jueves, 12 de septiembre de 2024

Presentación de Genaro González Licea de La Sequedad del Estanque en la Librería Bonilla

 

Imagen: Librería Bonilla 


La vida, la muerte, la nada

 

La sequedad del estanque intenta acercarnos al sentido de la vida, de la muerte y de la nada. Palpar, sin dioses ni temores, la fuerza y pureza del ser al sentir su decadencia, el misterio del vacío. Es un asomo al subsuelo y al interior del ser, un mirar la piel de la existencia y amar el silencio donde nace y muere el origen de la creación.

Prepárate a morir, poeta,

solo, sin una sombra que te abrace.

Desnudo de ti, de mí,

de la gloría calcinada en el camino.

 

El alma es un instante de misterios y pasiones,

luces y sombras encontradas,

comunión de voces divinas y profanas,

instantes de llamas, brisa, tierra y ceniza adolorida.

 

Prepárate a morir, poeta.

Despídete de esa tu voz hecha de leña

y arde, con ella, sin temores.

 

El sentido que subyace es la idea de que la vida y la muerte no son una cuestión de dioses, sino una expresión del ser, de la grandeza del actuar del ser. Los dioses son inmortales porque no existen, en sus entrañas llevan la innecesaria necesidad del permanente cambio. Sin embargo, necesitan de seres endiosados para sostener su inexistencia. En ambos, dioses y endiosados, la arrogancia de su aparente plenitud les lleva a su indigencia.

La naturaleza, por su parte, vive en permanente cambio, su necesidad de vida le lleva a la muerte. En La agonía de Proteo don Eduardo Nicol refiere que “el árbol cambia, desde que lo sembramos, de una manera previsible, básicamente igual para todos los ejemplares de su especie”.

La nostalgia de tu adiós

es un mirar mi pequeñez sin que te vayas,

oler el luto de tus ojos,

sentir tus manos muertas en las mías,

tocar la densidad del firmamento

con la lengua de mis pasos.

 

La muerte, tu muerte, la mía,

no es más que una mortaja pegada en la cara del olvido,

una piedra molida sin dientes en la boca,

un abismo de espinas que sangra con el viento,

un pesar amargo, seco,

como el dolor de un árbol solitario mirando su destino.

 

Empero, a renglón seguido, el mismo Nicol agrega y nos alerta: “la humanidad no es una especie. Su cambio es imprevisible, porque consiste en una renovación, y se produce en cada caso por una decisión deliberada. Ni la genética, ni el análisis histórico y social, permiten anticipar el desenvolvimiento de un individuo cuando queda sembrado, por así decirlo, en un espacio y un tiempo mundanos”.

Antes de que las brasas encuentren

lo oscuro de mis penas,

antes de que arda mi piel entre mis llagas,

sí, antes de que el viento se deslice

en lo incierto de mis huesos,

debo decirte que amé

como ama aquel que no busca ser correspondido.

 

De odios y venganzas nada supe,

amé como el viento ama al viento,

la piedra a la piedra y el agua al agua.

 

Amé sin sentimientos encontrados.

Amé como se ama el día y el día que se va.

 

Esta decisión deliberada de amar “como ama aquel que no busca ser correspondido”, y de amar “como el viento ama al viento”. Este sentido de renovación y permanente movimiento del ser humano, esta conciencia de finitud y necesidad de transformarse, no por los dioses sino por sus propios actos, bien la podemos ejemplificar con esos versos tan citados de Gustavo Adolfo Bécquer: “qué solos se quedan los muertos”.

Los muertos, nosotros los que fuimos ya no somos, la vida es también la muerte, la soledad y el desencanto, la fuerza vital de un mar embravecido y, por supuesto, el dolor que deja la muerte de los muertos, el vacío, la nada.

Ahora los días se van sin ti

y regresan con tu ausencia,

son días de silencio y soledad,

de piedra desnuda labrada con el frío.

 

Ya jamás regresarás.

Ceniza y viento

es el infinito de tu alma ahora.

Alma amorosa,

tierna, fraterna,

como aquellos ojos, tus ojos,

que en mis ojos miraban tu partida.

 

Y ahí está la soledad del hombre, la esperanza solitaria del ser, la conciencia trágica de la existencia, el asomo al misterio de lo que es o será o nunca ha sido. La movilidad del tiempo más que del tiempo es de uno que lo mueve con sus manos, con su voz de piedra y su sombra amorosa de luz y agua, silencio y lejanía.

Desnudo y envuelto en mi agonía,

mi alma se aleja con la dicha y la desdicha

de haberme acompañado.

Sus huellas se borrarán con el viento,

se perderán en la neblina,

igual que yo, aquí, al ver mi cuerpo frío, inerte,

como una rama seca

dormida en un sol que languidece.

 

Muy agradecido con la Librería Bonilla por permitirme presentar La sequedad del Estanque, y con el poeta Francisco Fierro Brito, director de El Canto de la Alondra, casa editorial del poemario que aquí se presenta. Mi gratitud por sus palabras de aliento y conceptos tan vitales de la obra y de su autor.

En la misma tesitura, mi más profundo agradecimiento al escritor, poeta y traductor Jean Marie Flores, por permitirme escuchar la musicalidad de unos versos que han dejado de ser míos, y gracias a él han sentido el silencio y frescura de los Pirineos Atlánticos de Pau.

Don Jean Marie tradujo treinta y siete poemas de La sequedad del estanque al francés, poemas que en edición bilingüe español / francés, serán publicados con el título: Poemas selectos de La sequedad del estanque: a propósito de la vida, la muerte y la nada.

De esos versos, leo, en español, los siguientes, y con ello concluyo:

 

1

Moriré, un día moriré.

Nadie me buscará más que mi sombra,

la infinita sombra que habité,

esa sombra, mi sombra,

que un día también me olvidará.

 

2

Mi alma es una tumba

que esboza una sonrisa,

un epitafio inútil

escrito en mi tristeza.

 

3

Los girasoles de noche lloran

con sus pétalos caídos.

Miran mis cenizas en su sombra

y en silencio me acompañan en mi olvido.

Su raíz es agua en mis ojos sepultados,

triste, tal vez, como el venero

que me abraza al sentir mi desamparo.

 

4

Mi carne seca de tanto amar,

mis huesos molidos sobre el polvo:

la humedad es la piedra donde duerme el mar.

 

5.

Mi ser caminará por siempre en un lugar perdido.

Ya no regresaré ni sabré dónde me encuentro,

ya no seré más lo que un día fui.

 

Ahora será el atardecer la palma de mis manos

y mi sangre la humedad de la montaña.

 

El sol será la lejana lejanía de mis pasos,

y la noche el humo de mi rostro envejecido.

 

Ahora, sí, ahora,

los días serán las luciérnagas negras de mis ojos

y mi aura la neblina llorando en el rocío.

 

6

No busco el destierro, no, no lo busco.

El destierro, a fin de cuentas,

es un regreso a cualquier parte.

Busco el vacío de mi vacío,

la ausencia de saber que ya no existo,

la oscuridad del silencio y del olvido.

La nada, busco el sendero de la nada.

 

Genaro González Licea

Caloclica, CDMX, septiembre de 2024.

Genaro González Licea

Fotografía sin datar 


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