Un viaje poético con Ángeles Juan
Despertar
a la poesía rompiendo
el
silencio que la habita.
Refugiarse
en el silencio
con
los bolsillos colmados de poesía.
J.
Juan López Raya
Dos almas cantando entre la
brisa
Ángeles Juan, Ángeles Fernández Martín y J. Juan López Raya, dos almas cantando
en el manto de la luna, en la aurora del camino y en el sol que abriga la
esperanza, el arte, la poesía, la alegría de vivir, crear y realizar sueños,
como el viento en la voz del viento y las olas en la piel del mar.
Dos almas vitales y poetas, ella, con su voz suave de luz entretejida, de amorosa luz
entretejida, sublime, divina, de un azul de soprano celestial. Él, con voz de barítono,
de profundo manantial embravecido, de mar acantilado y río enfurecido buscando
su sendero. Unión de voces que son, en sí mismas, una metáfora de matices
musicales que tocan y reviven la esencia del poema, su sentido de existencia,
esperanza y libertad, su hondura agridulce, su grito profundo de vida y muerte.
Ambos sienten y reviven el poema, el
arte, la música y cultura, acarician y abrigan su esencia, la llevan a pasear por
mares, montañas, vientos y pastizales, piedras, llanos y tierras agrietadas,
manantiales de luz profunda y recuerdos idos como neblina olvidada que se muda a
cualquier parte. Aquellos trenes con gritos de niños, con voces
de espera y alegre llegada. Aquellos trenes de silbido triste que llevaban a
derramar el llanto. Aquellos, los de entonces, que se han ido y, sin embargo,
la libertad de su camino queda. Ya no pasan aquellos trenes, nos dicen con sus
palabras Ángeles Juan, aquellos trenes “cargados de palabras. / Palabras
sencillas. / Frases hechas. / Palabras comunes. Conversaciones. / Quedaron en
vía muerta, / junto a andenes / de una anacrónica estación / sin horarios de
llegadas ni partidas. / Callados”.
Dos poetas que regresan el mundo cultural a su
origen, al silencio y al vacío, al misterio de la creación donde nace la
poesía, el poema, la vida, el horizonte y su ceniza, su resplandor y ocaso.
Regresan la voz al origen del origen, a la búsqueda y libertad del ser, a la
viviente libertad del ser. Dos poetas repletos de fuerza y esperanza que se
niegan a que el teatro, la pintura, la música y el verso se queden en anaqueles
polvientos mirando telarañas, en lápidas empastadas de abandono y roídas con el
tiempo llorando en el olvido.
Todo lo regresan a su origen, a las veredas harapientas
donde el sol camina, a las llagas que mueren rezando su abandono y amando su
dolor, al frío que humedece la soledad de las montañas, el canto de los
pájaros, la alegría de las flores, el amor del escarabajo y la lombriz en el
mundo subterráneo que humedece los pies de la existencia.
El amor, el permanente amor que William
Shakespeare nos describe y ellos mismos nos recuerdan con su voz: el "amor no sigue la fugaz corriente de la edad, / que deshace / los
colores de los floridos labios y mejillas. / Eres eterno, amor". Regresan
la cultura, el verso y su sonido al principio donde nace al viento, silencio y misterio
que forma el ser. la palabra, el verbo, el sentido y la vivacidad del verbo: desamparo
de sombras, instantes de creación en las entrañas del vacío, del grito azuloso de
la vida donde estamos y no estamos.
Eso y más son Ángeles Juan, ríos
solidarios que van al mar, brisa amorosa que abriga la voz del escritor y el
dramaturgo, del pintor y del poeta. Expresión generosa de búsqueda y camino,
humedad de vida, canto, arte y hermosura. Dos almas unidas durmiendo entre la
arena y la soledad del mar, entre la brisa de la luna y el sueño de las olas,
la tranquilidad del viento y el blanco vuelo de gaviotas que acompaña a las
barcas que se alejan a pescar. Dos almas que acarician con su canto el fluir
del ser, el dolor de la tierra, la llovizna y el despertar del día, el sol del
llano, el musgo verde que abraza el fluir del agua.
Son almas comprometidas con la poesía,
el arte, la cultura, la humanidad y la esperanza que recorre nuestras venas en
el vaivén del viento: murmullo celestial del canto que deja el viento, el agua,
la tierra, la piedra envuelta en la palabra, la línea de luz sonora que se
asoma a la creación, al origen del eterno y cambiante origen: “da vida a todos
tus sueños, nos dicen, y que brillen como luceros en noche cerrada de miedos
dormidos, iluminando tus manos abiertas a esperanzas despiertas”.
Voces libres y su espíritu heredado
Ángeles Juan, Cádiz, Valencia, España y el mundo entero entre
sus manos. Dos voces recorriendo mares y continentes, voces libres como el aire
y el espíritu heredado, entre tantos y tantos otros, por Alberti: “canta, Rocío
del mar (…) Rocío del mar de Cádiz”, Juan Ramón Jiménez, los Machado, Lorca,
Cernuda, Miguel Hernández, Gerardo Diego, Aleixandre, Salinas, Altolaguirre y
Pedro Garfias. Sin olvidar a Salvador
Rueda, Vicente Carrasco, Pilar
Paz Pasamar, Quiñones, Fernando Quiñones Chozas y su sentencia: “cuando el
cante desata sus manadas dolientes / Y entreabre la guitarra sus incurables
grietas / Pasa un viento interior que nos descubre el mundo / y la espantable
gloria de estar vivos”.
Dos voces que labran la palabra
con el alma y la guitarra. Alfareros que hacen de la cultura y del poema un
estandarte de lucha por lograr un mundo más justo y más humano. Poetas y
cantautores que crean, difunden y promueven la arcilla poética de miles de artistas
y escritores, incluyendo la suya propia, aunque ellos, por su modestia y
sencillez, estiman que lo que escriben no son poemas, “son tan sólo pinceladas
de versos sin pretensión de serlo”.
Su canto es un saludo de paz siempre por
delante, un abrazo cotidiano al mundo, un sol que abre la ventana para mostrar
el renacer del día. Érase, como ellos mismos lo dicen, “una ventana / abierta a la bahía / en un rinconcito / de Andalucía. /
Érase / un inmenso olivar / derramado entre lomas / sobre el nivel del mar. /
Érase ese verde / suspirando / por asomarse al azul. / Érase, / eres / y por
siempre seas tú”.
Más adelante agregan, sobre la misma
metáfora de la ventana y contemplando un jardín
en paz: “más allá / de mi rota ventana / las nubes de la mañana / son una
flor / que ha nacido en un jardín / donde hay / un columpio esperando / para
seguir jugando / en paz / bajo el sol, / junto a ti / en un día de abril, /
esperando ese abril...”.
Así se expresan Ángeles Juan, dos herederos de
toda una generación de poetas y cantautores, de España y de la tierra entera,
que nos recuerdan que la vida es todo aquello que rodea a un ser viviente, es esperanza
y libertad, hierba fresca mirando la tranquilidad del agua, piedra de eterna luz
que respira el tiempo, el amanecer que en uno está. Cito aquí el poema de J.
Juan López Raya y Ángeles Fernández Martin, días
grises: “si te amanece / triste el día, / opaco, / gris, / dale tu luz, /
pon el color tú. / Píntalo / de verde turquesa / y de azul”.
Por alguna razón que ignoró, ambos me recuerdan
al ser libre del hombre que abraza para sí y para la comunidad entera, la
tierra, el cielo y los mares, el subsuelo, el infinito y la profundidad del
mar, como lo hace el sol y la luna en los cuatro puntos cardenales de nuestra
efímera existencia y, más aún, me recuerdan mucho el alma y temple de Miguel
Hernández, su pureza de amor, su pureza de luz abrazando lo adverso y lo
favorable, la llovizna y la tempestad, los llanos de seca ilusión y amorosa
escarcha.
Me recuerdan las almas de Jaén, sus tradiciones
de raíz de olivo, sus flores y aceitunas, su fuerza amorosa y libertaria:
aceituneros de Jaén, semillas amarillas que día a día nacen y florecen con la
autora. Son el alma del Miguel Hernández de nuestro tiempo, recordándonos el espíritu
libertario de los aceituneros de hoy que habitan en cualquier lugar del mundo.
Aceituneros que luchan cuando alguien intenta
atar su voz y dignidad, cito unos versos del poema Aceituneros de Miguel Hernández: “andaluces de Jaén, /
aceituneros altivos, / decidme en el alma: ¿quién, / quién levantó los olivos?
/ No los levantó la nada, / ni el dinero, ni el señor, / sino la tierra
callada, / el trabajo y el sudor”. Posteriormente agrega, mirando el alma del
olivo: “levántate, olivo cano, / dijeron al pie del viento. / Y el olivo alzó
una mano / poderosa de cimiento”. Y concluye con estos versos dirigidos a ti, a
mí, a los pueblos de cualquier parte del planeta:
“andaluces de Jaén,
/ aceituneros altivos, / pregunta mi alma: ¿de quién, / de quién son estos
olivos? / Jaén, levántate brava / sobre tus piedras lunares, / no vayas a ser
esclava / con todos tus olivares. / Dentro de la claridad / del aceite y sus
aromas, indican tu libertad / la libertad de tus lomas”.
Atmósfera muy necesaria, a mi
parecer, para contextualizar el trabajo de Ángeles Juan y, además, para decir
que ellos, como tantas y tantas personas, son herederos y reencarnan, como
ellos mismos dicen, “desde el sur de España”, esa voz del olivo y del nuevo
aceitunero, ahora en este tiempo, en este tiempo que tanto vacío, dolor y abandono
hay.
Lo he dicho en otra parte y lo
reitero ahora, tal vez sea mi edad o la edad del mundo, pero lo que veo frente
a mí y al fondo de un lugar que sé que existe y no conozco, es decadencia,
amorosa y profunda decadencia. Siento en mí más que tempestad, turbulencia y
caos, veo silencio y vacío, efervescencia del silencio en caos, la semilla de
la creación donde el vacío del vacío nace. Y ahí es donde veo el gran trabajo
de Ángeles Juan y ésta su voz que sugiere no quedarnos “en silencio al
caminar”:
“ya nadie silba por
la calle, / ni nadie que se detenga ante silbido alguno o que gire la cabeza; /
nadie que cante al caminar / ni nadie que preste oídos a esa canción de otro
viandante; / nadie que pase con las manos en los bolsillos / ni nadie con la mirada
en la de los demás. / Ya todos se precipitan, nos precipitamos, a un abismo, el
peor de todos, el del silencio y la indiferencia”.
Sobre el trabajo
de Ángeles Juan
La
creación, en el fondo de su trabajo está la creación. Versos cortos que rozan
suavemente el alma e invitan a la reflexión, a la búsqueda y encuentro de
nosotros mismos. Versos ubicados con la intuición del poeta o con la precisión
de un cirujano, estribillos que nos llevan a contemplar los pasos del otro en
nuestros propios pasos. El otro es parte de uno y uno es
parte del otro. Somos comunión humana, pasos colectivos del ser sin perder
nuestra propia fisonomía y construcción de historia.
Sí, su trabajo
y creatividad cultural es única y no puede ser de otra manera, como observa don
Eduardo Nicol en La
agonía de Proteo: “cada nueva creación
es una renovación del ser que la produce: la originalidad es doble” y agrega,
“en rigor, nadie está en forma,
quedándose en ella sin moverse. Está en forma quien se forma cada día. La forma vitral nunca es final: no constituye un
fin por sí sola. Es en la obra, más que en la biografía, donde se percibe el
arte de vivir. Vida y obra se conjugan en la conversión del hombre en genio”.
