Al pintor, escultor y muralista
Alberto Cerritos
Benito Balam es un poeta al que no hay que perder de vista nunca. Supe de él hace aproximadamente cuarenta y cuatro o cuarenta y cinco años, sin embargo, es hasta hace poco que intenté elaborar un comentario, realmente muy modesto y para mí, sobre su obra literaria. Comentario que Benito generosamente tuvo a bien incorporar en las Raíces del agua, cosa que le agradeceré siempre.
Para aquel primer comentario
acudí a periódicos de la época, bibliotecas, hemeroteca y librerías que
malamente se les llama de libros “viejos”. Acudí también con amigos, unos me
decían algo, otros más, otros me proporcionaban algún material, otros no los
soltaban por considerarlos una reliquia de incalculable valor.
Hoy, teniendo en mis manos las
Raíces del agua, antología hecha,
para empezar, con la selección del propio autor, reconozco, por supuesto, que
me quedé muy corto en aquel primer decir, pero satisfecho al dejar para mí
mismo y, de alguna manera, para la comunidad literaria un primer peldaño de
acercamiento a la obra de Benito.
Cada que acudo a la obra poética
de Benito Balam nuevos hallazgos me esperan, su obra es una pluralidad de
encuentros y reflexiones, parecería que está construida, como él mismo señala,
“en mares de misterio / cantor de signos / que se cruzan a un tiempo”. Es una
obra digna de ver el paso del tiempo.
Una parte de ella es Raíces del agua, la cual, por lo dicho
anteriormente, además de ser una gran antología poética de lo escrito por él de
1976 a 2023, es también la expresión de un contexto social que formó a una
generación entera e incluso, es también la expresión de la generación formada
y, a su vez, de la formadora de nuevas generaciones.
Es más de medio siglo de la
vida literaria de un país y su contexto. Parece lejano ante este mundo
acelerado que ha llegado a la llamada “inteligencia artificial”, y parece, solo
parece, que ha olvidado la pobreza y los cadáveres al paso, el campesino y su
destierro, la población originaria de nuestros pueblos y su desamparo, el
entusiasmo y trabajo de toda una juventud que luchó por hacer valer su voz y
presencia social, su forma de ver la vida y sentir el peso natural de la misma,
del arte y la poesía, la expresión mural y artística. Un semillero de jóvenes,
profesores después, poetas, escritores, dramaturgos, artistas desde su origen
que revolucionaron una forma de ver y vivir la vida, la academia, la historia y
nuestra propia historia.
Las Raíces del agua nos da cuenta de un país lleno de creatividad que
se abrió paso, juventud creativa y sociedad aletargada, sociedad madura para
transformarse y abrir nuevos caminos.
Represiones y temores se
vivieron, pobreza, impotencia y rechinar de dientes. Eran tiempos de un
transitar “en la pólvora, con calles orinadas por el miedo”, diría Juan
Bautista Villaseca, tiempos donde los dioses de aplausos y pedestal, cito a
Yamilé Paz Paredes, “aún tuvieron la osadía de impedirnos que les diéramos
tierra” a nuestros muertos.
Eran tiempos, diría Marco
Antonio Montes de Oca, donde “recuerda el poeta lo que el pueblo olvida: / el
color de la macana, / el sabor del gas en la boca rota, / el aire inmóvil,
muerto de una directísima pedrada, / el terror colgando de un hilo”.
Eran tiempos, para decirlo en
este recinto recordando a don Octavio Paz y a Marie José, donde la limpidez “No
es límpida: / Es una rabia / (Amarilla y negra / Acumulación de bilis en
español) / Extendida sobre la página. / ¿Por qué? / La vergüenza es ira /
Vuelta contra uno mismo: / Si / Una nación entera se avergüenza/ Es león que se
agazapa / Para saltar”.
Repito los últimos versos del
poeta, “si una nación entera se avergüenza es león que se agazapa para saltar”.
Esos son, amigos, los tiempos que circulaban entonces y están contenidos en las
Raíces del agua, tiempos de dignidad
y restructuración de la palabra, palabra de a pie recorriendo las calles en
papel de estraza, expresiones gráficas de resistencia y creatividad en murales
de escuelas y calles, en libros volantes, libros folletos y hojas literarias
obsequiadas de mano en mano.
Sin embargo, en esta antología
hay un agregado más, un agregado muy marcado que nos hermana a todos, la
historicidad subterránea de nuestros pueblos originarios, su fuerza viva,
milenaria, que diariamente nos sostiene. “Indio antes y después del hombre”,
expresa César Vallejo,
“coyote agazapado” en la
respiración contenida desde el día de la conquista, diría Roberto Obregón,
“jaguar maya”, por su parte, levanta
la voz Benito, nuestro poeta, jaguar de Indoamérica, jaguar que reclama y con
todas sus letras nos dice: “los pueblos originarios / iniciaron nuestra
histórica a pesar de la “historia” / muy suya / muy nuestra / sus hijos se
extendieron / llevando sus raíces hasta en las piedras / sin dejar de tocar nada
/ sus muertos se pudrían como aliento / de las plantas y las fieras / la tierra
vivía en su sangre / acostumbrada a su presencia / y al llanto de sus crías”.
