besos?

Disfrutando con dos de mis queridos hermanos, Paco y Jesús, durante un día perfecto en este precioso pueblo blanco de la Sierra de Cádiz al que así se refirió Azorín: “no hay en esta serranía pueblo más pintoresco””.

Tratándose de narraciones, cito aquí, en la voz de Ángeles Juan, el gran sueño europeo de Ariel Fridman: “un hombre mira hacía su sangre en el lecho de tránsito al más allá. De repente siente un olor delicioso que lo nutre de quietud. Un bálsamo suavísimo que alivia. Que ensalza sus miserias. Un aroma como una presencia que revive. Hace que desafíe a la muerte. Se descuelga de la cama, se incorpora con mucha dificultad y avanza como puede hacia la cocina”; o el extraordinario fragmento de la luz de la mesita de noche de Juan Pardo Sandoval.

En esta misma línea podemos escuchar microcuentos, es el caso de bajo la lluvia e inseparables, y de perfectos imperfectos de Tere Suárez Saavedra, este último menciona: “érase una vez un par de imperfectos que encajaban a la perfección, ella no quiso cambiarle y él la dejó ser. Eso les hizo perfectos el uno para el otro", o bien narraciones como sueño en gris con sonrisa de color del propio J. Juan López Raya.

 

Comentarios, reflexiones y expresiones de amor

Por otra parte, existen innumerables comentarios de obras literarias, de novelas, por dar un ejemplo, el huerto de Emerson de Luis Landero, así como reflexiones de filósofos y escritores en general, es el caso de las siguientes sentencias de Karmelo C. Iribarren: amor, apenas / cuatro letras. / Y cabe / tanto dentro. / Y duele tanto / cuando te dejan / fuera; el frío, allí, / donde / termina / tu mirada, / empieza el frío”; en el parque, qué sería / de los árboles / sin el viento, / sin poder / -de vez en cuando- / murmurar un poco”. La posible secuencia de estas reflexiones, el mismo autor la escribe de la siguiente manera: “contra la soledad el único remedio válido es el amor”, rotunda expresión y, sin embargo, agrega: “los amigos pueden ser un bálsamo durante un tiempo, / pero la vida acaba con ellos. / Al final siempre resulta que no era tanto, / solo te queda el amor / y tiene que ser de verdad…”.

La mirada, el amor, el amoroso amor del beso natural del beso que enciende la ilusión del alma, del latir de la vida entre las flores de invierno y su renacer en primavera. Temas inagotables acariciados por los poetas y que musicalizan Ángeles Juan, es el caso de Héctor Berenguer que expresa el amor desde la lluvia interna del ser: “a veces llueve adentro / y me amparo de la lluvia para refugiarme, para hurgarme en lo más hondo (…) y así vivir, es el único instante verdadero de amor sin reparos de un bautismo sin lágrimas”, o de Francisco Marín Campos con sus versos de declaración de amor: “como maduran las frutas, / sin saberlo, / se formaron azúcares de gozo / recorriéndome las venas / las chispas de algún fuego. / Como las rocas se deshacen / en suelo, sin sentirlo, / se abrieron grietas dulces / donde enraizó la hiedra, / las coronas azules de tus ojos / en mi corazón endurecido / tan blandamente”.

En el mismo sentido están estos versos de Fer Gutiérrez: “te miré / apartaste la mirada. / Nada en ese momento / tan disoluble / como mis ojos. / Nada / bajo un cielo / que de efervescencia / se llenaba”. Estos otros de Yolanda Correll Almuzara: “y si no fueras de viento / y solo fueras de brisa / que acaricia los jazmines / dormidos en la azotea / con breve arrullo, sin prisa. / Tal vez si no fueras de mar / y escondida entre la lluvia / anegases con tus gotas / la ternura de unos ojos / yermos de lágrimas, muertos. / Si quizás fueras de luna / en noche negra y aciaga / azucenas bailarinas / brillarían en tu vientre / velándote la amargura”.