Esta es la actitud que veo en la
construcción poética, artística y cultural de Ángeles Juan. En cada verso, en
cada canto están ellos en plenitud, sin trastocar la originalidad y la esencia
del poema, para él y para los autores, siempre absoluto respeto, el mayor y más
estricto respeto. Dentro de este espacio, insisto, su recreación es una
creación. Dos creaciones de inconfundible pertenencia e incuestionable valor. La
misma obra artística, cultural, musical o poética, en espacios diferentes, una
obra afirma la voz de otra. Ambas cobran vida propia, una proyección única,
perdurable en el tiempo.
Lo anterior me interesaba mucho
remarcarlo, sobre todo, porque percibo que su gran modestia al referirse a su
labor, así como su alejamiento al círculo engañoso del éxito y fracaso, les puede
llevar a omitir la calidad, maravilla y grandeza de su arte realizado, su
importancia en la cultura y conciencia social, en la gente y juventud de “a
pie” que se gana la vida con el sudor a cuestas y está impedido, por el tiempo
o el dinero justo que le queda, a gastar de más para ver una obra de teatro, un
libro de poemas o la visita a un museo de arte.
Su creación cultural es única,
auténtica e inconfundible, natural, altruista, desinteresada. Modesta labor de
humildes trovadores. Labor, dirían ellos, “altruista, alejada de cualquier
interés económico o material. Una tarea doméstica, sin apenas recursos, todo
producido con un sencillo móvil, nuestra voz, nuestra imaginación, muestra
guitarra y lo fundamental: nuestro inmenso cariño”. A renglón seguido, agregan:
“estamos de sobra ‘pagados’, recompensados emocionalmente, con el
reconocimiento de los auténticos protagonistas, ustedes los y las poetas.
Cuando se nos recompensa además con gestos tan nobles y generosos, esto nos
hace ver que cada minuto, cada hora invertida en nuestras sencillas creaciones
ha merecido la pena con creces”.
Sus palabras son dictadas con el corazón, su
sencillez, bondad y dignidad, les agiganta. Permítanme citarles nuevamente:
“somos sencilla y auténticamente tan solo un modesto matrimonio sin
pretensiones, con mucho amor al arte de la poesía, de la pintura, de la música
y motivados por esa pasión vamos de la mano transitando este camino”. Su trabajo
brilla igual que su humildad, es una enciclopedia virtual, un aula, una casa de
cultura que invita al conocimiento y nutre la conciencia.
Regreso a don Eduardo Nicol y con
ello concluyo este apartado: “es en la obra, más que en la biografía, donde se percibe
el arte de vivir. Vida y obra se conjugan en la conversión del hombre en genio”.
En el caso, Ángeles Juan agigantan su creación musical y artística, su obra
cultural incuestionable, con su humildad y calidad humana, lo sabe Cádiz, España,
el tiempo virtual que recorre el mundo, los poetas, escritores y artistas, que
en su obra están. Su obra, lo digo sin titubear, es una inmensa galería de
arte, poesía, música, reflexiones y referencias que despiertan la conciencia,
dialogan, reclaman con el puño en alto. Dibujan el poema, le dan voz, canto,
textura. Un sello muy suyo, autónomo, propio. Uno aprende, son dos maestros con
los cuales uno aprende la infinidad de sentimientos y colores que encierra la
vida, la muerte, el poema y la poesía.
La guitarra del sur de España
que se ubica en cualquier parte
La
guitarra, la voz de la madera que acompaña el canto de Ángeles Juan, tres voces
en una, siempre en una. Madera íntima de raíz y tierra, de llovizna destilada
entre las hojas, luz y sombra hecha de piedra, triste sonido de amor y soledad,
lloroso rocío que escurre en la corteza del árbol, del ser, del ser viviente: la
vida, la muerte, la permanente vivacidad del ser y su transformación sin fondo.
La guitarra, madera que añora lo fresco del
rocío y el frío del invierno en madrugada, la sombra de dolor vivida, la
esperanza del sol y la mañana que un día tras otro asomó en sus ojos. Madera
soleada, húmeda de amor y brisa, de alma asiática o latina, española o de africada
de encendidos sones, madera del mediterráneo o mexicana, de Cádiz o Valencia o
cualquier lugar del cosmos. Madera con alma y savia contenida, humana virtud de
amorosa compañía, voz libre y a la vez unida a las cuerdas del recuerdo y la
esperanza, de la búsqueda y encuentro del alma sintiendo su libertad.
La guitarra, esa amorosa resonancia, diría
Nicolás Guillen, “tendida en la madrugada, / la firme guitarra espera: / Voz de profunda madera /
desesperada. / Su clamorosa cintura, / en la que el pueblo suspira, / preñada
de son, estira / la carne dura”, esa voz “sedienta y encendida”, diría
Quiñones, “delgada / línea pura / de corazón sonoro”, agregaría Pablo Neruda.
La guitarra, esa amorosa madera que se transforma en llanto. Y ahí está García
Lorca con “el llanto de la guitarra”: la que “llora monótona / como llora el
agua, / como llora el viento / sobre la nevada”. La guitarra, nuevamente retomo
a Lorca, que “es imposible / callarla. / Llora por cosas lejanas. / Arena del
Sur caliente / que pide camelias blancas”.
Hay tantas cosas que encierra la guitarra,
tantas, pero tantas cosas. Ventilo mi corazón y encuentro en ella mi dolor de
viento encendido, murmullo de embrujo y misterio enamorado, “pozo con viento en vez de agua”, diría Gerardo
Diego. Cuerdas de ceniza y luz, alma que solo siente el alma del guitarrero
que, ahora permítanme decirlo con la palabra de don Antonio Machado, “llega y
tañe, / las empolvadas cuerdas”.
Eso son nuestros cantores y poetas, Ángeles Fernández
Martín y J. Juan López Raya y su guitarra, almas unidas buscando revelar el
verbo, el misterio más profundo donde se mece el verbo, la voz del silencio, el
aire en el agua, la oscuridad en la luz, la poesía acariciando la palabra, la
nota de la guitarra envuelta en la palabra, las notas que están en el alma de
los poetas cantores que tanto admiramos y dedicamos estas líneas, en la madera
transformada en flor, en la piedra que espera al tiempo, en la cadencia y ritmo
del aire, en los pasos cotidianos de las personas alejadas del pedestal.
Sus notas musicales se asoman siempre sin
egoísmo ni falsedades, tres ritmos y sonidos llevando al mundo la expresión de
los poetas, el arte y la cultura. Tres sonidos enlazados con la expresión de
nuestro tiempo. Sonidos que encarnan la dignidad de los ancestros, nuestros
ancestros, el presente y el porvenir, el sonido del canto de la guitarra que
gritó al universo Alberti, otra vez Alberti: “gaditanos,
levantad / en vuestras viejas guitarras / el sol de la libertad”.
En efecto, los poetas y cantores que
aquí nos ocupan nos llevan a ese recuerdo y, además, a confirmar esos versos de
Celaya, de don Gabriel Celaya, que taladran la conciencia: la poesía es “como
el pan de cada día, / como el aire que exigimos trece veces por minuto, / para
ser y en tanto somos dar un sí que glorifica (es un) arma cargada de futuro
expansivo / con que te apunto al pecho (…) Es algo como el aire que todos
respiramos / y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos”.
La poesía, mis amigos, está en la voz
de todos, en el campesino y en el obrero, en el minero y el estudiante, en
Ángeles Juan y Paco Ibáñez que llevó a los versos de Celaya a recorrer los
rincones del planea. Está en la savia y en la piedra, en el agua y en la
sangre, es el acto de comunión más puro de todo ser viviente, de todo ser
humano. La poesía está en la guitarra, en el ritmo y la palabra, en su
sonido encendido que acompaña el despertar de la conciencia sin nada a cambio.
Así es su naturaleza, su eterno canto de luz y de madera, su espíritu de árbol
transformado, el árbol, la arboterapia,
como la expresa Ángeles Juan en estos sus versos: “ahí lo tienes, / lamiendo
los últimos / rayos de un sol que se / acostará dentro de un rato. / Sabe bien
del frío, / desde que se quedó / desnudo el pasado otoño, / y abre sus brazos /
esperando, tal vez / tu cálido abrazo”.
Canto
poético a los cuatro vientos
Veo,
escucho y siento el trabajo de nuestros poetas cantores que dan nombre a este
viaje poético musical. Paseo por su obra, noble,
generosa y altruista, palabra de poco o nulo uso en un mundo donde predomina la
ganancia como mecanismo de gratificación y pago. Reflexiono sus expresiones de
amor y me hundo en su alegría, contemplo laderas, barrancas, ríos y montañas, siento
mis pasos jugar en la arena, la húmeda arena que esconde la soledad del mar, el
tiempo y el amor del viento. Espacio sin egoísmos ni ventajas, espacio de
comunión del saber que fortalece el alma.
Veo en su obra los campos
de la vida cotidiana, la hermandad de la cultura y los recovecos que encierran
las emociones humanas, el canto de los pájaros, el aire enredado entre las
hojas, las flores, el silencio y la soledad del horizonte y de las piedras, el
camino que nos espera para transitar la vida y llegar a los misterios de la
creación, del arte y la poesía.
Es un hermoso museo que palpita al alcance de
todos, una enorme biblioteca donde acuden miles de personas a revivir sus sueños,
una casa de cultura virtual, casa extendida por los océanos del sol, por los
cuatro vientos donde entran y salen niños, jóvenes y adultos, escritores,
poetas y pintores, dramaturgos y filósofos dialogando e interrogando al mundo, al
ser y a la razón del ser del mundo y a lo que en él existe.
Veo una gran casa de cultura, la casa, mi casa,
que llamaré la Casa de Cultura Ángeles
Juan, cuyo inicio fue JoÁngeles, contracción de sus nombres en lengua
valenciana: Juan (Joan) y Ángeles (Àngels), ahora para el mundo entero Ángeles
Juan. Casa de cultura que contiene una obra maravillosa, sencilla, humilde espacio
poético de caminar sosiego, casa acompañada por miles de versos en
la voz de Ángeles Fernández Martín y J. Juan López Raya, miles de imágenes y
pinturas, expresiones de arte que acompañan la conciencia, reflexiones que
nutren el alma, el fluir de la vivacidad de la vida. “No sólo de pan vive el
hombre”, diría García Lorca en Fuente de Vaqueros al inaugurar la biblioteca
del lugar, con el siguiente agregado que se encaja en las entrañas totalitarias
del poder y la ganancia:
“Yo, si tuviera
hambre y estuviera desvaído en la calle no pediría un pan; sino que pediría
medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan
de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones
culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los
hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario
es convertirlos en máquinas al servicio del Estado, es convertirlos en esclavos
de una terrible organización social”.
Veo a Ángeles Juan cantando en la puerta principal:
“es hora de leer. Es hora de escuchar. /Es hora de agradecer”, leer versos,
exponer obras de teatro, mostrar obras maestras de pintura y datos de sus
pintores, y cantar, como el río de montaña que busca su destino, racimos de
metáforas y sentencias que encierran los poemas. Los veo cantar, como ya lo han
hecho, estos versos de Karmelo C. Iribarren: “los que saben leer las estrellas
tienen libro para rato”, después estos otros: “a veces, / solo y sin respuesta
/ abro por la página en blanco un libro/ y en ese nada me mantengo, / vigilas
por si un verso, / cualquier verso, / es capaz de curarme la herida del tiempo”,
de Faustino Lobato Delgado, en el
alfabeto del tiempo.
