Estoy muy contento de participar en esta fiesta literaria y de fomento a la cultura en general, como es la Feria Universitaria del Libro 2019 de Pachuca, Hidaldo.
Me dio mucho gusto
cuando, a gestiones de Hans, recibí la confirmación de mi participación en esta
feria por parte de las autoridades
universitarias: del señor Rector de la Universidad Autónoma del Estado de
Hidalgo, así como del Presidente del Patronato Universitario y, por supuesto
del Coordinador de la División de Extensión de la Cultura.
Mi júbilo se debió
a dos razones centrales: la presentación, por supuesto, de un gran libro como
es Soliloquios de Hans Giébe, y por
estar en esta gran Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo que, además de
ser un semillero generador de conciencias, reconoció con el Doctorado Honoris Causa a Don Sergio A. Valls
Hernández, persona que me permitió contar con su amistad y participar, en lo
que estaba a mi alcance, en una milésima parte de sus actividades como
Presidente de la Primera Sala de la SCJN.
De este segundo
júbilo otro día hablaremos, pues el día de hoy la presentación del libro del
Hans es el motivo que nos une.
Soliloquios es un libro que Hans me dio la oportunidad de
prologar. Disfruté mucho su lectura y relectura, pero, sobre todo, aprendí
mucho al estudiarlo. Aborda muchas materias y temas. En particular me nutrió
mucho su visión filosófica, su forma de abordar nuestro actuar en la vida
cotidiana, su concepto de libertad como “única
posesión” del ser humano, y no se diga, su gran sencillez y forma exacta de
decir las cosas.
Me impresionó mucho
su forma tan natural y poética de construir sus aforismos, así como el
trasfondo filosófico que contienen. A fin de cuentas, nos dice Hans, “el filósofo es una versión estilizada de
poeta”. Don Eduardo Nicol lo explicaría de la siguiente manera: “sin la
filosofía puede existir la poesía. Tal vez sin la poesía no hubiese nacido la
filosofía. El arte de la palabra abrió el camino a la ciencia de la palabra”. De
este calibre son los aforismos de Hans.
Doy otro ejemplo.
En uno de sus aforismos Hans nos dice: “quizá no haya nada más ridículo que
decir yo soy”. Duele reconocerlo,
pero en efecto, uno no es lo que es, sino lo que hace. Y lo que uno hace lo
construye siempre con el otro y para el otro, “la voz del otro en uno” que encontramos una y otra vez en los soliloquios que aquí presentamos. Para
cerrar el punto, citaré de memoria una idea de Eduardo Nicol, él al hablar del
envejecimiento nos dice que envejecer es una cuestión de tiempo, es una cosa
que sucede. En el caso, bien se puede decir “yo soy” viejo. Mas lo importante no es eso, sino lo que uno hace
que suceda durante el tiempo de vida transcurrido y la vejez presente ya. Otra
vez no es el soy, sino el hacer que fortalece el aforismo de Hans.
De esta manera, lo
digo de una vez, las sentencias de Hans no solamente son certeras, dan al blanco
y tocan hondo, sino, además, tienen la virtud de propiciar nuevas reflexiones e
inquietudes. Sus aforismos no paralizan al lector, al contrario, lo dejan en
plena libertad de construir sus propias reflexiones, nuestro propio aforismo.
Me explico. Una
característica de los aforismos es que éstos son cerrados, tienen un núcleo, un
ser, un alma condensada que está sin estar en la sentencia. La gran virtud de
Hans es la envidiable humildad con la cual construye sus sentencias, ya que nos
permite interiorizar con suma facilidad en su palabra, dialogar con ella,
meditarla y decirla con nuestra propia voz. Nos permite, en suma, meditar su
esencia en su propia lógica y rescribirlo con nuestra propia historia, con
nuestro propio puño.
Finalmente, debo
decir que hay una cosa más que me maravilla en todos los aforismos de Hans: la
palabra y el momento exacto para expresar una idea. Sobre el particular,
Wittgenstein refiere que “también los pensamientos caen a veces inmaduros del
árbol”. ¿Cuál es el justo tiempo e instante preciso, para cortar un fruto?,
¿cuál el justo momento de decir las cosas?, ¿cuál esa prudencia y equilibrio de
decirlas?
Nada fácil es saber
el momento exacto en que una idea, un pensamiento, está maduro, y menos aún
decirlo con elegancia y sencillez. Se requiere, me parece, tener una enorme y
peculiar sensibilidad para observar el comportamiento de las cosas, de la
naturaleza de las cosas, de la vida y el tiempo que le envuelve y, por si fuera
poco, se requiere también, haber sentido en carne propia el miedo que encierran
las palabras.
Una palabra
inexacta puede derrumbar la construcción más sólida del pensamiento más grande
que haya existido en esta tierra. Tener conciencia de ello genera un miedo que
hay que vencer para no quedar atrapado entre sus garras. Hans, lo vence, y lo
vence muy bien, de ahí, repito, el porqué mi gratitud y reconocimiento tanto a
él y a su obra.
Genaro González
Licea
Caloclica, Ciudad de México,
agosto de 2019
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