viernes, 5 de julio de 2024

Genaro González Licea: La cruz maya o visión indocristiana de Benito Balam

 

Promocional: 
Casa Marie José y Octavio Paz 


Al pintor, escultor y muralista

Alberto Cerritos 


Benito Balam es un poeta al que no hay que perder de vista nunca. Supe de él hace aproximadamente cuarenta y cuatro o cuarenta y cinco años, sin embargo, es hasta hace poco que intenté elaborar un comentario, realmente muy modesto y para mí, sobre su obra literaria. Comentario que Benito generosamente tuvo a bien incorporar en las Raíces del agua, cosa que le agradeceré siempre.

Para aquel primer comentario acudí a periódicos de la época, bibliotecas, hemeroteca y librerías que malamente se les llama de libros “viejos”. Acudí también con amigos, unos me decían algo, otros más, otros me proporcionaban algún material, otros no los soltaban por considerarlos una reliquia de incalculable valor.

Hoy, teniendo en mis manos las Raíces del agua, antología hecha, para empezar, con la selección del propio autor, reconozco, por supuesto, que me quedé muy corto en aquel primer decir, pero satisfecho al dejar para mí mismo y, de alguna manera, para la comunidad literaria un primer peldaño de acercamiento a la obra de Benito.

Cada que acudo a la obra poética de Benito Balam nuevos hallazgos me esperan, su obra es una pluralidad de encuentros y reflexiones, parecería que está construida, como él mismo señala, “en mares de misterio / cantor de signos / que se cruzan a un tiempo”. Es una obra digna de ver el paso del tiempo.

Una parte de ella es Raíces del agua, la cual, por lo dicho anteriormente, además de ser una gran antología poética de lo escrito por él de 1976 a 2023, es también la expresión de un contexto social que formó a una generación entera e incluso, es también la expresión de la generación formada y, a su vez, de la formadora de nuevas generaciones.

Es más de medio siglo de la vida literaria de un país y su contexto. Parece lejano ante este mundo acelerado que ha llegado a la llamada “inteligencia artificial”, y parece, solo parece, que ha olvidado la pobreza y los cadáveres al paso, el campesino y su destierro, la población originaria de nuestros pueblos y su desamparo, el entusiasmo y trabajo de toda una juventud que luchó por hacer valer su voz y presencia social, su forma de ver la vida y sentir el peso natural de la misma, del arte y la poesía, la expresión mural y artística. Un semillero de jóvenes, profesores después, poetas, escritores, dramaturgos, artistas desde su origen que revolucionaron una forma de ver y vivir la vida, la academia, la historia y nuestra propia historia.

Las Raíces del agua nos da cuenta de un país lleno de creatividad que se abrió paso, juventud creativa y sociedad aletargada, sociedad madura para transformarse y abrir nuevos caminos.

Represiones y temores se vivieron, pobreza, impotencia y rechinar de dientes. Eran tiempos de un transitar “en la pólvora, con calles orinadas por el miedo”, diría Juan Bautista Villaseca, tiempos donde los dioses de aplausos y pedestal, cito a Yamilé Paz Paredes, “aún tuvieron la osadía de impedirnos que les diéramos tierra” a nuestros muertos.

Eran tiempos, diría Marco Antonio Montes de Oca, donde “recuerda el poeta lo que el pueblo olvida: / el color de la macana, / el sabor del gas en la boca rota, / el aire inmóvil, muerto de una directísima pedrada, / el terror colgando de un hilo”.

Eran tiempos, para decirlo en este recinto recordando a don Octavio Paz y a Marie José, donde la limpidez “No es límpida: / Es una rabia / (Amarilla y negra / Acumulación de bilis en español) / Extendida sobre la página. / ¿Por qué? / La vergüenza es ira / Vuelta contra uno mismo: / Si / Una nación entera se avergüenza/ Es león que se agazapa / Para saltar”.

Repito los últimos versos del poeta, “si una nación entera se avergüenza es león que se agazapa para saltar”. Esos son, amigos, los tiempos que circulaban entonces y están contenidos en las Raíces del agua, tiempos de dignidad y restructuración de la palabra, palabra de a pie recorriendo las calles en papel de estraza, expresiones gráficas de resistencia y creatividad en murales de escuelas y calles, en libros volantes, libros folletos y hojas literarias obsequiadas de mano en mano.

Sin embargo, en esta antología hay un agregado más, un agregado muy marcado que nos hermana a todos, la historicidad subterránea de nuestros pueblos originarios, su fuerza viva, milenaria, que diariamente nos sostiene. “Indio antes y después del hombre”, expresa César Vallejo,

“coyote agazapado” en la respiración contenida desde el día de la conquista, diría Roberto Obregón,

“jaguar maya”, por su parte, levanta la voz Benito, nuestro poeta, jaguar de Indoamérica, jaguar que reclama y con todas sus letras nos dice: “los pueblos originarios / iniciaron nuestra histórica a pesar de la “historia” / muy suya / muy nuestra / sus hijos se extendieron / llevando sus raíces hasta en las piedras / sin dejar de tocar nada / sus muertos se pudrían como aliento / de las plantas y las fieras / la tierra vivía en su sangre / acostumbrada a su presencia / y al llanto de sus crías”.