Posteriormente, esta hermosa expresión de
Alfonso Brezmes: “es tiempo de ganar. / Es tiempo de perder. / Ya se ha dicho
todo / lo que tenía que ser dicho, / ya se ha sentido / aquello que vinimos a
sentir, / ya entramos dos veces / en el mismo libro. / Es hora de salir a
escena. / Que el poema sea una lengua / para los labios de la herida. / El nudo
en la garganta de algún pájaro / que canta por primera vez”, para, finalmente, concluir
con esta expresión de amor y reclamo de Federico García Lorca al teatro, a la
poesía, al arte y sus artistas: “el teatro es la poesía que se levanta del
libro y se hace humana. Y al hacerse, habla y grita, llora y se desespera. El teatro
necesita que los personajes que aparezcan en la escena lleven un traje de
poesía y al mismo tiempo que se les vean los huesos, la sangre”.
La cultura a la intemperie y al alcance de
todos. Ese es su espíritu, el espíritu de Ángeles Juan y los miles y miles de
Lorca que habitan el planeta. Lorca, “¡dónde estará, que no viene!",
diría Nicolás Guillén, en Fuente Vaqueros (Granada), a propósito del 25 aniversario Federico García Lorca y
agrega: “nadie responde, no habla nadie…” y, sin embargo, permítaseme agregar:
el pueblo lo sabe, y lo sabe bien, igual que nuestros cantautores, motivo
central de este viaje poético que aquí narro y cosmos cultural en sus páginas
virtuales contenido.
Un acercamiento al mundo de la
poesía y la cultura
Por
supuesto, ante tanta cultura y versos trabajados, pinturas aquí y allá, reflexiones
al por mayor, referencias musicales, cortometrajes, documentales, reportajes,
música, teatro, libros, ecos de campanas alegrando viento, el andar del ser y
de las hojas por las grietas del camino, igual que las olas por la piel y dolor
del mar, y un sinfín de cosas más, en este viaje poético de Ángeles Juan solamente
mencionaré, a manera de ejemplo, algunos versos retomados al azar.
Es el caso de los poemas-canciones escritos por
Antonio Vega, como el sitio de mí recreo
y palabras, versos que dejaron huella
en toda una generación y tiempos venideros. La primera, nos refiere Ángeles
Juan, “redonda y accesible, es una canción paisajística que habla de los
lugares donde uno se encuentra a gusto física y espiritualmente. Ese sitio de
recreo, más que un lugar concreto, es un estado de consenso que cada cual
establece consigo mismo, un espacio no conflictivo. Así lo sentía el gran
Antonio Vega y así la interpretamos en su honor y con amor nosotros”. En tanto
que palabras, nos comentan, “habla de
la elasticidad del tiempo, de la inmortalidad, y porque con palabras de amor dejó este mundo para
alcanzar, más allá de la luz, la inmortalidad junto a su obra a través del
tiempo”.
Este sentido de búsqueda en la expresión, de
cuidar siempre el contenido y saber por qué cantar un determinado poema o
versos del mismo, qué resaltar o enfatizar de él, es un trabajo previo de
inmenso valor para las personas que les escuchamos y leemos. Su actitud es un
acto de bondad, un compromiso y razón de ser, un dejar todo en cada
interpretación o acto cultural realizado, incluyendo, por supuesto, los tiempos
musicales y modulación de voz, paisajes de fondo, pinturas, ilustraciones,
imágenes y contextos adecuados para ese contenido, tiempo y espacio que se
canta. Nos proporcionan un todo cultural que mucho se valora, cuestión que manifiesto
aquí para ya no ser reiterativo, porque este trabajo se percibe, insisto, en
cada una de sus interpretaciones y expresiones culturales que lo ilustran.
Este parámetro de cuidado y rigurosidad, es
posible constatarlo también al escuchar y ver el reconocimiento que hacen
Ángeles Juan en el centenario de veinte
poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda, su canto del poema
número quince, me gusta cuando callas,
versionando la canción que en su día hizo Paco Ibáñez e ilustrando, ahora, el
canto del poema con óleos de la pintora finlandesa Elin Danielson.
En realidad, este parámetro de cuidado lo
podemos encontrar en su obra entera, en ellos no hay distinción entre
escritores, poetas, pintores, hay contenido, trabajo, cultura, búsqueda de
motivar la expresión de esperanza y libertad en la conciencia.
Y ahí están sus voces y su guitarra diciéndonos
al corazón: “yo voy soñando caminos / de la tarde. ¡Las colinas /doradas, los
verdes pinos, / las polvorientas encinas! (…) / —La tarde cayendo está— / Mi
cantar vuelve a plañir / Aguda espina dorada, / quién te volviera a sentir / en
el corazón clavada”, de Antonio Machado, o bien, llevándonos de cuerpo y alma a
pasear por la neblina, “entre la neblina nos hemos ido” de José Luis Morante:
“la niebla / impregna los sentidos / y jamás / se consume. / El hombre / toca /
las escamas dormidas del silencio. / No necesita nada, / y la nada que necesita
/ ya no es necesidad”; o por enamórate del silencio de Consuelo Jiménez:
“vístelo de sueño.
/ Escúchalo en los labios / que no alcanzas a besar. / Enamórate del verso /
que trae la caricia del viento / brisa deseo puente viejo, / en su temblor
amapola / pétalo metáfora en pie, / velo de ternura sostenido / en las pupilas
del tiempo, / el segundo vence al minuto, / siempre, enamórate”.
Doy “vuelta a la página” y lo constato, de
igual manera, en el canto y atmósfera cultural que Ángeles Juan nos obsequian
al recordarnos el poema paredes sin
espejos de Luis Miguel Malo Macaya:
“ya no estamos nosotros. / No son los muros estos / a
aquellos parecidos / que un día fueron nuestros. / ¿Quién los habita ahora? / Decoran nuevos términos, / recluyen y ensimisman / refutados espectros:
/ poemas los conforman / dudosamente ciertos. / ¿Qué guardan? ¿cómo han ido / allá
dentro a quedarse / virtualidades? Neutros / límites se cercioran / al margen
de lo nuestro: / otros ojos releen / ahora aquellos versos / (entonces
escuchados / y nunca dichos luego). / Otras
intimidades / ocupan otros tiempos, / (silencios serán sólo, / sólo dirán
silencios). / Nosotros, sin nosotros, / estaremos en ellos”.
Posteriormente nos recuerdan los versos
de Mónica
Manrique de Lara: “absorbo el cielo mirando hacia
el mar / sobre la arena de un tiempo desierto, / quedan arriba las estrellas
titubeantes / que se extienden como el humo / hacia el vacío, / bostezo blanco,
gigante del frío. / Solo una barca ilumina las olas, / es como flor que
despunta en un sueño” y, finalmente, los versos de Karmelo C. Iribarren
que taladran el alma: “contra la soledad el único remedido válido es el amor, /
los amigos pueden ser un bálsamo durante un tiempo, / pero la vida acaba con
ellos. / Al final siempre resulta que no era tanto, / solo te queda el amor / y
tiene que ser de verdad…”.
Aún reflexivo y meditabundo, camino por los
senderos de mí mismo y me atrapa escucharles estos versos de Alfonso Brezmes: “a través de un espejo puedo verme / escribiendo un poema
que no es mío; / escucho las palabras, son un río / a cuyas aguas voy para
saberme / creyendo que podré salir inerme”; seguidos de estos otros del poema calma de Efí
Cubero: “ante quien mira y pasa, / este amar permanece. / Bajo el cielo
tan calmo/ de una luz tersa y pura / el mar tiene un sigilo/ de navaja
dormida…/ Ojos entrecerrados, a punto de arrancarse. / Arrasarnos. / Hundirnos
en su acero / hasta ser sólo olvido. Náufragos arrastrados al abrazo que
ahoga…”; y de estos más de Héctor Berenguer: “cada día / que amamos / no se
olvida. / Se olvida cada día / que no hemos amado. / Uno se conoce / en lo que
ama / y se desconoce / en lo que no ama. / Porque amar / es olvidarse en otro /
para reconocerse”.
Una y otra vez el trabajo
destilado
Vuelvo
a “doblar la página” virtual de Ángeles Juan y otra vez encuentro su trabajo
destilado, medido, meditado, al retomar en su canto la expresión poética de Pedro
Burgos Montero: “¡Oh, memoria pretérita, que haces
/ de mis recuerdos tabla rasa! / Si ella no me olvidara, / ¿para qué quiero
casa, / caballo, cítara o concesiones? / Sus sueños serán / el mejor beso que
puede / darle a un hijo del olvido / quien lo adivina y lo conoce”.
Posteriormente la de Benito Balam
Florycanto: “vengo a arrebatar del hocico los códices devorados / las palabras
de estuco grabadas en mis bóvedas / vengo a cincelar con extraños augurios mi
rostro que no conozco / en el diente del dintel ya no habrá sombra de duda”; la
de Pedro
López Lara: “escribir poesía / es incendiar un
bosque / y verlo luego arder / desde su centro / sin otro fin / que apalabrar
las llamas. / Demorar hasta el verso / su recuerdo del fuego”; y la de Juan
Martínez Iglesias: “con su mirada lánguida /
luce impasible su penacho amarillo / de flor de noches. / Desde su pedestal / gotea
sus trazos de luna / para aventar la esencia / de las doce más oscuras / e
invade temblorosa / los grafitis de los contraluces”.
Se asoma la nostalgia, el
recuerdo del mar y las gaviotas que alegres se deslizan por el aire. Doy un paso
más y nuevamente me detengo al escucharles decir, decirme, decirnos, estos
versos de Fran Alonso: “entre todas las ciudades prefiero / las
que duermen sobre el mar / o aquellas que se alzan en la arena / del desierto.
/ Las primeras están habitadas / por sardinas de plata, / y las segundas por / dátiles
de luz”; estos otros de Jesús-María Pérez Barreiros: “a veces / estoy solo / en la penumbra / de los días / las noches;
/ y te quiero. / A veces / llueve / y sale el sol; / y te quiero. / A veces / pienso
en ti; / y te quiero. / Ahora, / es a veces; / y te quiero”; y este otro de Yolanda Correll,
escribo al amor: “déjame que hable al amor, / que llene de letras / sus pozos sin
fondo, / de palabras de ámbar / sus grietas desnudas”.
Todo un recital poético y, al mismo tiempo, un
exhorto a leer y releer a los poetas hasta aquí citados y a los que ellos nos
remiten, cuestión, me parece, trasciende, con mucho, un acto de divulgación
cultural para instalarse, auténticamente, en un proceso educativo, didáctico,
generador y modificador de conciencias, toda vez que propicia y amplía una
visión de mundo en los receptores y, lo central, genera la posibilidad de
modificar conductas.
Miles de ejemplos se pueden citar en este asomo
a la obra cultural de Ángeles Juan, empero, permítaseme referirme solamente a
uno más que, con su armonía de voces entrelazadas en las cuerdas de la
guitarra, y el contenido mismo que encierra la palabra, sacuden el alma y la
conciencia. Me refiero al poema por las
calles de Castellón de DEYZ, Anixel (Mario Lee), que bien pueden ser las
calles de cualquier parte del mundo:
“por las calles de
Castellón / Anhelo a tu lado volver a pasear. / En aquel lugar del montón / donde
nuestros corazones nunca se pudieron tocar. / Siento lástima por todo lo que
veo pasar; / baños de sangre inocente / y puertas cerradas al prójimo para
escapar. / Abrázame fuerte y consuélame; / dime que siempre te tendré. / Tengo
miedo por todo lo que va a pasar; / países que se bombardearán, / almas que se
apagarán / y ciudades que se hundirán bajo el mar. / Agárrame la mano fuerte y
miénteme; / dime que todo saldrá bien. / Cuando el día llegue, / espero por las
calles de Castellón / a tu lado poder caminar; en aquel lugar del montón /
donde en un mundo de guerra / recordar nuestra paz”.
