Un
trozo de agua corriendo en el subsuelo
Un
trozo de agua corriendo en el subsuelo, el estanque vacío, la humedad de la
tierra buscando la sangre y el sendero, las grietas que existen y no existen,
la luz enterrada, el venero en flor. Al fondo, una historia milenaria que
deslumbra, una vida latente que camina.
El
subsuelo, sí, el subsuelo,
es una
lápida de soles de múltiples colores,
lunas
verdes y amarillas,
riachuelos
de luciérnagas de jade,
dioses de
maíz y barro.
En el
subsuelo, sí, en el subsuelo,
hay una
identidad de múltiples colores
que en
los ojos se ha enterrado,
un
manantial donde comulgan las hojas con el viento,
la tierra
con el agua, y el agua con el canto del quetzal
que nadie
ha conquistado.
En la
sequedad del estanque reina la soledad, el silencio, el lloroso alarido del
silencio, el encuentro y rencuentro con la esencia del ser de lo que somos:
camino y encrucijada, misterio que al ir regresa, igual que el poema a la
poesía y la eternidad al agua, al subsuelo donde nace el vacío, la creación de
la existencia, la turbulencia de la nada.
La
sequedad del estanque.
El
silencio vacío.
Mi aura
flotando sin el agua.
El
palpitar del frío envuelto entre la escarcha:
nada
quedará de mí, de ti,
del olor
a musgo en esas grietas que me miran.
Sé que la
sequedad del estanque, la decadencia del tiempo, encontrará voces y
tempestades, soles y rocíos, nubes buscando agua y llovizna empapando el viento,
la hierba marchita, la tierra sedienta de tanto amar, pero sé también que de ese
encuentro nacerán flores y espinas, musgo en la piedra y sombras de girasol, lo
sé, lo sé bien, porque:
Los girasoles son
luciérnagas
que lloran en lo
oscuro,
raíces de esperanza
hundidas en la sombra,
soledad amarilla que
crece en la montaña,
en el cráneo del sol y
en la voz del infinito.
Si, la
sequedad del estanque intenta asomarse a la complejidad del ser, al sendero
donde la vida y la muerte caminan de la mano, igual que la vejez y la soledad
del tiempo, la carne y el polvo:
Entre las
horas pardas
y los
cirios consumidos,
veo mi
cuerpo partir abrazado de un suspiro.
Nada
quedará de él.
El viento
destejerá su carne
y el sol
su voz y su alarido.
Nada
quedará de él, nada.
Somos nada, suspiro encendido en la indigencia,
almas vagando en la neblina, en las hojas de un árbol, en el limo del agua:
Alma mía
que te vas sin mí,
ya jamás
sentirás mi piel amarga.
Serás
brisa flotando en el ocaso.
Y es en ese devenir de la sequedad del estanque donde se asoma también la esperanza, el
resurgir de la vida en el vacío de la propia ausencia, en el vacío de la
creación, en el principio del principio donde surge y resurge el misterio de la
creación.
Nací en el subsuelo,
existe ahí la llaga,
el abismo que me mira,
la piedra que me espera.
Dentro de esta sequedad del tiempo y esta
sequedad de estanque, en el subsuelo hay algo más que a mí me duele: los
muertos en mí país, los muertos, mis muertos, los muertos “perdidos en un mar sin sepultura”, almas desaparecidas en
lágrimas temblando de dolor, en semillas preñadas de misericordia de luz
y serenidad de tierra y agua.
El viento acompaña mi
tristeza,
una sombra envuelve la
ausencia de mis pasos,
un olvido se esconde en
lo seco del dolor.
El silencio me duele,
más si viene de los
muertos apilados a lo largo del camino.
La
sequedad del estanque, mis amigos, es un intento de asomo al
misterio de la vida y de la muerte, que siempre muy juntos van. Es un grito
desde el interior más hondo, la búsqueda de un resurgir desde el vacío,
sabiendo que:
Entre la tierra y la raíz del sol,
la humedad callada del subsuelo crece
y se levanta hacía las nubes,
como un brillo de voces
que iluminan el ser del
infinito.
Concluyo estas líneas con la lectura de un par
de poemas, no sin antes agradecer a la escritora Leticia Luna, Directora de
este hermoso recinto cultural Casa Marie
José y Octavio Paz, su generosidad y atenciones, así como a los poetas
Manolo Mugica, Francisco Fierro Brito, Jesús Gómez Morán, Marcela Romn y Diana
Juárez, por acompañarme y expresar palabras tan vitales sobre el poemario aquí referido,
cuestión que le pronostica un buen viaje en su camino.
1.
A Ángeles
Fernández Martín
y J. Juan
López Raya
La calidez del sol
endulza mi sombra vacía
tendida sobre el agua.
Un árbol sin hojas cuida mi voz entristecida,
mis ojos enterrados mirando mi dolor.
Nada dejo a mi paso, nada dejo.
Fui un quejido perdido en la pradera,
un suspiro desterrado al caminar.
2.
La vida es tan efímera como la muerte,
aromas pálidos que rozan gozosos
el musgo de una piedra perdida en el olvido.
3.
Entre las horas pardas
y los cirios consumidos,
veo mi cuerpo partir abrazado de un suspiro.
Nada quedará de él.
El viento destejerá su carne
y el sol su voz y su alarido.
Nada quedará de él, nada.
4.
Los girasoles siguen también la sombra de la luna,
la voz amarga del verano,
el llanto de los muertos perdidos en un mar sin sepultura,
el murmullo de las hojas envueltas
en lo oscuro de mis pasos,
la eterna eternidad del agua abrazada
con la noche y su espesura.
5.
Hay veleros que se van al mar
sabiendo que está vacío,
la brisa les llama,
fresca, imponente, eterna,
plena de soledad y ausencia,
ausencia de ti, de mí,
de este andar y desandar sin rumbo,
buscando tan solo un día, un instante,
que nunca llegará.
6.
Nadie me espera ya,
ni el murmullo del agua,
ni el consuelo de mi voz humedecida.
Nadie,
ni el viento, ni mi sombra, ni el vacío.
7.
Ahora lo sé,
mis pasos no son más que un polvo de huesos
al ras de mi camino.
8.
Antes de que las brasas encuentren
lo oscuro de mis penas,
antes de que arda mi piel entre mis llagas,
sí, antes de que el viento se deslice
en lo incierto de mis huesos,
debo decirte que amé
como ama aquel que no busca ser correspondido.
De odios y venganzas nada supe,
amé como el viento ama al viento,
la piedra a la piedra y el agua al agua.
Amé sin sentimientos encontrados.
Amé como se ama el día y el día que se va.
9.
Prepárate a morir, poeta,
solo, sin una sombra que te abrace.
Desnudo de ti, de mí,
de la gloría calcinada en el camino.
El alma es un instante de misterios y pasiones,
luces y sombras encontradas,
comunión de voces divinas y profanas,
instantes de llamas, brisa, tierra y ceniza adolorida.
Prepárate a morir, poeta.
Despídete de esa tu voz hecha de leña
y arde, con ella, sin temores.
Genaro González Licea
Caloclica, CDMX, agosto de 2024.