Por supuesto, sobre el tema mencionado están los versos de la autoría del mismo Ángeles Juan, me refiero a su expresión poética el beso: “besos en la arena / la mar serena, / besos de ida / curando heridas. / Besos de vuelta / con la mar revuelta. / Entre la espuma / y sobre la bruma / besos salados / te han alcanzado. / Van a tu lado / a tu costado”, y ese beso: “ese beso / que te encadena / a tu amor verdadero. / Ese beso / que antes llega con la mirada cómplice, silenciosa. / Ese beso / juvenil, / acalorado y sincero. / Ese beso / al que quieres volver, / que tu sentido arrebata / palpitando en anhelos. / Ese beso / que su huella deja / en la memoria / y en los labios / como sol / que funde el hielo. / Y hoy / no quisiera / engolar mi voz, / tan sólo engolar mi beso”.

Agregaría tres reflexiones de don Pedro Burgos Montero. La primera refiere: “bogar, bogar, bogar, /hasta que ya no quede/ más agua/ ni más barco/ ni exista marinero / ni haya náufragos”. La segunda tiene que ver con la espera: “un hombre viejo en un pueblo chico se sienta en la parada del autobús a esperar a nadie. El autobús ya se ha ido y en el pueblo no sucede nada al parecer, ni pasa otra cosa que no sea el tiempo y la luz de a agosto”, y, la tercera reflexión, por su parte, tiene que ver con un verso de reflexión muy íntimo y en la soledad de alguien que siente como suyo el dolor del otro, lo tituló poema irrealmente soñado. Aquí el poema completo:

“me siento a escuchar el aire que me habla de todo… / cruzan algunos pájaros flechados, se entremezclan luces y sombras / ladran los perros a los lejos / el cielo se parece a un óleo de Velázquez / nadie me mira y a nadie veo / cruje la vaca de ojos grandes / las hojas se van juntando / el silencio vuela sin moverse / cada sonido es el preludio de otro / se oyen esquilas en algún sitio / una mujer revive el fuego / hay magia en una piedra sola / los olivos son viejos con sombreros. / el niño no conoce a ningún / lo países son ahora un país único / éxito y fracaso se saludan / la aloma de Picasso solo es un cuadro… / Homero no escribió jamás la Ilíada”.

 

Un verso tras otros: polvo musical de estrellas

Como es natural, a unos pasos de estas reflexiones podemos escuchar un verso tras otro con la voz y canto de poemas trabajados por Ángeles Juan: es el caso de aquella mujer fuerte siempre lloraba a solas, de Ana Montojo; cierra los ojos y escucha / el canto anónimo del pájaro: / podría irse uno y llegar otro / y no te darías cuenta, de don Alfonso Brezmes o tres deseos del mismo don Alfonso.

Sin pasar por alto por la orilla cantando de Ángeles Fernández Martín “dame tu voz y alcanzaré para ti mil mariposas”, y cielo azul de J. Juan López Raya. El primero expresa: “por la orilla cantando, / paseo mi deseo / de querer ser siempre voz entre las olas, / de querer tener, siempre en la tierra, / el mar cercano, / y querer tener mañana, / como ayer y hoy, / tendida hacia mí tu mano, / escuchar tu voz junto a mi costado / y ver mil mariposas / acariciándonos el alma”, en tanto que el segundo expresa: “mirar el cielo gris / e imaginar / que nos hace un guiño el sol / y de azul lo tiñe, / es como montar en bicicleta: / Nunca / se olvida ese azul, / así pasaran mil días seguidos / de grises cielos”.

Es el caso también de ese bellísimo poema de José Hierro, vida: “después de todo, todo ha sido nada, / a pesar de que un día lo fue todo. / Después de nada, o después de todo / supe que todo no era más que nada”; o el de don Faustino Delgado, hay tanto viento, poema dedicado a su padre fallecido tras sufrir la persona Alzheimer: “tu memoria se quema a la sombra del silencio, / arde en el fuego original / de tu sonrisa. / Cuánto aprendí / en ese no decir nada y en tus gestos diciéndolo todo, cuánto”.