Dicho lo anterior, estimo oportuno cerrar este
apartado, proporcionando una referencia puntual de las canciones compuestas por
Ángeles Juan con los poemas de muy diversos escritores y, con ello, estar en la
posibilidad de constatar su trabajo destilado. Estos poemas musicalizados,
hasta finales de dos mil veinticuatro, son:
Rafael Morales (última chaqueta); José Martí (rosa blanca); Rubén Darío (canción de otoño en primavera); César
Vallejo (los heraldos negros); José
Hierro (vida); Gloria Fuentes (el regalo que yo quiero); Carlos Edmundo
de Ory (hipérbole del amoroso, y, e invierno);
Alfonso Brezmes (equipaje, tres deseos, paraíso en obras, sin
sentirlo, que no te cuenten,
últimamente, los puntos invisibles,
repeticiones, mi voz ajena, desde que me he
ido, dame la mano, y cuatro cosas).
Faustino Lobato Delgado
(hay tanto viento, lento, y miedo); Karmelo C. Iribarren (amor,
esos días); Genaro González Licea (nada dejo, voz dormida, ese azul, y recuerdo y olvido); José Iniesta (atados a un sueño, la voz del bosque, la vela de
la vida, y las últimas rosas); Mónica Manrique de Lara (sin ser leña, mimesis, inmersión en la danza, y cauce de lo que está ocurriendo); Ana
Montojo (un millón de años); Luis
Malo Macaya (soneto a Blas de Otero).
Carmen Salas del Río (soñando presente, quisiera ser sirena de pelo blanco, imagine, y raíces); Marth
Madhan Sundari (un amor puro, y la niebla del olvido); José Luis Morante
(niebla de otoño); Consuelo Jiménez (enamórate); Carlos Roberto Gómez Beras (tres); Benito Balam (en el maya me asemejo); Nicolás
Corraliza Tejeda (abril en los inviernos);
Efi Cubero (compás de 3 por 4); Pedro
Burgos Montero (Bogar, la usura usurpará la poesía);
Jesús-María Pérez Barreiros (callar la
voz, y a veces); Sara Bueno (sueños); Yolanda Corell ( y si yo fuera de aire).
Calidad del arte y la palabra
Al
contenido y calidad de los versos, cuyo valor ya es intrínseco a los mismos, debe
agregarse, no solamente la calidad de voz de Ángeles Fernández
Martín y J. Juan López Raya, sin omitir, por supuesto, las cuerdas de su guitarra,
sino también, como ya expuse, el contenido y gran riqueza cultural a la cual
nos remite la totalidad de su trabajo, desde el nombre del autor, escritor,
poeta, pintor o artista, hasta el nombre de la obra, el libro donde se ubican
los versos, la edición de imágenes, arreglos y composición musical, óleos, la historia
del arte, referencias históricas sobre el material presentado, efectos de
sonido, fotomontaje, ciudades, autores, obras literarias, teatro, danza y
fotografía. Combinación de gran riqueza cultural e incuestionable belleza, un
todo armónico de piezas ensambladas en su justa y adecuada medida para el tema
que se expone y se deja a nuestro alcance sin distinción alguna.
Y ahí están, por señalar algunas referencias, las
acuarelas de Alfredo Gutiérrez, los dibujos de Alberto Cerritos, las pinturas
de Elin Danielson, todos ellos generando una atmósfera tan viva. Sucede lo
mismo con las pinturas de Edward Hopper; José Gutiérrez Solana; Rafael de la Rosa;
Lita Cabellut y Rene Magritte. De igual manera es posible citar los óleos de
Leonid Afrémov; Edvard Munch; Elicio Martínez Corcuera; Xochitl Espinoza
Flores; Marcos Rey; Edward John Poynter; Salvador Dalí; Vincent Van Gogh y su
desgarrador “anciano apenado (en la puerta de la eternidad), o bien, solamente
para proporcionar unas referencias más, los óleos sobre tela de Diego Rivera; Jean-François
Millet; John Frederick Kensett; Pierre—Auguste Renoir; Pieter Brueghel y Pablo
Picasso, el llamado periodo azul de
Picasso: la sopa, la tragedia, el viejo guitarrista ciego, la expresión de dolor y desesperanza de
Picasso, de cualquier ser humano que vive la pérdida y el abandono del ser
querido, el olvido, “ese azul olvido, ese, ese”.
Cada composición de Ángeles Juan es un ensamble
de átomos de arte, expresión reflexiva, contenido y calidad humana. En cada uno
de los poemas, contextos y contenidos, cantados o expuestos por ellos, uno
pasaría, sin exagerar, horas y horas contemplando la profundidad del arte, reflexionando
su fuerza y contenido en sí mismo, en su tiempo y en el nuestro, su potencia y sentido
de la vida, su ocaso y su misterio de fondo inagotable, un suspiro y una
eternidad. Ya no hablemos de corrientes de pensamiento o clasificación de la
expresión artística.
Tarea que corresponde a cada cual. El mundo, cito
a Ana María Matute, expresada en uno de los trabajos culturales de Ángeles
Juan, “hay que fabricarlo uno mismo… / Hay que crear peldaños que te suban, que
te saquen del pozo. / Hay que intentar la vida, / porque acaba siendo verdad”.
Redondea lo anterior, la referencia a los versos de no volveré a ser joven de Jaime Gil, que incorpora Ángeles Juan, en
el mismo trabajo donde expone el pensamiento de la autora referida: “como todos
los jóvenes, yo vine a llevarme la vida por delante”. Este entretejido
cultural, contenido en toda la obra, le proporciona un toque distintivo a su
trabajo artístico-cultural, lo engrandece y nutre al que a el se acerque.
Por su puesto que en todo el trabajo de Ángeles
Juan existe un sentido y compromiso social, mismo que reafirma cuando se
manifiestan, por ejemplo, en contra de las adicciones, la violencia en general,
contra la mujer y la infancia en particular, la guerra y la devastación de la
naturaleza, temas tratados con responsabilidad, voz y música de fondo muy
variada, pero adecuada y certera para cada exposición que nos presenta.
Es el caso de su trabajo ambiciones, refiriéndose al libro de Ape Rotoma, motivos para fumar: “cuando uno ve con
claridad y supongo que eso ocurre más o menos pronto, según, que lo que
conseguir lo que realmente le gustaría es imposible, uno siente un gran alivio.
Para que hacer cosas que solo arreglan la cosas en forma parcial, o ni eso con lo
que cuesta. Lo lúcido es pasar de todo y esperar sentado el milagro o la
muerte, o lo que llegue antes”.
En otra parte su trabajo contra la guerra,
recordándonos, antes que nada, las palabras de Alberto Camus: “la paz es la
única batalla que vale la pena librar” y, a renglón seguido, nos muestran el
escenario del concierto contra la guerra, a propósito del 40 aniversario de la
Banda del Centro Instructivo Musical de Massanassa (Valencia), que se llevó a
cabo en el Auditoria Municipal Salvador Seguí con participación de dicha Banda,
dirigida por José Miguel Pérez Alemany, del Orfeó Micalet de Valencia y su
director Miquel Juan García, y del Orfeó Polifónic de Massanassa del que son miembros
Ángeles Juan, el fragmento coral que escuchamos es la parte I de “Campanades a
Morts”, cuyo compositor es Lluís Llach.
Le sigue, teniendo como telón de fondo estos
versos de Federico García Lorca, “el grito deja en el viento / una sombra de
ciprés. / (Dejadme en este campo, / llorando)”, esta expresión de Ángeles Juan
que, en realidad, se trasmina en todo su trabajo: “ojalá soplaran siempre
vientos de paz que borraran todo grito de dolor y elevaran al cielo
esperanzadoras canciones como esta…”.
Se escucha entonces, con su guitarra y voz,
unión de voces, the wind (Yusuf / Cat
Stevens), posteriormente tristes guerras
de Miguel Hernández: “tristes guerras si no es amor la empresa. / Tristes,
tristes armas si no son las palabras. / Tristes, tristes. / Tristes hombres si
no mueren de amores. Tristes, tristes”, así como una gran cantidad de versos
contra la violencia en sus distintas y variadas manifestaciones, ahí está, por
ejemplo, su lectura el día contra la
violencia machista, del texto de Eve Ensler: bajo el burka.
En esa misma tesitura, Ángeles Juan, a
propósito de Miguel Ángel y el fresco en la Capilla
Sixtina, efectúan esta reflexión que bien vale tenerla muy presente:
“si al tocar el dedo de Dios se encendiera la paz interior y se apagaran
todas las guerras, miserias y sufrimientos de este mundo... ¡Qué fácil sería
creer en el hombre! Cuando en 1512, Miguel Ángel finalmente completó el fresco
en el techo de la Capilla Sixtina, los cardenales responsables de la obra, al
observar que el maestro había pintado el panel de la creación del hombre con los
dedos de Dios y Adán tocándose, le pidieron que lo rehiciera, y que los dedos
de ambos se mantuvieran separados. Un detalle simple, pero con un significado
sorprendente: Dios está ahí, pero la decisión de buscarlo depende del hombre.
Si quiere, estirará el dedo, lo tocará, pero si no quiere, puede pasar toda su
vida sin buscarlo. La última falange del dedo contraído de Adán representa así
el libre albedrío”.
La decisión está en el hombre, en su educación
humanitaria, en la poesía, en el arte, en el teatro y la guitarra, en la
música. Dicen los musicólogos, nos recuerda Ángeles Juan, “que la música permite desarrollar orgánicamente mejoras en los
conflictos e incluso a través de ella se pueden construir identidades
culturales de paz. Ojalá la música tuviera el poder absoluto para sembrar la
paz absoluta allá donde sonara. Mientras tanto vierte sus lágrimas por cada
bomba que cae en cualquier rincón de nuestro belicoso mundo...”, y agregan,
cito su poema llorar colores, “se
tiñe el llanto de colores: / lágrimas rojas sin son de amores, / negras si de
dolores. / Lágrimas amarillas de pura alegría / y son azules las de melancolía.
/ Mas amargo también es el llanto verde / por otro bosque cuyo frondoso manto
pierde”.
El teatro, pisar y sentir las
tablas
Ya
que nos referimos al teatro, a esa indescriptible sensación de “pisar las
tablas”, el entarimado, cabe mencionar las actuaciones de Ángeles Juan en el
escenario, ya sea participando en un recital poético-musical y teatral en
Cádiz, en Casa Amigos de Quiñones, o
en el escaparate poético en Casa La
Enredadera cantando poemas de más de una decena de poetas, musicalizados y
trabajados previamente con el ensamble de voces.
La finalidad, nos dicen, además de que el Escaparate cumple un año de vida,
recabar recursos para “financiar la revista cultural de Cádiz y fomentar la
cultura crítica en la ciudad. Dando cabida a poetas, cantautores, raperos y
cuentacuentos. Por las tablas del escaparate han pasado artistas más amateurs y
más profesionales, visualizando así a todo el panorama underground de la ciudad”.
Naturalmente, sería imperdonable omitir la
participación musical de Ángeles Juan en varias obras que han tenido lugar en
el grupo de teatro Telón Cádiz Inclusión,
mismas que, por supuesto, también están registradas en su espacio cultural
virtual, es el caso de “la danza de las libélulas” presentada por “Año Cero”
del grupo de teatro referido, y en la cual se “evoca la llamada dulce y al
tiempo feroz de nuestro primer amor; transitando el paisaje y el sentido
profundo de todas las cosas que puede hilvanar un beso, ese nuestro primer beso
también”.
En el mismo escenario, está también su
participación en “el fantasma que sólo sabía besar”, “la Mari y don Adolfo en
el Pay Pay” o “EntreDos”. Por cierto, Ángeles Juan al referirse a esta última
obra, nuevamente se hace presente la humildad al mencionar estas sus palabras:
“la mayor recompensa al pisar y sentir las tablas es el aplauso del
espectador, máxime cuando uno es tan sólo un humilde amateur y desarrolla,
cuando puede, esta faceta por amor al arte”. El contexto de esta hermosa
reflexión es el siguiente:
“¿Qué sucede cuando mezclamos a un premio Nobel de Literatura y a un
Premio Nacional de Teatro? Hemos vertido en una cocktelera especial escenas de
"Pareja abierta" (Dario Fo y Franca Rame) y el Cuadro de Amor y Humor
al Fresco "Breve encuentro" (José Luis Alonso de Santos) y tras
agitar resulta esta divertida comedia que lleva por título: EntreDos.