Esta
antología da cuenta de esa historia y de cuarenta y siete años en la vida
literaria de Benito Balam y de su tiempo, más los que asoma en sus poemas
inéditos y poemarios de futura publicación, como es el caso de Ojos de la claridad; Palabra Luz; o Mi Serena
Ternura.
Lo digo con toda sinceridad, Raíces del agua es una antología que
merece leerse con mucho cuidado y detenimiento, no solo por su trabajo poético
que encierra, sino también por la expresión de un tiempo, de una juventud que
abrió nuevos caminos literarios y creó una expresión muy propia y, por si fuera
poco, porque en ella uno se reencuentra con el lenguaje olvidado, simbólico,
ancestral, mágico, muy de la sabiduría de nuestros pueblos originarios y, por
lo mismo, de nuestra raíz y manantial de agua.
Es cierto que Raíces del agua reúne el trabajo literario
y la visión de mundo de Benito Balam de 1976 a 2023. Es cierto también que
Benito le ha hablado siempre a los desposeídos y explotados y su palabra es la
misma y al mismo tiempo una palabra distinta aquilatada.
Es cierto, todo es cierto,
pero ¿qué hay antes de ese periodo de juventud?, ¿qué de esa piedra de niñez e
infancia, de formación y temple, de recogimiento y reconciliación?
Sin duda, mis amigos, ese
periodo de niñez e infancia también está contenido implícitamente en las
páginas que aquí se presentan, explícitamente solo Benito tiene la palabra.
En cada línea, en cada verso,
veo la plenitud del ser que hoy entre nosotros camina. Veo su fuerza de tierra
y agua, también un cierto dolor y tristeza, una amorosa sombra que le abraza
igual que el júbilo y la alegría de vivir y haber vivido lo que ha vivido.
De esos veinte años primeros,
posiblemente un día Benito nos extienda su explícita palabra, de ser así, les
aseguro que contaremos con un canto amoroso del tono, igual y distinto, de veinte poemas de amor y una canción
desesperada de Pablo Neruda, poema que, por cierto, cumple cien años de
vida, Neruda, por su parte, veinte años más. Lo digo en presente, siempre en
presente. Ojalá se cumplan mis deseos.
Lo
que trato de decir es que, al margen de que Benito Balam haga explícito ese
poema, implícitamente está en toda su obra, son silencios que están sin estar,
son silencios que uno entiende, incluso, silencios necesarios que afianzan la
línea en blanco que dejan las palabras, el poema, la poesía. “En el maya me
asemejo, nos dice Benito, cuando me siento indio / los huesos me aconsejan /
seguir con el venado” y agrega estos versos de Blanca Rosa de Jesús Creollo
Díaz, con los cuales humedece todo el canto de su obra: “cierra tus ojos y
piensa en mí / así cuando cierro mis ojos, pienso en ti”. Sombra del sol,
agrega el poeta, “sol en la penumbra / mordisco de luna, luna encarcelada/
ombligo de luna, vientre encarcelado/ sol del jaguar, ¡ábreme la luna!”.
Este velo que cubre el alma
desnuda del poeta, lo vuelve a develar al abrir los brazos de la misericordia y
la redención cuando dedica a sus padres y hermanos el poema soy poeta naviero, y en él los
siguientes versos:
David: “sinfonía en azul / las
olas bravas se estrellan y deshacen / la mar apacible te mece en su regazo /
allí donde el corazón hermano / se funde con el de la madre / horizonte de
vertiginosa ternura / que a los pies presurosos / arrebata”.
A Blanquita, por su parte, le
dice: “eres un tamborcito de piel / con sonaja dentro / tu sonrisa es cascabel
de agua / que nos transporta a la cascada / donde bebemos la bendición / con
que tu mano pura / nos lleva al corazón / y nos blanquea de rosas”.
Finalmente, a Gaby se dirige
así: “Caracol pétreo / calcárea luminosa / herida por el sol / que al ser
abrazada por su fuego / irradia su luz cristalizada / herida eterna / en
nuestras almas que buscan su ser vivo / y apenas lo escuchan en silencio / en
su sonido interno”.
Y ese es Benito Balam, un alma
abierta en un todo continúo en sus esferas de vida y su congruencia al caminar.
Su entrega al otro, a la comunidad, como si fuera él mismo. Su búsqueda de
justicia y equidad, su lucha permanente de comunión y libertad.
En él, mis amigos, no veo un
punto y aparte, veo una obra literaria que comprende una visión de mundo congruente
con su andar. Desde esos primeros años que humedecen toda su obra, hasta ese
1976 donde se reencuentra con sus ancestros mayas, traigo un jaguar que me desgarra dentro, poema triangular en la
vida de Benito, quien trae un jaguar “Maya Quiché, / de Yucatán y Chiapas / Maya
de ayer, / reconocido ahora / Maya de garra / que raya el firmamento”, y cierra
el poema con esta visión de cruz que hasta el momento abraza: “soy un jaguar de
Indoamérica / lo reconozco / a bien salud mi respetable herencia”.