Otros ejemplos, azarosos, naturalmente, pues toda la obra poético musical que aquí comentamos es, en realidad un ejemplo, serían las siguientes palabras de amor de Karmelo C. Iribarren: “no las digas, / si no quieres; / no es necesario. / Cuando / me miras / de esa forma, / a veces... / sé que están / todas ahí”. Estos versos de Sara Buho: “la vida comienza / involuntariamente / tantas veces como latidos, / como suspiros, / como sonrisas / contenemos”, y este poema de Ángela Serna, el grito, “sólo un puente / sobre el agua / puede sostener / la tensión de tu rostro. / Tanta soledad / es sólo un paso / hasta la nada que presientes. / Nada, salvo la luz / podrá otorgarte un rasgo de humanidad. / No escuches el silencio, / No mires el paisaje que transitas. / Aférrate a tu quietud / y olvida, / el puente soportará el peso de tu esperanza”.

Al contenido poético antes referido le acompañan las voces y creatividad de Ángeles Juan, pero también, imágenes y óleos cuidadosamente seleccionados por ellos, de acuerdo con el contenido del poema o escrito literario de que se trate, a lo dicho se agrega un trabajo más: el de las versiones y arreglos musicales en armonía con el todo que se expone. Es un placer escuchar la incorporación de canciones y piezas musicales que han propiciado toda una revolución cultural.

Dentro de esas versiones y arreglos musicales podemos escuchar las notas inconfundibles de Mozart, Beethoven, Bach, Chopin, Strauss, Schubert, Ravel, Brahms, Tchaikovsky o Vivaldi, podemos escuchar también tangos y canciones de Víctor Jara, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Antonio Vega, Paco Ibáñez, Violeta Parra, Luis Eduardo Aute, Joaquín Sabina o Juan Manuel Serrat. En otro contexto, versiones en castellano de Leonard Cohen, Madredeus, o Because de The Beatles; Lovin’thing de Electric Light Orchestra; La mer de Charles Trenet; No, Woman, no cry de Bob Marley; Harvest moon" (Neil Young); "Lady Jane" de los Rolling Stones; y Nuages de Django Reinhardt, bajo la expresión de la guitarra de don J. Juan López Raya.

Naturalmente, a esta pluralidad musical referida como ejemplo, se debe agregar la que tiene que ver con ritmos y sonidos musicales producidos por la propia naturaleza en el devenir de la vida cotidiana y capturados de manera magistral por nuestros cantautores motivo de este escrito: el movimiento del mar acompañado de un blanco de luna o un sol a plomo, el canto de las olas, su grito al perderse como espuma o al abrazar la piedra de su adiós, el aire, el devenir del aire, ya sea en su propia soledad, paz o enfado, o acompañado de una hoja que inicia su camino, unos pasos que ya no volverán, una lluvia, un rocío, el frío del invierno, de la noche o del misterio del silencio que aún nadie sabe a dónde inicia y a dónde va. El silencio, ese “espacio divino, / presencia creativa, / música, / vibración del alma, / amor”, diría Indíra Lëkv.

Veo a ninguna parte, mi ser transita en el vacío, escucho el ritmo musical de mi propia ausencia y soledad. A lo lejos, muy a lo lejos, escucho cantar a Ángeles Juan los versos de Efi Cubero que están en compás de tres por cuatro: "somos supervivientes escuchando un crujir de recuerdos / tras los pasos inciertos como advertencia de lo ya perdido. / Volvemos al origen, somos viento, algo de brasa y de melancolía, / rastros que hemos dejado entre las hojas o las simas profundas, / de tiempo y soledad".

Después volver, poema de Faustino Lobato Delgado de su libro en el ángulo incierto del espacio: “volver, siempre se vuelve, / con la huella de otros aromas pegada a la piel de la memoria, / con el fuego de otras miradas, / de otros paisajes, / volver como si nunca hubiese salido. / Y en este punto cero de mi soledad sola, / lejos de la validad y el oro de la gloria te encuentro”.

Todo me lleva a meditar la vida, sentir el instante único de vivir, reflexionar el andar de las sombras que van a cualquier parte. En la misma voz de Ángeles Juan escucho amaneceres de Inés Castellanos: “hoy me queman las cenizas que van enmudeciendo los milagros, / las manos que no se tienden, los brazos que no se alargan (…). / A dónde se fueron todos los posibles, / unos miran, todos callan, ¿quién escucha? / Así se espera lo que nunca llega, / quizá ahora solo sea eso: / sobrevivir con una plegaria en los labios, / mientras nos esperan piadosos los amaneceres”.