Muchas gracias a mi hermano Pedro, (director de Telón Cádiz Inclusión y
también actor en esta obra), a nuestra maravillosa partenaire Marissa Greco, a
nuestro apreciado Juanma Ramírez por sus canciones y a Patrick Pinter por su
cartel y sus fotografías; pero, ante todo, gracias al público, razón de ser y
antídoto de este veneno llamado teatro.
La mayor recompensa al pisar y sentir las tablas es el aplauso del espectador,
máxime cuando uno es tan sólo un humilde amateur y desarrolla, cuando puede,
esta faceta por amor al arte inspirado por Talía y Melpómene”.
De la misma manera está la participación de don
J. Juan López Raya en Kaso de alacrá cía
teatro hispano-argentina, obra basada en el proceso de Kafka y llevada a la
13 Mostra de Teatre Alternatiu de Barcelona, así como la obra de teatro imagine: “título de uno de los poemas
hechos canción que pudo escucharse (…) durante un encuentro en el que poesía,
música y teatro se dieron de la mano para brillar en el patio del Espacio Cultural Amigos de Quiñones de Cádiz.
El evento fue concebido para la poeta “graditana” Carmen Salas del Río y en el
programa hubo recitado de poemas, canciones con versos del bellísimo poemario el cantar de las caracolas, y lectura
dramatizada del cuento original de dicha poeta: unidos para subir a la luna, adaptado y reescrito como obra de
teatro por J. Juan López Raya”.
Por supuesto, existen muchas más actuaciones solidarias
de Ángeles Juan: Kaso de Alacrá (Compañía de Teatro hispano-argentina) en el
papel de testigo de guardia; homicidi a
domicili (imperfect murder), comedia escrita y dirigida por Elsa Nácher García y “representada por
alumnos y colaboradores especiales de L'Escola Municipal de Teatre de
Massanassa; su participación en el Teatro
de la Terapia, y en el día mundial de
la salud mental, donde, por cierto, nos recuerda el gran poema de León
Felipe ya no hay locos, o bien, y
para no saturarlos más, su intervención en el Orfeón Polifónic de Massanassa en
homenaje Pepe Osorio, memorable momento que dio lugar a la siguiente reflexión de
Ángeles Juan:
"la mano que te ofrece una rosa siempre conserva algo de su fragancia"
solía decir Pepe. Así es, las personas que nos hacen bien siempre conservan un
halo de bondad, de esencia sincera y de gratitud.
Por eso las personas que se ofrecen a los demás a través de buenos
actos, de ayuda y de humildad son aquellos capaces de exprimir y conservar el
mejor jugo del mundo: el de la solidaridad y el compromiso.
Así era Pepe, nuestro compañero Pepe Osorio, al que se ha llevado este
virus, dejando en todos los que le conocimos ese aroma de la fresca rosa por su
mano ofrecida”.
Es de mencionar, por cierto, que Ángeles Juan
están vinculados desde finales de los años noventa a la Escola de Teatre
Municipal de Massanassa, dirigida por Elsa Nácher García, han participado en
decenas de montajes teatrales abarcando géneros diversos: comedias, dramas,
género musical, recitales de música y poesía, teatro infantil (este siempre
escrito por Elsa Nácher).
Así interpretaron obras de Federico García Loca
(comedia sin título), Darío Fo (aquí no
paga nadie), Enrique Jardiel Poncela (cuatro
corazones con freno y marcha atrás), José Sanchis Sinisterra (teatro menor),
Aristófanes (Lisístrata), Franca Rame
y Fo (pareja abierta), por citar
algunas, además de en obras diversas con dramaturgia de la citada directora
Elsa Nácher en solitario y en algunas ocasiones libre adaptaciones y algún
texto coescrito con el propio J. Juan López Raya. Se puede afirmar que es en la
experiencia teatral de índole amateur de Ángeles Juan donde sintieron en carne
propia la conjugación del verbo amar del arte con la mejor recompensa posible:
el aplauso sincero del público al caer el telón tras cada función.
En este contexto de participación solidaria de
Ángeles Juan, llevada a cabo de tantas formas y maneras como se ha podido, es
de referir el apoyo a la Comunidad de Valencia por las inundaciones sufridas a
fines del dos mil veinticuatro. Tengo en mente su trabajo que hace referencia a
la imagen desgarradora de un ángel ciego, una enorme mano que se asoma de la
corriente de agua encrespada sosteniendo un señalamiento de aviso con un dibujo
rojo de alerta. La música de fondo es la adaptación de una canción de Silvio
Rodríguez que hace referencia a “un ángel ciego está perdido / y se refugia en
un dosel / donde, confiado, se ha dormido / como si nada fuera cruel”. El
pueblo nuevamente se hace presente, “el pueblo salva al pueblo”. Apoyo
solidario sin costras ni búsqueda de gloria, ahí entre barro y escombro, dolor
y duelo.
En esta misma tesitura, se encuentra también tanto
este proverbio indio que nos recuerdan los cantores y poetas motivo de este
ensayo: “los árboles son las columnas del mundo, cuando se habrán cortado los
últimos árboles, el cielo caerá sobre nosotros”, como su hermosa composición
donde “toma voz el bosque en nombre de una naturaleza al borde del colapso. El
hombre parece olvidar que es nuestra verdadera madre, y que lo que destruimos
nos destruye”. Composición elaborada para la presentación, en Cádiz, del libro un tigre sin selva del poeta valenciano
José Iniesta. Don José Iniesta, el poeta de innumerables versos, en mi
recuerdo, cuatro de ellos musicalizados por Ángeles Juan: estar atado a un sueño, la
voz del bosque, la vela de la vida
y las últimas rosas: “todavía, en la
antigua luz / del mundo que nos duele, / la belleza y la gracia / de unas rosas
sin dueño / abiertas en la tarde, / junto al tiempo de un muro”. Poema este
último repleto de dolor, de trozos de recuerdos, silencio y olvido que,
quisiera saber por qué, me recuerda ese poemario de largo aliento enterrado muy
al fondo de mí, llamado tumbas en el
olvido. En esas rosas dormidas entre hierbas y piedras del camino, el alma
amorosa de los muertos despierta en un capullo y sonríe sin odios ni rencores
si la miras.
En resumidas cuentas, la idea de Ángeles Juan
sigue en pie: igual que la poesía y el arte en general, el teatro también debe
salir a las calles, y ahí dejo está su voz: “que salga el teatro a la calle y
monte su escenario en la plataforma de unos caballitos que giran y giran como
este mundo. Y que instalen carruseles en cada plaza, en cada parque, en cada
calle, y el viento y un actor sobre un fabuloso corcel de cartón así declame”.
Cortometrajes, recitales y
relatos
En
la Casa de Cultura Ángeles Juan,
virtual, a cielo abierto y al alcance de todos, uno se encuentra con sorpresas
cada instante, es el caso de los relatos, recitales, cortometrajes,
documentales, imágenes de arte, música, recuerdos de tiempos que se han ido y no
se han ido por su huella dejada o vivida en el instante permanente del
presente.
En este contexto bien se pueden mencionar aquellos
recuerdos de lectura, en la escuela o en la casa, hecha por el maestro o ser
querido que nos llevaba a recorrer el mundo, soñar e imaginar caminar sobre la
arena sintiendo las lágrimas del mar, tocar el firmamento con los dedos y
dormir con el arrullo amoroso de la luna y las estrellas.
Y ahí están Ángeles Juan leyendo poemas,
cuentos y relatos a un lado de nosotros, en plazuelas, recitales o foros que
con un cielo de lona se fija en cualquier parte. Escucho sus lecturas,
narraciones, sus voces incrustadas en las cuerdas de su guitarra, y es
indescriptible el mundo imaginario que vivo y que revivo, las historias nos
seducen, la música nos habla, los barcos nos llevan mar adentro, el zumbido del
viento nos sumerge en sueños. Recreamos un mundo, un lenguaje muy propio que
solo el alma de cada quien sabrá sentir y descifrar en sus adentros.
Ahí está la presencia de Ángeles Juan en el foro Juan José Millás, leyendo textos
del mismo Millás que nos hacen sentir que “los objetos nos llaman”; “despistes”
de vecinos solitarios, “cerillos y fantasmas”, “una historia de fantasmas”, “la
asesina del diván” o la locura de psicoanalista y psicoanalizada, “una vida y
un sueño”: “y yo he soñado esta noche con un niño ucraniano perdido que iba de
la mano de ese otro niño ruso y juntos llegaron hasta el umbral de una casa
destruida por las bombas. Sin flaquear en su ánimo, crecieron construyendo un
hogar común… Justo ahí desperté a la realidad”.
De esta manera, como he dicho, su presencia
está ya sea leyendo, cantando o actuando, en pocas palabras, fomentando la
cultura y generando la vivacidad de la conciencia, en tantos lugares como les
es posible, en el Espacio Cultural Amigos
de Quiñones, en festivales, plazas, aniversarios de poetas, escritores, o
con motivo del día internacional del libro y mil actividades más.
Entre ellas, recuerdo aquí el documental de
Ángeles Juan recorriendo las plazas, iglesias y contemplando el mar de Cádiz, con
estas sus palabras: “qué placer por Cádiz caminar y callejear…”, ver el mar y
el sol en su horizonte, cito su poema impresión,
“su / rojo / reflejo / vibra encendido, / en un paisaje suspendido. / Dormido
oleaje / zarandeado por los remos / de una barca perseguida / por su callada
estela. / Y él / testigo de todo / por encima de todo él, / el sol. / Venga a
nosotros su luz”. Agréguese a lo anterior este canto universal de Antonio Machado:
“caminante, son tus huellas / el camino y nada más; / caminante, no hay camino,
/ se hace camino al andar. / Al andar se hace camino, / y al volver la vista
atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar”.
Así mismo, recuerdo sus cortometrajes tu mano y palomitas. En este último escribe: “¿qué
pasa cuando las inquietudes intelectuales, físicas y químicas sobrepasan el
peso de los años? Tres amigos de toda la vida, Alberto, Mario y Pablo, tienen
un común aliciente de alto vuelo para sobrellevar la demoledora rutina”. Corto metraje
donde intervienen tres personas: Paco, Juan y Jesús López Raya (de este último, por cierto, son estos versos: “sólo la belleza, / la
belleza del lirio azul / sobre la nieve, / la de tus ojos / espejo cristalino.
/ Sólo la belleza, / la belleza eterna de las almas / nos salvará mañana”).
Por otra parte, el corto tu mano se introduce con estas palabras: “¡Ta-ta-clac/,
ta-ta-clac! regresa a nuestra infancia a golpe de barrote, ta-ta-clac, volverse
juguetonas nuestras manos sin importarles ensuciarse en su jocoso recorrido,
¡ta-ta-clac/ ta-ta-clac!”, para concluir: “la realidad, como decía Cortázar,
responde a nuestros sueños, aboliendo la falsa frontera entre lo ilusorio y lo
tangible, y ahí recobramos el paraíso perdido por un instante, al toque de cada
barrote, y ahí nos encontramos para no perdernos y seguir soñando juntos…”. Al
final, una paloma, como símbolo de paz, alzando el vuelo.
Dicho entre paréntesis, esta última expresión de la paloma, como símbolo de paz y
libertad, me lleva a recordar a la “paloma de la paz”, pequeña escultura
en bronce elaborada por don Santiago de Santiago Hernández (1925 — 2023), y que
él mismo me obsequio, junto con un libro de sus esculturas, poemas y anécdotas
muy variadas de los llamados profesionales tenidos en su vida de pintor y
escultor. Otro día escribiré al respecto. Estoy en deuda.
