Fotografía obsequio del evento
UNA
MIRADA AL POEMARIO SOBRE LA PIEL DE LA
PIEDRA
DE
ROBERTO LÓPEZ MORENO
“Roberto López Moreno es todo un poeta de
piedra y agua, de voces que aletean como espinas en el aire, palabra hecha
montaña, leyenda de maíz mirando la neblina, es voz de sol y cascada de
metáforas, selva y mar, ríos de fuego y esperanza, puño libertario de barro
chiapaneco: “pero esta América tendrá que ser más grande que los viles, grande
y luminosa”, nos dice y nos repite de mil formas esta su voz y su palabra”.
Estas
líneas que escribí hace algún tiempo en un ensayo que titulé Roberto
López Moreno, el poeta de mil tonos de piedra y agua, las reitero ahora, aquí, en la presentación
de su poemario Sobre la piel de la piedra,
el cual es un relato, personal y social del poeta, como él mismo lo dice: “soy
la voz del pedazo de tierra que me toca, / (…) / He aquí que conozco la trama /
y me siento a contarla. / He aquí que desgrano la mazorca, / cal a cal”.
Esta es la voz del poeta en el libro
que se presenta. Expresión de profundas raíces de dioses, flores, piedras,
pájaros de mil colores, sabiduría del agua subterránea que riega nuestras
venas. Nuestra historia prehispánica está “sobre la piel de la piedra”, sobre
la sombra que somos, sobre los pasos que damos.
Cuarenta y dos poemas dan forma a este hermoso libro dedicado a Flor de
María Mendoza Quino. Libro repleto de metáforas que calan, de soles y espinas
dejadas por los ancestros en la masa de barro de cada quien, pero, además, este
poemario que será citado de mil formas, está custodiado por un excelente prólogo
y diseño de la editorial El Canto de la Alondra y, por si fuera poco, por una bellísima
serigrafía, como portada, del maestro José Hernández Delgadillo, titulada Mujer Florecida, con la cual López
Moreno hace un reconocimiento al gran muralista mexicano y nos alerta sobre la
importancia de su obra, más no conforme con ello, nuestro poeta nos entrega,
como testimonio, unos versos que escribió ante un mural de Hernández Delgadillo,
poema que llamó, precisamente, Testimonio,
he aquí unos versos del mismo: “el pueblo enfrenta / los pétalos ardientes de
la fusilería. /
Nuestra voz de
milpa nació sobre una cama / de plumas verdes y azules, / y reptando fue la
sabiduría de la tierra, / se hizo serpiente, / y águila en desplome / con su
tragedia de alas ultrajadas”.
Y es así como nuestro poeta inicia su recorrido Sobre la piel de la piedra, sobre la memoria que somos: “Yo te amo
flor del amanecer, / mi corazón colibrí, está contento”, le dice a la mujer
amada, a la historia, a la diosa Tecayehuatzin, en tanto que a Xochipilli, el
dios de las flores, lo exhorta a “¡Que viva el canto! ¡Que cante la vida! (…)
las piedras de un río manso vuelven a tomar arquitectura en el fresco a la mano
fondo claro, minuto movedizo. / (…). Todo rompe Xochipilli, tú, aquí otra vez,
abriéndote desde las tinieblas para tocar con tu dedo las auroras desde el ayer
otra y mil veces entre nosotros, siempre, en el estallido de las sorpresas”.
Con esa fuerza lo expresa nuestro poeta porque sabe que nosotros somos
hijos de Kukulkán, nosotros, expresa, “sus hijos, la minúscula partícula que
somos su cuerpo, aguardamos silenciosos el descenso. Sabemos que el Dios Sol ha
escogido la pirámide para bajar por ella hacia nosotros. Sabemos que la antigua
fuerza, el misterio de la sabiduría, le dio ese punto de contacto con la
tierra”.
La tierra, sí, la tierra, nuestra casa, nuestra Calli que, cito a López
Moreno, es “limpia como la camisa del día, / como la ola que la conforma, / la
casa. / Una de las ventanas abre al mar, / la otra a la montaña maestra, tiempo
arriba; / piso y techumbre de esta casa / que nos habita de bondades. / (…) /
El hombre es su casa, / lo que crezca en ella crecerá su casa”.
Esa es la casa, nuestra casa, y la casa, no se olvide, está en el vientre
de la tierra. La tierra, la madre tierra, la enorme y amorosa casa donde
nosotros, igual que los mexicas, retomo la voz de Roberto, vivimos “diariamente
un poema / que (tiñe) el agua y las montañas de oriente / al pecho del primer
gallo / mitad sombra, mitad sangre”.