Le siguen instantes, de gran profundidad y belleza, como éstos: "mirar en la inocencia hasta sentir inocencia, para alcanzar, de lo bello, lo invencible", de Mónica Manrique de Lara; “no te preocupes, sueña, las estrellas son solo una ilusión” de Efi Cubero; “madurar es aprender a que se haga el silencio cuando deseas… Madurar es entender que solo el conocimiento es liberador” de Paco Huelva; “la noche va cayendo sobre cualquier decepción que yo pueda sentir” de Julia Lasagabaster;

La poesía, ese “eco de todas las cosas”, como señala Consuelo Jiménez, ese misterio, a mi parecer, que encierran las palabras, luces y sombras de piedra y agua, de silencio encendido en el viento, ese canto musical de León Felipe, difundido en su momento por Paco Ibáñez y ahora por Ángeles Juan, como tú: “así es mi vida, / piedra, / como tú; como tú, / piedra pequeña; / como tú, / piedra ligera; (…) como tú, que no has servido / para ser ni rueda / de una lonja, / ni piedra de una audiencia, / ni piedra de un palacio, / ni piedra de una iglesia …”.

 

La cultura: amoroso sendero de vivir

Al amanecer, acompañado de un sorbo de café y sin más ruido que los pájaros cantando, escucho en la voz y la guitarra de Ángeles Juan, los miedos de Francisco Marín Campos; las flores de Ismael Cabezas; es amor de Rosa Creixell; escribo al amor de Yolanda Corell; ausencia de Filo Castro Ruiz; universo paralelo de Benjamín Parra Arias; vocación de las alas de Mónica Manrique de Lara; el mar de Mario Benedetti:

“¿qué es en definitiva el mar? / ¿por qué seduce? ¿Por qué tienta? / suele invadirnos como un dogma / y nos obliga a ser orilla (…) es probable que nunca haya respuesta / pero igual seguiremos preguntando / ¿qué es por ventura el mar? / ¿Por qué fascina el mar? ¿qué significa / ese enigma que queda / más acá y más allá del horizonte?”.

Después les escucho amapolas de Fer Gutiérrez: “llorar amapolas a modo de caricias”; asonancia de Alfonso Brezmes: “la vida, esa vieja película y esa extraña sensación de haberte perdido algo importante de la trama”; del mismo Brezmes “yo / me iba / y tú apenas llegabas. / Fue hermoso adivinarse / como dos veleros fantasma / en el mar sin mar del poema. / No pudimos ver nuestras caras. / Yo apenas volvía / y tú ya te marchabas... “.

Les escucho también si tengo que callar la voz de Jesús-María Pérez Barreiros; melancolía de Fabiola Rubio; perdidos de Héctor Berenguer; y el viaje definitivo de Juan Ramón Jiménez, poema que me reconforta y tranquiliza el alma: “y yo me iré y se quedarán los pájaros cantando…”.

En la casa virtual de Ángeles Juan todo es una expresión cultural puesta en la palma de la mano, una aportación honesta, sin dobleces, desinteresada y carece de fines lucrativos, es un “abrazo en clave de sol mayor”, una aportación que busca acercarnos al mundo y a nosotros mismos, sentir su presencia y nuestra presencia en él, interpretarlo e interpretarnos, construirlo y, al hacerlo, reconstruir la fuerza vital de nuestro propio ser. Tema nada sencillo, puesto que, además de fortalecernos, nos asoma al desapego y a la soledad del ser, al miedo a la libertad, diría Erich Fromm desde el propio título de su libro, al miedo de utilizar y saber utilizar la libertad.

Nada fácil abordar, desde las entrañas, el tema de la libertad y la esperanza del ser. “Ahí, donde el frío acecha, surge una luminosa llama para dar calor a la esperanza”, nos dice Ángeles Juan, son sus palabras puestas sobre la mesa, lo demás dependerá de cada quien. Tema que retoma a propósito de la ilusión, el gusto, la alegría de recibir ese espléndido libro de título rehacer el alba de Faustino Lobato Delgado, cuya expresión central, se diría, es la desesperanza, el desahucio del ser y de la vida, el agotamiento del tiempo, el necesario agotamiento del tiempo para reencauzar la ilusión y el sentido de las cosas, su equilibrio y justa medida, en particular, nos expresa Ángeles Juan, “por aquellas pequeñas cosas que hacen nuestra vida un poquito mejor en el día a día. Lo imprescindible que resulta mantener, no perder nunca del todo, la esperanza depositada en esto que se llama vivir”.