En el segundo palomitas, el escenario es en una plazuela de Cádiz, sus
estructuras limpias, blancas, y el cielo azul hermanado con el mar. En esa plaza
pública, con sus árboles y palmeras de sombra y abanico, tres adultos mayores
se reúnen para proporcionar comida a las palomas. Uno de ellos tiene en su mano
el poemario volver de Jaime Gil de
Biedma, sintiendo el peso de los años, “que la vida iba en serio”, otro, “el
país”, el legendario periódico español, y el tercero llega con la bolsa de
palomitas para las palomas que habitan la plazuela.
Existen, por supuesto, muchos más
cortometrajes, narraciones y lecturas en la voz de Ángeles Juan, entre ellos el
espontáneo corto metraje del cual emana está reflexión que nos remite ni más ni
menos que a don José Martínez Ruiz, mejor conocido como Azorín:
“perdidos en el Palacio
del Mayorazgo de Arcos de la Frontera, llega la inspiración de mano de la
improvisación absoluta en la realización de un corto sin guion…
Pero, ¿quién necesita
guion por escrito, teniendo a mano un buen balcón al que asomarse, una sartén
de abajao con buen jamón y un arco bajo el que repartir fraternales besos?
Disfrutando con dos de
mis queridos hermanos, Paco y Jesús, durante un día perfecto en este precioso
pueblo blanco de la Sierra de Cádiz al que así se refirió Azorín: “no hay en
esta serranía pueblo más pintoresco””.
Tratándose de narraciones, cito aquí, en la voz
de Ángeles Juan, el gran sueño europeo
de Ariel Fridman: “un hombre mira hacía su sangre en el
lecho de tránsito al más allá. De repente siente un olor delicioso que lo nutre
de quietud. Un bálsamo suavísimo que alivia. Que ensalza sus miserias. Un aroma
como una presencia que revive. Hace que desafíe a la muerte. Se descuelga de la
cama, se incorpora con mucha dificultad y avanza como puede hacia la cocina”; o
el extraordinario fragmento de la luz de
la mesita de noche de Juan Pardo Sandoval.
En esta misma línea podemos escuchar microcuentos, es el caso de bajo la lluvia
e inseparables, y de perfectos
imperfectos de Tere Suárez Saavedra, este último menciona: “érase
una vez un par de imperfectos que encajaban a la perfección, ella no quiso
cambiarle y él la dejó ser. Eso les hizo perfectos el uno para el otro", o
bien narraciones como sueño en gris con sonrisa de color del propio J. Juan López Raya.
Comentarios, reflexiones y
expresiones de amor
Por otra parte, existen innumerables comentarios de obras literarias, de
novelas, por dar un ejemplo, el huerto de
Emerson de Luis Landero, así como reflexiones de filósofos y escritores en
general, es el caso de las siguientes sentencias de Karmelo C. Iribarren: amor, apenas / cuatro letras. / Y cabe / tanto dentro. / Y duele
tanto / cuando te dejan / fuera; el frío,
allí, / donde / termina / tu mirada, / empieza el frío”; en el parque, qué sería / de los árboles
/ sin el viento, / sin poder / -de vez en cuando- / murmurar un poco”. La posible secuencia de estas reflexiones, el mismo autor la escribe de la
siguiente manera: “contra la soledad el único remedio válido es el
amor”, rotunda expresión y, sin embargo, agrega: “los amigos pueden ser un
bálsamo durante un tiempo, / pero la vida acaba con ellos. / Al final siempre
resulta que no era tanto, / solo te queda el amor / y tiene que ser de
verdad…”.
La mirada, el amor, el amoroso amor del beso
natural del beso que enciende la ilusión del alma, del latir de la vida entre
las flores de invierno y su renacer en primavera. Temas inagotables acariciados
por los poetas y que musicalizan Ángeles Juan, es el caso de Héctor Berenguer que
expresa el amor desde la lluvia interna del ser: “a veces llueve adentro / y me
amparo de la lluvia para refugiarme, para hurgarme en lo más hondo (…) y así
vivir, es el único instante verdadero de amor sin reparos de un bautismo sin
lágrimas”, o de Francisco Marín Campos con sus versos
de declaración de amor: “como maduran
las frutas, / sin saberlo, / se formaron azúcares de gozo / recorriéndome las
venas / las chispas de algún fuego. / Como las rocas se deshacen / en suelo,
sin sentirlo, / se abrieron grietas dulces / donde enraizó la hiedra, / las
coronas azules de tus ojos / en mi corazón endurecido / tan blandamente”.
En el mismo sentido están estos
versos de Fer Gutiérrez: “te miré / apartaste la mirada. / Nada en ese momento
/ tan disoluble / como mis ojos. / Nada / bajo un cielo / que de efervescencia
/ se llenaba”. Estos otros de Yolanda Correll Almuzara: “y si no fueras de viento / y solo fueras de brisa / que acaricia los jazmines
/ dormidos en la azotea / con breve arrullo, sin prisa. / Tal vez si no fueras
de mar / y escondida entre la lluvia / anegases con tus gotas / la ternura de
unos ojos / yermos de lágrimas, muertos. / Si quizás fueras de luna / en noche
negra y aciaga / azucenas bailarinas / brillarían en tu vientre / velándote la
amargura”.
Por supuesto, sobre el tema mencionado
están los versos de la autoría del mismo Ángeles Juan, me refiero a su
expresión poética el beso: “besos en
la arena / la mar serena, / besos de ida / curando heridas. / Besos de vuelta /
con la mar revuelta. / Entre la espuma / y sobre la bruma / besos salados / te
han alcanzado. / Van a tu lado / a tu costado”, y ese beso: “ese beso / que te encadena / a tu amor verdadero. / Ese
beso / que antes llega con la mirada cómplice, silenciosa. / Ese beso /
juvenil, / acalorado y sincero. / Ese beso / al que quieres volver, / que tu
sentido arrebata / palpitando en anhelos. / Ese beso / que su huella deja / en
la memoria / y en los labios / como sol / que funde el hielo. / Y hoy / no
quisiera / engolar mi voz, / tan sólo engolar mi beso”.
Agregaría tres reflexiones de don Pedro Burgos Montero.
La primera refiere: “bogar, bogar, bogar, /hasta que ya no quede/ más agua/ ni
más barco/ ni exista marinero / ni haya náufragos”. La segunda tiene que ver
con la espera: “un hombre viejo en un pueblo chico se sienta en la parada del autobús a
esperar a nadie. El autobús ya se ha ido y en el pueblo no sucede nada al
parecer, ni pasa otra cosa que no sea el tiempo y la luz de a agosto”, y, la
tercera reflexión, por su parte, tiene que ver con un verso de reflexión muy
íntimo y en la soledad de alguien que siente como suyo el dolor del otro, lo tituló
poema irrealmente soñado. Aquí el
poema completo:
“me siento a
escuchar el aire que me habla de todo… / cruzan algunos pájaros flechados, se
entremezclan luces y sombras / ladran los perros a los lejos / el cielo se
parece a un óleo de Velázquez / nadie me mira y a nadie veo / cruje la vaca de
ojos grandes / las hojas se van juntando / el silencio vuela sin moverse / cada
sonido es el preludio de otro / se oyen esquilas en algún sitio / una mujer
revive el fuego / hay magia en una piedra sola / los olivos son viejos con
sombreros. / el niño no conoce a ningún / lo países son ahora un país único / éxito
y fracaso se saludan / la aloma de Picasso solo es un cuadro… / Homero no
escribió jamás la Ilíada”.
Un verso tras otros: polvo musical de
estrellas
Como es natural, a unos pasos de estas reflexiones podemos escuchar un
verso tras otro con la voz y canto de poemas trabajados por Ángeles Juan: es el
caso de aquella
mujer fuerte siempre lloraba a solas, de Ana Montojo; cierra los ojos y escucha / el canto anónimo
del pájaro: / podría irse uno y llegar otro / y no te darías cuenta, de don
Alfonso Brezmes o tres deseos del
mismo don Alfonso.
Sin pasar por alto por la orilla cantando de Ángeles Fernández Martín “dame tu voz y
alcanzaré para ti mil mariposas”, y cielo
azul de J. Juan López Raya. El primero expresa: “por la orilla cantando, / paseo mi deseo / de querer ser siempre voz
entre las olas, / de querer tener, siempre en la tierra, / el mar cercano, / y
querer tener mañana, / como ayer y hoy, / tendida hacia mí tu mano, / escuchar
tu voz junto a mi costado / y ver mil mariposas / acariciándonos el alma”, en
tanto que el segundo expresa: “mirar el cielo gris / e imaginar / que
nos hace un guiño el sol / y de azul lo tiñe, / es como montar en bicicleta: /
Nunca / se olvida ese azul, / así pasaran mil días seguidos / de grises
cielos”.
Es el caso también de ese bellísimo poema de
José Hierro, vida: “después de todo,
todo ha sido nada, / a pesar de que un día lo fue todo. / Después de nada, o
después de todo / supe que todo no era más que nada”; o el de don Faustino
Delgado, hay tanto viento, poema
dedicado a su padre fallecido tras sufrir la persona Alzheimer: “tu memoria se quema a la sombra del silencio, / arde en el fuego original
/ de tu sonrisa. / Cuánto aprendí / en ese no decir nada y en tus gestos
diciéndolo todo, cuánto”.
Otros ejemplos, azarosos,
naturalmente, pues toda la obra poético musical que aquí comentamos es, en
realidad un ejemplo, serían las siguientes palabras de amor de Karmelo C.
Iribarren: “no las digas, / si no quieres; / no es necesario. /
Cuando / me miras / de esa forma, / a veces... / sé que están / todas ahí”. Estos
versos de Sara Buho: “la vida comienza / involuntariamente
/ tantas veces como latidos, / como suspiros, / como sonrisas / contenemos”, y este
poema de Ángela Serna, el grito,
“sólo un puente / sobre el agua / puede sostener / la tensión de tu rostro. / Tanta
soledad / es sólo un paso / hasta la nada que presientes. / Nada, salvo la luz
/ podrá otorgarte un rasgo de humanidad. / No escuches el silencio, / No mires
el paisaje que transitas. / Aférrate a tu quietud / y olvida, / el puente
soportará el peso de tu esperanza”.
Al contenido poético antes referido le acompañan
las voces y creatividad de Ángeles Juan, pero también, imágenes y óleos
cuidadosamente seleccionados por ellos, de acuerdo con el contenido del poema o
escrito literario de que se trate, a lo dicho se agrega un trabajo más: el de
las versiones y arreglos musicales en armonía con el todo que se expone. Es un
placer escuchar la incorporación de canciones y piezas musicales que han
propiciado toda una revolución cultural.
Dentro de esas versiones y arreglos musicales podemos
escuchar las notas inconfundibles de Mozart, Beethoven, Bach, Chopin, Strauss,
Schubert, Ravel, Brahms, Tchaikovsky o Vivaldi, podemos escuchar también tangos
y canciones de Víctor Jara, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Antonio Vega, Paco
Ibáñez, Violeta Parra, Luis Eduardo Aute, Joaquín Sabina o Juan Manuel Serrat.
En otro contexto, versiones en castellano de Leonard Cohen, Madredeus, o Because de The Beatles; Lovin’thing de
Electric Light Orchestra; La mer de
Charles Trenet; No, Woman, no cry de Bob Marley; Harvest moon" (Neil Young); "Lady Jane" de los Rolling Stones;
y Nuages de Django Reinhardt, bajo la expresión de la guitarra de don J. Juan
López Raya.
