LAS RAÍCES DEL AGUA O EL PRINCIPIO DEL PRINCIPIO DE
BENITO BALAM
En
las raíces del agua o el principio del principio de Benito Balam, el
alma encarnada, viviente, lúcida de José Arturo Fuentes Creollo, veo el brillo
de una sombra en pleno alumbramiento.
La aurora juega con la aurora, la neblina cae como
el tiempo, mis manos lloran al sentir la soledad del agua, del agua desnuda que
recorre el suelo y el subsuelo de la tierra, las entrañas de la vida y el
silencio de la muerte. A su paso nada queda atrás, con ella crece la esencia
del tiempo, del alma del tiempo, tuya y mía, donde iremos todos.
Alma negra, blanca y cristalina, alma
indocristiana, alma maya y universal del “kairós” vivo de cada quien, del
“kairós” que crece y se modifica, una y otra vez para ver nuevamente su
pequeñez, su miseria y su grandeza, ante sí mismo, ante el infinito, ante, nos
diría nuestro Benito, los “vivos, los difuntos; y ante nuestra madre tierra,
los demás seres vivos y el cosmos”.
El agua, la sequedad y la humedad del agua, el
agua que es otra y la misma en un aquí y en un allá. Somos agua y movimiento,
sangre seca que humedece la voz de la conciencia, alma errante que corre atrás
del agua, buscando, buscando siempre, la raíz de su principio, del principio
del principio que encierra su silencio, su esencia, su voz y su vacío, el
silencio vacío que origina al verbo, el murmullo del correr del agua, canto
lloroso, instante de amor y despedida.
En las raíces del agua, en el
misterio del abandono, del vacío y la soledad del agua que fluye y transforma
al ser, al ser cambiante que integra la voz del infinito, miro también las
heridas de un Benito Balam que camina con su voz inacabada, las llagas internas
de un alma que busca, llagas mortales cubiertas de sombra, de instantes que nacen
al fondo del ser, al fondo de la conciencia desnuda del ser, del ser que siente,
en sus pies, la cruz de su sendero.
Veo el testimonio de un andar personal y literario
de un hombre que busca caminar en libertad, de un hombre que nace al verse desnudo
frente a sí mismo, solo y en pleno desamparo. Su alma frente a la orfandad del
alma.
Sí, las raíces del agua son instantes de
parto, expansión de conciencia en las entrañas, fuerza de un viento que crece
con el viento, con el alma del otro unida al cosmos, al silencio del silencio que
acompaña el andar del agua. Son un mirar interno, de vida y literario, un
diálogo concreto, transparente y fresco como la sangre que tenemos, como el
alma del nahual que está en los pies de todos, en las grietas del silencio, en la
voz ahuesada que clavamos al andar de nuestros pasos.
Y es así como laten las piedras angulares que
forman la conciencia del ser a lo largo del camino. Sorbos de agua que reviven
la sequedad del alma, revelaciones que marcan el sendero, la confluencia del
ser y lo que somos, el amor hundido en los ojos de la tierra, en la soledad del
cosmos amando lo blanco y negro de la luna, la muerte de las hojas, lo alegre
de las flores, el eterno renacer del hombre, del ser que camina astillado de sus
huesos y canta sin dolor el dolor de las espinas.
Cinco partes conforman las raíces
del agua, todas ellas son un gran alumbramiento, una antología de la expansión
del ser y su conciencia, una ventana poética que permite asomarse al alma del
poeta y de su pueblo.
Benito Balam nació de la tierra y del sol, madrecita
tierra y padrecito sol, ambos fueron la carne que le dieron vida, ambos lo
crearon con su voz y su poesía, en él viven y cantan y perduran y perdurarán
por siempre, son su ser y su conciencia, su pasado en el presente, silencio de
piedra y fluir de agua, alumbramiento primigenio que siempre se asoma y asomará
en el hueco de sus sienes.
Padre y madre son y serán siempre, entrañas de
hierro y barro que lo formaron y le dieron voz y alas para emprender un canto
en libertad. Esas raíces son, para mí, las raíces del agua. Dolor de un
destino que marca un caminar, una huella de pasos buscando la cruz blanca que
un día alguien vio al centro del camino.
De este alumbramiento de piedra y agua
del poeta, llegaron otros y otros más, “fruto de nuestra circunstancia” como él
señala. Uno de ellos, por ejemplo, nuestro poeta lo relata así:
“Hará como diez años, en tierras de mis abuelos
mayas, cuando comprendí que Yucatán era mi verdadera cuna, mis primeros
sembradíos poéticos fueron diseminados por los vientos acústicos del mar y la
calcárea blanca de mi pequeña patria. Ahí aprendí los matices de los árboles,
el temperamento de las aguas subterráneas y el bullicio de los animales vivos y
sin celda. No imaginaba yo el hervor que me envolvería, cada vez que me
encontraba alguna huella de mi origen, porque nadie se conoce solamente por lo
que es, sino el cómo fue concebido. Una y otra vez las gargantas de las hojas y
los imperceptibles vuelos de los insectos germinaban en mí palabras que no
entendía”.
Aflora el poeta y el compromiso del
poeta desde entonces a la fecha, los ojos de la poesía o la poesía como
testimonio, el cuerpo de su cuerpo de su otro cuerpo, cráneos regados y
maltrechos, “silencios encontrados en tumbas y en rosario”.
Y otra vez aparece Quetzalcóatl, aquel
que “bajó al Mictlan/ en el vientre de la tierra/ con una antorcha/ con una
lámpara de luna”. “Confió que el fuego/ iluminaba la conciencia del hombre/
pero no fue así/ porque también son amarillos los perros/ y blancos los
colmillos del jaguar”.
Pero también aparece Tonantzin Guadalupe, una
expresión indocristiana al cual nuestro poeta entrega su polvo y su conciencia,
su flor y canto, su raíz de agua indígena, su voz amamantada de maíz, su canto
de ave entregado, como el expresa, “al alma indocristiana de nuestros pueblos
para que alcancen su nueva emancipación”.
Las raíces del agua es una
antología poética hermosamente custodiada por simbólicas ilustraciones de José
Hernández Delgadillo y Alberto Cerritos, cuestión que merece todo un comentario
aparte que en otra ocasión haré, pero, sobre todo, es la voz propia de un
poeta, de un poeta de verdad, que cae y se levanta con ese espíritu heredado
con la luna y el sol de sus ancestros, dignidad de piedra, que nadie ha conquistado.
Es un poemario de amor a la vida, a los otros y así mismo, una serena ternura
al amor, ese amor “indispensable/ importante/ y urgente / ¡oh, amada! /abrazo
tus labios/ con los míos”.
Genaro González Licea
Caloclica, Ciudad de México, 7 de julio
de 2023.
Genaro González Licea
fotografía sin datar
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