         Esta antología da cuenta de esa historia y de cuarenta y siete años en la vida literaria de Benito Balam y de su tiempo, más los que asoma en sus poemas inéditos y poemarios de futura publicación, como es el caso de Ojos de la claridad; Palabra Luz; o Mi Serena Ternura.

Lo digo con toda sinceridad, Raíces del agua es una antología que merece leerse con mucho cuidado y detenimiento, no solo por su trabajo poético que encierra, sino también por la expresión de un tiempo, de una juventud que abrió nuevos caminos literarios y creó una expresión muy propia y, por si fuera poco, porque en ella uno se reencuentra con el lenguaje olvidado, simbólico, ancestral, mágico, muy de la sabiduría de nuestros pueblos originarios y, por lo mismo, de nuestra raíz y manantial de agua.

Es cierto que Raíces del agua reúne el trabajo literario y la visión de mundo de Benito Balam de 1976 a 2023. Es cierto también que Benito le ha hablado siempre a los desposeídos y explotados y su palabra es la misma y al mismo tiempo una palabra distinta aquilatada.

Es cierto, todo es cierto, pero ¿qué hay antes de ese periodo de juventud?, ¿qué de esa piedra de niñez e infancia, de formación y temple, de recogimiento y reconciliación?

Sin duda, mis amigos, ese periodo de niñez e infancia también está contenido implícitamente en las páginas que aquí se presentan, explícitamente solo Benito tiene la palabra.

En cada línea, en cada verso, veo la plenitud del ser que hoy entre nosotros camina. Veo su fuerza de tierra y agua, también un cierto dolor y tristeza, una amorosa sombra que le abraza igual que el júbilo y la alegría de vivir y haber vivido lo que ha vivido.

De esos veinte años primeros, posiblemente un día Benito nos extienda su explícita palabra, de ser así, les aseguro que contaremos con un canto amoroso del tono, igual y distinto, de veinte poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda, poema que, por cierto, cumple cien años de vida, Neruda, por su parte, veinte años más. Lo digo en presente, siempre en presente. Ojalá se cumplan mis deseos.

         Lo que trato de decir es que, al margen de que Benito Balam haga explícito ese poema, implícitamente está en toda su obra, son silencios que están sin estar, son silencios que uno entiende, incluso, silencios necesarios que afianzan la línea en blanco que dejan las palabras, el poema, la poesía. “En el maya me asemejo, nos dice Benito, cuando me siento indio / los huesos me aconsejan / seguir con el venado” y agrega estos versos de Blanca Rosa de Jesús Creollo Díaz, con los cuales humedece todo el canto de su obra: “cierra tus ojos y piensa en mí / así cuando cierro mis ojos, pienso en ti”. Sombra del sol, agrega el poeta, “sol en la penumbra / mordisco de luna, luna encarcelada/ ombligo de luna, vientre encarcelado/ sol del jaguar, ¡ábreme la luna!”.

Este velo que cubre el alma desnuda del poeta, lo vuelve a develar al abrir los brazos de la misericordia y la redención cuando dedica a sus padres y hermanos el poema soy poeta naviero, y en él los siguientes versos:

David: “sinfonía en azul / las olas bravas se estrellan y deshacen / la mar apacible te mece en su regazo / allí donde el corazón hermano / se funde con el de la madre / horizonte de vertiginosa ternura / que a los pies presurosos / arrebata”.

A Blanquita, por su parte, le dice: “eres un tamborcito de piel / con sonaja dentro / tu sonrisa es cascabel de agua / que nos transporta a la cascada / donde bebemos la bendición / con que tu mano pura / nos lleva al corazón / y nos blanquea de rosas”.

Finalmente, a Gaby se dirige así: “Caracol pétreo / calcárea luminosa / herida por el sol / que al ser abrazada por su fuego / irradia su luz cristalizada / herida eterna / en nuestras almas que buscan su ser vivo / y apenas lo escuchan en silencio / en su sonido interno”.

Y ese es Benito Balam, un alma abierta en un todo continúo en sus esferas de vida y su congruencia al caminar. Su entrega al otro, a la comunidad, como si fuera él mismo. Su búsqueda de justicia y equidad, su lucha permanente de comunión y libertad.

En él, mis amigos, no veo un punto y aparte, veo una obra literaria que comprende una visión de mundo congruente con su andar. Desde esos primeros años que humedecen toda su obra, hasta ese 1976 donde se reencuentra con sus ancestros mayas, traigo un jaguar que me desgarra dentro, poema triangular en la vida de Benito, quien trae un jaguar “Maya Quiché, / de Yucatán y Chiapas / Maya de ayer, / reconocido ahora / Maya de garra / que raya el firmamento”, y cierra el poema con esta visión de cruz que hasta el momento abraza: “soy un jaguar de Indoamérica / lo reconozco / a bien salud mi respetable herencia”.

