En las paredes heladas de las fosas clandestinas
En las paredes heladas de las fosas clandestinas
nacen cardos que lloran en mí cuando respiro,
flores transparentes que brillan al sentir mi lejanía,
quejidos que buscan dormir sobre mi hierba,
piedras que buscan las lágrimas del río,
gritos ciegos, desolados,
dejados por la muerte violada en lo efímero del alba.
El aire huele a muertos arrastrados por el agua
El aire huele a muertos arrastrados por el agua,
a cráneos tirados mirando su agonía,
a voces atadas en la tumba de mis manos.
El aire huele a muertos torturados,
a quejidos escondidos en la tierra que pisamos,
a presagios, rezos y alaridos.
Es grande el dolor que deja el silencio de la muerte.
En el alba las almas se despiertan
En el alba las almas se despiertan
al sentir lo fresco del rocío,
el abrazo de un recuerdo que vive
sepultado,
la tristeza de una sombra que en el
viento se ha perdido.
Alma mía que vagarás
sin mí
Alma mía que vagarás
sin mí,
igual que el polvo
en la eternidad del tiempo,
no mires hacia atrás
ni veas extinguir
en el vacío el
cuerpo que dejaste.
El infinito es
permanente cambio,
misterio de calma y
tempestad
donde el silencio
vive.
Sigue, alma mía, igual que yo,
el sentir del viento,
sigue sin ver los campos recorridos
y cumple, como yo, el destino que forjaste.
Uno, a fin de cuentas, es lo que hace
y no lo que hizo ayer.
No te detengas, no, no te detengas.
Tú, mi humilde sombra de piedra
que conmigo sintió los pasos del camino,
la voz del agua y de los muertos
del pasado en mí.
Los muertos, mis muertos,
los amorosos muertos que habitan el olvido,
la indigencia natural del abandono.
Genaro González Licea,
Caloclica, CDMX, 3 de mayo de 2025
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