De izquierda a derecha:
Manolo Mugica, Genaro González, Juan Guillermo Lera
Fotografía de la página de Francisco Fierro Brito
Veo mi cadáver tendido
entre mis ojos,
mi sobra vacía,
la ausencia del viento,
el árbol seco sintiendo
mi agonía,
el silencio de mí
hundiéndose sin llanto.
Así inicia La Sequedad del Estanque, mi
acercamiento a la decadencia del tiempo, a la ausencia y al vacío, al misterio
de la muerte y al renacer de la vida. Así inicia la voz del desamparo de mi
propia soledad, el silencio, el llanto subterráneo del silencio, su nacer y
florecer. El silencio, la libertad del silencio.
En estos tiempos, mis tiempos, no veo
turbulencias ni tempestades, ni desorden ni caos. Veo silencio y vacío, la
efervescencia del silencio en caos, la semilla del vacío donde nace el
principio del principio, el principio y el fin de la creación. Sí, veo
decadencia, vacío, vejez, muerte y vida, mucha vida, un hermoso renacer de
vida.
Y eso es La Sequedad del Estanque, un asomo poético, muy modesto por supuesto, a la efervescencia del principio en caos, al sonido que crea la palabra.
Y ahí están sus apartados: El silencio y el agua, La tristeza del viento, Los girasoles en luz, La agonía del instante y, finalmente, Llévame a morir, llévame, llévame ya. Expresión propia de la voluntad de aquel que siente el vacío y la quietud del viento, el abandono y el silencio de la libertad, la sombra que abraza el renacer del infinito. Pero también, ahí está su orfandad, su desapego y libertad de iniciar su propio andar, igual que un velero que busca navegar en alta mar.
Gracias a la librería El Hallazgo por ser parte del recorrido de este poemario. Gracias al poeta Francisco Fierro Brito por editar La Sequedad del Estanque en “El Canto de la Alondra”, compromiso cultural abierto, como él dice, “a autorías con reconocida trayectoria, pero también a quienes se inician en las letras”.
Gracias a los
poetas Juan Guillermo Lera y Manolo Mugica por acompañarme. Dos poetas y amigos
de reconocida escritura y juicio literario de los cuales he aprendido mucho.
Agradezco también al poeta José-María González
Ortega por su hermoso prólogo que acompaña a La Sequedad del Estanque,
así como a los embajadores de la sonoridad poética Ángeles Fernández Martín y
don J. Juan López Raya que han hecho suyo diversos poemas del libro que aquí se
presenta y gracias a ello han llegado a diversos puertos que nunca imaginé, es
el caso de Nada dejo, La soledad del lago y Ese azul que
abraza mi indigencia, “la infancia que no tuve, / la sombra que no
encuentro. / Ese azul que siempre me acompaña, / ese azul olvido, ese, ese”.
En realidad, y para decirlo rápidamente, La
Sequedad del Estanque es un poemario rodeado de bondad. Desde don Pedro
Vuskovic Bravo, a quien se lo dedico, con mucha gratitud y respeto, hasta el
diseño de Ulises Fierro Naranjo, la fotografía de Ingrid L. González Díaz, la
lectura tan detallada de Frida González y de mi estimada poeta Marcela Romn.
Sin olvidar a los poetas y escritores ya mencionados.
Finalmente, permítanme, por favor, leer unos
cuantos versos del poemario que aquí se presenta:
1
La sequedad del estanque.
El silencio vacío.
Mi aura flotando sin el agua.
El palpitar del frío envuelto entre la escarcha:
nada quedará de mí, de ti,
del olor a musgo en esas grietas que me miran.
2
La vida es tan efímera como la muerte,
aromas pálidos que rozan gozosos
el musgo de una piedra perdida en el olvido.
3
Entre las horas pardas
y los cirios consumidos,
veo mi cuerpo partir abrazado de un suspiro.
Nada quedará de él.
El viento destejerá su carne
y el sol su voz y su alarido.
Nada quedará de él, nada.
4
Los girasoles siguen también la sombra de la luna,
la voz amarga del verano,
el llanto de los muertos perdidos en un mar sin sepultura,
el murmullo de las hojas envueltas
en lo oscuro de mis pasos,
la eterna eternidad del agua abrazada
con la noche y su espesura.
5
Hay veleros que se van al mar
sabiendo que está vacío,
la brisa les llama,
fresca, imponente, eterna,
plena de soledad y ausencia,
ausencia de ti, de mí,
de este andar y desandar sin rumbo,
buscando tan solo un día, un instante,
que nunca llegará.
6
Nadie me espera ya,
ni el murmullo del agua,
ni el consuelo de mi voz humedecida.
Nadie,
ni el viento, ni mi sombra, ni el vacío.
7
Ahora lo sé,
mis pasos no son más que un polvo de huesos
al ras de mi camino.
8
Alma mía que te vas sin mí,
ya jamás sentirás mi piel amarga.
Serás brisa flotando en el ocaso.
9
Antes de que las brasas encuentren
lo oscuro de mis penas,
antes de que arda mi piel entre mis llagas,
sí, antes de que el viento se deslice
en lo incierto de mis huesos,
debo decirte que amé
como ama aquel que no busca ser correspondido.
De odios y venganzas nada supe,
amé como el viento ama al viento,
la piedra a la piedra y el agua al agua.
Amé sin sentimientos encontrados.
Amé como se ama el día y el día que se va.
10
Prepárate a morir, poeta,
solo, sin una sombra que te abrace.
Desnudo de ti, de mí,
de la gloría calcinada en el camino.
El alma es un instante de misterios y pasiones,
luces y sombras encontradas,
comunión de voces divinas y profanas,
instantes de llamas, brisa, tierra y ceniza adolorida.
Prepárate a morir, poeta.
Despídete de esa tu voz hecha de leña
y arde, con ella, sin temores.
Muchas
gracias a todos.
Genaro González Licea
Caloclica, CDMX, mayo de 2024
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