“En los poemas de Al Caer el Tiempo, el vacío es un personaje cuya pérdida del sentido vital es un llamado a volver la mirada a lo que sucede aquí y ahora dentro del ser y a su alrededor, a tomar conciencia de la realidad”.
Prólogo de Al caer el tiempo.
EL CANTO DE LA ALONDRA
Marcela Romn
Fran Fierro Brito
La poesía es una expresión del ser, un
sentimiento íntimo, profundamente íntimo del ser, del ser viviente y del ser
pensante. No necesita de dioses para sostener su existencia, tampoco de personas
endiosadas para mostrar su fuerza, su valor, su voz.
La
poesía, al ser un sentimiento, está en el alma de todo ser: de las personas,
del agua, de las piedras, de las hojas y del tiempo. Es libre como el agua,
como el viento. ¿Por qué tratar de atar un sentimiento?, ¿por qué tratar de
atar a la palabra que a él se asoma? Para mí, el mayor genocidio literario es tratar
de sujetar a la poesía a un capricho medido por palabras. Poesía y poema son
dos cosas muy distintas. Poetas somos todos. Poeta, tú que te dices poeta, deja
que tu sentimiento aflore y que el poema exprese su libertad.
Al caer el tiempo es un asomo a ese
sentir del alma desde la vida, la decadencia, la muerte. La muerte que día a
día se hace presente en uno, pero también en el otro. Cuando un ser vivo muere,
muere también una parte de mí.
En ese sentido, hoy, en esta
presentación de Al caer el tiempo, haré
presente a los migrantes y desaparecidos, a los miles de muertos sin sepultar
en mi país. Duelos que viven con nosotros igual que el viento. Pedro Garfías
lloró “por los que han muerto sin saber por qué”, yo intento hablar por ellos, hacerlos
presente en nuestro andar cotidiano, como presente es la sombra de nuestros
pasos.
Muy
agradecido a Marcela Romn, Fran Fierro Brito y a El Canto de la Alondra, mi
hogar editorial, por acompañarme en esta presentación y por ese prólogo tan
hermoso que me envuelve el alma y me exhorta a no claudicar en este camino de luces
y sombras, piedras y espinas.
Gracias, también, a la
Congregación Literaria de la CDMX, a la Alcaldía Azcapotzalco y a las personas
en general por permitirme escuchar y ser escuchado.
***
Me acompaña mi vejez, la
lejanía del río,
un cuerpo astillado que
mira mi abandono,
un alma desahuciada en el
rostro que fue mío,
unos lirios soñando en mis
párpados resecos,
unos huesos sintiendo mi
agonía.
Me acompaña el silencio de
mi sombra,
el vacío de estar siempre
vacío,
vacío, vacío.
***
Un
migrante camina
por la
vieja vereda
que
entierra los pasos de los muertos,
los
sueños rotos,
el
hambre de encontrar su voz, su sombra,
en las
grietas resecas de un estanque abandonado.
***
Un cuerpo tirado al andar de su
camino.
Un mirar enmudecido limpiando la
sangre que el sol seca.
Unos pasos indiferentes que se
pierden en las hojas.
Un viento que se lleva el olor
negro de su herida.
Una tierra que absorbe sus huesos
y sus pasos.
Solo las manos de la luna abrazan
el dolor
de ese cuerpo que en silencio se
deshace.
***
Tirado en una grieta que
me cuida,
sin levantarme por siempre
ya,
sin saber que he llegado
al fin de mi destino,
a este viento, a esta
sombra,
a esta tierra que me
esconde,
mi alma vaga en el vacío,
como otras que han muerto,
igual que yo,
sin saber por qué.
***
Un cadáver mutilado,
niños con lágrimas atadas
en la boca,
mujeres desnudas flotando
sobre el río,
sobre la luz huérfana del
río.
¡Cuántos
muertos sin enterrar!
¡Cuánto
dolor tendido entre las piedras!
Quejido
de sus ojos en mis ojos,
muertos
míos, mis muertos.
***
Fui asesinado con las manos del otro que son
mías.
Soy mortaja clandestina sin cruz en el camino.
Mi hogar es el baldío,
el recuerdo de una sombra que fue mía.
***
Morí sin saber dónde.
Un alma me arrojó al vacío,
otra, la mía, camina como fantasma
perdido entre las hojas.
***
No cierres mis ojos, no,
no los cierres,
en ellos verás siempre la
tristeza de los tuyos,
el campo verde, el
silencio de lo blanco de la luna,
la flor llorosa que vi en
ti
al sentir la soledad del
viento alejarse entre tus pasos.
***
Las fosas clandestinas
son labradas con las penas de mis huesos,
con la carne deshecha de mis manos,
con el alma mezquina de tus ojos,
de los míos,
de los ojos del tiempo indigente que nos mira.
***
Con el tiempo,
los muertos sin sepultar
son las hojas que pisamos,
las flores olvidadas que
nos ven,
el polvo que en silencio
nos espera.
***
La vida y la muerte son dos cadáveres
que se aman desahuciados.
Son breves
como un instante de tiempo
envuelto en la palabra.
Genaro
González Licea
Caloclica,
CDMX, abril 2025
Fotografía sin datar
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