El tema de la esperanza está en toda la casa de cultura virtual de Ángeles Juan, es una esperanza que retoma el pasado y deslumbra de frente el futuro, al hacerlo de esta manera, si entiendo bien, crea con mayor fuerza el presente, el ser, el ser viviente y el ser pensante, nos encara con él, igual que lo hace Carmen Salas del Río en su poema creando presente, interpretado, por supuesto, por Ángeles Juan, de ahí los siguientes versos:

“una tarde cualquiera de noviembre / bajo la mirada de la Luna / que de sangre se le antoja / la poeta persevera, / no abandona en la amenaza velada, / se centra en consumir / esa luz que le quema / antes de la esperanza, / creando su presente / con la pluma virtual / y en su mar una barca / solitaria en la orilla / espera su llegada / y de los nuevos versos / vocalizando estrellas”.

La esperanza transmitida de mil formas por Ángeles Juan, ya sea cantando el poema medianoche de Luis Miguel Malo Macaya: "es de noche. / Rumores como sombras / velan la oscuridad tras las ventanas. / Un temor contagioso a ciertas horas / altas de soledad y madrugada / ha venido a cifrarse en otro nombre / excluyente del mío. Sus palabras / van cumpliendo las horas del conforme / poema donde duerme mi esperanza”, o la petición a los Reyes Magos de Gloria Fuentes: “he de pedir a los Reyes / algo que aquí no tengo: / pido dones de alegría / y la canción de un jilguero, / y la flor de la esperanza / y una fe que venza el miedo”.

O bien cantando los versos del poema el grito de Ángela Serna: nada, salvo la luz / podrá otorgarte un rasgo de humanidad. / No escuches el silencio, / No mires el paisaje que transitas. / Aférrate a tu quietud / y olvida, / el puente soportará el peso de tu esperanza” o, para no cansarlos más, estos versos de Carmen Salas del Río, a quien he citado líneas arriba: “nada, salvo la luz / podrá otorgarte un rasgo de humanidad. / No escuches el silencio, / No mires el paisaje que transitas. / Aférrate a tu quietud / y olvida, / el puente soportará el peso de tu esperanza”.

No es de omitir que Ángeles Juan también le hablan y cantan a la desesperanza, esa expresión dolorosa de piedra martirizada, amarga, que forma parte de los pasos de nuestro camino, de las sombras que se han ido sin regresar y, sin embargo, uno aún las siente y las espera. Ahí está su voz y su guitarra recordándonos hace un millón de años de Ana Montojo ubicado en su libro, en su primer libro, la niebla del tiempo:

“hace un millón de años que te espero / con la puerta entornada / por si ocurre el milagro de que vuelvas / algún amanecer / a escribir en mi vientre versos alejandrinos. / Hace un millón de años que no estás / pero aún tu fantasma me persigue / en las noches sin luna, / sin fugaces perseidas ni aguacero; / sin rayo que me parta”.

Por citar uno más, está también el bosque invisible de Alfonso Brezmes, retomo las palabras de La Garúa Editorial, referidas por Ángeles Juan: “en ese jardín de tiempo perdido y de frutos por recoger que a menudo es la vida, esperando un momento propicio que nunca acaba de llegar, Alfonso Brezmes ha plantado un árbol de palabras que dan hambre en vez de calmarla. Que dan luz en vez de sombra. Y a cuya vera, sin embargo, queremos estar. Porque es tiempo de darse cuenta. Tiempo de subirse a lomos del tiempo y hacer del ahora el verdadero paraíso. El único que nos ha sido dado y no hemos sabido conservar”.

Y qué decir de la tristeza del viento, del viento interior que deja el ser amado. Leo entonces estas líneas de gratitud de Ángeles Juan, entrelazadas con las letras de Faustino Lobato:

“Recibimos encantados este precioso regalo de la poeta gaditana/granadina Carmen Salas del Río: el cantar de las caracolas que invita a sentir y disfrutar del mar con los cinco sentidos, dejándose ver, oler, escuchar, tocar y saborear su salada claridad. Pero hay mucho más que océano entre sus poemas...

