ENRIQUE
GONZÁLEZ ROJO Y LA BÚSQUEDA DEL DEVENIR DEL TIEMPO Y DEL TIEMPO MISMO.
Genaro
González Licea
Gracias
a la maestra Alicia, a Graciela y a Guillermo González Phillips, por permitirme
participar en este Póstumo Homenaje Poético a Enrique González Rojo Arthur y,
por supuesto, gracias también a “Espacio Ser y Crecer”, a Francisco Fierro
Brito, a Marcela Romn y a Flor Mendoza por permitirme compartir en este hermoso
espacio la palabra.
En lo personal solamente leeré unas
líneas de su poesía. Líneas que están como epígrafe en un poemario mío, en el
cual traté de abordar el tema de la soledad del indigente, la soledad del ser,
la soledad humana, la soledad del tiempo. Tema, por cierto, que tuve la
oportunidad de dialogar con él.
Antes de ello, permítanme exponer una
breve reflexión sobre su obra. Hablar de la obra de Enrique González Rojo
Arthur y, más aún, de él mismo, equivale, algo así como intentar deletrear el
infinito. Su obra es amplía y compleja, llena de aristas colmadas de sabiduría,
de sapiencia, de luces, hallazgos y sorpresas que nunca imaginamos contemplar.
Su contenido teórico, social, ideológico y literario, tiene raíces muy
profundas.
La verdad es que para hablar de una
obra así, hay que pensarlo muy bien. Caso contrario con suma facilidad nos
podemos ir de bruces al pantano. Soy, naturalmente, el menos indicado para
hablar de su obra, y de él mismo, por supuesto. En particular por mi gran
respeto y amistad que desde mi juventud me unió a él. Es posible que lo cercano
sea lo más difícil de ver. Que lo conocido, precisamente por ser conocido, no
sea reconocido, diría Hegel. Sin embargo, haciendo uso de una enseñanza suya,
trataré de esbozar una posible forma de acercarnos a la misma.
En una ocasión Enrique mencionó que “los
sentimientos y estados de ánimo, por intensos que sean, interesan poco o nada
cuando se trata de analizar una obra poética”, o de cualquier índole. En ese
sentido, y no sin ciertos titubeos, me atrevo a decir que, para acercarnos de
una mejor manera a la obra de González Rojo, uno requiere despojarse de
prejuicios y soberbia. Es indispensable humildad, mucha humildad. Caso
contrario el venero de conocimiento ahí contenido, además de pasar
desapercibido, es posible que en nosotros provoque cierta ceguera.
Estimo también, por otra parte, la
necesidad de mantener cierta prudencia y cautela, ello en virtud de que con
suma facilidad podemos caer en la tentación de expresar generalidades de su
obra e incurrir en grabes imprecisiones y simplificaciones sin fundamento.
Hasta donde percibo, una constante en
la obra de Enrique González Rojo es el comportamiento natural del devenir del
tiempo, la transformación de la esencia de las cosas y, por tanto, la ausencia
de puntos fijos en ese devenir. La constante, por tanto, es la búsqueda en el
devenir del tiempo y del tiempo mismo. El hallazgo de realidades que se
expresan siempre de distinta manera. El ser es, “desde siempre, un siendo”, un
“viajar en la carroza de lo efímero”, nos decía.
En suma, a mi parecer, la obra de González
Rojo es tan amplia y compleja que difícilmente, salvo excepciones, admite
generalidades. Su fuerza y fortaleza está y estará siempre en la reflexión y en
el pensamiento críptico, en las aulas y en el actuar social que vive el
desequilibrio del capitalismo en la vida cotidiana.
En congruencia con lo anterior, yo creo
también que la obra de González Rojo cargará, por siempre, una “Y” como piedra
filosofal. Una conjunción que comulgará con la revelación del conocimiento, y
gracias a la cual podremos deletrear de una mejor manera el infinito. Esa “Y”,
en realidad, es un eslabón de su “gramática iracunda” contenida en la esencia
de su propia obra. Es y será recurrente, por tanto, escuchar, por ejemplo:
Enrique González Rojo “Y” la filosofía, la política, el psicoanálisis, el
marxismo, la dignidad humana, la literatura, Platón, Hegel, Revueltas, “y”
tantos y tantos otros temas.
Dicho lo anterior, el verso de González
Rojo que prometí leer, ubicado en “Confidencias de un árbol”, corre de la
siguiente manera:
Me
aproximo a la nada. La olfateo. Demando la agonía. Voy al grano.
Amenazo
al oxígeno y golpeo las puertas de no sé qué meridiano,
donde
se oye el aullido del gusano que tiene en mi epidermis su trofeo.
Caloclica,
CDMEX, 11 de marzo de 2021.
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