Veo mis primeros poemas y
entristezco, tal vez porque mi pasado resurge como un gato. Imagen de soledad,
vivacidad y calma. Imagen sin forma ni relieve. Recuerdo agridulce, etéreo.
Manto de amor y ternura, sombra que abriga mi interior. Búsqueda, encuentro y desencuentro.
Veo después mis últimos
poemas. Todo en mí es horizonte, agua y sequedad, soledad de jade. Doy un paso
y retrocedo, encuentro un remoto olor a infancia rota, páginas sin escribir,
interrogante corpórea de mi alma, voces internas, ecos, ilusiones, búsquedas de
todo y nada, cuentas saldadas, aceptación de un pasado que constituye parte de
lo que ahora soy.
Entre mis primeros y
últimos poemas, entre lo que nunca volveré a tener y lo que nunca antes tuve,
resurge también, desde esa imagen de mi niñez, desde esa niñez donde mis ojos
se rompieron, una brisa tenue tocándome la cara, una mirada tranquila y vivaz,
cercana y distante, un algo así que me recuerda a la mirada de un gato: agua
marina, gota de luz y sombra, acción despersonalizada, íntima, segura, humilde,
soberbia, dios y polvo.
Entiendo
entonces, diría Jorge Cuesta, que “de otro fue la palabra –antes que mía– que
es el espejo de esta sombra, y siente su ruido, a este silencio, transparente,
su realidad, a esta fantasía”.
Presto
mi nombre, desnudo la piel del otro y la adhiero a la mía; a ésta la que carga
un andar sin culpas, una indiferencia imperfecta, remota y cercana, un destino,
un desahucio: caminar desencarnado, acto de vida y muerte, grasa ausente en el
espíritu. Desahucio: un darle forma al abandono, un desprenderse de la vida, un
hundirse más allá de uno mismo hasta encontrar un eco, una visión, una palabra:
la palabra cotidiana del hombre y su esperanza, la palabra de un hombre
desahuciado.
El Desahuciado y El Gato son líneas y poemas, cementerio de
ideas y fantasmas, destierro, canto y hechizo, estado mágico, impersonal,
cambio de piel y de pasado, imagen de espejo sepultado. En ambos se encuentra
el sentir del desahucio de mi desahucio: rasgar de sombras y silencios, acto de
humildad y arrogancia, sentimiento vacío, mirar cubierto de cenizas.
El Desahuciado y El Gato: son un
aferrarse a la vida, un tomar agua y otra vez andar. Un acariciar al monstruo
que traigo dentro, un despersonalizar la vida y la muerte. Un acto de libertad
y estado de cuentas, un sueño: mundo mágico y real, deseo de esconderse en los
poros de la carne y transformarse en mito.
Líneas
y poemas, ideas y pensamientos que doblan las hojas como quien dobla una
esquina. Me veo de lejos, ausente de mí mismo, desterrado de sentimientos de
odio y amor profano, de lástimas y culpas. En El Desahuciado y el Gato me escurro como en sombras movedizas, me
asomo a la muerte y me refugio en la vida, en lo que realmente puede llamarse
vida.
Genaro González Licea
*El Desahuciado El Gato, Publicado por Editorial Vozabisal, México, 2017.
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