Así, como muy bien dice el poeta Faustino Lobato, este poemario es el trazo del viento en el mar que apunta a la condición de ser, un poner de relieve el silencio de los que piden justicia, un acercar la presencia de aquellos que se fueron. Esta obra es la lectura valiente de una mujer que enfrenta todo "a golpe de los vientos/ que la vieron nacer". Un poemario hecho desde el interior dejando que las caracolas, como imagen de la conciencia más profunda, inspire la belleza de sus versos...

Estructurado en tres partes, hemos seleccionado el poema ven del cantar I para poner nuestras voces a tan hermoso poema: Ven, vuela conmigo sin alas sobre las olas de blancas espuma, / ven a subir y bajar con ellas los tramos del camino / los que saben a hiel los que traen alborozo …”

Pensativo y meditabundo regreso a la tristeza y a la nostalgia, miro, a lo lejos, caer a plomo mi existencia como un atardecer en el ocaso. El silencio se humedece al sentir de cerca mi vacío. Escucho entonces el poema tristeza de Karmelo C. Iribarren, en la voz de los protagonistas de este viaje poético musical, tristeza: “alguien dijo / que era el musgo / que le sale al alma / cuando no deja de llover / sobre la ausencia. / No es una mala definición. / A veces / unos días de sol en primavera pueden ser suficientes para quitártela de encima. / O eso piensas, / hasta que la conoces de verdad”; posteriormente estas palabras de Benjamín Parra Arias: “el tiempo, que a veces parece un siglo, que a veces no es más que un suspiro al aire de la tarde, que se esconde en los pliegues de la piel de los viejos, que resbala perfumado por la piel de los niños...”.

Me levanto, mi alma se dispersa en mi soledad y escucho, en la misma voz de Ángeles Juan, los versos de un poema que tengo muy aparte, se trata de compás de tres por cuatro de Efi Cubero que a la letra dice:

“sobre el desasosiego de sus vetas profundas, / el mundo zozobraba en lo inestable bajo la tensa calma / de todo lo precario de las líneas en la fragilidad del balanceo, / pendular movimiento de interiores entre interrogaciones / de un tiempo concentrado sobre el instante mismo / en la fragilidad de las certezas / frente a la noche armada de lámpara encendida. / Llega esta incertidumbre de perdernos / mas no quiero pensar en la tristeza / al descender de pronto hasta la cripta / que encogió nuestros cuerpos”.

Esperanza y libertad, expresiones presentes en cada poro de los poemas musicalizados por Ángeles Juan, en cada nota de su guitarra. Esa guitarra que es parte del grito de Alberti a los Gaditanos y al mundo entero: “levantad / en vuestras viejas guitarras / el sol de la libertad”. Sobre el mismo tema, permítanme citar, en este viaje poético musical, parte del poema libertad de Santiago García Diéguez que tan emotivamente escuchamos en voz de nuestros cantautores: “a lo largo de la historia, / cuantas luchas por tenerte, / cuantas porque no te tengan, / tú te mantienes inerte...!! (…) Vuela alto, no te rindas, / a pesar de la adversidad, / dependemos de tu vuelo... / Y de tu nombre, libertad”.

Como dije, el tema de la esperanza y la libertad comprende, también, la desesperanza y melancolía, la esclavitud y la indigencia de uno mismo, siempre presente en nuestro ser como volcán encendido. Cuestión que es posible encontrar en cada apartado de este viaje poético musical. Ya no me detengo más, permítanme seguir mi camino.

 

Voces enlazadas como el viento cruzando el mar

De la misma manera que existen siempre generaciones, igual que la del veintisiete, las anteriores y posteriores a ella, que lucharon y lucharán por la dignidad, la esperanza y la libertad en España y en el mundo entero, guiados por el alma de labradores, mineros, pescadores, obreros y aceituneros, almas de trigo, de maíz y barro, así también Ángeles Juan retomaron el camino del canto, de la voz y la palabra labrando la conciencia.