Posteriormente, ese ser compacto y congruente, se reencuentra en su intimidad al vislumbrar al hombre nuevo en 1989, el hombre que “viene de los descarnados / del Mictlan viene su signo / viene de puños y voces / ondeando la innumerable sangre ida / donde las cuencas de los ojos / no terminan de agotar su ausencia”.

La muerte, la vida, la transformación de lo que era y ya no es y, sin embargo, sigue siendo. “Cuando los seres abandonan el cuerpo, nos dice Benito, van al mundo de Xibalbá. Nuestro Interior. Siempre estamos viviendo nuestra muerte, porque el interior del hombre nunca muere. Los mayas sabían muy bien que el hombre es sólo una pequeña criatura del cosmos”.

Vendrá después su reencuentro de integridad, el cual se da en 1994, año en el cual, según interpreto, se hace presente la revelación y plena conciencia de que el pivote central para lograr ese hombre nuevo es, precisamente, la visión intercultural para hacer florecer nuestro andar en esta tierra, aquí se une el pasado, el presente y el futuro que en silencio nos espera.

Y ahí está su poema horizonte que pisa al pie descalzo, “el Dios de Juan Diego Quetzalcóatl, / su animador sagrado, su gran Espíritu, / lo llamaba a escalar siendo escalerilla, / lo llamaba a subir estando bien abajo”.

Están también sus versos de la noche está, es cierto, pero no es lo único cierto de la noche, en los cuales en una de sus partes nos señala: “oigo mi corazón nahual, mi corazón indio, mi corazón maya huichol, / mi corazón iluminado e eclipse de sol, pariendo ante la luna/ una tierna humanidad inacabada”.

Empero, por si esto fuera poco, concluye este reencuentro con la santificación de aquellas tierras de la selva de Bolivia donde fue sacrificado Ernesto Guevara de la Serna: “selva virgen de Nuestra América / los indígenas bolivarianos, quechua, aymara, / han bautizado ese lugar / como el de San Ernesto de las Higueras”.

El cuarto reencuentro de nuestro poeta Benito se efectúa, bien se podría decir, en 1997, fecha en la cual florece su amorosa fe personal e indocristiana, “parece increíble, nos dice, como el tiempo lo construimos por medio del amor / y camina en un sentido tan diferente al tiempo normal”.

Estamos frente a un ser en potencia redimido, tanto, le cito nuevamente, en el “alma indocristiana de nuestros pueblos” como en la búsqueda de “su nueva emancipación”.

Su casa es el todo espiritual del hombre y universo, el amor es el alma que habita y crea lo que en él existe. “Solamente el amor / reconcilia lo infinito”, nos dice, después lo remarca con estas sus palabras: “amo la flor del espíritu / la luz interior / amo la mística que es la poesía/ con que nuestras voces se cruzan con el Espíritu de lo alto / con que nuestros cuerpos diminutos / se hacen eco sonoro del Amante mayor / del increado / del guardián del silencio / el paridor de la Palabra”.

Y concluye: “no sé si seré indio o no / pero mi alma maya huichol / muerde la raíz del árbol del desierto / donde camina y ama / saturada de estrellas en su selva / mi alma india es un moridor de lunas / un moridor de estrellas / un moridor del follaje roto / del agua agotada e incierta”.

Finalmente, la parte quinta de su reencuentro, 2001-2023 es, todo indica, el que responde a su entrega espiritual a la creación cotidiana del ser indocristiano, su andar con el alma al descubierto en esta Madre Tierra Tonantzin Guadalupe, en este desierto de viento suave y tempestades enlutadas, donde si algo está vivo y muy presente para Benito es la cruz, su cruz maya, la cruz con la cual busca al otro, al prójimo y a sí mismo.

Cruz con que descifro, nos dice, “el enigma de mí mismo / y con la que me has señalado / para aprender a pronunciar mi nombre / interculturalmente / Benito Balam de la Santa Faz / Benito Balam Flor y Canto”.

Las fechas, como cortes del tiempo, son, por supuesto, una mera convención para hacer referencia a un todo continuo, a un todo congruente en la interioridad del ser. Es a ese continúo, implícito y explícito, lo que encontrarán en Benito Balam, en Raíces del agua, antología que aquí, como agua fresca, nos ha reunido para después seguir.

Agradezco la invitación de Benito Balam para hablar un poco de su obra, a los poetas Francisco Fierro Brito y Hans Giébe por permitirme acompañarles y, por supuesto, agradezco mucho la hospitalidad de Leticia Luna, directora de este espacio tan simbólico en la vida cultural de nuestro país como es la Casa Marie José y Octavio Paz, don Octavio del que tantos recuerdos tengo, así como la generosidad y tolerancia de todos ustedes al escucharme.

 

Genaro González Licea

Del libro: Diciembre tres, ceniza e infinito 

Caloclica, CDMX, julio de 2024


Genaro González Licea 

Fotografía sin datar