ENRIQUE
GONZÁLEZ ROJO ARTHUR
EN LA
MEMORIA DEL TIEMPO.
“Una poesía filosófica tendría que ser excepcional para que no resultase una mera prosa en verso”, señala Eduardo Nicol al abordar el tema de poesía y filosofía. Su expresión encierra un razonamiento riguroso, propia de un filósofo acostumbrado a interrogar el comportamiento humano y exponer su resultado sin atadura. Sin embargo, como buen filósofo no se inclina por los razonamientos cerrados y mantiene la posibilidad de encontrar o elaborar una poesía filosófica siempre y cuando ésta sea excepcional, escúchese, distinta a los patrones comúnmente establecidos, o bien, a patrones de ninguna manera anclados en lo ordinario.
En la vida cotidiana esta excepción a la
cual se refiere Eduardo Nicol, la percibí en el trabajo filosófico y poético de
Enrique González Rojo Arthur, en su trabajo de creación, o “salto mortal o
cabriola metafísica de la nada al universo”, como diría él. En Enrique encontré
el justo eslabón entre ambas expresiones del ser, y ese hecho, sin entrar a su
estudio, sino simplemente ponerlo en la mesa y recordarlo en un día como hoy, 5
de octubre, fecha de su nacimiento, es el objeto de las siguientes líneas.
El
esfuerzo de unir estas dos expresiones del conocimiento del ser, es, a mi
entender, una de tantas enseñanzas de nuestro poeta. Tarea compleja, nada
sencilla ni para estudiarla y mucho menos para exponerla a los ojos de los
mortales, como los míos, por supuesto, como, quizá, para los del filósofo o
poeta que lo intente.
La
obra de ambos pensadores está ahí, cualquier persona puede acudir a
consultarla. Mi impresión es que ambos perciben con gran claridad que, citó a
Nicol, “tal vez el nudo de la cuestión estuviera en la y. Algún
conocimiento elemental poseemos de las dos, puesto que no podemos
confundirlas”, ello en virtud de que, agrega, “la y es una conjunción
copulativa, cuyo oficio (dice el diccionario) es unir palabras (o sea cosas) en
concepto afirmativo. Sin embargo, la asociación es también disociación”.
Poesía
y filosofía condensan, cada una, en sí misma, su esencia. Sobre el particular,
menciona Eduardo Nicol: “cada una es lo que es, y ambas quedan separadas
por la misma y que las reúne”. Posteriormente complementa: “para
quienes no estén al tanto del asunto, es conveniente advertir que lo dicho en
el párrafo anterior recoge las ideas con que Platón, en el Sofista,
inauguró la dialéctica como ciencia rigurosa”.
Sin
cuestionar lo dicho por el maestro Nicol, empero, permítaseme agregar a lo
antes citado que, por su parte, González Rojo inauguró la poesía filosófica, la
unión de la semilla cotidiana que revive la filosofía y la poesía en la
esperanza envuelta en la palabra, en la creación de un canto poético que
interroga con una gramática iracunda.
Ello
es así, toda vez que, hasta donde percibo, lleva a cabo un esfuerzo poético
excepcional donde la y tiende a diluirse, dejando claro que la creación
literaria, la poesía en especial, carece de estándares y patrones convencionales,
pues al interpretar el cosmos y su devenir se basta a sí misma, más todavía cuando
es despojada de mitos y prejuicios e instalada, en contrapartida, en la
conciencia de la materialidad de las cosas, “del ser material que constituye el
afuera”. Ese afuera conocido como tiempo, ya sea físico, convencional, psíquico
o histórico. En suma, el tiempo como atributo del ser material y la conciencia
como eje central donde está “el bastón de mando”.
De
esta labor de poesía filosófica, González Rojo, en realidad, da cuenta en toda
su obra, sin embargo, en forma muy particular dicho tema revistió un interés
sin precedentes en los últimos meses de su vida, ejemplo de ello están sus
últimos cuatro libros de poesía titulados: Poema filosófico I, II,
III, y IV, este último con un paréntesis de continuará. Por lo
dicho, bien se puede decir que nuestro humanista, filósofo y poeta, dio su
último suspiro con el tema en el tintero.
¿Qué
llevó a Enrique González Rojo Arthur a escribir sus últimos libros sobre el
tema de poesía filosófica?, ¿qué instante o atisbo de luz, como él diría, vio para
unir sin titubeos los temas en cuestión? No lo sé, empero, el tema está
plasmado y la semilla fermenta día a día.
Es
en este universo material y concreto en el cual transita nuestro poeta. Es en
este universo, en este “desierto de desiertos” que es “uno y el mismo para
todos”, donde se genera su reflexión. Es un universo donde la materia se multiplica
por mil al infinito, es el espacio donde se da cita la creación y la esencia de
las cosas, en él, nos refiere Enrique, “no hay lugar donde lo existente,
limitado y mal hecho (…) halle la manera de acceder a los palacios de la
perfección y entablar relaciones con los ángeles u otras criaturas sin defecto
concebidas”.