Voces generosas y sinceras forjadas en los llanos y en los muelles, en las barcas y en las minas hechas de carbón y pedazos de cruz y tierra, de metal encendido bajo tierra. Son poetas, intérpretes y traductores de la sequedad del llano, del llorido de las olas y la soledad del mar. Son veleros de los poetas, guitarra de sus sueños y dolor, de su amor y paisaje interno desolado, triste, vivo, amoroso, como el vaivén del infinito que nos mira.

Son canto de manantiales, rocío dormido en la arena. Agua de permanente andar, musgo encendido en el agua, creación que nace de la creación. Son compromiso profundo con la dignidad humana, expresión de un pasado y presente que florece, de un futuro esperanzador. Son almas llenas de amor que uno se encuentra en el camino, como agua fresca que el sediento bebe para después seguir forjando su destino. Dos voces enlazadas como el viento cruzando el mar, el sol que abriga la esperanza y libertad del ser, la conciencia de encontrarse uno mismo en el silencio sintiendo la grandeza de vivir, la fuerza del otro caminando en uno, la fuerza de sus manos en las nuestras construyendo “el puente que soportará el peso de tu esperanza”, dirían nuestros cantautores que le dan título a este recorrido o viaje poético.

Abren y reabren caminos, no juzgan, enriquecen. Su trabajo recrea y, al mismo tiempo, es una nueva creación de los poemas del otro que son suyos, los arropan y transmiten la esencia de los mismos, la esencia del lector, del artista, del visionario en la construcción de la cultura. En ellos la cultura no es ruptura sino un continuo manantial de búsqueda de mares y conciencias. Su trabajo no es para la polémica, es un medio de creación para generar conciencia sobre el tiempo y nuestra existencia y admite tantas lecturas como almas a él se acerquen. Su obra carece de fronteras.

Son dos voces en una cruzando como el viento el mar, dos maestros en uno, generosos y comprometidos con el bienestar del mundo, veleros amorosos que llevan en su alma la esencia de la poesía del otro y la creación y recreación de la propia, son veleros de mar profundo navegando por los soles y los vientos buscando trozos de libertad, libres conciencias envueltas en libertad, agua, manantial de luz, piedra amorosa construyendo el ser y el infinito de lo que somos.

Con ellos uno escucha el sonido de la vida, de la muerte y del amor, nos asoman al mundo mágico de la poesía, al misterio del silencio y la creación. “Todo puede reflejar un poema, nos dicen Ángeles Juan en su poema reflejos, lo vaporoso que se nos escapa, lo tangible que nos acomoda. Puede que ambas cosas a la vez, como este que me atrapa sin pretenderlo y del que huyo para salvarme”.

En ellos la poesía del otro en los adentros de uno, es un mirar interno que late como el corazón de un niño, en ellos se escucha con los ojos el arte y la poesía, y se ve con el corazón y el oído el misterio de la creación, el ser que se asoma a su origen y destino: el alma y el silencio, el viento, la sombra y la luz del viento, y entre ellos, la nube, “perdida alma del monte, escribe en unos versos Ángeles Juan, paseas buscando / el mar y su horizonte. / Islote vaporoso / soplo de un soplo / suspendido. / Pasas sin prisa / sobre naranjales / desgarrada del cielo / al que perteneces”.

Son personas que, como todo maestro, siempre estarán ahí, a lado nuestro o al fondo de nuestro ser, solo hay que reconocerlos al sentir sus pasos en los nuestros, vernos en ellos, caminar con ellos, siempre están y estarán ahí en nosotros y entre nosotros, nunca en el olvido, estarán, diría en mismo Ángeles Juan en uno de sus poemas, al fondo del mar, del mar cultural de múltiples colores al fondo de nosotros mismos, igual que el “lecho marino: cansadas de dar sombra, / corretean hasta que / alzan el vuelo / a un soplido del viento / y allá van revueltas, / secas y amarillentas; / revolotean / buscando / su lecho en el mar”.

Ángeles Juan, dos maestros generosos que nos recuerdan que la poesía y el arte siempre están ahí, igual que los poetas y artistas, viviendo entre nosotros por generaciones, nunca en el olvido ni esperando el pedestal donde anidan las palomas. Son dos voces, dos almas que habitan y habitarán en la brisa, en el cauce del río, en las olas del mar, en el sol que despierta el día y esclarece el alma poética del ser, caminos y desiertos, bosques y montañas. Son dos voces que despiertan los sentidos y siembran en nuestro interior la semilla que pregunta, interroga y responde al mismo tiempo.