Naturalmente, a esta pluralidad
musical referida como ejemplo, se debe agregar la que tiene que ver con ritmos y
sonidos musicales producidos por la propia naturaleza en el devenir de la vida
cotidiana y capturados de manera magistral por nuestros cantautores motivo de
este escrito: el movimiento del mar acompañado de un blanco de luna o un sol a
plomo, el canto de las olas, su grito al perderse como espuma o al abrazar la
piedra de su adiós, el aire, el devenir del aire, ya sea en su propia soledad,
paz o enfado, o acompañado de una hoja que inicia su camino, unos pasos que ya
no volverán, una lluvia, un rocío, el frío del invierno, de la noche o del
misterio del silencio que aún nadie sabe a dónde inicia y a dónde va. El silencio,
ese “espacio divino, / presencia creativa, / música, / vibración del alma, /
amor”, diría Indíra Lëkv.
Veo a ninguna parte, mi ser transita en el
vacío, escucho el ritmo musical de mi propia ausencia y soledad. A lo lejos, muy
a lo lejos, escucho cantar a Ángeles Juan los versos de Efi Cubero que están en
compás de tres por cuatro: "somos supervivientes escuchando un crujir de recuerdos / tras los
pasos inciertos como advertencia de lo ya perdido. / Volvemos al origen, somos
viento, algo de brasa y de melancolía, / rastros que hemos dejado entre las
hojas o las simas profundas, / de tiempo y soledad".
Después volver,
poema de Faustino Lobato Delgado de su libro en el ángulo incierto del espacio: “volver, siempre se vuelve, /
con la huella de otros aromas pegada a la piel de la memoria, / con el fuego de
otras miradas, / de otros paisajes, / volver como si nunca hubiese salido. / Y
en este punto cero de mi soledad sola, / lejos de la validad y el oro de la
gloria te encuentro”.
Todo me lleva a meditar la vida, sentir el
instante único de vivir, reflexionar el andar de las sombras que van a
cualquier parte. En la misma voz de Ángeles Juan escucho amaneceres de Inés Castellanos: “hoy me queman las cenizas que van
enmudeciendo los milagros, / las manos que no se tienden, los brazos que no se
alargan (…). / A dónde se fueron todos los posibles, / unos miran, todos callan,
¿quién escucha? / Así se espera lo que nunca llega, / quizá ahora solo sea eso:
/ sobrevivir con una plegaria en los labios, / mientras nos esperan piadosos
los amaneceres”.
Le siguen instantes, de gran profundidad y
belleza, como éstos: "mirar en la inocencia hasta
sentir inocencia, para alcanzar, de lo bello, lo invencible", de Mónica
Manrique de Lara; “no te preocupes, sueña, las estrellas son solo
una ilusión” de Efi Cubero; “madurar es aprender a que se haga el silencio
cuando deseas… Madurar es entender que solo el conocimiento es liberador” de Paco Huelva; “la noche va cayendo sobre cualquier decepción
que yo pueda sentir” de Julia Lasagabaster;
La poesía, ese “eco de todas las cosas”, como
señala Consuelo Jiménez, ese misterio, a mi parecer, que encierran las palabras,
luces y sombras de piedra y agua, de silencio encendido en el viento, ese canto
musical de León Felipe, difundido en su momento por Paco Ibáñez y ahora por
Ángeles Juan, como tú: “así es mi
vida, / piedra, / como tú; como tú, / piedra pequeña; / como tú, / piedra
ligera; (…) como tú, que no has servido / para ser ni rueda / de una lonja, /
ni piedra de una audiencia, / ni piedra de un palacio, / ni piedra de una
iglesia …”.
La cultura: amoroso sendero de
vivir
Al
amanecer, acompañado de un sorbo de café y sin más ruido que los pájaros
cantando, escucho en la voz y la guitarra de Ángeles Juan, los miedos de Francisco Marín Campos; las flores de Ismael Cabezas; es amor de Rosa Creixell; escribo al amor de Yolanda Corell; ausencia de Filo Castro Ruiz; universo paralelo de Benjamín Parra
Arias; vocación de las alas de Mónica
Manrique de Lara; el mar de Mario
Benedetti:
“¿qué es en definitiva el mar? / ¿por qué
seduce? ¿Por qué tienta? / suele invadirnos como un dogma / y nos obliga a ser
orilla (…) es probable que nunca haya respuesta / pero igual seguiremos
preguntando / ¿qué es por ventura el mar? / ¿Por qué fascina el mar? ¿qué
significa / ese enigma que queda / más acá y más allá del horizonte?”.
Después les escucho amapolas de Fer
Gutiérrez: “llorar amapolas a modo de caricias”; asonancia de Alfonso Brezmes: “la vida, esa vieja película y esa
extraña sensación de haberte perdido algo importante de la trama”; del mismo
Brezmes “yo / me iba / y tú apenas llegabas. / Fue hermoso
adivinarse / como dos veleros fantasma / en el mar sin mar del poema. / No
pudimos ver nuestras caras. / Yo apenas volvía / y tú ya te marchabas... “.
Les escucho también si tengo que callar la voz de
Jesús-María Pérez Barreiros; melancolía
de Fabiola Rubio; perdidos de Héctor
Berenguer; y el viaje definitivo de
Juan Ramón Jiménez, poema que me reconforta y tranquiliza el alma: “y yo me iré
y se quedarán los pájaros cantando…”.
En la casa virtual de Ángeles Juan todo es una
expresión cultural puesta en la palma de la mano, una aportación honesta, sin
dobleces, desinteresada y carece de fines lucrativos, es un “abrazo en clave de
sol mayor”, una aportación que busca acercarnos al mundo y a nosotros mismos,
sentir su presencia y nuestra presencia en él, interpretarlo e interpretarnos,
construirlo y, al hacerlo, reconstruir la fuerza vital de nuestro propio ser. Tema
nada sencillo, puesto que, además de fortalecernos, nos asoma al desapego y a
la soledad del ser, al miedo a la
libertad, diría Erich Fromm desde el propio título de su libro, al miedo de
utilizar y saber utilizar la libertad.
Nada fácil abordar, desde las entrañas, el tema
de la libertad y la esperanza del ser. “Ahí, donde el frío acecha, surge una
luminosa llama para dar calor a la esperanza”, nos dice Ángeles
Juan, son sus palabras puestas sobre la mesa, lo demás dependerá de cada quien.
Tema que retoma a propósito de la ilusión, el gusto, la alegría de recibir ese
espléndido libro de título rehacer el
alba de Faustino Lobato Delgado, cuya expresión central, se diría, es la
desesperanza, el desahucio del ser y de la vida, el agotamiento del tiempo, el
necesario agotamiento del tiempo para reencauzar la ilusión y el sentido de las
cosas, su equilibrio y justa medida, en particular, nos expresa Ángeles Juan, “por aquellas pequeñas cosas que hacen nuestra vida un poquito mejor en
el día a día. Lo imprescindible que resulta mantener, no perder nunca del todo,
la esperanza depositada en esto que se llama vivir”.
El tema de la esperanza está en toda
la casa de cultura virtual de Ángeles Juan, es una esperanza que retoma el
pasado y deslumbra de frente el futuro, al hacerlo de esta manera, si entiendo
bien, crea con mayor fuerza el presente, el ser, el ser viviente y el ser
pensante, nos encara con él, igual que lo hace Carmen Salas del Río en su poema
creando presente, interpretado, por
supuesto, por Ángeles Juan, de ahí los siguientes versos:
“una tarde
cualquiera de noviembre / bajo la mirada de la Luna / que de sangre se le
antoja / la poeta persevera, / no abandona en la amenaza velada, / se centra en
consumir / esa luz que le quema / antes de la esperanza, / creando su presente
/ con la pluma virtual / y en su mar una barca / solitaria en la orilla / espera
su llegada / y de los nuevos versos / vocalizando estrellas”.
La esperanza transmitida de mil
formas por Ángeles Juan, ya sea cantando el poema medianoche de Luis Miguel Malo Macaya: "es de noche. / Rumores como
sombras / velan la oscuridad tras las ventanas. / Un temor contagioso a ciertas
horas / altas de soledad y madrugada / ha venido a cifrarse en otro nombre / excluyente
del mío. Sus palabras / van cumpliendo las horas del conforme / poema donde
duerme mi esperanza”, o la petición a los Reyes Magos de Gloria Fuentes: “he de
pedir a los Reyes / algo que aquí no tengo: / pido dones de alegría / y la
canción de un jilguero, / y la flor de la esperanza / y una fe que venza el
miedo”.
O bien cantando los versos del poema el grito de Ángela Serna: nada, salvo la
luz / podrá otorgarte un rasgo de humanidad. / No escuches el silencio, / No
mires el paisaje que transitas. / Aférrate a tu quietud / y olvida, / el puente
soportará el peso de tu esperanza” o, para no cansarlos más, estos versos de
Carmen Salas del Río, a quien he citado líneas arriba: “nada, salvo la luz / podrá
otorgarte un rasgo de humanidad. / No escuches el silencio, / No mires el
paisaje que transitas. / Aférrate a tu quietud / y olvida, / el puente
soportará el peso de tu esperanza”.
No es de omitir que Ángeles
Juan también le hablan y cantan a la desesperanza, esa expresión dolorosa de
piedra martirizada, amarga, que forma parte de los pasos de nuestro camino, de
las sombras que se han ido sin regresar y, sin embargo, uno aún las siente y las
espera. Ahí está su voz y su guitarra recordándonos hace un millón de años de Ana Montojo ubicado en su libro, en su
primer libro, la niebla del tiempo:
“hace un millón de años que te espero / con la puerta entornada / por si
ocurre el milagro de que vuelvas / algún amanecer / a escribir en mi vientre
versos alejandrinos. / Hace un millón de años que no estás / pero aún tu
fantasma me persigue / en las noches sin luna, / sin fugaces perseidas ni
aguacero; / sin rayo que me parta”.
Por citar uno más, está también el bosque invisible de Alfonso Brezmes,
retomo las palabras de La Garúa Editorial, referidas por Ángeles Juan: “en ese jardín
de tiempo perdido y de frutos por recoger que a menudo es la vida, esperando un
momento propicio que nunca acaba de llegar, Alfonso Brezmes ha plantado un
árbol de palabras que dan hambre en vez de calmarla. Que dan luz en vez de
sombra. Y a cuya vera, sin embargo, queremos estar. Porque es tiempo de darse
cuenta. Tiempo de subirse a lomos del tiempo y hacer del ahora el verdadero
paraíso. El único que nos ha sido dado y no hemos sabido conservar”.
Y qué decir de la tristeza del
viento, del
viento interior que deja el ser amado. Leo entonces estas líneas de gratitud de
Ángeles Juan, entrelazadas con las letras de Faustino Lobato:
“Recibimos encantados este precioso regalo de la poeta
gaditana/granadina Carmen Salas del Río: el
cantar de las caracolas que invita a sentir y disfrutar del mar con los
cinco sentidos, dejándose ver, oler, escuchar, tocar y saborear su salada
claridad. Pero hay mucho más que océano entre sus poemas...
Así, como muy bien dice el poeta Faustino Lobato, este poemario es el
trazo del viento en el mar que apunta a la condición de ser, un poner de
relieve el silencio de los que piden justicia, un acercar la presencia de
aquellos que se fueron. Esta obra es la lectura valiente de una mujer que
enfrenta todo "a golpe de los vientos/ que la vieron nacer". Un
poemario hecho desde el interior dejando que las caracolas, como imagen de la
conciencia más profunda, inspire la belleza de sus versos...