Posteriormente, ese ser
compacto y congruente, se reencuentra en su intimidad al vislumbrar al hombre
nuevo en 1989, el hombre que “viene de los descarnados / del Mictlan viene su
signo / viene de puños y voces / ondeando la innumerable sangre ida / donde las
cuencas de los ojos / no terminan de agotar su ausencia”.
La muerte, la vida, la
transformación de lo que era y ya no es y, sin embargo, sigue siendo. “Cuando
los seres abandonan el cuerpo, nos dice Benito, van al mundo de Xibalbá.
Nuestro Interior. Siempre estamos viviendo nuestra muerte, porque el interior
del hombre nunca muere. Los mayas
sabían muy bien que el hombre es sólo una pequeña criatura del cosmos”.
Vendrá después su reencuentro
de integridad, el cual se da en 1994, año en el cual, según interpreto, se hace
presente la revelación y plena conciencia de que el pivote central para lograr
ese hombre nuevo es, precisamente, la visión intercultural para hacer florecer
nuestro andar en esta tierra, aquí se une el pasado, el presente y el futuro
que en silencio nos espera.
Y ahí está su poema horizonte que pisa al pie descalzo, “el
Dios de Juan Diego Quetzalcóatl, / su animador sagrado, su gran Espíritu, / lo
llamaba a escalar siendo escalerilla, / lo llamaba a subir estando bien abajo”.
Están también sus versos de la noche está, es cierto, pero no es lo
único cierto de la noche, en los cuales en una de sus partes nos señala:
“oigo mi corazón nahual, mi corazón indio, mi corazón maya huichol, / mi
corazón iluminado e eclipse de sol, pariendo ante la luna/ una tierna humanidad
inacabada”.
Empero, por si esto fuera
poco, concluye este reencuentro con la santificación de aquellas tierras de la
selva de Bolivia donde fue sacrificado Ernesto Guevara de la Serna: “selva
virgen de Nuestra América / los indígenas bolivarianos, quechua, aymara, / han
bautizado ese lugar / como el de San Ernesto de las Higueras”.
El cuarto reencuentro de
nuestro poeta Benito se efectúa, bien se podría decir, en 1997, fecha en la
cual florece su amorosa fe personal e indocristiana, “parece increíble, nos
dice, como el tiempo lo construimos por medio del amor / y camina en un sentido
tan diferente al tiempo normal”.
Estamos frente a un ser en
potencia redimido, tanto, le cito nuevamente, en el “alma indocristiana de
nuestros pueblos” como en la búsqueda de “su nueva emancipación”.
Su casa es el todo espiritual
del hombre y universo, el amor es el alma que habita y crea lo que en él
existe. “Solamente el amor / reconcilia lo infinito”, nos dice, después lo
remarca con estas sus palabras: “amo la flor del espíritu / la luz interior /
amo la mística que es la poesía/ con que nuestras voces se cruzan con el
Espíritu de lo alto / con que nuestros cuerpos diminutos / se hacen eco sonoro
del Amante mayor / del increado / del guardián del silencio / el paridor de la
Palabra”.
Y concluye: “no sé si seré
indio o no / pero mi alma maya huichol / muerde la raíz del árbol del desierto
/ donde camina y ama / saturada de estrellas en su selva / mi alma india es un
moridor de lunas / un moridor de estrellas / un moridor del follaje roto / del
agua agotada e incierta”.
Finalmente, la parte quinta de
su reencuentro, 2001-2023 es, todo indica, el que responde a su entrega
espiritual a la creación cotidiana del ser indocristiano, su andar con el alma
al descubierto en esta Madre Tierra Tonantzin Guadalupe, en este desierto de
viento suave y tempestades enlutadas, donde si algo está vivo y muy presente
para Benito es la cruz, su cruz maya, la cruz con la cual busca al otro, al
prójimo y a sí mismo.
Cruz con que descifro, nos
dice, “el enigma de mí mismo / y con la que me has señalado / para aprender a
pronunciar mi nombre / interculturalmente / Benito Balam de la Santa Faz /
Benito Balam Flor y Canto”.
Las fechas, como cortes del
tiempo, son, por supuesto, una mera convención para hacer referencia a un todo
continuo, a un todo congruente en la interioridad del ser. Es a ese continúo,
implícito y explícito, lo que encontrarán en Benito Balam, en Raíces del agua, antología que aquí,
como agua fresca, nos ha reunido para después seguir.
Agradezco la invitación de
Benito Balam para hablar un poco de su obra, a los poetas Francisco Fierro
Brito y Hans Giébe por permitirme acompañarles y, por supuesto, agradezco mucho
la hospitalidad de Leticia Luna, directora de este espacio tan simbólico en la
vida cultural de nuestro país como es la Casa
Marie José y Octavio Paz, don Octavio del que tantos recuerdos tengo, así
como la generosidad y tolerancia de todos ustedes al escucharme.
Genaro González Licea
Del libro: Diciembre tres, ceniza
e infinito
Caloclica, CDMX, julio de 2024
Fotografía sin datar