martes, 5 de octubre de 2021

Genaro González Licea: Enrique González Rojo Arthur en la memoria del tiempo.

 

Fotografía de la página de
Enrique González Rojo Arthur en Facebook 



ENRIQUE GONZÁLEZ ROJO ARTHUR

EN LA MEMORIA DEL TIEMPO.

  

“Una poesía filosófica tendría que ser excepcional para que no resultase una mera prosa en verso”, señala Eduardo Nicol al abordar el tema de poesía y filosofía. Su expresión encierra un razonamiento riguroso, propia de un filósofo acostumbrado a interrogar el comportamiento humano y exponer su resultado sin atadura. Sin embargo, como buen filósofo no se inclina por los razonamientos cerrados y mantiene la posibilidad de encontrar o elaborar una poesía filosófica siempre y cuando ésta sea excepcional, escúchese, distinta a los patrones comúnmente establecidos, o bien, a patrones de ninguna manera anclados en lo ordinario.

         En la vida cotidiana esta excepción a la cual se refiere Eduardo Nicol, la percibí en el trabajo filosófico y poético de Enrique González Rojo Arthur, en su trabajo de creación, o “salto mortal o cabriola metafísica de la nada al universo”, como diría él. En Enrique encontré el justo eslabón entre ambas expresiones del ser, y ese hecho, sin entrar a su estudio, sino simplemente ponerlo en la mesa y recordarlo en un día como hoy, 5 de octubre, fecha de su nacimiento, es el objeto de las siguientes líneas.

El esfuerzo de unir estas dos expresiones del conocimiento del ser, es, a mi entender, una de tantas enseñanzas de nuestro poeta. Tarea compleja, nada sencilla ni para estudiarla y mucho menos para exponerla a los ojos de los mortales, como los míos, por supuesto, como, quizá, para los del filósofo o poeta que lo intente.

La obra de ambos pensadores está ahí, cualquier persona puede acudir a consultarla. Mi impresión es que ambos perciben con gran claridad que, citó a Nicol, “tal vez el nudo de la cuestión estuviera en la y. Algún conocimiento elemental poseemos de las dos, puesto que no podemos confundirlas”, ello en virtud de que, agrega, “la y es una conjunción copulativa, cuyo oficio (dice el diccionario) es unir palabras (o sea cosas) en concepto afirmativo. Sin embargo, la asociación es también disociación”.

Poesía y filosofía condensan, cada una, en sí misma, su esencia. Sobre el particular, menciona Eduardo Nicol: “cada una es lo que es, y ambas quedan separadas por la misma y que las reúne”. Posteriormente complementa: “para quienes no estén al tanto del asunto, es conveniente advertir que lo dicho en el párrafo anterior recoge las ideas con que Platón, en el Sofista, inauguró la dialéctica como ciencia rigurosa”.

Sin cuestionar lo dicho por el maestro Nicol, empero, permítaseme agregar a lo antes citado que, por su parte, González Rojo inauguró la poesía filosófica, la unión de la semilla cotidiana que revive la filosofía y la poesía en la esperanza envuelta en la palabra, en la creación de un canto poético que interroga con una gramática iracunda.

Ello es así, toda vez que, hasta donde percibo, lleva a cabo un esfuerzo poético excepcional donde la y tiende a diluirse, dejando claro que la creación literaria, la poesía en especial, carece de estándares y patrones convencionales, pues al interpretar el cosmos y su devenir se basta a sí misma, más todavía cuando es despojada de mitos y prejuicios e instalada, en contrapartida, en la conciencia de la materialidad de las cosas, “del ser material que constituye el afuera”. Ese afuera conocido como tiempo, ya sea físico, convencional, psíquico o histórico. En suma, el tiempo como atributo del ser material y la conciencia como eje central donde está “el bastón de mando”.

De esta labor de poesía filosófica, González Rojo, en realidad, da cuenta en toda su obra, sin embargo, en forma muy particular dicho tema revistió un interés sin precedentes en los últimos meses de su vida, ejemplo de ello están sus últimos cuatro libros de poesía titulados: Poema filosófico I, II, III, y IV, este último con un paréntesis de continuará. Por lo dicho, bien se puede decir que nuestro humanista, filósofo y poeta, dio su último suspiro con el tema en el tintero.

¿Qué llevó a Enrique González Rojo Arthur a escribir sus últimos libros sobre el tema de poesía filosófica?, ¿qué instante o atisbo de luz, como él diría, vio para unir sin titubeos los temas en cuestión? No lo sé, empero, el tema está plasmado y la semilla fermenta día a día.

Es en este universo material y concreto en el cual transita nuestro poeta. Es en este universo, en este “desierto de desiertos” que es “uno y el mismo para todos”, donde se genera su reflexión. Es un universo donde la materia se multiplica por mil al infinito, es el espacio donde se da cita la creación y la esencia de las cosas, en él, nos refiere Enrique, “no hay lugar donde lo existente, limitado y mal hecho (…) halle la manera de acceder a los palacios de la perfección y entablar relaciones con los ángeles u otras criaturas sin defecto concebidas”.