Son dos almas que nos recuerdas que, en el amplio y complejo mundo de la poesía y la cultura, se requiere mucha humildad para caminar. Nadie sabe más que otro, cada quien sabe lo que tiene que saber, su límite o búsqueda sin fondo está en él, no existe un espacio de poder sino una búsqueda de esperanza y libertad, un camino, una luz y una sombra, una sombra a la zaga como escribe Ángeles Juan en uno de sus versos: “caminando / hacia la luz / dejamos atrás / nuestra propia sombra. / Déjala / que nos persiga cuando quiera, / a ver si se aburre”.

No es gratuito el agradecimiento de tantos y tantos escritores y artistas, citaré uno solamente como ejemplo, el de Mónica Manrique de Lara que, a propósito de la presentación de recuerdo de Borges y de La leña, se expresa así de Ángeles Juan: “son una pareja de artistas que, con sus voces y guitarra, hacen deliciosas versiones musicales de poemas de distintos autores y crean, con todo ello, montajes visuales que son verdaderas joyas”. Conmueve escuchar un poema tan de uno, tan del otro, tan de ellos y ver cómo lo llevan a pasear por los soles y los vientos, tempestades, agua, mar, trozos de amor y de silencio.

Respiro, me detengo, escucho en la voz de Ángeles Juan unos versos que se entierran en mis huesos: “sembré el campo con letras de maíz y trigo, las hortalizas de abril y el amor en los surcos de mayo. / Moriré por siempre en esta tierra callada y en esta eternidad sin tiempo”. Una imagen tras otra se destierra en mí. Enmudezco en mis adentros, sé que estoy desnudo frente a mí, mis lágrimas corren como el agua en una piedra. Veo entre el silencio la pintura El Ángelus de Millet, de Jean Francois Millet, un aire muy sutil me trae sentimientos que solo uno sabe y muchas veces ni uno mismo sabe bien, pero hay algo que está ahí unido al lienzo, a las voces, a la poesía en su hondura.

Todo se funde y me conmueve, al fondo la dignidad de la pobreza, el trabajo campesino, la tierra desolada, madre triste y generosa en comunión con la semilla, con el fruto y la vida del ser hecho presente. Dos campesinos en comunión con el alma del niño muerto, amor de un fruto que se entierra para vivir después, en el polvo que ves, en el campo verde que pisas. Dos campesinos de cualquier parte del mundo comulgando con la madre tierra y la semilla del hijo muerto. Profunda unión espiritual del ser, intimidad que duele y alivia al mismo tiempo, libera y deja en abandono, igual que el agua al agua y el agua al manantial, igual que la piedra a la muerte y la muerte al vaivén del infinito.

Dos personas, como miles y millones que hay en este mundo, enterrando el fruto de su amor en una tierra sin alisar, en una “eternidad sin tiempo”, en un campo donde el silencio llora y el sol duerme al nacer la luna, en un camino donde la vida es esplendor, esperanza, libertad, tristeza y alegría y, sin embargo, los ojos de don dinero les regatea su voz, los tienen como fantasmas, como seres sin existencia, como seres anónimos, aunque, nos diría Ángeles Juan, “ser seres anónimos / no es poco, es mucho. / Muchos más somos los que a la sombra estamos, / desde la sombra reímos, / cantamos o lloramos, / que los que en plena luz, / bajo radiante sol / tarde o temprano / se queman…”.

Así son nuestros poetas, nuestros cantores llamados Ángeles Fernández Martín y J. Juan López Raya, Ángeles Juan, dos almas y voces amorosas. Voces que irán siempre como el aire por el mundo, el velero por el mar, el polvo por los caminos de los cuatro soles y vientos de la cultura, la esperanza y la libertad. Son y serán dos almas que en su caminar, retomo a Miguel Hernández, van e irán dejando algo que van recogiendo: “pedazos de vida mía / venidos desde muy lejos”.

 

Genaro González Licea

Caloclica, Ciudad de México, diciembre de 2024.


Genaro González Licea 
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