Sangre y sombra que le llevan a exclamar sin detenerse: “Dios te salve
Coatlicue, llena eres de gracia y de desgracia, parida de la sombra, luz
tremenda, devoradora que repartes las mazorcas de tus manos, de tu collar de
corazones, del cráneo con que ciñes tu cintura. Madre tierra de donde parte y a
donde llega todo, amargo y dulce nuestro, terriblemente tierna, tiernamente
terrible, míranos crecer, multiplicarnos, pegados a tu difícil carne
litográfica, a tu tatuaje de estrellas en donde hace sus cónclaves el cosmos”.
Mas este basamento triangular de nuestra historia, historia de nuestra
historia escrita sobre la piel de la
piedra y la sabiduría de códices con miles de preguntas y una información
genética que llevamos en los huesos, encierra también miles de ojos distantes y
plurales, un mundo compuesto por infinidad de mundos, filosofía y trabajo
creador de hechos y personas concretas que están y estarán siempre ahí,
esperándonos y nunca en el olvido. Yo no creo en el olvido, más bien, ante lo
vasto de la diversidad de los pasos cotidianos, y quizá algunos desatinos que
encierra la soberbia, yo estimo que cada quien tiene su espacio y tiempo, antes
o después, eso es intrascendente, lo importante es que los hechos y el trabajo creador
estará ahí esperando a la persona que a él acuda y no en el olvido.
Y ahí está nuestro poeta dejando testimonio de lo encontrado al paso de
sus pasos, los bramidos de la selva, el canto del cenzontle, el dormir o
despertar del día, el latido del tambor, la marimba, la marimba
candela, o los negros de Tlalpan, este
último poema, qué poema, el solo título directamente se dirige a la conciencia,
cito con un dolor cruzado unos versos del mismo: “los negros de Tlalpan, los
que antes caminaron sobre espuma, / los que hasta el pedregal vinieron, / desde
atrás de la distancia, / andando los insomnios de la luna, / la geometría de
las constelaciones. Pasa un colectivo y los incrusta / en el vientre de la
ciudad voraz. / (…) / Los negros de Tlalpan son, ahora, / una molécula del
verdinegro reloj, el gran. / El valle crece”.
En este contexto de
testimonios y recuerdos, está también el que le dedica al Cerro de la estrella,
esos ojos mudos que en silencio miran. Ya habían corrido los siglos, nos
expresa López Moreno, “pero el Cerro de la estrella / ahí estaba, todavía, /
ahí está, / preservando con dificultad / el promontorio / desde donde ha visto
/ (ve) / pasar el tiempo”.
Por supuesto que Sobre la piel de la piedra hay muchos
testimonios más, de hecho, todo el poemario es un gran testimonio, permítanme,
por lo mismo, citar uno más. Sí, el que se refiere al grito de la tierra en
septiembre de 1985: “cuánta carne nuestra fue entregada a solas” reclama
nuestro poeta, y agrega para no dejar ninguna duda: “solitarios fuimos frente
al cosmos, / solitarios estamos con nosotros mismos / frente al hecho concreto
del derrumbe”.
He de comentar que el poemario que aquí nos reúne comprende también un
número considerable de agradecimientos a personas que Roberto encontró a su paso.
Acto no solamente biográfico sino muy generoso y sugerente que nos permite
preguntarnos: ¿qué ha sido, entre otros, del compositor Eduardo Soto Millán;
del escultor Luis Aguilar Castañeda; del poeta Ángel Carlos Sánchez?; ¿Qué ha
sido del arqueólogo y docente Raúl Martín Arana Álvarez; del pintor Ramón
Oviedo o de la poeta Josefina Magaña? ¿Dónde está el pintor y grabador Castro
Pacheco, dónde las notas musicales de Álvarez del Toro? De todos ellos su obra
está y no en el olvido, la falta es nuestra. Gracias mi
estimado Roberto por sacarnos del mundo ensimismado que vivimos y hacernos ver
otros horizontes que también son nuestros.
Sin duda que del
poemario que aquí se presenta existen muchas cosas más que decir, pues, les
aseguro, lo hasta aquí señalado no es más que el asomo que da una primera
mirada a su profundo contenido. Hay mil cosas más que decir, lo sé, lo sé bien,
porque los poemas que lo componen son una piedra compuesta por un crisol de
colores, son reflexiones propias de una persona que nos hace partícipes de algo
de lo mucho recorrido.
Razón por la cual le
digo al amigo, les digo a ustedes, Sobre
la piel de la piedra es un hondo testimonio de Roberto López Moreno, es la
búsqueda de generar una clara conciencia del enorme potencial de lo que somos, es
la voz de una historia inagotable que verá el paso del tiempo, igual que el
Cerro de la estrella, los códices, el mar y la piedra, la piel de la piedra
donde el poeta incrusta éstas sus palabras: “Patria de llagas / esta voz / ave
en punta / rompiendo el horizonte”.
Genaro González Licea
Caloclica, CDMX, mayo
de 2025.