Es en este universo que amamos y desamamos, vivimos y morimos, nos picamos los ojos, creamos culpas y redenciones, construimos y destruimos, sí, es en este universo donde deambula nuestro poeta. Universo que “no ha sido creado ni por ningún Dios ni por ningún hombre”, pues en él “todo influye en todo” y, por lo mismo, “la realidad no surge de los telares de la creencia ni se genera en el tronido sinfónico de los dedos del milagro”.

Mas en el cosmos la creación no es nada fácil. El poeta al que se refieren estas líneas lo sabe bien, toda vez que, como el mismo expresa, “la verdad se escamotea”, “la nada borronea cuanto existe”, “implica ciertos negocios turbios con la nada”, razón por la cual, el que el todo pueda influir en el todo mismo “resulta verdadero si se investigan y descubren las infinitas causas que zurcen, con el ligamen del misterio y la niebla, unas cosas con otras, porque no hay sino un cosmos. Inabarcable, sí, y que se aleja, desde luego, expandiéndose, de nuestro conocimiento. Pero encerrado en la discreta continuidad de lo infinito”.

Escuchemos la voz de González Rojo al insistir: “la nada jamás será preñada por el ser. En la nada no hay algo –ni un puntito escondido en la insignificancia– capaz de dejar de ser lo que siempre ha de ser: nada, sólo nada. Como esta última tiene como cualidad esencial ser imposible, el universo es imperecedero. Y también infinito, con devenires de nunca acabar, y límites inmolados por la artillería pesada de lo eterno. El cosmos ha existido, existe y existirá por los siglos de los siglos”.

Y agrega: “El ser humano no nace del pacto, la alianza, el matrimonio secreto, invisible, intrauterino, de dos realidades contrapuestas, como lo blanco y lo negro que se sienten traicionados por los pretenciosos desplantes de lo gris. La carne no es la casa de alquiler de un alma que en esencia jamás se contamina de la impureza de los adobes que forman su habitáculo”.

A renglón seguido nos recuerda, “nos guste o no (cuando el pulso pida la palabra para decir su último parlamento de latidos, cuando la sangre mude su carrera por el andar despacio, pian pianito, diminuendo que acaba por detenerse en la coagulación de la existencia) el espíritu, el alma, se apagarán repentinamente como el cirio que, con el soplo interior de su último aliento, se queda para siempre sin su llama y deja tras de sí –después de padecer los estertores del chisporroteo– su cadáver de cera”.

Nada detiene el devenir, ni los golpes de pecho, ni los rezos o alabanzas, pues, como él mismo nos señala: “como el día y la noche, todo se halla marchando en el gerundio nuestro de cada día, de nunca acabar, de correr fagocitando porvenires. Todo. Desde la dimensión indescriptible del cosmos –en que palabras como gigantesco, enorme, titánico– son como pobres botellas con delirio de grandeza que pretenden absorber el mar, hasta el ínfimo corpúsculo –del que sólo de oídas sabe el ojo– enamorado de la nada”.

Con lo expuesto, a mi parecer, es posible acercarnos de una mejor manera a lo que González Rojo llama la “ausencia del ser”, lo que expone sobre los griegos, Séneca, Hegel, Marx y sus discípulos, o bien su muy interesante diálogo con Lucrecio.

Sobre este último en una de sus partes se dice: 

“Tu poema filosófico –me dice Lucrecio– debería de llamarse Novum De rerum natura” (De la naturaleza de las cosas).

“Yo asiento sin dubitación alguna, sin la santurronería del dogmático pirronismo y a continuación reflexiono que las personas con su fuerza de trabajo, sus instrumentos productivos y una causa final gestada en su cabeza, creamos una cosa, un útil, un satisfactor. Si entonces nos preguntamos muy filosóficamente por su esencia, no podemos responder, como lo hacían Santo Tomás de Aquino y su maestro Alberto Magno, que aquélla es lo que hace de una cosa que sea lo que es y no otra –definición de esencia que se ahoga en la atmósfera enrarecida de la abstracción–, sino aquello para lo que fue creada”.

Y concluye: “dime, Lucrecio, qué piensas de todo lo anterior, cuando lo que ambos pretendemos es poner un hasta aquí al canto de sirena de los prejuicios”.

Poesía filosófica es todo un tema tejido en el transcurso de los años por Enrique González Rojo Arthur, sus últimos libros sobre el tema ameritan, sin duda, una lectura cuidadosa y profunda. Lo dicho aquí sobre el particular solamente es, como dije, un mencionar el tema y ponerlo en la mesa para conmemorar su nacimiento.

En la memoria del tiempo, en el andar de los días, la presencia de González Rojo siempre saldrá a nuestro paso.

Genaro González Licea

Caloclica, CDMEX, octubre 5 de 2021.

 

Genaro González Licea
Fotografía sin datar





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