Es
en este universo que amamos y desamamos, vivimos y morimos, nos picamos los
ojos, creamos culpas y redenciones, construimos y destruimos, sí, es en este
universo donde deambula nuestro poeta. Universo que “no ha sido creado ni
por ningún Dios ni por ningún hombre”, pues en él “todo influye en todo” y,
por lo mismo, “la realidad no surge de los telares de la creencia ni se genera
en el tronido sinfónico de los dedos del milagro”.
Mas
en el cosmos la creación no es nada fácil. El poeta al que se refieren estas
líneas lo sabe bien, toda vez que, como el mismo expresa, “la verdad se
escamotea”, “la nada borronea cuanto existe”, “implica ciertos negocios turbios
con la nada”, razón por la cual, el que el todo pueda influir en el todo mismo
“resulta verdadero si se investigan y descubren las infinitas causas que
zurcen, con el ligamen del misterio y la niebla, unas cosas con otras, porque
no hay sino un cosmos. Inabarcable, sí, y que se aleja, desde luego,
expandiéndose, de nuestro conocimiento. Pero encerrado en la discreta
continuidad de lo infinito”.
Escuchemos
la voz de González Rojo al insistir: “la nada jamás será preñada por el ser. En
la nada no hay algo –ni un puntito escondido en la insignificancia– capaz de
dejar de ser lo que siempre ha de ser: nada, sólo nada. Como esta última tiene
como cualidad esencial ser imposible, el universo es imperecedero. Y también
infinito, con devenires de nunca acabar, y límites inmolados por la artillería
pesada de lo eterno. El cosmos ha existido, existe y existirá por los siglos de
los siglos”.
Y
agrega: “El ser humano no nace del pacto, la alianza, el matrimonio secreto,
invisible, intrauterino, de dos realidades contrapuestas, como lo blanco y lo
negro que se sienten traicionados por los pretenciosos desplantes de lo gris.
La carne no es la casa de alquiler de un alma que en esencia jamás se contamina
de la impureza de los adobes que forman su habitáculo”.
A
renglón seguido nos recuerda, “nos guste o no (cuando el pulso pida la palabra
para decir su último parlamento de latidos, cuando la sangre mude su carrera
por el andar despacio, pian pianito, diminuendo que acaba por detenerse
en la coagulación de la existencia) el espíritu, el alma, se apagarán
repentinamente como el cirio que, con el soplo interior de su último aliento,
se queda para siempre sin su llama y deja tras de sí –después de padecer los
estertores del chisporroteo– su cadáver de cera”.
Nada
detiene el devenir, ni los golpes de pecho, ni los rezos o alabanzas, pues,
como él mismo nos señala: “como el día y la noche, todo se halla marchando en
el gerundio nuestro de cada día, de nunca acabar, de correr fagocitando
porvenires. Todo. Desde la dimensión indescriptible del cosmos –en que palabras
como gigantesco, enorme, titánico– son como pobres botellas con delirio de
grandeza que pretenden absorber el mar, hasta el ínfimo corpúsculo –del que
sólo de oídas sabe el ojo– enamorado de la nada”.
Con
lo expuesto, a mi parecer, es posible acercarnos de una mejor manera a lo que
González Rojo llama la “ausencia del ser”, lo que expone sobre los griegos, Séneca,
Hegel, Marx y sus discípulos, o bien su muy interesante diálogo con Lucrecio.
Sobre
este último en una de sus partes se dice:
“Tu
poema filosófico –me dice Lucrecio– debería de llamarse Novum De rerum natura” (De
la naturaleza de las cosas).
“Yo
asiento sin dubitación alguna, sin la santurronería del dogmático pirronismo y
a continuación reflexiono que las personas con su fuerza de trabajo, sus
instrumentos productivos y una causa final gestada en su cabeza, creamos una
cosa, un útil, un satisfactor. Si entonces nos preguntamos muy filosóficamente
por su esencia, no podemos responder, como lo hacían Santo Tomás de Aquino y su
maestro Alberto Magno, que aquélla es lo que hace de una cosa que sea lo que es
y no otra –definición de esencia que se ahoga en la atmósfera enrarecida de la
abstracción–, sino aquello para lo que fue creada”.
Y
concluye: “dime, Lucrecio, qué piensas de todo lo anterior, cuando lo que ambos
pretendemos es poner un hasta aquí al canto de sirena de los prejuicios”.
Poesía
filosófica es todo un tema tejido en el transcurso de los años por Enrique
González Rojo Arthur, sus últimos libros sobre el tema ameritan, sin duda, una
lectura cuidadosa y profunda. Lo dicho aquí sobre el particular solamente es,
como dije, un mencionar el tema y ponerlo en la mesa para conmemorar su
nacimiento.
En
la memoria del tiempo, en el andar de los días, la presencia de González Rojo
siempre saldrá a nuestro paso.
Genaro
González Licea
Caloclica,
CDMEX, octubre 5 de 2021.
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