Estructurado en tres partes, hemos seleccionado el poema ven del cantar I para poner nuestras voces a tan hermoso poema: Ven,
vuela conmigo sin alas sobre las olas de blancas espuma, / ven a subir y bajar
con ellas los tramos del camino / los que saben a hiel los que traen alborozo …”
Pensativo y meditabundo regreso a la tristeza y
a la nostalgia, miro, a lo lejos, caer a plomo mi existencia como un atardecer
en el ocaso. El silencio se humedece al sentir de cerca mi vacío. Escucho
entonces el poema tristeza de Karmelo
C. Iribarren, en la voz de los protagonistas de este viaje poético musical, tristeza: “alguien dijo / que era el musgo / que le sale al alma / cuando no deja de
llover / sobre la ausencia. / No es una mala definición. / A veces / unos días
de sol en primavera pueden ser suficientes para quitártela de encima. / O eso
piensas, / hasta que la conoces de verdad”; posteriormente estas palabras
de Benjamín Parra Arias: “el tiempo, que a veces parece un siglo, que a veces
no es más que un suspiro al aire de la tarde, que se esconde en los pliegues de
la piel de los viejos, que resbala perfumado por la piel de los niños...”.
Me levanto, mi alma se dispersa en mi soledad y
escucho, en la misma voz de Ángeles Juan, los versos de un poema que
tengo muy aparte, se trata de compás de
tres por cuatro de Efi Cubero que a la letra dice:
“sobre el desasosiego de sus vetas profundas, / el mundo
zozobraba en lo inestable bajo la tensa calma / de todo lo precario de las
líneas en la fragilidad del balanceo, / pendular movimiento de interiores entre
interrogaciones / de un tiempo concentrado sobre el instante mismo / en la
fragilidad de las certezas / frente a la noche armada de lámpara encendida. /
Llega esta incertidumbre de perdernos / mas no quiero pensar en la tristeza /
al descender de pronto hasta la cripta / que encogió nuestros cuerpos”.
Esperanza y libertad, expresiones
presentes en cada poro de los poemas musicalizados por Ángeles Juan, en
cada nota de su guitarra. Esa guitarra que es parte del grito de Alberti a los Gaditanos
y al mundo entero: “levantad / en vuestras viejas
guitarras / el sol de la libertad”. Sobre el mismo tema, permítanme citar, en
este viaje poético musical, parte del poema libertad
de Santiago García Diéguez que tan emotivamente escuchamos en voz de nuestros
cantautores: “a lo largo de la historia, / cuantas luchas por tenerte, / cuantas
porque no te tengan, / tú te mantienes inerte...!! (…) Vuela alto, no te
rindas, / a pesar de la adversidad, / dependemos de tu vuelo... / Y de tu
nombre, libertad”.
Como dije, el tema de la esperanza y la
libertad comprende, también, la desesperanza y melancolía, la esclavitud y la
indigencia de uno mismo, siempre presente en nuestro ser como volcán encendido.
Cuestión que es posible encontrar en cada apartado de este viaje poético
musical. Ya no me detengo más, permítanme seguir mi camino.
Voces enlazadas como el viento
cruzando el mar
De
la misma manera que existen siempre generaciones, igual que la del veintisiete,
las anteriores y posteriores a ella, que lucharon y lucharán por la dignidad,
la esperanza y la libertad en España y en el mundo entero, guiados por el alma
de labradores, mineros, pescadores, obreros y aceituneros, almas de trigo, de maíz
y barro, así también Ángeles Juan retomaron el camino del canto, de la voz y la
palabra labrando la conciencia.
Voces generosas y sinceras forjadas en los
llanos y en los muelles, en las barcas y en las minas hechas de carbón y
pedazos de cruz y tierra, de metal encendido bajo tierra. Son poetas,
intérpretes y traductores de la sequedad del llano, del llorido de las olas y
la soledad del mar. Son veleros de los poetas, guitarra de sus sueños y dolor,
de su amor y paisaje interno desolado, triste, vivo, amoroso, como el vaivén
del infinito que nos mira.
Son canto de manantiales, rocío dormido en la
arena. Agua de permanente andar, musgo encendido en el agua, creación que nace
de la creación. Son compromiso profundo con la dignidad humana, expresión de un
pasado y presente que florece, de un futuro esperanzador. Son almas llenas de
amor que uno se encuentra en el camino, como agua fresca que el sediento bebe
para después seguir forjando su destino. Dos voces enlazadas como el viento
cruzando el mar, el sol que abriga la esperanza y libertad del ser, la
conciencia de encontrarse uno mismo en el silencio sintiendo la grandeza de vivir,
la fuerza del otro caminando en uno, la fuerza de sus manos en las nuestras
construyendo “el puente que soportará el peso de tu esperanza”, dirían nuestros
cantautores que le dan título a este recorrido o viaje poético.
Abren y reabren caminos, no juzgan, enriquecen.
Su trabajo recrea y, al mismo tiempo, es una nueva creación de los poemas del
otro que son suyos, los arropan y transmiten la esencia de los mismos, la esencia
del lector, del artista, del visionario en la construcción de la cultura. En
ellos la cultura no es ruptura sino un continuo manantial de búsqueda de mares
y conciencias. Su trabajo no es para la polémica, es un medio de creación para
generar conciencia sobre el tiempo y nuestra existencia y admite tantas
lecturas como almas a él se acerquen. Su obra carece de fronteras.
Son dos voces en una cruzando como el viento el
mar, dos maestros en uno, generosos y comprometidos con el bienestar del mundo,
veleros amorosos que llevan en su alma la esencia de la poesía del otro y la
creación y recreación de la propia, son veleros de mar profundo navegando por
los soles y los vientos buscando trozos de libertad, libres conciencias
envueltas en libertad, agua, manantial de luz, piedra amorosa construyendo el
ser y el infinito de lo que somos.
Con ellos uno escucha el sonido de la vida, de
la muerte y del amor, nos asoman al mundo mágico de la poesía, al misterio del
silencio y la creación. “Todo puede reflejar un poema, nos dicen Ángeles Juan
en su poema reflejos, lo vaporoso que
se nos escapa, lo tangible que nos acomoda. Puede que ambas cosas a la vez,
como este que me atrapa sin pretenderlo y del que huyo para salvarme”.
En ellos la poesía del otro en los adentros de uno,
es un mirar interno que late como el corazón de un niño, en ellos se escucha
con los ojos el arte y la poesía, y se ve con el corazón y el oído el misterio
de la creación, el ser que se asoma a su origen y destino: el alma y el
silencio, el viento, la sombra y la luz del viento, y entre ellos, la nube, “perdida alma del monte, escribe
en unos versos Ángeles Juan, paseas buscando / el mar y su horizonte. / Islote vaporoso
/ soplo de un soplo / suspendido. / Pasas sin prisa / sobre naranjales /
desgarrada del cielo / al que perteneces”.
Son personas que, como todo maestro, siempre
estarán ahí, a lado nuestro o al fondo de nuestro ser, solo hay que
reconocerlos al sentir sus pasos en los nuestros, vernos en ellos, caminar con
ellos, siempre están y estarán ahí en nosotros y entre nosotros, nunca en el
olvido, estarán, diría en mismo Ángeles Juan en uno de sus poemas, al fondo del
mar, del mar cultural de múltiples colores al fondo de nosotros mismos, igual
que el “lecho marino: cansadas de dar sombra, / corretean hasta que / alzan el vuelo / a un
soplido del viento / y allá van revueltas, / secas y amarillentas; / revolotean
/ buscando / su lecho en el mar”.
Ángeles Juan, dos maestros generosos que nos
recuerdan que la poesía y el arte siempre están ahí, igual que los poetas y
artistas, viviendo entre nosotros por generaciones, nunca en el olvido ni
esperando el pedestal donde anidan las palomas. Son dos voces, dos almas que habitan
y habitarán en la brisa, en el cauce del río, en las olas del mar, en el sol
que despierta el día y esclarece el alma poética del ser, caminos y desiertos,
bosques y montañas. Son dos voces que despiertan los sentidos y siembran en
nuestro interior la semilla que pregunta, interroga y responde al mismo tiempo.
Son dos almas que nos recuerdas que, en el
amplio y complejo mundo de la poesía y la cultura, se requiere mucha humildad
para caminar. Nadie sabe más que otro, cada quien sabe lo que tiene que saber, su
límite o búsqueda sin fondo está en él, no existe un espacio de poder sino una
búsqueda de esperanza y libertad, un camino, una luz y una sombra, una sombra a la zaga como escribe Ángeles
Juan en uno de sus versos: “caminando / hacia la luz / dejamos atrás / nuestra
propia sombra. / Déjala / que nos persiga cuando quiera, / a ver si se aburre”.
No es gratuito el agradecimiento de tantos y
tantos escritores y artistas, citaré uno solamente como ejemplo, el de Mónica
Manrique de Lara que, a propósito de la presentación de recuerdo de Borges y de La leña, se expresa así de Ángeles Juan: “son una pareja de
artistas que, con sus voces y guitarra, hacen deliciosas versiones musicales de
poemas de distintos autores y crean, con todo ello, montajes visuales que son verdaderas
joyas”. Conmueve escuchar un poema tan de uno, tan del otro, tan de ellos y ver
cómo lo llevan a pasear por los soles y los vientos, tempestades, agua, mar,
trozos de amor y de silencio.
Respiro, me detengo, escucho en la voz de
Ángeles Juan unos versos que se entierran en mis huesos: “sembré el campo con
letras de maíz y trigo, las hortalizas de abril y el amor en los surcos de
mayo. / Moriré por siempre en esta tierra callada y en esta eternidad sin
tiempo”. Una imagen tras otra se destierra en mí. Enmudezco en mis adentros, sé
que estoy desnudo frente a mí, mis lágrimas corren como el agua en una piedra.
Veo entre el silencio la pintura El
Ángelus de Millet, de Jean Francois Millet, un aire muy sutil me trae
sentimientos que solo uno sabe y muchas veces ni uno mismo sabe bien, pero hay
algo que está ahí unido al lienzo, a las voces, a la poesía en su hondura.
Todo se funde y me conmueve, al fondo la
dignidad de la pobreza, el trabajo campesino, la tierra desolada, madre triste
y generosa en comunión con la semilla, con el fruto y la vida del ser hecho
presente. Dos campesinos en comunión con el alma del niño muerto, amor de un
fruto que se entierra para vivir después, en el polvo que ves, en el campo
verde que pisas. Dos campesinos de cualquier parte del mundo comulgando con la
madre tierra y la semilla del hijo muerto. Profunda unión espiritual del ser,
intimidad que duele y alivia al mismo tiempo, libera y deja en abandono, igual
que el agua al agua y el agua al manantial, igual que la piedra a la muerte y
la muerte al vaivén del infinito.
Dos personas, como miles y millones que hay en
este mundo, enterrando el fruto de su amor en una tierra sin alisar, en una
“eternidad sin tiempo”, en un campo donde el silencio llora y el sol duerme al
nacer la luna, en un camino donde la vida es esplendor, esperanza, libertad,
tristeza y alegría y, sin embargo, los ojos de don dinero les regatea su voz, los
tienen como fantasmas, como seres sin existencia, como seres anónimos, aunque,
nos diría Ángeles Juan, “ser seres anónimos / no es poco, es mucho. / Muchos
más somos los que a la sombra estamos, / desde la sombra reímos, / cantamos o
lloramos, / que los que en plena luz, / bajo radiante sol / tarde o temprano /
se queman…”.
Así son nuestros poetas, nuestros cantores
llamados Ángeles Fernández Martín y J. Juan López Raya, Ángeles Juan, dos almas
y voces amorosas. Voces que irán siempre como el aire por el mundo, el velero
por el mar, el polvo por los caminos de los cuatro soles y vientos de la
cultura, la esperanza y la libertad. Son y serán dos almas que en su caminar,
retomo a Miguel Hernández, van e irán dejando algo que van recogiendo: “pedazos
de vida mía / venidos desde muy lejos”.
Genaro González Licea
Caloclica, Ciudad de
México, diciembre de 2024.